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etiqueta: Novela corta


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La Mujer del César

José María de Pereda


Novela corta


I

No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender, por la cara de un hombre que recorría a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente; y bastaba reparar un instante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad. Sin embargo, ni de su aire ni de su rostro podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que, en su concepto, es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.

Praderas de terciopelo, bosques frondosos, arroyos y cascadas, rocas y flores, eran las galas de su país. Nada más natural que fuesen las grandes vidrieras y los caprichos de las artes suntuarias el especial ornamento de la capital de España, centro del lujo, de la galantería y de los grandes vicios de toda la nación.

Este personaje, que debía llevar ya largas horas vagando por las aceras que comenzaban a poblarse de gente, miraba con impaciencia su reloj de plata, bostezaba, requería los anchos extremos de la bufanda con que se abrigaba el cuello, y tan pronto retrocedía indeciso como avanzaba resuelto.


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Dominio público
81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 177 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Historia de un Amor Turbio

Horacio Quiroga


Novela corta


I

Una mañana de abril, Luis Rohán se detuvo en Florida y Bartolomé Mitre. La noche anterior había vuelto a Buenos Aires, después de año y medio de ausencia. Sentía así mayor el disgusto del aire maloliente, de la escoba matinal sacudiendo en las narices, del vaho pesadísimo de los sótanos de confitería. El bello día hacíale echar de menos su vida de allá. La mañana era admirable, con una de esas temperaturas de otoño que, sobrado frescas para una larga estación a la sombra, piden el sol durante dos cuadras nada más. La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, evocábale la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos.

De pronto sintióse cogido del brazo.

—¡Hola, Rohán! ¿De dónde diablos sale? Hace más de ocho años que no lo veo… Ocho, no; cuatro o cinco, qué sé yo… ¿De dónde sale?

Quien le detenía era un muchacho de antes, asombrosamente gordo y de frente estrechísima, al cual lo ligaba tanta amistad como la que tuviera con el cartero; pero siendo el muchacho de carácter alegre, creíase obligado a apretarle el brazo, lleno de afectuosa sorpresa.

—Del campo —repuso Rohán—. Hace cinco años que estoy allá…

—¿En la Pampa, no? No sé quién me dijo…

—No, en San Luis… ¿Y usted?

—Bien. Es decir, regular… Cada vez más flaco —agregó riéndose, como se ríe un gordo que sabe bien que habla en broma de la flacura—. Pero usted, —prosiguió— cuénteme: ¿qué hace allá? ¿Una estancia, no? No sé quién me dijo… ¡También! ¡Sólo a usted se le ocurre irse a vivir al campo! Usted fue siempre raro, es cierto… ¿A qué usted mismo trabaja?

—A veces.

—¿Y sabe arar?

—Un poco.

—¿Y usted mismo ara?

—A veces…

—¡Qué notable!… ¿Y para qué?


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 9 minutos / 1.105 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Traje del Fantasma

Roberto Arlt


Novela corta


Inútil ha sido que tratara de explicar las razones por las cuales me encontraba completamente desnudo en la esquina de las calles Florida y Corrientes a las seis de la tarde, con el correspondiente espanto de jovencitas y señoras que a esa hora paseaban por allí. Mi familia, que se apresuró a visitarme en el manicomio donde me internaron, movió dolorosamente la cabeza al escuchar mi justificación, y los periodistas lanzaron a la calle las versiones más antojadizas de semejante aventura.

Si se agrega que frecuentaba mi habitación un marinero, nadie se extrañaría que las malas lenguas supusieron (entre los lógicos agregados de «¡oh, no puedo creerlo!») que yo era un pederasta, es decir, un hombre que se complacía en substituir en su cama a las mujeres por los hombres. Tanto circuló la mala historia, que algunos reporteros caritativos lanzaron desde las páginas de los periódicos amarillos donde se ganan las arvejas, esta declaración:


Gustavo Boer no fue nunca un invertido. Es un loco.
 

