Textos más vistos etiquetados como Novela corta disponibles | pág. 5

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Liliana

Henryk Sienkiewicz


Novela corta


Cuando me hallaba en California, fuí una vez con mi gran amigo el capitán R... a visitar a nuestro compatriota G..., que vivía a la sazón en los solitarios montes de Santa Lucía. Como no le encontrásemos en casa, permanecimos cinco días en un agreste desfiladero de montañas, en compañía de un viejo sirviente indio, que en ausencia del dueño quedábase al cuidado de las abejas y de las cabras de Angora. Yo, siguiendo la costumbre del país, me pasaba la mayor parte del día durmiendo, y por la noche, sentado ante la hoguera, alimentada con zarzas y espinos, oía narrar al capitán sus andanzas y aventuras; andanzas y aventuras realmente extraordinarias, como sólo es posible vivirlas en los desiertos americanos.

Aquellas horas se nos esfumaban como por ensalmo. Las noches eran noches verdaderamente californianas: silenciosas, cálidas, estrelladas. Al resplandor de la hoguera, que de vez en cuando chisporroteaba, divisábase la enorme —pero bella y noble— silueta del veterano gastador, que, alzando la mirada hacia la bóveda celeste, iba evocando en su memoria los pasados acontecimientos y nombres y semblantes queridos, cuyo recuerdo cubría su frente de suave melancolía. Una de aquellas narraciones es la que voy a relatar ahora, tal como la oí de labios del capitán, esperando que ha de cautivar la atención del lector como cautivó en aquel tiempo la mía.


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Dominio público
78 págs. / 2 horas, 17 minutos / 7 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

El Grillo del Hogar

Charles Dickens


Novela corta


Primer grito

I

Empezó el puchero. No necesito que me contéis lo que la señora Peerybingle dijera; yo me entiendo. Dejad que la señora Peerybingle se pase hasta la consumación de los siglos asegurando la imposibilidad de decidir cuál empezó: yo digo que fue el puchero. Tengo motivos para saberlo. El puchero empezó cinco minutos antes que el grillo, según el relojito holandés de cuadrante barnizado situado en el rincón.

¡Como si el reloj no hubiese cesado de tocar! ¡Como si el segadorcido de movimientos convulsivos y bruscos que lo remata, paseando la hoz de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha ante la fachada de su palacio morisco, no hubiese segado medio acre de césped imaginario antes que el grillo hubiese hecho notar su presencia!

A decir verdad, no fui nunca terco, como todo el mundo sabe. Por nada del mundo opondría mi opinión personal a la opinión de la señora Peerybingle, si no estuviese perfectamente seguro de lo ocurrido. «Nada me induciría a semejante cosa. Pero se trata de una cuestión de hecho, y el hecho es que el puchero empezó por lo menos cinco minutos antes que el grillo hubiese dado señal de vida. Si insistís, apostaré que transcurrieron diez minutos.

Dejarme contar el caso tal como ocurrió. Es lo que hubiera hecho desde la primera frase a no considerar que si cuento una historia debo empezar por el principio, y ¿cómo queréis que empiece por el principio si no empiezo por la vasija?

Parecía que la vasija y el grillo luchaban. Una lucha musical, exclusivamente musical. Vais a saber su origen y sus consecuencias.


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Dominio público
107 págs. / 3 horas, 7 minutos / 515 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Retrato del Sr. W.H.

Oscar Wilde


Novela corta


Capítulo I

Había estado yo cenando con Erskine en su pequeña y bonita casa de Birdcage Walk, y estábamos sentados en la biblioteca saboreando nuestro café y nuestros cigarrillos, cuando salió a relucir casualmente en la conversación la cuestión de las falsificaciones literarias. No recuerdo ahora cómo fuimos a dar con ese tema tan curioso, cómo surgió en aquel entonces, pero sé que tuvimos una larga discusión sobre MacPherson, Ireland y Chatterton, y que respecto al último yo insistía en que las supuestas falsificaciones eran meramente el resultado de un deseo artístico de una representación perfecta; que no teníamos ningún derecho a querellarnos con ningún artista por las condiciones bajo las cuales elige presentar su obra y que siendo el arte hasta cierto punto un modo de actuación, un intento de poder realizar la propia personalidad en un plano imaginario, fuera del alcance de los accidentes y limitaciones de la vida real con todas sus trabas, censurar a un artista por una falsificación era confundir un problema ético con uno estético. Erskine, que era mucho mayor que yo, y había estado escuchándome con la deferencia divertida de un hombre de cuarenta años, me puso de pronto la mano en el hombro y me dijo:

—¿Qué dirías de un joven que tuviera una teoría extraña sobre cierta obra de arte, que creyera en su teoría y cometiera una falsificación a fin de demostrarla?

