Textos por orden alfabético etiquetados como Novela corta disponibles | pág. 4

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El Crimen de Lord Arthur Saville

Oscar Wilde


Novela corta


Capítulo I

Era la última recepción que daba Lady Windermere, antes de comenzar la temporada primaveral. Los sa­lones de Bentinck-House se hallaban más llenos de invitados que nunca. Acudieron seis ministros, una vez ter­minada la interpelación del speaker, ostentando sus cruces y sus bandas y todas las mujeres bonitas de Lon­dres lucían sus toilettes más elegantes. Al final de la gale­ría de retratos estaba la princesa Sophia de Carlsrühe, una dama gruesa de tipo tártaro, con ojillos negros y unas esmeraldas maravillosas, chapurreando francés con voz muy aguda y riéndose sin mesura de todo cuanto decían.

Realmente veíase allí una singular mezcolanza de personas. Arrogantes esposas de pares del reino charla­ban cortésmente con virulentos radicales; predicadores populares se codeaban con inveterados escépticos, y una banda de obispos seguía la pista, de salón en salón, a una corpulenta prima donna; en la escalera agrupábanse varios miembros de la Real Academia, disfrazados de ar­tistas, y el comedor se vio por un momento abarrotado de genios. En una palabra: era una de las más deslumbran­tes reuniones de lady Windermere y la princesa se quedó hasta cerca de las once y media.


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Dominio público
40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 1.515 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Cura de Tours

Honoré de Balzac


Novela corta


A David, estatuario

La duración de la obra en que inscribo vuestro nombre, dos veces ilustre en este siglo, es muy problemática; mientras que vos grabáis el mío en el bronce, que sobrevive a las naciones aunque no haya sido batido mas que por el vulgar martillo del monedero. ¿No se verán confusos los numismáticos al hallar en vuestro taller tantas cabezas coronadas, cuando descubran entre las cenizas de París esas existencias por vos perpetuadas hasta más allá de la vida de los pueblos, y en las cuales se les antojará adivinar dinastías? Vuestro es ese divino privilegio; a mí me corresponde la gratitud.

De Balzac.

En los comienzos del otoño del año 1826, el abate Birotteau, personaje principal de esta historia, fue sorprendido por un chaparrón al volver de la casa donde había pasado la velada. Atravesaba, pues, tan rápidamente como sus carnes podían permitírselo la plazuela desierta llamada del Claustro, que se halla a espaldas del ábside de Saint-Gatien, en Tours.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 346 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Despertar de Budha

Vicente Blasco Ibáñez


Novela corta


I

El príncipe Sidarta era el hombre más feliz de la India.

Brahma, el divino soberano de los cielos, habla juntado en su persona el valor de Rama, paladín invencible de las leyendas, con la profunda sabiduría de los poetas solitarios que en las laderas del Himalaya, lejos de los hombres, pasaban su vida componiendo himnos religiosos.

Su padre era Sudhodana, de raza guerrera, rey de Kapila, que sostenía con su espada la conquista del territorio indio realizada por sus antecesores. Su madre, la gentil Maya; y según contaban los poetas de la corte, habíalo concebido en un bosquecillo del palacio de los Cisnes, tendida en lecho de marfil, cubierta por la lluvia de rosas que desde lo alto lanzaban las divinidades absortas ante su belleza y viendo en sueños cómo descendía del cielo un pequeño elefante blanco como la espuma del mar, que dulcemente penetraba por su costado izquierdo.

Murió la hermosa Maya, segura de haber sido escogida por Brahma para dar al mundo un sér que, por su sabiduría, seria adorado por los hombres.

Y el rey Sudhodana casi no pudo llorarla, ocupado únicamente en la educación y cuidado de su hijo.

¡Dichoso príncipe Sidarta! Jamás se vió educación mejor aprovechada ni progresos tan asombrosos.

