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Los Seis Velos

Pedro Antonio de Alarcón


Novela corta


A Agustín Bonnat

Prólogo y dedicatoria

Hace algún tiempo que mi amigo Rafael y yo, más enamorados de la muerte que de la vida, dimos un largo paseo por el mar a las altas horas de una tranquila noche de verano, sin otra compañía que la implacable luna, y rigiendo por nosotros mismos un barquichuelo del tamaño de un ataúd.

Cansados de remar, y extáticos ante la solemne calma de la Naturaleza, acabamos por abandonar el bote a merced de las olas, confiando en la mansedumbre con que lo acariciaban, o más bien en nuestra mala suerte, que parecía decidida a no ayudarnos a morir.

Rafael había cantado una patética barcarola, y cuya letra decía de este modo:


«Boga, boga sin recelo,
Del remo al impulso blando,
Como las almas bogando
Van desde la tierra al cielo.

Boga, que el viento no zumba
Y la mar se duerme en calma;
Boga, como boga el alma
Desde la cuna a la tumba.»
 

Esta sencilla canción había aumentado la tristeza que nos devoraba; tristeza que en él era ingénita o consubstancial, y que a mí me habían comunicado los libros románticos, algunos hombres sin creencias y las esquiveces de la fortuna...

—Rafael... —exclamé de pronto. —Tú debes haber tenido algún amor desgraciado...

Rafael no era comunicativo. En otra cualquier circunstancia habría eludido la respuesta. Pero en aquella situación culminante mi interpelación fue como la ruptura de un dique.

—Escucha... —dijo.

Y me contó una historia incoherente, inexplicable, tan original como melancólica.

¡El desgraciado había pasado la vida corriendo tras un celaje de amor, que se desvaneció lentamente ante sus ojos, dejándole el alma llena de amargura!...

Acabo de saber que mi amigo ha muerto.

Su historia, dormida en lo profundo de mi memoria, ha saltado a la superficie.

Y sin vacilar he cogido la pluma.


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Dominio público
22 págs. / 39 minutos / 296 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Scudéry

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


En la calle de Saint Honoré se levantaba la casita en que vivía Magdalena de Scudéry, conocida por sus versos llenos de donaire y por la consideración que mereció de Luis XIV y de la Maintenon.

Ya avanzada la noche —en el otoño de 1680— se oyeron en la puerta recios y vehementes golpes que resonaron en todo el vestíbulo. Bautista, que en el reducido tren de casa de la señorita ejercía a la vez de cocinero, criado y portero, había ido al campo con permiso de su ama para asistir a la boda de una hermana, de manera que la única que velaba en la casa aquella noche era la Martiniére, la camarera de la señorita. Oyó las repetidas llamadas, y se le ocurrió en seguida que, ausente Bautista, quedaba en la casa con la señorita sin auxilio ninguno. Se agolpaban en su mente los casos de violencia, de asalto de morada, los robos y los homicidios que en aquel entonces sufría París, y dio por cierto que algún grupo de perturbadores, enterados de las circunstancias de la casa, era el que alborotaba y esperaban solamente que la puerta se abriera para llevar a cabo algún intento perverso contra su dueña. Temblorosa, atemorizada y maldiciendo a Bautista, a su hermana y a la boda, se quedó quieta en su habitación, mientras continuaban resonando los golpes dados a la puerta, y en medio de ellos le pareció oír llamar una voz:

—¡Abrid! ¡Os lo pido por Cristo! ¡Abrid!

Con creciente temor se apresuró la Martiniére a coger el candelabro, con la vela encendida y se precipitó al vestíbulo. La voz del que llamaba se hizo más inteligible:

—¡Por el amor de Cristo, abridme!

—Es evidente que un bandolero no habla de este modo —pensó la Martiniére—. Es tal vez una persona que busca refugio en la casa de mi señorita, a quien sabe inclinada a hacer buenas obras. Pero seamos precavidas.


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Protegido por copyright
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 106 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Mala Cuna y Mala Fosa

Silverio Lanza


Novela corta


Advertencia

He procurado desfigurar esta novela lo menos que me ha sido posible. Sin embargo, suprimo algunos párrafos y frases, y cambio varios nombres propios.

El editor:

J. B. A.

Dedicatoria

Dedico este cuentecito al cadáver que ocupa el primer lugar de la fosa núm. ... del patio de... en el Cementerio general del Sur de Madrid.

El autor.

Síntesis

7 de noviembre de 1879


A ver... una que cante.

—Ama...

—Señá Virginia, una que cante.

—A ver... esa tísica.

—¡Juanita!...

—¡Sarasa!

—¡Ole, por la Juana!

—A ver... a cantar.

—Vaya una salivilla.

—Eso es un esputo.

—¡Silencio!...

Juana cantando:


Soy lo mismo que la piedra
en el medio de la calle;
toda la gente la pisa
y no se queja de nadie.


