I
¿Desde cuándo lleva su nombre el «Molino silencioso»? No lo sé. Desde
que lo conozco es un viejo edificio medio derruido, resto lastimoso de
una época ya desaparecida.
Descascarados y sin techo, sus muros, que los años desmoronan, se alzan
hacia el cielo dejando paso libre a todos los vientos. Dos grandes
muelas redondas, que sin duda trabajaron valientemente en otro tiempo,
han roto el armazón carcomido que las sostenía, y, arrastradas por su
propio peso, se han hundido profundamente en el suelo.
La rueda grande permanece suspendida de través entre los dos soportes
podridos. Las paletas han desaparecido; sólo los rayos se alzan todavía
en el aire, como brazos que se tienden hacia el cielo para implorar el
golpe de gracia.
El musgo y las algas lo han cubierto todo con un manto de verdor a
través del cual el berro muestra sus hojas redondas, de palidez
enfermiza. Un canal medio arruinado vierte dulcemente el agua, que cae
gota a gota con un ruido cuya monotonía adormece, sobre los rayos de la
rueda, que salta hecha polvo y que llena el aire de vapor húmedo.
Oculto bajo una capa de leños grises, el arroyo esparce un olor de agua
corrompida. Todo lleno de algas y de hierbas, ha sido invadido por los
pinos acuáticos y los juncos; en el medio solamente resalta un hilo de
agua cenagosa y negra, en el que se columpia perezosamente la lenteja
acuática, con sus hojas delicadas de color verde claro.
En otro tiempo, el arroyo del molino corría alegremente, la espuma
brillaba blanca como la nieve a lo largo del dique, las ruedas enviaban
hasta la aldea el ruido alegre de su tictac; y, en el patio, los carros
iban y venían en largas filas, mientras resonaba a lo lejos la voz
potente del viejo molinero.
Información texto 'El Molino Silencioso'