—¡Ah!, eso es un asunto completamente diferente —contesté.

Erskine permaneció en silencio unos instantes, mirando las tenues volutas grises de humo que ascendían de su cigarrillo.

—Sí —dijo, después de una pausa—, completamente diferente.

Había algo en su tono de voz, un ligero toque de amargura quizá, que excitó mi curiosidad.

—¿Has conocido alguna vez a alguien que hubiera hecho eso? —le pregunté.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 551 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

La Casa Maldita

Santiago Ramón y Cajal


Novela corta


I

Lee esta carta —dijo Inés, radiante de júbilo, a su padre— que acabo de recibir de Julián, mi primo de América. ¡Qué alegría! Le tendremos entre nosotros antes de un mes, y viene rico en bienes y experiencia, como tú lo deseabas.

El progenitor de Inés, conmovido por el gozo de su hija, cogió la carta, se caló las antiparras y leyó:


Mi inolvidable prima: Según te anuncié, mis negocios marchan viento en popa. Tanto, que creo haber entrado ya en la envidiable grey de los burgueses, y, como no soy ambicioso, he decidido repatriarme.

En las postrimerías de junio llegaré a Nueva York, por el ferrocarril de San Francisco; aseguida me embarcaré en el vapor Bourgogne; tocaré en El Havre sobre el 9 o 10 de julio, y después de pasar algunos días en París tendré el supremo deleite de volverte a ver. Si, como presumo, continúas fiel a tus sentimientos de antaño, pondré a tus pies el fruto de mis ahorros, unos miserables doscientos mil duros. Acéptalos con mi mano, pues tuyos son; porque solo tu recuerdo ha podido infundirme la salud y la actividad necesarias para ganarlos y la sobriedad y virtud requeridas para economizarlos.

Desea ardientemente hallarse a tu lado y abrazar a sus tíos tu primo,

Juliári.


Esta carta del novio de Inés satisfizo plenamente a don Tomás, mayorazgo de regular patrimonio, con solar blasonado en Rivalta y fama de linajudo y honrado en toda la comarca.


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Dominio público
52 págs. / 1 hora, 31 minutos / 251 visitas.

Publicado el 5 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Sombra

Benito Pérez Galdós


Novela corta


Capítulo I. El doctor Anselmo

I

Conviene principiar por el principio, es decir, por informar al lector de quién es este D. Anselmo; por contarle su vida, sus costumbres, y hablar de su carácter y figura, sin omitir la opinión de loco rematado de que gozaba entre todos los que le conocían. Esta era general, unánime, profundamente arraigada, sin que bastaran a desmentirla los frecuentes rasgos de genio de aquel hombre incomparable, sus momentos de buen sentido y elocuencia, la afable cortesía con que se prestaba a relatar los más curiosos hechos de su vida, haciendo en sus narraciones uso discreto de su prodigiosa facultad imaginativa. Contaban de él que hacía grandes simplezas, que era su vida una serie de extravagancias sin cuento, y que se atareaba en raras e incomprensibles ocupaciones no intentadas de otro alguno, en fin, que era un ente a quien jamás se vio hacer cosa alguna a derechas, ni conforme a lo que todos hacemos en nuestra ordinaria vida.

Pocos lo trataban; apenas había un escaso número de personas que se llamaran sus amigos; desdeñábanle los más, y todos los que no conocían algún antecedente de su vida, ni sabían ver lo que de singular y extraordinario había en aquel espíritu, le miraban con desdén y hasta con repugnancia. Si había en esto justicia, no es cosa fácil de decir, así como no es empresa llana hacer una exacta calificación de aquel hombre, poniéndole entre los más grandes, o señalándole un lugar junto a los mayores mentecatos nacidos de madre. Él mismo nos revelará en el curso de esta narración una porción de cosas, que serán otros tantos datos útiles para juzgarle como merezca.


