Textos más recientes etiquetados como Novela corta | pág. 14

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etiqueta: Novela corta


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El Clavo

Pedro Antonio de Alarcón


Novela corta


I. El número 1

Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y, tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad.

Porque, como ya han dicho y demostrado Larra, Kock, Soulié y otros escritores de costumbres, es asunto muy serio esa improvisada e íntima reunión de dos o más personas que nunca se han visto, ni quizá han de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho del azar, a codearse dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia.

Al abrir la portezuela acuden tumultuosos temores a la imaginación. Una vieja con asma, un fumador de mal tabaco, una fea que no tolere el humo del bueno, una nodriza que se maree de ir en carruaje, angelitos que lloren y demás, un hombre grave que ronque, una venerable matrona que ocupe asiento y medio, un inglés que no hable el español (supongo que vosotros no habláis el inglés), tales son, entre otros, los tipos que teméis encontrar.

Alguna vez acariciáis la dulce esperanza de hallaros con una hermosa compañera de viaje; por ejemplo, con una viudita de veinte a treinta años (y aún de treinta y seis) con quien sobrellevar a medias las molestias del camino; pero no bien os ha sonreído esta idea, cuando os apresuráis a desecharla melancólicamente, considerando que tal ventura sería demasiada para un simple mortal en este valle de lágrimas y despropósitos.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 905 visitas.

Publicado el 22 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

El Mayorazgo

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


A orillas del Báltico se encuentra la casa solariega de la noble familia von R., conocida como mansión R. El paisaje es inhóspito y yermo; apenas brota la hierba entre las inmensas arenas movedizas, y en lugar del jardín que suele adornar las casas señoriales, se concentra junto a las desnudas murallas del lado que mira a tierra un mísero pinar cuyo eterno y sombrío luto desprecia las galas y colores de la primavera y en el que en lugar del júbilo feliz de los pajarillos que despiertan al nuevo deseo de vivir, tan sólo retumba el lúgubre graznido de los cuervos, el grito chillón de las gaviotas que anuncian las tormentas. A un cuarto de hora de aquí la naturaleza se transforma repentinamente. Como por arte de magia nos vemos transportados a un mundo de campos floridos y de tierras y prados fértiles. Divisamos el pueblo, grande y rico, con la espaciosa vivienda del inspector. Al otro extremo de un agradable bosquecillo de álamos pueden verse los cimientos de un gran palacio que uno de los antiguos propietarios tenía pensado construir. Sus sucesores, instalados en sus propiedades en Curland, abandonaron la construcción, e incluso el barón Roderich von R. si bien fijó su residencia en la casa de sus padres no quiso seguir construyendo ya que a su naturaleza huraña y sombría le convenía mejor la estancia en la vieja y solitaria mansión. Hizo reparar el edificio en ruinas de la mejor manera y se encerró en él con un mayordomo melancólico y unos pocos criados. Rara vez se le veía por el pueblo. En cambio paseaba y cabalgaba a menudo por la playa. Desde la distancia parecía que hablara a las olas y escuchara con atención los bramidos y borboteos del oleaje, como si percibiera la respuesta o la voz del espíritu del mar.


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Protegido por copyright
95 págs. / 2 horas, 47 minutos / 77 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

Aura o las Violetas

José María Vargas Vila


Novela corta


Dedicatoria

A mis hermanas
CONCHA Y ANA JULIA

Vosotras sabéis bien por qué publico estas páginas, vosotras fuisteis testigos de la insistencia con que la madre adorada, que acaba de abandonarnos, me suplicaba, en su correspondencia, me solicitaba, en su correspondencia, que las publicara, pues sólo conocía fragmentos de ellas. Listas estaban ya, para ver la luz, accediendo a su deseo, cuando el destino acaba de arrebatárnolas para siempre, sin que pudiera yo, ausente de la Patria, ni recibir su último suspiro, ni estrecharla por última vez contra mi corazón! Ya sus ojos no se posarán en estas líneas, ni sus labios repetirán las palabras en ellas escritas. Ya la mujer fuerte, la madre mártir, la compañera de mis luchas y mi infortunio, ya no existe! Pero quedáis vosotras, herederas de sus virtudes, imitadoras de su ejemplo. A vosotras que sois el reflejo de su alma, os la dedico.