Fin de la sínesis

Pergaminos, ejecutorias, títulos de infamia, et sic de caeteris

Con un capitán de caballería que, al decir de algunos, ha llegado hasta el extremo de pegarle a la pobre señora.

Pedro Antonio de Alarcón


¡Oh! Los capitanes... ¡ah!...

Tres estrellas en el cielo fijan la posición de su observador. Tres estrellas en una manga fijan la posición de quien las lleva. Un capitán siempre es un capitán.

La madre... pues bien... era madre. Tenía la mayor honra y la mayor desgracia de la mujer. Por serlo era digna de respeto.


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Dominio público
66 págs. / 1 hora, 55 minutos / 109 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Ni en la Vida ni en la Muerte

Silverio Lanza


Novela corta


Convencidos de que Dios se hizo hombre, pretenden los hombres hacerse dioses. Mal oficio

Personajes

(Retratos del natural)

Licurgo Redondo, juez de delitos.
Pío de la Cruz, cura párroco.
Bienvenido González, (el inocente).
La familia Prada.
Un sepulturero que no habla.
Un tabernero, un polizonte, gentes del pueblo, y otros personajes que ni son del pueblo ni son gentes.

Se figura la acción en Villaruin, población próxima a Granburgo (capital de la Atargea), en el siglo XX del cristianismo, durante la dominación de las llamadas razas cultas.

Don Ligurco Redondo

(Juez de delitos)


Se le llama también juez de preparación o, como decía el presidente de un tribunal de apelación, «el juez de los primeros pasos», y en una procesión de Semana Santa envió al nominado detrás del Cristo amarrado a la columna, porque «usted me va inztruyendo este procezo y yo iré a la cola con él cabirdo para zentenciar con arreglo a justicia».

Cuando algún comerciante es presumido se dice que el tal se ha tragado la vara de medir: pues bien, el juez de delitos de Villaruin se ha tragado la vara de la justicia. Se la ha tragado porque anda más estirado que un pino. Se la ha tragado y le ha producido una indigestión.

Afortunadamente sólo se ha tragado la vara; otros se comen la justicia y engordan. El juez de Villaruin está para cebar; y el descaro con que asoman los huesos por debajo de la piel hace honor a la probidad de tan digno sacristán de Themis.

¡Pobre iluso!

Antes de tomar posesión de la plaza, se presentó al jefe del negociado de Derecho del Interior, y el alto funcionario le dijo:

—Usted dirá.

—Soy el juez de delitos nombrado para Villaruin.

—Está bien.

—Y vengo a despedirme de Vuecencia.

—Está bien.


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Dominio público
40 págs. / 1 hora, 10 minutos / 146 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Noviembre

Gustave Flaubert


Novela corta


Fragmentos de un estilo cualquiera

Para… bobear y fantasear.

MICHEL DE MONTAIGNE

Amo el otoño. Esta triste estación es apropiada para los recuerdos. Cuando los árboles pierden todas sus hojas, cuando el cielo crepuscular aún conserva ese tinte rojizo que dora la hierba marchita, resulta dulce ver cómo se apaga todo aquello que, poco antes, ardía en nuestro interior.

Acabo de regresar de mi paseo por los prados vacíos, junto a los fríos fosos en los que se miran los sauces. El viento hacía silbar sus ramas desnudas; en ocasiones enmudecía y después comenzaba otra vez, de repente. Entonces las hojas que aún se aferran a los zarzales temblaban de nuevo, la hierba tiritaba inclinándose sobre la tierra, todo parecía volverse más pálido, más helado. En el horizonte, el disco del sol se confundía con el blanco del cielo, y su aureola lo impregnaba de un soplo de vida expirante. Yo sentía frío, casi miedo.

Me he resguardado tras un montículo de hierba; el viento había cesado. No sé por qué pero, mientras estaba allí, sentado en el suelo —sin pensar en nada y contemplando el humo que brotaba de los chamizos en la lejanía—, mi vida entera se me apareció como un fantasma, y el amargo sabor de los días pasados regresó, con el olor de la hierba agostada y la madera muerta. Mis pobres años desfilaron de nuevo ante mis ojos, como arrastrados por el invierno en alas de una espantosa tormenta. Algo terrible los arremolinaba en mi memoria, con una furia mayor que la del viento que espoleaba las hojas sobre los senderos apacibles. Una extraña ironía los zarandeaba y revolcaba solo para mi diversión. Después remontaron el vuelo, todos juntos, y se perdieron en el cielo pálido.


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Protegido por copyright
99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 293 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Oasis en la Vida

Juana Manuela Gorriti


Novela corta


Dedicatoria

Á «La Buenos Aires»

La Autora.

