Textos mejor valorados etiquetados como Novela corta disponibles | pág. 3

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Escalas

César Vallejo


Novela corta


Parte 1. Cuneiformes

Muro noroeste

Penumbra.

El único compañero de prisión que me queda ya ahora, se sienta a yantar, ante el hueco de la ventana lateral de nuestro calabozo, donde, lo mismo que en la ventanilla enrejada que hay en la mitad superior de la puerta de entrada, se refugia y florece la angustia anaranjada de la tarde.

Me vuelvo hacia él:

—¿Ya?

—Ya. Está usted servido —me responde sonriente.

Al mirarle el perfil de toro destacado sobre la plegada hoja lacre de la ventana abierta, tropieza la mirada con una araña casi aérea, como trabajada en humazo, que emerge en absoluta inmovilidad en la madera, a medio metro de altura del testuz del hombre. El poniente lanza un largo destello bayo sobre la tranquila tejedora, como enfocándola. Ella ha tenido, sin duda, el tibio aliento solar; estira alguna de sus extremidades con dormida perezosa lentitud y, luego, rompe a caminar a intermitentes pasos hacia abajo, hasta detenerse al nivel de la barba del individuo, de modo tal, que, mientras éste mastica, parece que se traga a la bestezuela.

Por fin termina el yantar, y al propio tiempo, el animal flanquea corriendo hacia los goznes del mismo brazo de puerta, en el preciso momento en que ésta es entornada de golpe por el preso. Algo ha ocurrido. Me acerco, vuelvo a abrir la puerta, examino en todo el largo de las bisagras y doyme con el cuerpo de la pobre vagabunda, trizado y convertido en dispersos filamentos.

—Ha matado usted una araña —le digo con aparente entusiasmo al hechor.

—¿Sí? —me pregunta con indiferencia—. Está muy bien; hay aquí un jardín zoológico terrible.

Y se pone a pasear, como si nada a lo largo de la celda, extrayéndose de entre los dientes, residuos de comida que escupe en abundancia.

¡La justicia! Vuelve esta idea a mi mente.


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Dominio público
59 págs. / 1 hora, 43 minutos / 728 visitas.

Publicado el 21 de junio de 2018 por Edu Robsy.

La Mujer Fría

Carmen de Burgos


Novela corta


I

La entrada de Blanca en su palco del teatro de la Princesa, produjo la expectación que causaba siempre. La atención del público se apartó de la obra para mirarla a ella. De los palcos y las butacas se le dirigían todos los gemelos, y hasta las gentes que no la conocían, las que ocupaban las modestas localidades altas, seguían el movimiento general deslumbrados por aquella belleza.

Alta y esbelta, sus curvas, su silueta toda y su carne eran la de una estatua. Despojándose de su capa blanca como espuma de mar, su escote, su rostro y sus brazos tenían esa tonalidad blanco-azulina que, merced a la luz azul, toman las carnes de las bailarinas rusas cuando forman grupos estatuarios. Era un rostro y un cuerpo de estatua. No había en ella color, sino línea, y ésta tan perfecta, que bastaba para seducir. Sus cabellos, de un rubio de lino, casi ceniza, contribuían a esa expresión. Las cejas y las pestañas se hacían notar por la sombra más que por el color, y los labios, pálidos también, se acusaban por el corte puro y gracioso de la boca. Hasta los ojos, grandísimos, brillantes, de un verde límpido y fuerte, lucían como dos magníficas esmeraldas incrustadas en el mármol.

Un traje rojo-naranja, de una tonalidad entre marrón y amarillo, se ceñía a su cuerpo como una llama, y sin embargo, en la retina de todos quedaba la sensación de frío que producían su carne, sus cabellos, sus ojos, y las piedras frías de las esmeraldas que adornaban su garganta con un soberbio collar a «lo disen».

Un caballero la saludaba desde una platea, y ella devolvió el saludo con un ademán gracioso, algo de movimiento de gozne, y con una sutil sonrisa muy femenina que dejó brillar sus dientes alabastrinos con una línea de luz.

—Marcelo la conoce —dijo, volviéndose hacia sus compañeros, un señor de rostro fresco y cabeza calva—. La ha saludado desde el palco de su cuñada.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 604 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Hacia el Reino de los Sciris

César Vallejo


Novela corta


1. El otro imperialismo

Este rumor lo producía el ejército del príncipe heredero, al entrar a la ciudad, de regreso de su expedición conquistadora a Quito. De las terrazas de Sajsahuamán se veía el desfile de las huestes, a su entrada a la Intipampa, por el ancho camino de la sierra.