Vuestro amante hermano:

JOSÉ MARÍA

A los lectores

He aquí una relación, no una novela. Si aspiráis a hallar en ella una de aquellas tramas complicadas e interesantes de que tanto gusta la imaginación fecunda de los novelistas; si deseáis el desarrollo de una intriga, o la persecución de un fin moral, social o religioso; si anheláis el purismo del lenguaje, la belleza de las frases, o el clasicismo del estilo finalmente, si deseáis hallar algo de lo que hace interesante o meritoria; una obra, cerrad el libro, porque nada de eso encontraréis en él.

Una narración sencilla, desaliñada, natural, casi pueril; el desarrollo de uno de esos dramas del corazón, tan frecuentes en la vida la historia de una pasión como tantas otras las confidencias hechas en el seno de la intimidad por un amigo muerto ya, y escritas luego en playas extranjeras, bajo el dulce recuerdo de la Patria: he ahí lo que son estas páginas.


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Dominio público
56 págs. / 1 hora, 38 minutos / 10.195 visitas.

Publicado el 29 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Oros Son Triunfos

José María de Pereda


Novela corta


I

Imagínese el pío lector que la vulgarísima historia que voy a referirle se remonta a los tiempos de Maricastaña, y elija para teatro de los sucesos la capital que más le agrade de las nuestras de segundo orden, con tal de que sea de las más empingorotadas en la estadística de los subsidios industriales y no forme con las últimas en el catálogo de las que más nutren y alimentan el caudaloso mar de las rentas de aduanas; señal infalible de que el vértigo de la ganancia es su vida, y el alma del negocio el negocio de su alma; de que por letras se entiende allí las de cambio; por artes los de cocina; por ciencias la aritmética mercantil, y por «trabajo honroso» pura y exclusivamente el que se emplea, de sol a sol, en sacar el jugo a la matrícula, esa ejecutoria de los pueblos ricos, ora en el sucio Borrador de almacén, ora en el pulcro, terso y espacioso libro Diarios, ora en remover obstáculos de arancel con el santo fin de que pasen, como una seda, torres y montones, por donde el rigor de las leyes no deja libre entrada a un mal garbanzo.

Andaba allí el lujo como Pedro por su casa; y teniendo en todas ellas un culto el lujo de los trapos, era un vicio de los más abominables el lujo del entendimiento.

Disculpábase la pobreza en el negociante desgraciado y hasta en aquéllos que del último concurso de acreedores no habían podido sacar la conciencia tan limpia como el fondo de sus cajas; pero era punto menos que infamante en los que por natural aversión a la ciencia del toma y daca sudaban gotas de sangre por hacer un mendrugo miserable del meollo de su inteligencia consagrada a fútiles asuntos que jamás daban un cañamón de riqueza para basar sobre ella la proporción de un impuesto, ni la de un concierto de arbitrios, o de derecho módico.


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Dominio público
87 págs. / 2 horas, 33 minutos / 111 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Mujer del César

José María de Pereda


Novela corta


I

No se necesitaba ser un gran fisonomista para comprender, por la cara de un hombre que recorría a cortos pasos la calle de Carretas de Madrid, en una mañana de enero, que aquel hombre se aburría soberanamente; y bastaba reparar un instante en el corte atrasadillo de su vestido, chillón y desentonado, para conocer que el tal sujeto no solamente no era madrileño, pero ni siquiera provinciano de ciudad. Sin embargo, ni de su aire ni de su rostro podía deducirse que fuera un palurdo. Era alto, bien proporcionado y garboso, y se fijaba en personas y en objetos, no con el afán del aldeano que de todo se asombra, sino con la curiosidad del que encuentra lo que, en su concepto, es natural que se encuentre en el sitio que recorre, por más que le sea desconocido.

Praderas de terciopelo, bosques frondosos, arroyos y cascadas, rocas y flores, eran las galas de su país. Nada más natural que fuesen las grandes vidrieras y los caprichos de las artes suntuarias el especial ornamento de la capital de España, centro del lujo, de la galantería y de los grandes vicios de toda la nación.

Este personaje, que debía llevar ya largas horas vagando por las aceras que comenzaban a poblarse de gente, miraba con impaciencia su reloj de plata, bostezaba, requería los anchos extremos de la bufanda con que se abrigaba el cuello, y tan pronto retrocedía indeciso como avanzaba resuelto.


