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Jettatura

Théophile Gautier


Novela corta


I

El Leopoldo, magnífico barco de vapor toscano que hace el trayecto de Marsella a Nápoles, acababa de doblar la punta de Procida. Todos los pasajeros estaban en el puente, curados del mal de mar ante la vista de la tierra, remedio más eficaz que los dulces de Malta y otras recetas utilizadas en tales casos.


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99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 111 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

En el Cuerpo de un Amigo

José Fernández Bremón


Novela corta


I. El pacto

—¿Cree usted en el diablo?

—¡Vaya una pregunta!

—Tengo una idea peregrina; me falta un año para emanciparme del curador y entrar en posesión de mis bienes: hasta entonces no podré realizar mi matrimonio con Clotilde, ni entrar en su casa, cuyas puertas me ha cerrado su madre, y no teniendo en qué emplear estos doce meses, se me ha ocurrido pasarlos en el cuerpo de usted.

—Luciano, ¿se ha vuelto usted loco?

—No lo sé fijamente, don Braulio; pero hace un rato me seduce este pícaro pensamiento. Estoy cansado de ser joven: me miro al espejo y veo siempre el mismo rostro: me toman todos por informal y distraído, y quisiera ser persona de respeto, al menos por una temporada. Si usted me prestase su cuerpo, yo le cedería el mío durante un año. Nuestras almas mudarían de alojamiento; podría realizar el ideal de los viejos, ser joven y lo pasado pasado, y yo entraría triunfalmente en los salones de mi enemiga, preparándome con una vida normal y sosegada al bienestar que unido a Clotilde me promento.

Don Braulio se sonreía. Luciano prosiguió:

—Por eso le preguntaba a usted hace un momento: ¿cree usted en el diablo?


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Dominio público
99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 6 visitas.

Publicado el 11 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Noviembre

Gustave Flaubert


Novela corta


Fragmentos de un estilo cualquiera

Para… bobear y fantasear.

MICHEL DE MONTAIGNE

Amo el otoño. Esta triste estación es apropiada para los recuerdos. Cuando los árboles pierden todas sus hojas, cuando el cielo crepuscular aún conserva ese tinte rojizo que dora la hierba marchita, resulta dulce ver cómo se apaga todo aquello que, poco antes, ardía en nuestro interior.

Acabo de regresar de mi paseo por los prados vacíos, junto a los fríos fosos en los que se miran los sauces. El viento hacía silbar sus ramas desnudas; en ocasiones enmudecía y después comenzaba otra vez, de repente. Entonces las hojas que aún se aferran a los zarzales temblaban de nuevo, la hierba tiritaba inclinándose sobre la tierra, todo parecía volverse más pálido, más helado. En el horizonte, el disco del sol se confundía con el blanco del cielo, y su aureola lo impregnaba de un soplo de vida expirante. Yo sentía frío, casi miedo.

Me he resguardado tras un montículo de hierba; el viento había cesado. No sé por qué pero, mientras estaba allí, sentado en el suelo —sin pensar en nada y contemplando el humo que brotaba de los chamizos en la lejanía—, mi vida entera se me apareció como un fantasma, y el amargo sabor de los días pasados regresó, con el olor de la hierba agostada y la madera muerta. Mis pobres años desfilaron de nuevo ante mis ojos, como arrastrados por el invierno en alas de una espantosa tormenta. Algo terrible los arremolinaba en mi memoria, con una furia mayor que la del viento que espoleaba las hojas sobre los senderos apacibles. Una extraña ironía los zarandeaba y revolcaba solo para mi diversión. Después remontaron el vuelo, todos juntos, y se perdieron en el cielo pálido.


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99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 283 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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Théophile Gautier


Novela corta


I

Nadie podía comprender la enfermedad que minaba lentamente a Octave de Saville. No guardaba cama y llevaba un tren de vida normal; jamás una queja salía de sus labios, y sin embargo se desmejoraba a ojos vistas. Examinado por los médicos que le obligaba a consultar la solicitud de sus parientes y amigos, no acusaba dolencia concreta alguna, y la ciencia no descubría en él ningún síntoma alarmante: su pecho, al ser auscultado, emitía un sonido normal, y el oído aplicado a su corazón apenas sorprendía algún latido demasiado lento o demasiado precipitado; no tosía, no tenía fiebre, pero la vida se alejaba de él y huía por una de esas rendijas invisibles de que el hombre está lleno, según Terencio.

A veces un extraño síncope le hacía palidecer y quedarse frío como el mármol. Durante uno o dos minutos se le podía creer muerto; luego su mecanismo de relojería, detenido por un dedo misterioso, recobraba, ya sin obstáculo que lo impidiera, su movimiento y Octave parecía despertar de un sueño. Le mandaron a tomar las aguas; pero las ninfas termales no pudieron hacer nada por él. Un viaje que hizo a Nápoles no produjo mejores resultados. Su hermoso y famoso sol le había parecido negro como el del grabado de Alberto Durero; el murciélago que lleva escrita en su ala esta palabra: melancolía, azotaba aquel resplandeciente cielo azul con sus polvorientas membranas y revoloteaba entre la luz y él; se le heló el corazón en el muelle de la Mergellina, donde los lazzaroni medio desnudos se tuestan y dan a su piel una pátina de bronce.