Y ¡cuerpo de Cristo!, yo no estoy loco y siempre me han gustado las mujeres. No he estado nunca loco. Declarar loco a un ciudadano porque sale desnudo a la calle es un disparate inaudito. Nuestros antepasados, hombres y mujeres, vagabundearon durante mucho tiempo desnudos, no sólo por las calles, que en esa época no existían, sino también por los bosques y los montes, y a ningún antropólogo se le ha ocurrido tildar a esa buena gente de desequilibrados ni nada por el estilo.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 170 visitas.

Publicado el 18 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Retrato del Sr. W.H.

Oscar Wilde


Novela corta


Capítulo I

Había estado yo cenando con Erskine en su pequeña y bonita casa de Birdcage Walk, y estábamos sentados en la biblioteca saboreando nuestro café y nuestros cigarrillos, cuando salió a relucir casualmente en la conversación la cuestión de las falsificaciones literarias. No recuerdo ahora cómo fuimos a dar con ese tema tan curioso, cómo surgió en aquel entonces, pero sé que tuvimos una larga discusión sobre MacPherson, Ireland y Chatterton, y que respecto al último yo insistía en que las supuestas falsificaciones eran meramente el resultado de un deseo artístico de una representación perfecta; que no teníamos ningún derecho a querellarnos con ningún artista por las condiciones bajo las cuales elige presentar su obra y que siendo el arte hasta cierto punto un modo de actuación, un intento de poder realizar la propia personalidad en un plano imaginario, fuera del alcance de los accidentes y limitaciones de la vida real con todas sus trabas, censurar a un artista por una falsificación era confundir un problema ético con uno estético. Erskine, que era mucho mayor que yo, y había estado escuchándome con la deferencia divertida de un hombre de cuarenta años, me puso de pronto la mano en el hombro y me dijo:

—¿Qué dirías de un joven que tuviera una teoría extraña sobre cierta obra de arte, que creyera en su teoría y cometiera una falsificación a fin de demostrarla?

—¡Ah!, eso es un asunto completamente diferente —contesté.

Erskine permaneció en silencio unos instantes, mirando las tenues volutas grises de humo que ascendían de su cigarrillo.

—Sí —dijo, después de una pausa—, completamente diferente.

Había algo en su tono de voz, un ligero toque de amargura quizá, que excitó mi curiosidad.

—¿Has conocido alguna vez a alguien que hubiera hecho eso? —le pregunté.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 2 minutos / 548 visitas.

Publicado el 18 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Grillo del Hogar

Charles Dickens


Novela corta


Primer grito

I

Empezó el puchero. No necesito que me contéis lo que la señora Peerybingle dijera; yo me entiendo. Dejad que la señora Peerybingle se pase hasta la consumación de los siglos asegurando la imposibilidad de decidir cuál empezó: yo digo que fue el puchero. Tengo motivos para saberlo. El puchero empezó cinco minutos antes que el grillo, según el relojito holandés de cuadrante barnizado situado en el rincón.

¡Como si el reloj no hubiese cesado de tocar! ¡Como si el segadorcido de movimientos convulsivos y bruscos que lo remata, paseando la hoz de derecha a izquierda y luego de izquierda a derecha ante la fachada de su palacio morisco, no hubiese segado medio acre de césped imaginario antes que el grillo hubiese hecho notar su presencia!

A decir verdad, no fui nunca terco, como todo el mundo sabe. Por nada del mundo opondría mi opinión personal a la opinión de la señora Peerybingle, si no estuviese perfectamente seguro de lo ocurrido. «Nada me induciría a semejante cosa. Pero se trata de una cuestión de hecho, y el hecho es que el puchero empezó por lo menos cinco minutos antes que el grillo hubiese dado señal de vida. Si insistís, apostaré que transcurrieron diez minutos.

Dejarme contar el caso tal como ocurrió. Es lo que hubiera hecho desde la primera frase a no considerar que si cuento una historia debo empezar por el principio, y ¿cómo queréis que empiece por el principio si no empiezo por la vasija?

Parecía que la vasija y el grillo luchaban. Una lucha musical, exclusivamente musical. Vais a saber su origen y sus consecuencias.


