Prólogo
Sr. D. Fermín de la Puente y Apecechea.
Mi muy respetado y querido amigo: Recibo la grata de Vd. y la novela
de Fernán Caballero, titulada Un servilón y un liberalito, acerca de la
cual me pregunta Vd. ¿qué me parece? añadiéndome que lo hace con el
deliberado propósito de contárselo al público.
No tema Vd. que esta última circunstancia influya para nada en mi
respuesta. Fuera de que hace tiempo ambicionaba yo la honra de poner mi
nombre entre los admiradores del gran novelista, estoy ya tan
acostumbrado a tratar con el público, que a veces cuando le hablo, dudo
si hablo conmigo a solas. Además, ¿qué podría yo decirle que él no
supiera, en justa alabanza de aquel escritor eminentemente español y
cristiano, y de esta obra, que es una de las joyas más preciosas que
enriquecen su corona?
Usted sabe que nosotros los aficionados a los libros, escogemos
amigos entre los escritores; y yo puedo asegurarle, que apenas comenzó a
sonar por España el nombre de Fernán, ya le tuve por mi amigo, y no me
cansaba de leer sus obras, y las leía hasta con gratitud, como es
natural sentirla hacia el ser benéfico que posee el secreto de adormecer
los dolores del alma, y fortalecer en sus abatimientos al espíritu
contristado.
Y cierto no robaba mi atención tanto la gala del estilo; sino la
nobleza de las ideas y la pureza del sentimiento: no veía yo en el
incógnito escritor o escritora a la matrona deslumbrante con riquísimos
joyeles, sino a la mujer sencillamente ataviada, que no ha menester otro
adorno que su belleza, y en cuya sonrisa se descubre la bondad del
alma, y en el mirar de sus ojos un pudor y una inocencia como si fueran
del cielo.
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