Aquel muchacho, nacido en el bosquecillo de Lumbini en una noche serena, al susurro de las altas palmeras, entre los suspiros de las rosas y contemplado desde lo más profundo del cielo por los cien mil ojos de Brahma que parpadeaban como inquietas estrellas, sabia todo lo humano, presentía lo desconocido y no abría la boca sin que experimentaran asombro los brahmanes y guerreros de la corte de su padre.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 89 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en México

Juan Díaz Covarrubias


Novela corta


Dedicatoria

Al joven poeta Luis G. Ortiz

Tacubaya, noviembre de 1858

Hermano:

Le envío a usted esta pequeña novela que acabo de escribir, y que muy pronto se publicará.

Tal vez habrá muchos que digan que sólo un niño o un loco es el que piensa en escribir en México en esta época aciaga de desmoronamiento social, y pretender ser leído a la luz rojiza del incendio y al estruendo de los cañones. Acaso tengan razón. Pero, ¡Dios mío!, ¿se han acabado ya también esos hombres sensibles, esparcidos en todas las clases de nuestra sociedad, que se deleitan con esas tristezas, esos desconsuelos, esas esperanzas, presentimientos y deseos vagos que forman los cantos de los poetas?… ¡Ah!, usted y yo sabemos que no, sabemos que hay todavía almas buenas que no han sido embriagadas por el vértigo del positivismo; ¡almas que laten unísonas con las nuestras, que en una presión de mano, o una palabra, nos dicen que nos han comprendido, que gozan, esperan, se desconsuelan y sufren como nosotros! ¿Y acaso hay un placer más tierno, más incomprensible que ese eco simpático que nuestro canto produce en el alma de un desconocido? Yo he publicado mis libros por sólo el deseo de producir ese eco en algún corazón. Yo no me desaliento, porque espero con la civilización el renacimiento literario, y me resigno a consumir mi juventud en el martirio de un trabajo estéril, con la esperanza de gozar algún día con usted y mis hermanos en poesía, el paraíso de la gloria.

Introduzca usted estos cuadros aislados que no son ni una novela, en los salones de esas hermosas jóvenes que le inspiran tan hermosos versos.

Adiós, Luis, no se olvide usted de su hermano.

Juan Díaz Covarrubias


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Dominio público
57 págs. / 1 hora, 40 minutos / 465 visitas.

Publicado el 18 de junio de 2019 por Edu Robsy.

El Diamante de la Inquietud

Amado Nervo


Novela corta


Amigo, yo ya estoy viejo. Tengo una hermosa barba blanca, que sienta admirablemente a mi cabeza apostólica; una cabellera tan blanca como mi barba, ligeramente ensortijada; una nariz noble, de perfil aguileño; una boca de gruesos y golosos, que gustó los frutos mejores de la vida...

Amigo, soy fuerte aún. Mis manos sarmentosas podrían estrangular leones.

Estoy en paz con el Destino, porque me han amado mucho. Se les perdonarán muchas cosas a muchas mujeres, porque me han amado en demasía.

He sufrido, claro; pero sin los dolores, ¿valdría la pena vivir?

Un inglés humorista ha dicho que la vida sería soportable... sin los placeres. Ye añado que sin los dolores sería insoportable.

Sí, estoy en paz con la vida. Amo la vida.

Como Diderot, sufriría con gusto diez mil años las penas del infierno, con tal de renacer: La vida es una aventura maravillosa. Comprendo que los espíritus que pueblan el aire, ronden la tierra deseando encarnar.

—No escarmientan, dirán.

—No, no escarmientan. Las hijas de los hombres los seducen, desde los tiempos misteriosos de que habla el Génesis; una serpiente Invisible les cuchichea: «¿quieres empezar de nuevo?».

Y ellos responden al segundo, al tercero, al décimo requerimiento: «¡sí!»...; y cometen el pecado de vivir:


«porque el delito mayor
del hombre es haber nacido».
 


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Dominio público
33 págs. / 59 minutos / 464 visitas.

Publicado el 23 de enero de 2019 por Edu Robsy.

El Diario de Laura

Manel Martin's


Novela corta


Un todo terreno paró en la estación de servicio a la entrada de la cántabra población de San Rafael del Monte; un pueblecito rodeado por un pequeño y hermoso valle, a su vez rodeado por los montes y lindando con la provincia de Burgos. Un empleado salió del interior dirigiéndose al recién llegado.