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Dominio público
81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 175 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Una en Otra

Fernán Caballero


Novela corta


A la Excma. señora doña Josefa Marín de Pérez Seoane, condesa de Velle, etc.

En testimonio de gratitud por haber acogido con tanta benevolencia mi primer ensayo, favoreciéndolo con sus elogios, y revelándome en su alma todas las simpatías que deseaba encontrar en las rectas y puras

Fernán Caballero

Prólogo

Lectora amable, benigno lector: Sírvanse ustedes prestarme atención por unos instantes. Aunque traigo con ustedes tres pretensiones, de las dos primeras pronto salimos.

¿Van ustedes a leer las dos novelitas de FERNÁN CABALLERO, comprendidas en este volumen? Pues háganme el obsequio de omitir por ahora la lectura del prólogo; después hablaremos.

Pongamos aquí unas cuantas líneas de puntos en primer lugar para gastar papel, y en segundo para indicar el tiempo que se ha de invertir en leer una y otra novela.

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Enterados ya de ambas, ¿quieren ustedes concederme la segunda súplica? Es ésta: Ya que no leyeron antes el prólogo, no lo lean después.

La lectora amable se conviene sin dificultad, confesando paladinamente que jamás había leído prólogo de novela ninguna.

—Porque, mire usted: las novelas me gustan; pero como los prólogos no forman parte de la novela...

Si fueran como unos cuentecillos breves, que sirviesen de introducción a la novela principal, entonces no digo que no pasaría la vista por ellos.

Y también me enteraría de un prólogo donde se me diesen noticias del autor, de las cuales apareciese que era joven, soltero, buen mozo, y héroe de varias aventuras, parecidas a las que iba a leer.


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Dominio público
196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 199 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Oro de Mallorca

Rubén Darío


Novela corta


I

El barco blanco de la Compañía Isleña Marítima se hallaba anclado cerca del muelle marsellés. El sol del mediodía estaba esquivo en la fresca mañana. Acompañado de un amigo, Benjamín Itaspes fue a bordo, se posesionó de su camarote, entregó su equipaje. Como ya se iba a partir, se despidió del amigo y se puso a pasear sobre cubierta. Él era el único pasajero de primera. Por la proa, escasa gente, toda mallorquina y catalana, posiblemente del pequeño comercio, conversaban en su áspera lengua. El vapor era limpio y bien tenido; con todo, había un vago olor muy madre-patria... La cocina estaba sobre el entrepuente y se veía a un cocinero sórdido manejar perniles y pescados. A un lado suyo, en una especie de jaula, había cecinas; sobreasadas, cebollas, pimientos rojos y salchichones. De cuando en cuando salía un fogonero, todo negro, de una puerta lateral. Cogía un botijo que había al alcance de su mano, y bebía a chorro. Luego volvía a descender a su carbonera.

El vapor pitó; se puso en actividad; salió, al lado de un gran navío catalán que descargaba sobre un lanchón pesadas barras de plata, o de estaño, en las cuales se leía en grandes letras vaciadas: «Figueroa». Pasó junto a los faros. Volvió a pitar. Entró mar afuera.


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Dominio público
44 págs. / 1 hora, 18 minutos / 249 visitas.

Publicado el 4 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Un Guiño de la Fortuna

Joseph Conrad


Novela corta


Cada vez que salía el sol me encontraba mirándolo de frente. El barco se deslizaba con suavidad sobre un mar en calma y, después de sesenta días de travesía, estaba deseando llegar a mi destino: una hermosa y fértil isla tropical. Sus habitantes más entusiastas la llamaban «La perla del océano», de modo que muy bien podemos llamarla también nosotros «la Perla». Un nombre apropiado, una perla que destila toda su dulzura sobre el mundo.

Lo último no es más que una manera velada de decir que allí se cultiva una caña de azúcar de primera calidad. La población de la Perla vive en realidad de la caña. Se podría decir que allí el pan de cada de día es el azúcar. Yo iba hacia allí en busca de un cargamento y con la esperanza de que la última cosecha hubiese sido buena para que el cargamento fuera lo más voluminoso posible.