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Dominio público
85 págs. / 2 horas, 29 minutos / 918 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Las Dos Doncellas

Miguel de Cervantes Saavedra


Novela corta


Cinco leguas de la ciudad de Sevilla, está un lugar que se llama Castiblanco; y, en uno de muchos mesones que tiene, a la hora que anochecía, entró un caminante sobre un hermoso cuartago, estranjero. No traía criado alguno, y, sin esperar que le tuviesen el estribo, se arrojó de la silla con gran ligereza.

Acudió luego el huésped, que era hombre diligente y de recado; mas no fue tan presto que no estuviese ya el caminante sentado en un poyo que en el portal había, desabrochándose muy apriesa los botones del pecho, y luego dejó caer los brazos a una y a otra parte, dando manifiesto indicio de desmayarse. La huéspeda, que era caritativa, se llegó a él, y, rociándole con agua el rostro, le hizo volver en su acuerdo, y él, dando muestras que le había pesado de que así le hubiesen visto, se volvió a abrochar, pidiendo que le diesen luego un aposento donde se recogiese, y que, si fuese posible, fuese solo.

Díjole la huéspeda que no había más de uno en toda la casa, y que tenía dos camas, y que era forzoso, si algún huésped acudiese, acomodarle en la una. A lo cual respondió el caminante que él pagaría los dos lechos, viniese o no huésped alguno; y, sacando un escudo de oro, se le dio a la huéspeda, con condición que a nadie diese el lecho vacío.

No se descontentó la huéspeda de la paga; antes, se ofreció de hacer lo que le pedía, aunque el mismo deán de Sevilla llegase aquella noche a su casa. Preguntóle si quería cenar, y respondió que no; mas que sólo quería que se tuviese gran cuidado con su cuartago. Pidió la llave del aposento, y, llevando consigo unas bolsas grandes de cuero, se entró en él y cerró tras sí la puerta con llave, y aun, a lo que después pareció, arrimó a ella dos sillas.


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46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 432 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Las Hortensias

Felisberto Hernández


Novela corta


A María Luisa

I

Al lado de un jardín había una fábrica y los ruidos de las máquinas se metían entre las plantas y los árboles. Y al fondo del jardín se veía una casa de pátina oscura. El dueño de la “casa negra” era un hombre alto.

Al oscurecer sus pasos lentos venían de la calle; y cuando entraba al jardín y a pesar del ruido de las máquinas, parecía que los pasos masticaran el balasto. Una noche de otoño, al abrir la puerta y entornar los ojos para evitar la luz fuerte del hall, vio a su mujer detenida en medio de la escalinata; y al mirar los escalones desparramándose hasta la mitad del patio, le pareció que su mujer tenía puesto un gran vestido de mármol y que la mano que tomaba la baranda, recogía el vestido. Ella se dio cuenta de que él venía cansado, de que subiría al dormitorio, y esperó con una sonrisa que su marido llegara hasta ella.

Después que se besaron, ella dijo:

—Hoy los muchachos terminaron las escenas...

—Ya sé, pero no me digas nada.

Ella lo acompañó hasta la puerta del dormitorio, le acarició la nariz con un dedo y lo dejó solo. Él trataría de dormir un poco antes de la cena; su cuarto oscuro separaría las preocupaciones del día de los placeres que esperaba de la noche. Oyó con simpatía, como en la infancia, el ruido atenuado de las máquinas y se durmió. En el sueño vio una luz que salía de la pantalla y daba sobre una mesa. Alrededor de la mesa había hombres de pie. Uno de ellos estaba vestido de frac y decía:


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Dominio público
60 págs. / 1 hora, 46 minutos / 4 visitas.

