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Reveladoras

Felipe Trigo


Novela corta


I

Gloria se peinaba al espejo, sostenido en la pared contra el tajo de la carne. Al otro extremo de la amplia galería, tirado en el canapé de mimbres, aguardaba Rodrigo a su hermana con los cromos, para pegarlos en las hojas nuevas del álbum que ya tenían orlas de platilla.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— Que venga mi hermana.

Continuó la doncella pasando el peine de metal por los puñados de su pelo rubio, sacudido y abierto en manojos ondulantes sobre los brazos desnudos. La sofocaba el resol, filtrado en aquel ángulo desde un metro de altura, por la inmensa lona que entoldaba el patio.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— ¿No has oído?

— Menos genio, ¿entiendes?... Me dijo que esta siesta no podría venir y me dió los cromos. Cógelos; aquí los tienes en el banco. — Pues tú los traes, ¡hala!

— ¡Uaaá! — hizo Gloria, volviéndose y enseñándole la lengua.

¿De dónde habría sacado la señora estos dos hijos tan bobos? Muchas noches se venían a la cocina a ver cómo pelaban patatas ella y la otra compañera, Vicenta; y si no estaba también la vieja ama Charo, les contaban ambas, por reírse, cuentos verdes... ¡por reírse al mirar la cara de tonto de Rodrigo, que no entendía, y la cara de Petra... ¡que ya los iba entendiendo de más y se disgustaba algunos ratos... «porque decían aquellas cosas delante del niño»!

¡Bah, qué niño... que cogía en el canapé más que un gastador!

Le estaba viendo Gloria en el espejo, sin dejar de peinarse.

Pero volvió él a llamarla con imperio y se levantó al fin, sin prisas, de más confiada en la bondad del muchachote, guapo como una niña e inocentón hasta lo increíble, a pesar de sus trece años.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 34 visitas.

Publicado el 3 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Luna Benamor

Vicente Blasco Ibáñez


Novela corta


I

Cerca de un mes llevaba Luis Aguirre de vivir en Gibraltar. Había llegado con el propósito de embarcarse inmediatamente en un buque de la carrera de Oceania, para ir a ocupar su puesto de cónsul en Australia. Era el primer viaje importante de su vida diplomática. Hasta entonces había prestado servicio en Madrid, en las oficinas del ministerio o en ciertos consulados del sur de Francia, elegantes poblaciones veraniegas donde transcurría la existencia en continua fiesta durante la mitad del año. Hijo de una familia dedicada a la diplomacia por tradición, contaba con buenos valedores. No tenía padres, pero le ayudaban los parientes y el prestigio de un apellido que durante un siglo venía figurando en los archivos del Ministerio de Estado. Cónsul a los veintinueve años, iba a embarcarse con las ilusiones de un colegial que sale a ver el mundo por vez primera, convencido de la insignificancia de los viajes que llevaba realizados hasta entonces.


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Dominio público
53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 104 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Los Tres Sorianitos

José Ortega Munilla


Novela corta


1. El padre acababa de ausentarse

En cierta aldehuela de tierra soriana, que no figura en los mapas, y creo que se denomina Pareduelas—Albas, ocurrió en la tarde del día 11 de enero de 18… un suceso que no conmovió ciertamente a Europa, ni dio trabajo a los informadores de la prensa. Sin embargo, él fue tan interesante, que sirve de tema al presente relato.

Vivía allí la familia de Dióscoro Cerdera, compuesta del padre, cuyo nombre queda anotado, y de tres hijos, que se llamaban Próspero, Generoso y Basilio: el mayor de 14 años y el menor de 9.

Dióscoro era labrador de un pedacito de tierra, en el que se criaban la planta del lino, cebada y trigo. Poseía un par de docenas de ovejas y, en lo alto de los riscos, un centenar de pinos, que él cuidaba, como los padres, y ya los derribaba a golpe de hacha, para venderlos, ya replantaba del piñón o del resalvo, según las épocas del año y las ocasiones. Y del escaso fruto de haber tan ruin, vivían Dióscoro y su prole.