—Buenos días ¿Cuánto le pongo?

—Con treinta euros será más que suficiente, posiblemente tarde en volver a usar el coche ¿puede decirme por donde puedo ir al ambulatorio?

—¿Es usted el nuevo doctor?

—Sí, así es, me llamo Carlos, Carlos del olmo.

—Le están esperando; don Zacarías ya hace un mes que se Jubiló y don Germán no se termina el trabajo. Mire usted, pase la iglesia y al llegar a la segunda bocacalle tuerza a la derecha y la primera a la izquierda es la paralela a la carretera.

—¿La carretera sigue por el centro del pueblo?

—No termina a la entrada y sigue la calle mayor, pero solemos llamarla la calle de la carretera.

Carlos subió al vehículo y se dirigió a la entrada del pueblo, a unos escasos cien metros de la estación de servicio. Siguió las explicaciones del empleado de la estación y no tardó mucho tiempo en ver un edificio con la fachada blanca; sobre la puerta junto a una cruz verde pintada en la pared había una placa donde se podía leer.


ASISTENCIA SANITARIA DE SAN RAFAEL DEL MONTE.


Carlos observó la pequeña plaza que había en la esquina a la derecha, solo cuatro árboles y dos bancos, pero lo suficiente para aparcar el coche a la sombra. Abandonó el vehículo en ella y se dirigió al ambulatorio. Entró y se encontró en la sala de espera, una señora de aparentemente unos cuarenta y cinco años estaba sentada tras una mesa con la bata blanca. Carlos miró las dos personas sentadas frente a ella.

—Por favor señora ¿solo le quedan estos dos pacientes?

—Sí ¿Qué desea?


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Licencia limitada
111 págs. / 3 horas, 15 minutos / 95 visitas.

Publicado el 8 de julio de 2022 por Manuel Martinez Sanchis.

El Falso Inca

Roberto Payró


Novela corta


I. Forasteros en el valle

Dos viajeros, un hombre y una mujer, indígenas a juzgar por su aspecto y traje, cruzaban al caer la tarde de un tibio día de mayo de 1656, el amplio valle de Catamarca: el sol iba a ponerse tras del Ambato, los viajeros parecían rendidos por una larga jornada, y cerca no se veía habitación alguna.

—Aquí podíamos quedarnos —dijo el hombre en castellano, señalando un alto paaj puca (quebracho colorado), que sobresalía en un bosquecillo de algarrobos, vinales y mistoles, entretejidos de enredaderas.

—Como te parezca —contestó la mujer, que tenía marcado acento quichua, así como andaluz su compañero.

Depositó bajo el árbol las alforjas de lana de colores que llevaba, y haciendo en seguida un montón de ramillas y hojarasca, batió el eslabón e hizo fuego, en la creciente obscuridad de la noche que caía. Bajó luego hacia el Río Grande, que corría a pocos pasos, llevando en la mano un ancho tazón de barro cocido, y volvió con él lleno de agua, preparándose a cocer el maíz que, con un poco de grasa, ají y sal como condimento, constituiría su frugal comida.

El hombre, silencioso y apático, se había tendido en la espesa yerba, con los brazos bajo la cabeza, masticando lentamente un acuyico de coca.

—A estas horas —murmuró por fin— ya está avisado todo el mundo, y todo el mundo ha recibido la noticia con regocijo...

—Algunos habrá que no creerán —replicó la mujer.

—¡Pero callarán, porque les conviene, porque es la realización de sus deseos, Carmen!... ¡Oh! ¡el plan está bien madurado, y es magnífico!... Sólo falta encontrar el medio de acercarnos al gobernador... Y si él se deja envolver...


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Dominio público
70 págs. / 2 horas, 4 minutos / 157 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Fantasma de Canterville

Oscar Wilde


Novela corta


I

Cuando míster Hiram B. Otis, el ministro de América, compró Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque la finca estaba embrujada.

Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo a míster Otis, cuando llegaron a discutir las condiciones.

—Nosotros mismos —dijo lord Canterville— nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, estando vistiéndose para cenar. Me creo en el deber de decirle, míster Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente, así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado del King's College, de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.