Publicado el 17 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

Leyendas del Antiguo Oriente

Juan Valera


Novela corta


El recuerdo de la gran civilización greco-romana, ya gentílica, ya transfigurada más tarde por el Cristianismo, no dejó de columbrarse hasta en los siglos más tenebrosos de la Edad Media. Los pueblos de Europa siguieron avanzando a la luz de aquel recuerdo, y pronto volvieron al verdadero camino de la civilización, del cual no cabe duda que se habían apartado. Y no es esto negar la marcha constantemente progresiva del humano linaje. Un caminante se pierde por la noche en una intrincada y obscura selva: atraviesa espesos matorrales, breñas confusas y medrosos precipicios; tal vez rodea mucho; tal vez gasta más tiempo y se fatiga más de lo que debiera; pero vuelve al cabo a hallarse en el buen sendero, más adelante del punto en que se perdió, y más cerca del término a que aspira. No de otra suerte comprendemos el retroceso aparente de la civilización del mundo, en ciertos períodos históricos.


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Dominio público
110 págs. / 3 horas, 12 minutos / 261 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Micromegas

Voltaire


Novela corta


I. Viaje de un morador del mundo de la estrella Sirio al planeta de Saturno

Habia en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamada Sirio, un mozo de mucho talento, á quien tuve la honra de conocer en el postrer viaje que hizo á nuestro mezquino hormiguero. Era su nombre Micromegas, nombre que cae perfectamente á todo grande, y tenia ocho leguas de alto; quiero decir veinte y quatro mil pasos geométricos de cinco piés de rey.

Algún algebrista, casta de gente muy útil al público, tomará á este paso de mi historia la pluma, y calculará que teniendo el Señor Don Micromegas, morador del pais de Sirio, desde la planta de los piés al colodrillo veinte y quatro mil pasos, que hacen ciento y veinte mil piés de rey, y nosotros ciudadanos de la tierra no pasando por lo común de cinco piés, y teniendo nuestro globo nueve mil leguas de circunferencia, es absolutamente indispensable que el planeta dónde nació nuestro héroe tenga cabalmente veinte y un millones y seiscientas mil veces mas circunferencia que nuestra tierra. Pues no hay cosa mas comun ni mas natural; y los estados de ciertos principillos de Alemania ó de Italia, que pueden andarse en media hora, comparados con la Turquía, la Rusia, ó la América española, son una imágen, todavía muy distante de la realidad, de las diferencias que ha establecido la naturaleza entre los seres.


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Dominio público
19 págs. / 34 minutos / 457 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

A Prueba

Felipe Trigo


Novela corta


I

Luis Augusto, sin chaleco aún, contemplaba en la baranda de la cama sus ciento seis corbatas. Dudaba cuál ponerse. Al fin, como en todos sus problemas graves, cerró los ojos, tendió la mano... y vio que había cogido una salmón y gris, a bandas transversales.

¡Bravo! Esto abreviaba —por más que hoy no caracterizasen las prisas su existencia.

Fiel al sistema, fue al armario y volvió a cerrar los ojos para tomar cualquiera de sus treinta (no; treinta y tres, con los tres de Alejandría) alfileres de corbata.

Se lo puso y le acudió a la mente un pensamiento filosófico:

«La abundancia es un castigo».

Cierto.

En corbatas, en zapatos y alfileres, en...

Una noche, en una fiesta madrileña, porque él pudo escoger, habló con diez cocotas, cenó con tres y se quedó con Sarah —¡casi horrible!— Es lo que sucede cuando alguien se ve agobiado de abundancia.

La espantosa indecisión repetíasele a cada instante.

Corriendo en automóvil había pensado algunas veces arrojar al camino sus maletas, y proveerse de un traje único, imitación-perro, o al estilo de los perros. ¡Ah, qué maravilla sus Kaiser, Sultán Stella y Machaquito! ¡Pfsui, aquí!... y voilá despiertos y vestidos a los canes, y siempre prontos a marchar.

Es decir, que Luis Augusto, sportsman por vocación, llegaba a la propia o parecida consecuencia, en cuestión de indumentaria, que los sabios alemanes profesores, vistos por él con el mismo levitón y el mismo panamá por las calles de Berlín y los lagos de Suiza y las pirámides de Egipto. Lógrase, pues, de igual manera, la ciencia de las ciencias, corriendo en Derecho Natural o en automóvil.


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Dominio público
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 300 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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