Hubieran sido todos dichosos, sino se proyectara en el hogar la sombra de la muerta, de Aquilina, la esposa de Dióscoro, la madre de Próspero, Generoso y Basilio. Cuando la buena mujer resolvió partir en el viaje eterno, dejó la casa en la tristura. El dolor común del padre y de los muchachos llevaba trazas de acabar con todos ellos, porque Aquilina había llenado de tal suerte sus obligaciones de esposa y de madre cristiana, que donde quiera hallaban los tristes huella imborrable.

Si removían los lienzos curados que Aquilina tejió con sus propios dedos, y que dejó en el arca de haya, al traer y llevar de las sábanas, resurgía la figura de la matrona.

Si Próspero iba a la algora en busca de alguna herramienta de trabajo, parecíale al mocito que su madre le acompañaba.


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 7 minutos / 125 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Leyendas del Antiguo Oriente

Juan Valera


Novela corta


El recuerdo de la gran civilización greco-romana, ya gentílica, ya transfigurada más tarde por el Cristianismo, no dejó de columbrarse hasta en los siglos más tenebrosos de la Edad Media. Los pueblos de Europa siguieron avanzando a la luz de aquel recuerdo, y pronto volvieron al verdadero camino de la civilización, del cual no cabe duda que se habían apartado. Y no es esto negar la marcha constantemente progresiva del humano linaje. Un caminante se pierde por la noche en una intrincada y obscura selva: atraviesa espesos matorrales, breñas confusas y medrosos precipicios; tal vez rodea mucho; tal vez gasta más tiempo y se fatiga más de lo que debiera; pero vuelve al cabo a hallarse en el buen sendero, más adelante del punto en que se perdió, y más cerca del término a que aspira. No de otra suerte comprendemos el retroceso aparente de la civilización del mundo, en ciertos períodos históricos.


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Dominio público
110 págs. / 3 horas, 12 minutos / 253 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Las Larvas

Emilio Bobadilla


Novela corta


I

Venancio Gutiérrez era uno de los que más vociferaban en el Centro Literario. ¿Se estrenaba una comedia? Pues al día siguiente ya estaba poniendo como hoja de perejil al autor y al público, ¿Se publicaba un libro?

—¡Bah! ¡Literatura de pacotilla!—decía, sin leerle.

La tertulia se componía de varios tontos que, cuando no hablaban de sí mismos, que era lo corriente, discutían, ó sobre la inmortalidad del alma ó sobre casos teratológicos tan curiosos como el de una aldeana que dió á luz un chico con cara de perro. Claro, que también se hablaba de toros. De eso siempre. Todos tenían su articulejo ó su poema in mente, cuando no en el bolsillo, ó su proyecto de fundar un periódico,. verdaderamente literario, que era lo que hacía falta, donde poder escribir sin cortapisas ni atenuaciones. 

El principal oficio de aquellos poetas y prosistas, inéditos muchos, consistía, amén de garrapatear cosas que sólo ellos leían entre sí, en maldecir de todo. Mutuamente se alababan, sin perjuicio de llamarse los unos á los otros, por detrás, «besugos», «cóngrios», «atunes» y «percebes»; todo un léxico digno de una pescadería.

Por lo común, hablaban todos á un tiempo, de pie y manoteando mucho. La egolatría se manifestaba sin pudor en aquellas polémicas interminables sobre los asuntos más baldíos.


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Dominio público
32 págs. / 57 minutos / 67 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

La Palma Rota

Gabriel Miró


Novela corta


I

—¿Llora usted, maestro? —decía bromeando con dulzura don Luis, el viejo ingeniero, a Gráez, el viejo músico, pálido y descarnado por enfermedades y pesadumbres.

—¡Oh, no es para tanto! —repuso irónico un abogado muy pulido y miope, con lentes de oro de mucho resplandor.

—¡Yo no sé si lloraba... pero estas páginas resuenan en mi alma como una sinfonía de Beethoven!

Y luego el músico, pasando de la suavidad a la aspereza, volviose y dijo al de los espejuelos:

—¡Que no es para tanto! ¡Qué saben ustedes los que viven y sienten con falsilla!

Y Gráez acomodose en su butaca para seguir leyendo. Tenía en sus manos un libro de blancas cubiertas: Las sierras y las almas; y encima estaba con trazos de carmín el nombre de su autor: Aurelio Guzmán.