Entonces volvió a su pequeño apartamento de la calle Saint-Lazare y recuperó, aparentemente, sus antiguas costumbres.


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101 págs. / 2 horas, 57 minutos / 199 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Gladys Fairfield

Alberto Blest Gana


Novela corta


I

Después de dos años de luna de miel no interrumpida, el Mayor Fairfield se decidió a cumplir la promesa hecha a su novia, al sellar el compromiso matrimonial, de hacer con ella un viaje al viejo mundo.

La luna de miel, es verdad, habría podido llamarse unilateral. Mientras el corazón del Mayor permaneció invariable, desde el día de las bendiciones, en el embelesamiento amoroso del cuarto creciente, el de Gladys Venturbridge, su mujer, no tardó en deslizarse de la curiosa novedad del cambio de estado, a la tibia indiferencia del cuarto menguante en que flota el alma de las muchachas que se casan simplemente por no quedarse solteras.

El matrimonio había tenido lugar pocos años después de terminada la guerra en que los Estados Unidos arrancaron a España las más preciadas joyas de su vetusta corona. Néstor Fairfield, alistado voluntario en el ejército del norte, después de pasar, uno a uno, por los grados subalternos de la jerarquía, obtuvo los despachos de Mayor al día siguiente del ataque de Santiago de Cuba, en el que su impetuoso ardor de asaltante había electrizado a la tropa de su mando. El nuevo Mayor tenía a la sazón veinticinco años apenas. Y como al lanzarse a la guerra había buscado en ella solamente un sport, sin propósito de consagrarse a la carrera de las armas, el joven Fairfield se apresuró a hacer dimisión de su empleo, apenas hubieron terminado los peligros de la lucha, contentándose con guardar el título honorífico de su grado, para no ser un simple millonario, como lo había sido hasta entonces.

De regreso a su hogar, donde por muchos años había vivido la fácil existencia de rico propietario, el Mayor aceptó como muy sabia la indicación de su padre, quien al día siguiente de su llegada, golpeándole el hombro con cariño, formuló este consejo:

— Ahora, mi viejo muchacho, creo que deberías pensar en casarte.


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Dominio público
101 págs. / 2 horas, 58 minutos / 210 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Los Buitres de Wahpeton

Robert E. Howard


Novela corta


I. Disparos en la oscuridad

Las desnudas paredes de madera del saloon Golden Eagle, vibraban aún con los ecos metálicos de las armas que habían hendido la repentina oscuridad con rojas llamaradas. Mas solo un nervioso pateo de pies calzados con botas de piel sonaba en el silencio tenso que siguió a las detonaciones. De súbito, en un rincón de la estancia, un fósforo fue rascado sobre el cuero y un parpadeo amarillo brotó, poniendo blanco sobre negro una mano temblorosa y un pálido rostro. Un instante después, una lámpara de aceite con la chimenea rota iluminó el local, añadiendo tensos rostros barbudos al contrastado relieve. La gran lámpara que colgaba del techo era una destrozada ruina; el queroseno goteaba sobre el suelo, formando un charco de grasa junto a una mancha aún más sombría y espeluznante.

Dos figuras ocupaban el centro de la sala bajo la lámpara rota. Una yacía boca abajo, con los brazos inmóviles extendiendo unas manos vacías. La otra pugnaba por incorporarse, parpadeando y boqueando estúpidamente como un hombre con la mente nublada por el alcohol. Su brazo derecho colgaba flácidamente al costado; una pistola de cañón largo temblaba entre sus dedos.


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101 págs. / 2 horas, 58 minutos / 34 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Féder o el Marido Adinerado

Stendhal


Novela corta


Capítulo I

A los diecisiete años, a Féder, uno de los jóvenes más gallardos de Marsella, lo echaron de la casa paterna; acababa de cometer una falta de primera categoría, se había casado con una actriz del Grand-Théâtre. Su padre, un alemán muy moralista y, además, rico comerciante, que llevaba mucho afincado en Marsella, renegaba veinte veces al día de Voltaire y de la ironía francesa; y lo que le pareció quizá más indignante en el extraño matrimonio de Féder fueron las fútiles palabras «a la francesa», con las que este intentó justificarse.

Fiel a la moda, aunque nacido a doscientas leguas de París. Féder se jactaba de despreciar el comercio, en apariencia porque a eso se dedicaba su padre; en segundo lugar, como le agradaba ver algunos buenos cuadros del museo de Marsella y le parecían espantosas algunas malas pinturas modernas que el gobierno envía a los museos de provincias, dio en imaginarse que era artista. Del artista auténtico no tenía sino el desprecio por el dinero; y, encima, ese desprecio tenía que ver sobre todo con el horror que sentía por las tareas de oficina y por las ocupaciones de su padre; solo veía de ellas las molestias externas. Michel Féder, que peroraba continuamente contra la presunción y la futilidad de los franceses, se guardaba muy mucho de admitir delante de su hijo las exquisitas satisfacciones que le proporcionaban las alabanzas de sus socios cuando acudían a compartir con él las ganancias de alguna especulación fructuosa que se le hubiera ocurrido al anciano alemán. Lo que indignaba a este es que, pese a sus sermones éticos, no tardasen esos socios en invertir sus ganancias en irse de jira campestre y de caza del árbol y en otros gratos goces físicos. Él, en cambio, encerrado en la trastienda, no tenía más placeres que un tomo de Steding y una pipa de buen tamaño y acumuló millones.