Mi segundo de a bordo, el señor Burns, fue el primero que avistó tierra, y yo me quedé extasiado desde el primer segundo frente a aquella imagen azul y pinacular, de una transparencia fascinante sobre el azul del cielo, una especie de emanación natural de la isla que se alzaba para saludarme en la distancia. A unas sesenta millas de la costa, la visión de la Perla es un fenómeno muy particular. Yo no pude evitar preguntarme, medio en broma, medio en serio, si acaso lo que aguardaba en aquella isla iba a ser tan maravilloso como aquella visión ensoñada que tan pocos marinos han tenido el privilegio de contemplar.


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88 págs. / 2 horas, 35 minutos / 60 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Regreso

Joseph Conrad


Novela corta


El metro procedente de la City emergió impetuosamente del interior del oscuro túnel y se detuvo entre chirridos bajo la sucia luz crepuscular de una estación del West End de Londres. Cuando se abrieron las puertas salió de los vagones una multitud de hombres. Llevaban sombreros de copa, abrigos negros, botas relucientes, manos enguantadas con las que transportaban finos paraguas y diarios matutinos parecidos a trapos sucios de color blanquecino, rosáceo o verdusco y tenían rostros de una sana palidez. Entre ellos salió también Alvan Hervey, con un puro entre los labios. Una pequeña mujer vestida de un negro desvaído corrió a lo largo de todo el andén y se metió a toda prisa en el vagón de tercera antes de que el metro reanudara la marcha. El golpe de las puertas al cerrarse sonó violento y rencoroso como una carga de artillería, y una gélida ráfaga de viento envuelta en el humo del barrio recorrió el andén de parte a parte e hizo detenerse a un anciano con una bufanda que tosió con violencia. Nadie se tomó ni siquiera la molestia de volverse hacia él.

Alvan Hervey cruzó el torniquete. Entre las desnudas paredes de aquella lúgubre escalera los hombres subían con prisa y sus espaldas se parecían todas entre sí, como si a todos los hubiesen vestido de uniforme. Es cierto que sus rostros eran distintos, pero aun así guardaban cierta semejanza, como si se tratara de una multitud de hermanos que por desagrado, indiferencia, prudencia o dignidad, hiciesen caso omiso unos de otros, pero cuyos ojos, brillantes o fatigados, aquellos ojos que apuntaban hacia lo alto de las mugrientas escaleras, aquellos ojos marrones, negros o azules no fueran capaces de evitar una idéntica expresión ensimismada e insulsa, presuntuosa y vacía.


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72 págs. / 2 horas, 7 minutos / 120 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Plantador de Malata

Joseph Conrad


Novela corta


Capítulo I

En el despacho de redacción del primer periódico de una gran ciudad colonial dos hombres charlaban. Ambos eran jóvenes. El más corpulento de ellos, rubio y envuelto en una apariencia más urbana era el redactor jefe y copropietario del importante periódico.

El otro se llamaba Renouard. Que algo ocupaba su mente era evidente en su fino rostro bronceado. Era un hombre esbelto, relajado, activo. El periodista continuó con la conversación.

—De manera que ayer estuviste cenando en la casa del viejo Dunster.

Empleó la palabra viejo no con el trato entrañable que a veces se da a los íntimos, sino en toda la sobriedad de su sentido. El tal Dunster era viejo. Había sido un notable estadista colonial, pero ahora se hallaba retirado de la vida política tras una gira por Europa y una prolongada estancia en Inglaterra, durante la cual había tenido en efecto muy buena prensa. La colonia se enorgullecía de él.

—Sí, cené allí —dijo Renouard—. El joven Dunster me invitó justo cuando yo salía de su oficina. Pareció ser una idea repentina, y sin embargo no puedo dejar de sospechar alguna intención detrás de ella. Fue muy insistente. Juró que a su tío le agradaría mucho verme. Dijo que éste había mencionado últimamente que haberme otorgado la concesión de Malata había sido el último acto de su vida oficial.

—Muy enternecedor. El amigo se pone sentimental de vez en cuando con el pasado.

—En realidad no sé por qué acepté —continuó el otro—. El sentimentalismo no me conmueve con mucha facilidad. El viejo Dunster fue, desde luego, cortés conmigo, pero no se informó siquiera de mi progreso con las plantas de la seda. Probablemente olvidó que tal cosa existiera. Debo admitir que había más gente allí de la que esperaba encontrar. Una reunión bastante grande.


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80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 50 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

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