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Dominio público
107 págs. / 3 horas, 7 minutos / 512 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

El Diamante de la Inquietud

Amado Nervo


Novela corta


Amigo, yo ya estoy viejo. Tengo una hermosa barba blanca, que sienta admirablemente a mi cabeza apostólica; una cabellera tan blanca como mi barba, ligeramente ensortijada; una nariz noble, de perfil aguileño; una boca de gruesos y golosos, que gustó los frutos mejores de la vida...

Amigo, soy fuerte aún. Mis manos sarmentosas podrían estrangular leones.

Estoy en paz con el Destino, porque me han amado mucho. Se les perdonarán muchas cosas a muchas mujeres, porque me han amado en demasía.

He sufrido, claro; pero sin los dolores, ¿valdría la pena vivir?

Un inglés humorista ha dicho que la vida sería soportable... sin los placeres. Ye añado que sin los dolores sería insoportable.

Sí, estoy en paz con la vida. Amo la vida.

Como Diderot, sufriría con gusto diez mil años las penas del infierno, con tal de renacer: La vida es una aventura maravillosa. Comprendo que los espíritus que pueblan el aire, ronden la tierra deseando encarnar.

—No escarmientan, dirán.

—No, no escarmientan. Las hijas de los hombres los seducen, desde los tiempos misteriosos de que habla el Génesis; una serpiente Invisible les cuchichea: «¿quieres empezar de nuevo?».

Y ellos responden al segundo, al tercero, al décimo requerimiento: «¡sí!»...; y cometen el pecado de vivir:


«porque el delito mayor
del hombre es haber nacido».
 


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Dominio público
33 págs. / 59 minutos / 464 visitas.

Publicado el 23 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Cuestión de Ambiente

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


Prólogo

Siempre me ha dado asunto para pensar y escribir el hecho de que, cuando los autores, en obras de amena literatura —novelas, cuentos, comedias, dramas, viajes—, sacan a relucir las costumbres de la aristocracia española, suprimen los restantes colores heráldicos y de oro y azul la ponen solamente... El Padre Coloma, en Pequeñeces y La Gorriona; Pereda, en La Montálvez; Palacio Valdés, en La Espuma; Alfonso Danvila, en Lully Arjona y La conquista de la elegancia; Benavente, en Lo cursi; Chatfield Taylor, en El país de las castañuelas, fustigan (es la palabra de rigor), ora irónica, ora indignadamente, a la crema social, y repiten y glosan la diatriba de Jovino:


¿Y éste es un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, un alta descendencia,
sin la virtud? Los nombres venerados
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿Qué se hicieron...?
 

Con todo lo demás que en aquella juvenalesca sátira se contiene, incluso el final, especie de invocación, desde una Roma putrefacta, a los bárbaros regeneradores:


... Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción, y usurpe
casta, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría; no haya
clases ni estados...
 


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Dominio público
69 págs. / 2 horas / 214 visitas.

Publicado el 23 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Una en Otra

Fernán Caballero


Novela corta


A la Excma. señora doña Josefa Marín de Pérez Seoane, condesa de Velle, etc.

En testimonio de gratitud por haber acogido con tanta benevolencia mi primer ensayo, favoreciéndolo con sus elogios, y revelándome en su alma todas las simpatías que deseaba encontrar en las rectas y puras

Fernán Caballero

Prólogo

Lectora amable, benigno lector: Sírvanse ustedes prestarme atención por unos instantes. Aunque traigo con ustedes tres pretensiones, de las dos primeras pronto salimos.

¿Van ustedes a leer las dos novelitas de FERNÁN CABALLERO, comprendidas en este volumen? Pues háganme el obsequio de omitir por ahora la lectura del prólogo; después hablaremos.

Pongamos aquí unas cuantas líneas de puntos en primer lugar para gastar papel, y en segundo para indicar el tiempo que se ha de invertir en leer una y otra novela.

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Enterados ya de ambas, ¿quieren ustedes concederme la segunda súplica? Es ésta: Ya que no leyeron antes el prólogo, no lo lean después.

La lectora amable se conviene sin dificultad, confesando paladinamente que jamás había leído prólogo de novela ninguna.