A la cabeza venía Huayna Cápac, cuya figura aún adolescente–pues era su primera campaña militar–, aparecía curtida por las intemperies, los calores y fríos del norte. El ejército, mermado por el hielo en el heroico sitio de los chachapoyas, cruzaba las primeras rúas del Cusco, a paso lento, que marcaban los tambores de guerra. Las armas del imperio venían precedidas, aun tiro de honda, por los expertos rumanchas. Flameaba luego el Iris, recamado sobre un pendón de lana y plumas, dardeado por los rayos solares y rematado en un suntupáucar, consistente en una irón de oro. Iban angulosos héroes, triangulados de arrugas,sujeta al hombro la compacta masa de queschuar, mellada y ojosa por los golpes contrarios; honderos enflaquecidos y mustios;consumidos y curvos flecheros de anascas raídas, embrazado el tercio de flechas de metálica punta emponzoñada, el arco de bejuco en descanso al omoplato; lanceros de brazos enormes y colgantes, las celadas de guayacán deshechas en colgajos; hacheros desprovistos de la cuña, cojeando dolorosamente... Al medio iba el apusquepay, un viejo de enorme mentón y ojos serenos, con su turbante amarillo, ceñido por un ruinoso burelete de plumas.

El ejército entraba a la ciudad, decaído, inválido. Solamente algunos generales, oficiales de la nobleza o veteranos, sonreían al pasar por las calles. Mas, en general, los expedicionarios y hasta el propio príncipe heredero, venían poseídos de honda pesadumbre.


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Dominio público
31 págs. / 55 minutos / 766 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Novelas y Cuentos

Serafín Estébanez Calderón


Novela corta, cuento


A DON LUIS USOZ Y RIO

Cosa difícil por cierto será, querido amigo mío, el que esos desairados rasgos de mi pluma y esas fantasías de mi imaginación abatida logren de la severidad y corrección de tu gusto y de tus conocimientos en los primores y galas de nuestro feliz idioma la indulgencia de que tanto necesitan los frutos de mi estéril ingenio. Cosa será, por cierto, difícil; pues en época como la presente, en que por todas partes y en todas las lenguas de Europa se ven brotar obras de imaginación, hijas de ingenios esclarecidos, que se afanan por coger una hoja de laurel en senda tan áspera, a puro ser batida y trillada; es preciso achacar antes a lance de buena fortuna, que no a deliberado fruto del talento y del estudio, el crear, el escribir por tal estilo, que merezca los honores de la lectura. Mas no todo lo que se escribe se escribió con el estudiado objeto de mantener la atención pública, con la pretensión de crear en los otros nuevas sensaciones, con el prurito de hacerse notable, de hacerse mirar, como ventana de donde sale disparado cohete volador. No, amigo mío: se escribe por fiebre, por enfermedad; se escribe también por consuelo, por desahogo, por verdadero remedio. ¿Quién podrá explicar a cuál de los dos instintos deban referirse esas inspiraciones que vas a leer? ¿Ni quién puede jamás, en medio de las borrascas de la vida, explicarse, comprenderse a sí mismo, darse cuenta de los resortes que han movido a su mente, ni de las ideas que han presidido a sus inspiraciones? Nadie, amigo mío.


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137 págs. / 3 horas, 59 minutos / 196 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Pasado Amor

Horacio Quiroga


Novela corta


I

Lo que menos esperaban Aureliana y sus hijas, en aquel mediodía de mayo, era ver detenerse ante el portón al break que llegaba del puerto, y descender de él a su patrón Morán. Las chicas corrieron de un lado para otro, gritando todas la misma cosa a su madre, que a su vez se hallaba bastante aturdida; de modo que cuando acudían todas presurosas al molinete, ya Morán lo había transpuesto y se dirigía a ellas con aquella clara y franca sonrisa que constituía su atractivo mayor.

— El patrón... ¡qué bueno! —exclamaba Aureliana por único, tímido y cariñosísimo comentario.

— Pensé escribirle —dijo Morán— avisándole que llegaría de un momento a otro, pero ni aun a último momento estaba seguro de que vendría... ¿Y por aquí, Aureliana? ¿Sin novedad?

— Ninguna, señor. Las hormigas, solamente...

— Ya hablaremos de eso más tarde. Ahora aprónteme el baño. Nada más.

— ¿Pero no va a comer, señor? No tenemos nada; pero Ester puede ir de una corrida al boliche...

