CÉFALO, ADIMANTO, GLAUCÓN, ANTIFONTE, PITODORO, SÓCRATES, ZENÓN, PARMÉNIDES, ARISTÓTELES
Cuando llegamos a Atenas desde nuestra ciudad,
Clazómenas, nos encontramos en el ágora con Adimanto y Glaucón. Adimanto
me dio la mano y me dijo:
—¡Salud, Céfalo! Si necesitas algo de aquí que podamos procurarte, pídelo.
—Justamente por eso —repliqué— estoy aquí, porque debo haceros un pedido.
—Dinos, entonces, qué deseas —dijo.
—Vuestro hermanastro, por parte de madre —pregunté yo—, ¿cómo se
llamaba? Pues no me acuerdo. Era un niño apenas cuando vine
anteriormente aquí desde Clazómenas, y desde entonces pasó ya mucho
tiempo. Su padre, creo, se llamaba Pirilampes.
—Así es —replicó—, y él, Antifonte. Pero ¿qué es, realmente, lo que quieres saber?
—Quienes están aquí —respondí— son conciudadanos míos, cabales
filósofos, y han oído decir que ese Antifonte estuvo en frecuente
contacto con un tal Pitodoro, allegado de Zenón, y que se sabe de
memoria la conversación que una vez mantuvieron Sócrates, Zenón y
Parménides, puesto que la oyó muchas veces de labios de Pitodoro.
—Es cierto lo que dices —dijo él.
—Esa conversación —repliqué— es, justamente, lo que queremos que nos relate en detalle.
—No es difícil —dijo—, ya que cuando era un jovencito se empeñó en
aprenderla a la perfección; ahora, en cambio, tal como su abuelo y
homónimo, dedica la mayor parte del tiempo a los caballos. Pero, si es
preciso, vayamos por él. Acaba de marcharse de aquí rumbo a su casa, y
vive cerca, en Mélite.
Información texto 'Parménides'