I

—¡Bah!—exclamó Mauricio Ridel, arrojando la pluma despues de escribir la palabra Fin bajo la última línea de una cuartilla marcada con el guarismo 60.

—¿Qué es eso?—interrogó un jóven que escribía allí cerca.

—El postrer párrafo del folletin—respondió Mauricio, alargando la hoja á un cajista que aguardaba.

—¡Cómo! ¿Mañana acaba Chamusquinas de Amor? Hoy quedaba su héroe en una situacion extrema: la mano armada de un revólver, esperando para morir el primer rayo de sol; y ya, este comenzaba á dorar las copas de los árboles; y al verlo, «Enrique apoya el arma contra el corazon, enviando á María su último pensamiento; á Dios su última plegaria.»—¿Muere?

—No; porque—«De repente, un brazo cariñoso rodeó su cuello; un rostro pálido y mojado de lágrimas se apoyó en su rostro...

—¡Perdon!

—¡Perdon!—se oyó á la vez...

«Y el primer rayo de sol aguardado como una señal de muerte, fué la aurora de su felicidad».

—¡Bien! ¡oh! ¡Qué bien!—aplaudió el otro; y añadió con dramático ademan:

—¡Ah! que no haya para nosotros, párias del destino, ¡un rayo de sol que venga á redimirnos!

—Sí: y más que uno: dos—repuso Mauricio.—La resignacion y el trabajo.

—¡La resignacion! ¡el trabajo!—replicó el interlocutor con forzada risa.—Solo tú puedes decir eso; tú, que no contento con la tarea diaria, la has subido á catorce horas. Catorce horas, pluma en mano, encorvado sobre la implacable cuartilla, y precisamente, apenas en convalecencia de la terrible herida que casi te lleva al sepulcro.

—Sin embargo, ya lo vés: estoy sano y fuerte. Un poco de sueño; á veces, un poco de fatiga; pero se piensa en el fin propuesto, y todo eso vuela y se desvanece.—

Hablando así, Mauricio consultó su reloj.


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 120 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Oros Son Triunfos

José María de Pereda


Novela corta


I

Imagínese el pío lector que la vulgarísima historia que voy a referirle se remonta a los tiempos de Maricastaña, y elija para teatro de los sucesos la capital que más le agrade de las nuestras de segundo orden, con tal de que sea de las más empingorotadas en la estadística de los subsidios industriales y no forme con las últimas en el catálogo de las que más nutren y alimentan el caudaloso mar de las rentas de aduanas; señal infalible de que el vértigo de la ganancia es su vida, y el alma del negocio el negocio de su alma; de que por letras se entiende allí las de cambio; por artes los de cocina; por ciencias la aritmética mercantil, y por «trabajo honroso» pura y exclusivamente el que se emplea, de sol a sol, en sacar el jugo a la matrícula, esa ejecutoria de los pueblos ricos, ora en el sucio Borrador de almacén, ora en el pulcro, terso y espacioso libro Diarios, ora en remover obstáculos de arancel con el santo fin de que pasen, como una seda, torres y montones, por donde el rigor de las leyes no deja libre entrada a un mal garbanzo.

Andaba allí el lujo como Pedro por su casa; y teniendo en todas ellas un culto el lujo de los trapos, era un vicio de los más abominables el lujo del entendimiento.

Disculpábase la pobreza en el negociante desgraciado y hasta en aquéllos que del último concurso de acreedores no habían podido sacar la conciencia tan limpia como el fondo de sus cajas; pero era punto menos que infamante en los que por natural aversión a la ciencia del toma y daca sudaban gotas de sangre por hacer un mendrugo miserable del meollo de su inteligencia consagrada a fútiles asuntos que jamás daban un cañamón de riqueza para basar sobre ella la proporción de un impuesto, ni la de un concierto de arbitrios, o de derecho módico.


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Dominio público
87 págs. / 2 horas, 33 minutos / 111 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Pachín González

José María de Pereda


Novela corta


Nihil in terra sine causa fit, et de humo non oritur dolor.

(JOB, c. V, 6.)
 

Salió de su casa el día preciso (el de los Difuntos, por más señas), después de oír las tres misas del párroco de su aldea; día bien triste, ciertamente, para los vivos, si tienen memoria para recordar y corazón para sentir, porque los hay que no sienten ni recuerdan, sobre los cuales pasan esas y otras remembranzas como el viento sobre las rocas. Sin los alientos que le infundió el cura aquella misma mañana, sabe Dios si hubiera padecido serios quebrantos su resolución, porque fue mucho lo que lloró su madre oyendo las misas y comulgando a su lado, aunque afirmaba la buena mujer que solamente lloraba por los pedazos de su corazón que pudrían en la tierra: por aquel esposo tan providente y tan bueno, por aquella hija tan garrida y cariñosa, cuyas vidas había segado el dalle de la muerte tres años antes. Sería o no sería esto la pura verdad en opinión del hijo, que también lagrimeaba por contagio y a cuya sutileza de magín no se ocultaban ciertas cosas; pero las reflexiones del párroco por una parte, y por otra la labor tentadora de cierto diablejo que no descansaba un punto en su imaginación pintándole cuadro tras de cuadro y siempre el último más risueño que el anterior, lograron hacerle triunfar, sin gran esfuerzo, de sus flaquezas de hombre y de sus ternuras de hijo cariñoso. Tocante a lo señalado del día, no era posible elegir otro más alegre. El vapor zarpaba el 4 a media mañana, y no le sobraba una hora del 3 para despachar debidamente los indispensables quehaceres que le esperaban en la ciudad.