— No, gracias. Café solamente, en todo caso.

— Es que no tenemos café.

— Mate, entonces. No se preocupe Aureliana.

Y con un breve silbido a una de las chicas, silbido cuya brusquedad atemperaba la amistad de los ojos, Morán indicó su valija de mano que había quedado sobre el molinete, y esperó a que Aureliana volviera con las llaves del chalet.

Hacía dos años que faltaba de allí. Desde la curva ascendente del camino, su casita de piedras quemadas, su taller y el mismo rojo vivo de la arena, habíanle impresionado mal. De espaldas a la puerta descascarada por dos años de sol, la impresión se afirmaba hasta oprimirle casi de soledad, bajo el gran cielo crudo y silencioso que lo circundaba. Un mediodía de Misiones vierte demasiada luz sobre el paisaje para que éste pueda adquirir un color definido.

Aureliana y las llaves llegaban por fin.


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Dominio público
71 págs. / 2 horas, 5 minutos / 1.144 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Historia de un Amor Turbio

Horacio Quiroga


Novela corta


I

Una mañana de abril, Luis Rohán se detuvo en Florida y Bartolomé Mitre. La noche anterior había vuelto a Buenos Aires, después de año y medio de ausencia. Sentía así mayor el disgusto del aire maloliente, de la escoba matinal sacudiendo en las narices, del vaho pesadísimo de los sótanos de confitería. El bello día hacíale echar de menos su vida de allá. La mañana era admirable, con una de esas temperaturas de otoño que, sobrado frescas para una larga estación a la sombra, piden el sol durante dos cuadras nada más. La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, evocábale la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos.

De pronto sintióse cogido del brazo.

—¡Hola, Rohán! ¿De dónde diablos sale? Hace más de ocho años que no lo veo… Ocho, no; cuatro o cinco, qué sé yo… ¿De dónde sale?

Quien le detenía era un muchacho de antes, asombrosamente gordo y de frente estrechísima, al cual lo ligaba tanta amistad como la que tuviera con el cartero; pero siendo el muchacho de carácter alegre, creíase obligado a apretarle el brazo, lleno de afectuosa sorpresa.

—Del campo —repuso Rohán—. Hace cinco años que estoy allá…

—¿En la Pampa, no? No sé quién me dijo…

—No, en San Luis… ¿Y usted?

—Bien. Es decir, regular… Cada vez más flaco —agregó riéndose, como se ríe un gordo que sabe bien que habla en broma de la flacura—. Pero usted, —prosiguió— cuénteme: ¿qué hace allá? ¿Una estancia, no? No sé quién me dijo… ¡También! ¡Sólo a usted se le ocurre irse a vivir al campo! Usted fue siempre raro, es cierto… ¿A qué usted mismo trabaja?

—A veces.

—¿Y sabe arar?

—Un poco.

—¿Y usted mismo ara?

—A veces…

—¡Qué notable!… ¿Y para qué?


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 9 minutos / 1.089 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Gladys Fairfield

Alberto Blest Gana


Novela corta


I

Después de dos años de luna de miel no interrumpida, el Mayor Fairfield se decidió a cumplir la promesa hecha a su novia, al sellar el compromiso matrimonial, de hacer con ella un viaje al viejo mundo.

La luna de miel, es verdad, habría podido llamarse unilateral. Mientras el corazón del Mayor permaneció invariable, desde el día de las bendiciones, en el embelesamiento amoroso del cuarto creciente, el de Gladys Venturbridge, su mujer, no tardó en deslizarse de la curiosa novedad del cambio de estado, a la tibia indiferencia del cuarto menguante en que flota el alma de las muchachas que se casan simplemente por no quedarse solteras.

El matrimonio había tenido lugar pocos años después de terminada la guerra en que los Estados Unidos arrancaron a España las más preciadas joyas de su vetusta corona. Néstor Fairfield, alistado voluntario en el ejército del norte, después de pasar, uno a uno, por los grados subalternos de la jerarquía, obtuvo los despachos de Mayor al día siguiente del ataque de Santiago de Cuba, en el que su impetuoso ardor de asaltante había electrizado a la tropa de su mando. El nuevo Mayor tenía a la sazón veinticinco años apenas. Y como al lanzarse a la guerra había buscado en ella solamente un sport, sin propósito de consagrarse a la carrera de las armas, el joven Fairfield se apresuró a hacer dimisión de su empleo, apenas hubieron terminado los peligros de la lucha, contentándose con guardar el título honorífico de su grado, para no ser un simple millonario, como lo había sido hasta entonces.