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102 págs. / 2 horas, 58 minutos / 62 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

La Patrona

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela corta


I

Ordinov no tuvo más remedio, pese a todo, que buscarse otro alojamiento. Hasta entonces había vivido con una patrona; una pobre mujer de edad madura y viuda de un funcionario, que en aquellos momentos, por circunstancias imprevistas, se veía obligada a marcharse de San Petersburgo para ir a vivir con unos parientes suyos en una lejana provincia. Por otra parte, todo fue tan repentino que ni siquiera pudo esperar a que terminase el contrato de la casa.

El joven, que tenía derecho a permanecer en el piso hasta comienzos del mes siguiente, recordaba con nostalgia la vida apacible que había llevado entre aquellas cuatro paredes tan familiares para él, y sentía una extraña tristeza por tener que abandonar para siempre aquel rincón, convertido en algo tan querido. El huésped era pobre y, sin duda, ese cuarto resultaba un poco caro para sus escasos recursos. De modo que, al día siguiente de marcharse la viuda, cogió el sombrero y decidió lanzarse a las calles de San Petersburgo en busca de esos letreritos colgados en los quicios de las puertas para indicar que se admite a un huésped. Miraba, sobre todo, en las casas más viejas y peores de la ciudad, en las que le resultaría fácil encontrar alguna familia pobre que necesitase alquilar una habitación.


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102 págs. / 2 horas, 59 minutos / 376 visitas.

Publicado el 31 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Las Hermanas Bunner

Edith Wharton


Novela corta


Primera parte

I

En los días en que el tráfico de Nueva York avanzaba al ritmo de los languidecientes coches de caballos, en que la buena sociedad aplaudía a Christine Nilsson en la Academia de Música y disfrutaba de los atardeceres de la Escuela del Río Hudson que colgaban en las paredes de la Academia Nacional de Diseño, había una discreta tienda de un solo escaparate conocida estrecha y favorablemente por la población femenina del vecindario que limitaba con la plaza Stuyvesant.

Se trataba de una tienda muy pequeña en un destartalado semisótano de una calle tranquila ya condenada a la decadencia; a tenor del carácter misceláneo de lo expuesto detrás del cristal y de la parquedad del cartel que lo coronaba (un mero «Hermanas Bunner» en borrosas letras de oro sobre un fondo negro), para un no iniciado habría sido difícil adivinar la naturaleza exacta del negocio que se desarrollaba en el interior. Aunque eso carecía prácticamente de importancia, puesto que su fama era tan puramente local que las clientas de cuya existencia dependía conocían de forma casi congénita y exacta cuál era el surtido de «artículos» de los que disponía el establecimiento de las hermanas Bunner.


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102 págs. / 3 horas / 233 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Sor Monika

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


Primera parte


Concedo voluntatem!

Esta es una de las naves de Cupido… ¡desplegad más velas! ¡Más! Al ataque… ¡los cañones ante los agujeros! ¡Fuego!

Pistol en Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare
 

La hermana Monika cuenta la vida de su madre y de su padre a las amigas reunidas, pero especialmente a la hermana Annunciata Veronika, excondesa de R.

Pocas de vosotras, queridas hermanas, conocéis a mi familia; mi padre, en cambio, era muy bien conocido por sus camaradas, que con él y Laudon habían participado en la Guerra de los Siete Años y habían infligido más de una derrota a Federico el Grande.

En una noble residencia para viudas cerca de Troppau, en uno de los paisajes más agradables del Oppa, pasó mi madre los primeros años de su primavera; y la pasó con aquellos cálidos sentimientos de la existencia que no siempre comienza con el ¡coeur palpite!, pero que acostumbra terminar con el ¡haussez les mains!

Su madre había conocido el mundo y lo había gozado, había dejado en él su temperamento, llevándose su amor a la soledad para la formación de su Louise.

Esta Louise es mi madre. Fue educada sin prejuicios, y sin prejuicios vivió y actuó.

A los más seductores atractivos del cuerpo unía una gracia sin igual, un savoir faire sin reservas ni hipocresía.

El capellán Wohlgemuth, llamado hermano Gerhard, a quien mi madre apreciaba mucho, se encargó, como preceptor, de la formación de la virginal flor. Era un hombre joven y apuesto, de treinta años, y su encantadora discípula necesitaba grandes esfuerzos, por la noche, en su solitaria cama, para que sus dedos calmaran el fuego que la encantadora locuacidad del mentor había encendido en su pecho todavía inmaduro.


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105 págs. / 3 horas, 4 minutos / 169 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2018 por Edu Robsy.

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