Ello fue que la madre y el hijo llegaron a Santander, según lo anotó a pulso el jovenzuelo en su flamante cartera, «en la tardezuca del 2 de noviembre de 1893».


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Dominio público
69 págs. / 2 horas, 2 minutos / 1 visita.

Publicado el 18 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

¡Pobre Richard!

Henry James


Novela corta


1

El jardín de Miss Whittaker cubría un par de acres, por detrás y a ambos lados de la casa. Estaba rodeado a lo lejos por una gran pradera, a su vez limitada por un antiguo camino de sirga inutilizado, que bordeaba en esa zona las aguas poco profundas y tranquilas de un río; sus riberas bajas y planas no se veían adornadas por ninguna roca ni árbol, y un camino de sirga no es precisamente un lugar propicio para dar románticos paseos. Sin embargo, por allí paseaba sin sombrero, una tarde de primavera, la dueña de los acres mencionados —y de muchos más todavía—, enfrascada en una conversación sentimental con un apuesto y apasionado joven.

Ella hubiese pasado fácilmente por poco atractiva de no ser por la frecuencia de su magnífica sonrisa, que le otorgaba encanto a sus facciones algo vulgares y, en otra medida, sin la elegancia de su vestido, que denotaba el final de un duelo, y que tenía la exuberancia voluminosa propia de las mujeres ricas y robustas.

La hermosura de su compañero era notabilísima, cierto es, a pesar de algunos defectos, y descollaba aún más por su traje raído, que llevaba con tan poco garbo como el mal corte que tenía. Sus maneras, al hablar y al caminar, eran las de un ser nervioso y testarudo, al borde de la desesperación; ella parecía estar más que aburrida, pero determinada a tener paciencia. Al final, se hizo un breve silencio entre ambos.

Miss Whittaker caminaba tranquilamente, mirando la luna que ascendía lentamente, mientras el joven clavaba la mirada en el camino y hacía balancear su bastón. Por fin, lo plantó con un golpe seco en el suelo.

—¡Oh, Gertrude! —exclamó—. Siento desprecio por mí mismo.

—Es horrible eso que dices —contestó ella.

—Es que te adoro, Gertrude.

—Todavía más horrible —dijo Gertrude, sin dejar de contemplar la luna.


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77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 66 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Remanso de Paz

Iván Turguéniev


Novela corta


I

En una habitación bastante espaciosa, recién encalada, de la casa señorial de la aldea de Sasovo, en el distrito provincia de T., delante de una vieja mesita alabeada, un hombre joven, con el abrigo puesto, estaba sentado en una estrecha silla de madera y examinaba unas cuentas. Dos velas de estearina ardían en plateados candelabros de viaje; en un extremo, sobre un banco, descansaba un cofrecillo abierto; en otro rincón un criado estaba armando una cama de hierro. Al otro lado del bajo tabique borboteaba y silbaba un samovar; un perro se revolcaba en una brazada de paja que acababan de traer. En el vano de la puerta aguardaba un campesino de barba larga y rostro inteligente, con un abrigo nuevo anudado con una banda roja: el starosta, según todas las apariencias. Miraba con atención al joven sentado. Pegado a una de las paredes había un piano antiquísimo, al lado de una cómoda no menos vetusta, con agujeros en lugar de cerraduras; entre las ventanas se veía un espejo oscuro; del tabique colgaba un viejo retrato, casi todo descascarillado, que representaba a una mujer empolvada con miriñaque y una cinta negra en el fino cuello. A juzgar por la pronunciada curvatura del techo y la pendiente del agrietado suelo, la casa en la que acabamos de introducir al lector existía desde hacía mucho tiempo. Nadie vivía en ella de manera permanente y se utilizaba para alojar a las visitas del amo. El joven sentado a la mesa era precisamente el dueño de la aldea de Sasovo. Había llegado la víspera, procedente de su hacienda principal, que se encontraba a unas cien verstas de allí, y se disponía a partir al día siguiente, una vez concluida la inspección de la hacienda, escuchadas las peticiones de los campesinos y verificados todos los papeles.


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86 págs. / 2 horas, 31 minutos / 211 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

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