¡Nos lo va a proclamar genio; y eso le falta a Guzmán!

¿Tan orgullosa es esa criatura? —preguntó Luisa, que atendía silenciosa enfrente de Gráez.

—Ustedes le conocen mucho. Ha sido compañero de su hermano.

—Apenas nos vemos. ¿Cuánto tiempo hace que no entra en esta casa, Luisa? —preguntó el padre.

—¡Oh, no recuerdo!

—Ni a ninguna —añadió el de los lentes.

—¿No son las águilas amigas de la soledad?

El abogado sonrió levemente como significando: ¡nos resignaremos a que Guzmán sea águila y todo lo que le plazca a este señor!

—¡Bendito sea el que resucita lo bello a la ancianidad y le mueve a amar el mismo dolor! —murmuró Gráez, y dejó salir gozosamente su mirada a los campos.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 24 minutos / 99 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.

La Media Noche

Ramón María del Valle-Inclán


Novela corta


Breve noticia

Era mi propósito condensar en un libro los varios y diversos lances de un día de guerra en Francia. Acontece que, al escribir de la guerra, el narrador que antes fué testigo, da a los sucesos un enlace cronológico puramente accidental, nacido de la humana y geométrica limitación que nos veda ser a la vez en varias partes. Y como quiera que para recorrer este enorme frente de batalla, que desde los montes alsacianos baja a la costa del mar, son muchas las jornadas, el narrador ajusta la guerra y sus accidentes a la medida de su caminar: Las batallas comienzan cuando sus ojos llegan a mirarlas: El terrible rumor de la guerra se apaga cuando se aleja de los parajes trágicos, y vuelve cuando se acerca a ellos. Todos los relatos están limitados por la posición geométrica del narrador. Pero aquel que pudiese ser a la vez en diversos lugares, como los teósofos dicen de algunos fakires, y las gentes novelescas de Cagliostro, que, desterrado de París, salió a la misma hora por todas las puertas de la ciudad, de cierto tendría de la guerra una visión, una emoción y una concepción en todo distinta de la que puede tener el mísero testigo, sujeto a las leyes geométricas de la materia corporal y mortal. Entre uno y otro modo habría la misma diferencia que media entre la visión del soldado que se bate sumido en la trinchera, y la del general que sigue los accidentes de la batalla encorvado sobre el plano. Esta intuición taumatúrgica de los parajes y los sucesos, esta comprensión que parece fuera del espacio y del tiempo, no es sin embargo ajena a la literatura, y aun puede asegurarse que es la engendradora de los viejos poemas primitivos, vasos religiosos donde dispersas voces y dispersos relatos se han juntado, al cabo de los siglos, en un relato máximo, cifra de todos, en una visión suprema, casi infinita, de infinitos ojos que cierran el círculo.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 332 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Justicia del Mar

Carmen de Burgos


Novela corta


«El mar es la conciencia del pescador y tiene que mostrarse honrado delante de él.»
ESQUILO.

I

El más joven de los mares, el incoloro golfo del Zuiderzee, se extendía tranquilo, en una tranquilidad felina, satisfecho del zarpazo, artero y travieso, con que se había apoderado de aquel vasto campo verde que servía ahora de lecho á sus aguas. En la tarde tranquila, sin rumores, sin brisa que cabrillease en vellones de oro nevado la superficie, se destacaba del cristal lechoso de las aguas el contorno de las islas arraigadas en su seno, semejantes á gigantescas plantas de nenúfar que se abren al sol, para alcanzar el misterio del amor y la fecundación, y se vuelven á hundir en el silencio del sudario cristalino.

El cielo, blanco, hacía blanco al mar, espejo continuo de su dulzura y sus borrascas, sometido ahora á plácida quietud. Lamía apenas, con imperceptible chapoteo, los acantilados abruptos del norte de la costa y las pobres defensas de piedra musgosa con que los habitantes de Monikembarken pretendían defender el suelo de la isla de las invasiones furiosas de aquellas olas traicioneras que de vez en cuando asolaban su escasa vegetación y ahogaban á los ganados.