—Mi lord —respondió el ministro—, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores "prima donnas", estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa vendrán a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearle por los caminos como un fenómeno.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 3.695 visitas.

Publicado el 20 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Gran Pecado: la Marquesa de Tardiente

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


Parte 1

Capítulo 1. La afirmación

Los pueblos felices y las mujeres honradas
no tienen ni historia ni novela.

S. J. PALADAN.

Como sintiera aún los ojos de Roberto fijos en ella, con aquella actitud suplicante de víctima en el ara, actitud plena de mudo reproche y silenciosa queja, afirmó rotunda, agresiva:

—Yo soy una mujer honrada…

Nadie lo había puesto en duda, y así hubo un movimiento de expectación en espera de las explicaciones que de seguro seguirían a tal afirmación de fe. Pero Candelaria callaba y no parecía dispuesta a proseguir, desde el momento en que Roberto, un tanto azorado, habíase apoyado en la chimenea fingiendo estudiar con atención profunda una miniatura de Isabey.

Entonces Piedad Gante, duquesa de Gante y de Malferida, con la autoridad que le daban su posición social, su virtud intachable, su ciencia del mundo y, sobre todo, un cierto parentesco con la procaz, corrigió, mitad en broma, mitad en serio.

—Mujer, Candelaria, cualquiera que te oyese creería que las demás éramos unas perdidas.

Julito Calabrés, defendido contra sus treinta y tantos años en el parapetado de una juventud desbordada en malignidad, murmuró al oído de Amalia Ramos, que fumaba dando chupaditas al Setos Amber y creía lo más prudente abstenerse, segura de que «aquello» de la honradez no iba por ella.

—¡Chúpate ésa! ¡Vaya una lección que se ha llevado la pedantona de Candelaria!

La interesada, mientras, había abierto su pelliza de renard argentée y se abanicaba, disimulando mal su despecho.


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37 págs. / 1 hora, 4 minutos / 243 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Gran Simpático

Felipe Trigo


Novela Corta


I

Daban las diez, en una torre del pueblo, y Alfredo aligeró —camino de la estación. La noche clara, calmosa. La luna alta. Ladraban los perros de las eras. Jadeaba Alfredo Gil (pisando su menuda sombra) con la maleta pesadísima y el lío del gabán y los bastones. Además, llevaba la merienda y un encargo de chorizos.

Se iba para no volver, y... nadie le despedía.

¡No!... Oyó lejos, detrás, un conjunto de voces juveniles.

Deberían de ser los amigos. Quizá las primas, también, con vecinas de la calle —porque algunas voces eran atipladas.

Apretó el paso, apretó el paso... arrastrando por el polvo un cabo del cordel, mal atado a la maleta, y dándose con ésta en los talones. No quería que le mirasen transportando su equipaje, aunque hubiesen de verle después en tercera.

¡Oh, la maleta de los dramas!

Se burlarían de él, como aquí, en la corte... pero ¡allá iba!

Tropezó, cayó... y rodó todo por el polvo. Rodaron desempaquetados los chorizos.

El pobre sonrió. Menos mal que no se le desató la maleta. Restituyó los chorizos, según pudo, al medio Heraldo, y prosiguió la marcha con más prisa.

Con más ánimo.

Tropezar, creíalo él conveniente. Siempre los obstáculos habíanle sido ventajosos. ¡Le nacía tal ansia, tal fuerza tenaz para vencerlos y seguir del lado allá con nuevas gallardías!

«Cuando sea célebre —pensó—, este ridículo detalle de mi biografía parecerá gracioso».

Y tan resuelto a no dejarse alcanzar por los de atrás, como a no juntarse con otro grupo que divisó delante, torció, ya cerca de la estación, por el atajo. Entraría dándole el rodeo a la empalizada.

Era mejor. Así, descansando un poco, podría sacudirse las rodillas, situar bonitamente los trastos frente al muelle, donde solían caer la cabeza del tren y los terceras, y despedirse con más dignidad de sus paisanos.


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Dominio público
50 págs. / 1 hora, 28 minutos / 137 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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