—Porque, mire usted: las novelas me gustan; pero como los prólogos no forman parte de la novela...

Si fueran como unos cuentecillos breves, que sirviesen de introducción a la novela principal, entonces no digo que no pasaría la vista por ellos.

Y también me enteraría de un prólogo donde se me diesen noticias del autor, de las cuales apareciese que era joven, soltero, buen mozo, y héroe de varias aventuras, parecidas a las que iba a leer.


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Dominio público
196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 201 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Sangre Torera

Arturo Reyes


Novela corta


Capítulo I

Antoñuelo se sentó en una de las sillas que solían dejar en el patio las vecinas, y retrepándose contra el muro, con el cigarro en la boca y en las manos una de las revistas de toros a la sazón más en boga, dejó vagar su mirada distraída por el patio que el sol, a modo de maravilloso artífice, recamaba de oro y de resplandores.

Antonio podía contar veinte años, y era alto, descarnado, de cuello largo y musculoso, de brazos y piernas de armónica proporción y de acharranado rostro moreno que avaloraban sus grandes ojos oscuros y su boca, si grande, de blanca dentadura y labios purpúreos, y las negrísimas, hirsutas y brillantes guedejas que se le encaracolaban sobre las sienes.

En el momento en que le sacamos a escena, Antonio, luciendo un pantalón de lienzo de achulado corte, ceñidor color de grana que hacía más intenso el blancor de la pechera adornada con amplio tableado, reducido pañuelo de seda azul a guisa de corbata, y sobre la sien flamante gorrilla, dejaba vagar —repetimos— su mirada distraída por el patio, sin enterarse sin duda de lo intensamente que fulgían los geranios y las margaritas en los maltrechos arriates; de lo espléndidamente que decoraban los muros, renegridos, las trepadoras con sus a modo de faldellines, salpicados de azules campanillas; del artístico golpe de vista que presentaban Rosario la Jaquetona, poniendo de relieve sus arrogancias estéticas, golpeando con el cubo, para poder llenarlo, en las aguas dormidas del pozo de brocal de piedra carcomida, y el gato, que se desperezaba al sol con felinas elegancias, y el gallo, que prisionero entre carrizos, lucía los más bellos tornasoles en la bien alisada pluma.


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Dominio público
53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 118 visitas.

Publicado el 27 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Novelas y Cuentos

Serafín Estébanez Calderón


Novela corta, cuento


A DON LUIS USOZ Y RIO

Cosa difícil por cierto será, querido amigo mío, el que esos desairados rasgos de mi pluma y esas fantasías de mi imaginación abatida logren de la severidad y corrección de tu gusto y de tus conocimientos en los primores y galas de nuestro feliz idioma la indulgencia de que tanto necesitan los frutos de mi estéril ingenio. Cosa será, por cierto, difícil; pues en época como la presente, en que por todas partes y en todas las lenguas de Europa se ven brotar obras de imaginación, hijas de ingenios esclarecidos, que se afanan por coger una hoja de laurel en senda tan áspera, a puro ser batida y trillada; es preciso achacar antes a lance de buena fortuna, que no a deliberado fruto del talento y del estudio, el crear, el escribir por tal estilo, que merezca los honores de la lectura. Mas no todo lo que se escribe se escribió con el estudiado objeto de mantener la atención pública, con la pretensión de crear en los otros nuevas sensaciones, con el prurito de hacerse notable, de hacerse mirar, como ventana de donde sale disparado cohete volador. No, amigo mío: se escribe por fiebre, por enfermedad; se escribe también por consuelo, por desahogo, por verdadero remedio. ¿Quién podrá explicar a cuál de los dos instintos deban referirse esas inspiraciones que vas a leer? ¿Ni quién puede jamás, en medio de las borrascas de la vida, explicarse, comprenderse a sí mismo, darse cuenta de los resortes que han movido a su mente, ni de las ideas que han presidido a sus inspiraciones? Nadie, amigo mío.


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137 págs. / 3 horas, 59 minutos / 206 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2016 por Edu Robsy.

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