De regreso a su hogar, donde por muchos años había vivido la fácil existencia de rico propietario, el Mayor aceptó como muy sabia la indicación de su padre, quien al día siguiente de su llegada, golpeándole el hombro con cariño, formuló este consejo:

— Ahora, mi viejo muchacho, creo que deberías pensar en casarte.


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Dominio público
101 págs. / 2 horas, 58 minutos / 210 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Puñal de Claveles

Carmen de Burgos


Novela corta


I. La primera amonestación

La tarde, de primavera, estaba llena de promesas de fecundidad. El campo ofrecía ya la plenitud de la cosecha con las mieses que comenzaban a enrubiar y mecían las espigas de granos hinchados y lucientes.

Un intenso olor a día de primavera lo envolvía todo de un modo penetrante.

Después de los días grises del invierno reseco, árido y triste, se dejaba sentir con más fuerza al despertar de la Naturaleza en pleno campo, como si se escuchasen las pulsaciones de un corazón que cobraba nueva vida con la circulación de la savia que lo reanimaba todo.

Pura apareció en la puerta del solitario cortijo, puso la mano derecha como toldo a los ojos y tendió la vista a lo largo del camino, que se extendía zigzagueando entre los declives de las montañas.

Se veía avanzar por él una burra cargada con capachos, sobre los que iba colocada una arqueta de madera. A su lado, un hombre, varilla en mano, parecía ayudarle a andar, más que arrearla, para que continuase su camino.

—No me había engañado —murmuró la joven.

Se volvió hacia el interior de la casa y llamó con voz alegre:

—¡Madre! ¡Cándida! ¡Isabel! Por ahí viene el tío Santiaguico.

Se oyó un rumor de crujientes faldas almidonadas, y otras dos jóvenes llegaron al lado de Pura, con expresión contenta y curiosa.

El buhonero que llegaba tenía fama de llevar de cortijo en cortijo las mercancías más bellas, que cambiaba por recova.

La madre apareció detrás.

—Esto es una plaga. Estas gentes no nos dejan parar. Desde que se sabe que se casa Pura parece que se han dado cita aquí.

Los perros comenzaron a ladrar y fingir furiosos ataques en dirección del lugar por donde se aproximaban el hombre y la caballería.

La voz de Pura se elevó imponiéndoles silencio.

—«¡Zaida!». «¡Sola!». ¡Aquí!


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 1.112 visitas.

Publicado el 25 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Mi Media Naranja

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Como el otro, yo quisiera poder ser:


entre señores, señor,
y allá entre los reyes, rey.
 

Mas no puedo.

Comprendo que siempre me falta ó me sobra algo para estar adecuadamente entre las gentes.

Aquí, por ejemplo, delante de mi novia, delante de mi Inés.

¿Me sobra? ¿Me falta?

No lo sé.

Probablemente, ambas cosas á un tiempo.

Me falta un poco de vergüenza, y me sobra este ansioso pensar en mí... señora de esta noche.

Tengo prisa. Tengo verdadera impaciencia por oir las siete y porque se acabe este té. Un coche. Jala me estará esperando. Estará encendida la chimenea de leña en mi salón, y la mesa.

Me distraigo. Háblame mi novia, y pienso en Jala.

Jala debe de estar allí desde hace media hora. La mesa y la lumbre, elegantísima, alzadas quizá las sedas de sus faldas para calentarse mejor los pies tendidos hacia el fuego. Juraría que se aburre, que bosteza, y que está tirada atrás en el respaldo, sin haberse quitado aún la suelta capa turca, color fresa... ¡Cómo sabe que es rubia, la ladrona!

—¡Toma! ¡de coco!

—¿Qué?

—¡De coco!... ¡Y pan racional!... ¿Quieres manteca?

—No, gracias, Inés.

Casi tan rubia como Inés.

La pobre Inés no sabe, no podrá saber nunca por qué tomo el té esta noche, lo mismo que tantas otras noches, sin galletas, sin manteca y sin el pan racional.

A fin de que no advierta mi preocupación, hablo con su padre y con los amigos. Además, me he sentado en frente del reloj, aun á trueque de que me vaya tostando la espalda el aire de esta estufa.

—Sí, sí, señores... á mí me parecería también peor la dictadura del rojo fanatismo.

—¿Peor que cuál, querido Aurelio?

—Peor que el otro... que el blanco, que el negro, padre Garcés. Peor que el de ustedes.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 177 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

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