Monikembarken es quizá la isla más muerta de todas las muertas islas del Zuiderzee; quedó aislada del continente, cuando el mar, en su constante lucha con el genio holandés, le robó aquel territorio. Unas cuantas familias refugiadas en el altozano que forma hoy la isla, habían fundado en ella un pueblo de pescadores que crecía y la poblaba, mientras las islas cercanas, alguna tan importante como Enkhuizen, se iban despoblando y arruinándose, porque sus hijos, rompiendo la tradición de esperar que se retirasen las aguas para volver á pisar el continente, escapaban en busca de otra vida más fácil y emigraban á los países del sol.


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Dominio público
40 págs. / 1 hora, 10 minutos / 121 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Felicidad Doméstica

Antonio de Trueba


Novela corta


I

Permítaseme empezar este cuento con algunos detalles topográficos, y en el hecho de pedir que se me permitan estos detalles, confieso que no están del todo en su lugar.

Donde los cuentos dan á su autor mucha gloria y mucho dinero, la crítica debo tener la manga muy estrecha; pero en España, donde poco ó nada de eso dan, la crítica debo tener la manga tan ancha, tan ancha, que puedan pasar por ella los extravíos que para nuestro particular solaz nos permitimos, los cuentistas.

—Cuentista—me dice el público,—ven acá y cuéntame un cuento.

—¡Allá voy, señor mío!—le contesto.

Pero cato usted que apenas empiezo el cuento veo pasar á una personita que me gusta, y por ir á charlar con ella un rato dejo al público con un palmo de narices.

—¡Cómo se entiende!—me grita indignado el público—Me falta usted al respeto, olvidando que las leyes del arte niegan la autonomía á los cuentistas.

—Vamos á cuentas, señor público. Cuando va usted á un teatro de aficionados, ¿silba usted á los actores?

—No, señor.

—¿Y por qué?

—Porque son aficionados.

—¿Y por qué razón son aficionados?

—Porque no ganan dinero.

—Pues mire usted, por esa razón somos también aficionados los cuentistas españoles; y porque somos aficionados no se nos debe silbar, aunque nos tomemos libertades como las que yo me tomo.

El Oriento es la región de la luz y el Ocaso la de la sombra. Vámonos hacia el Oriente, saliendo por la puerta de Alcalá.

Siguiendo la carretera de Aragón, caminamos por espacio de un cuarto de hora dominando con la vista las llanuras que cercan á la capital.

Descendemos á un vallecito donde hay un puente sobre un arroyo nominal y emprendemos la subida de una cuesta, agradable por lo corta y desagradable por lo pendiente.


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Dominio público
81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 55 visitas.

Publicado el 23 de diciembre de 2021 por Edu Robsy.

La Estocada de la Tarde

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


I

El banquero abatió con nueve. María Montaraz se impacientó. ¡Qué animal! ¡La suerte que tenía el tío aquel! Su mano menuda y ágil, libre de la prisión del guante, buceó en el bolsillo de áureas mallas que descansaba sobre su falda. Uno, dos, tres, cinco... ¡Aquí paz, y después, gloria! De las trescientas pesetas que había llevado le quedaban en total cinco duros. ¡Qué nochecita! No acertaba ni una. Además, se le había metido en la cabeza que aquella francesona, con tipo de carabinero, que se le sentó al lado, le traía pato; y para colmo, su otro vecino, un vejete pulcro y atildado que lucía sobre la albura de la pechera impecable una perla tamaña como un garbanzo, no cesaba de darle rodillazos insinuantes, y tenía ya media pierna deshecha.

Vaya, ¡la última jugada! Puso dos duros sobre la mesa y cogió las cartas prestamente antes de que la franchuta, que ya echaba la garra, las trincase.

—¡Ocho!

El banquero volvió a abatir con nueve.

La Montaraz se puso en pie. En un momento en que nadie le veía sacó la lengua al banquero, echó una mirada anonadante a su adorador, y, alejándose de la mesa, dio algunos pasos a la ventura para tornar a detenerse perpleja. Miró en derredor. ¡Nadie! ¿Dónde se habría metido Julito? ¿Y la necia de la Barbanzón?


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Dominio público
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 157 visitas.

Publicado el 27 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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