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Historia de una Obra Maestra

Henry James


Novela corta


Parte I

Fue apenas el verano pasado, durante una estancia de seis semanas en Newport, cuando John Lennox se prometió a Miss Marian Everett, de Nueva York.

Mr. Lennox era viudo, sin hijos, y poseía una gran fortuna. Tenía treinta y cinco años, un aspecto suficientemente distinguido y unos modales excelentes. Era también un hombre de costumbres irreprochables, que contaba con una cantidad excepcional de sólida información y cuyo carácter, se decía, había sido sometido a un difícil y provechoso periodo de prueba durante su corta vida de casado. Por todo ello, se consideraba que era Miss Everett quien se llevaba un buen partido y la que más salía ganando con el enlace.

Sin embargo, también Miss Everett era una joven muy atractiva desde el punto de vista del matrimonio. La bella Miss Everett, como la llamaban para distinguirla de algunas primas poco agraciadas con quienes, dado que no tenía madre ni hermanas, estaba obligada a pasar una gran parte de su tiempo como exigía el decoro. Esa cualidad, cabe suponer, proporcionaba a la muchacha una satisfacción mayor que la que podía producir en sus jóvenes y excelentes parientes.


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40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 98 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Jettatura

Théophile Gautier


Novela corta


I

El Leopoldo, magnífico barco de vapor toscano que hace el trayecto de Marsella a Nápoles, acababa de doblar la punta de Procida. Todos los pasajeros estaban en el puente, curados del mal de mar ante la vista de la tierra, remedio más eficaz que los dulces de Malta y otras recetas utilizadas en tales casos.


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99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 122 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Casa Hechizada

Charles Dickens


Novela corta


Los mortales de la casa

La casa que es el tema de esta obra de Navidad no la conocí bajo ninguna de las circunstancias fantasmales acreditadas ni rodeada por ninguno de los entornos fantasmagóricos convencionales. La vi a la luz del día, con el sol encima. No había viento, lluvia ni rayos, no había truenos ni circunstancia alguna, horrible o indeseable, que potenciaran su efecto. Más todavía: había llegado hasta ella directamente desde una estación de ferrocarril; no estaba a más de dos kilómetros de distancia de la estación, y en cuanto estuve fuera de la casa, mirando hacia atrás el camino que había recorrido, pude ver perfectamente los trenes que recorrían tranquilamente el terraplén del valle. No diré que todo era absolutamente común porque dudo que exista tal cosa, salvo personas absolutamente comunes, y ahí entra mi vanidad; pero asumo afirmar que cualquiera podría haber visto la casa tal como yo la vi en una hermosa mañana otoñal.

La forma en que yo la vi fue la siguiente.

Viajaba hacia Londres desde el norte con la intención de detenerme en el camino para ver la casa.


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36 págs. / 1 hora, 4 minutos / 132 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Lección del Maestro

Henry James


Novela corta


I

Le habían informado de que las señoras estaban en la iglesia, pero eso quedó corregido por lo que vio al llegar a lo alto de los escalones (bajaban desde una gran altura en dos brazos, con un giro circular de efecto muy encantador) ante el umbral de la puerta que dominaba el inmenso césped desde la larga y clara galería. Tres caballeros, en la hierba, a distancia, estaban sentados bajo los grandes árboles, pero la cuarta figura no era un caballero, la figura del traje carmesí que formaba una mancha tan viva, tan como «toque de color» en medio del fresco y denso césped. El criado había llegado hasta allí con Paul Overt para enseñarle el camino y le había preguntado si deseaba ir primero a su cuarto. El joven declinó ese privilegio, no teniendo desorden que reparar tras un viaje tan corto y cómodo, y deseando tomar posesión inmediatamente, con una percepción general, de la nueva escena, tal como solía. Se quedó allí un poco con los ojos puestos en el grupo y en la admirable imagen, los amplios terrenos de una vieja casa de campo, junto a Londres (lo cual la hacía mejor), en un espléndido domingo de junio.

—Pero esa señora ¿quién es? —dijo al criado antes que se fuera.

—Creo que es la señora St. George, señor.

—La señora St. George, la esposa del distinguido… —entonces Paul Overt se detuvo, dudando si el lacayo sabría.

—Sí, señor; probablemente, señor —dijo el criado, que parecía desear insinuar que una persona que estaba en Summersoft sería naturalmente distinguida, al menos por matrimonio. Sus maneras, sin embargo, le hicieron al pobre Overt sentirse por el momento como si él mismo no lo fuera mucho.

—¿Y los caballeros? —preguntó.

—Bueno, señor, uno de ellos es el general Fancourt.

—Ah sí, ya sé; gracias.


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78 págs. / 2 horas, 16 minutos / 250 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Princesa de Babilonia

Voltaire


Novela corta


I

El anciano Belus, rey de Babilonia, se creía el hombre más importante de la tierra, ya que todos sus cortesanos se lo decían y todos sus historiadores se lo probaban. Esta ridiculez podía disculpársele porque, efectivamente, sus antecesores habían construido más de treinta mil años atrás Babilonia y él la había embellecido. Se sabe que su palacio y su parque, situados a algunas parasangas de Babilonia, se extendían entre el Éufrates y el Tigris, que bañaban estas riberas encantadas. Su vasta mansión de tres mil pasos de frente se elevaba hasta las nubes. Su plataforma estaba rodeada por una balaustrada de mármol blanco, de cincuenta pies de altura, que sostenía las estatuas de todos los reyes y todos los hombres célebres del imperio. Esta plataforma, compuesta de dos hileras de ladrillos recubiertos por una espesa capa de plomo de una extremidad a la otra, soportaba doce pies de tierra y sobre esta tierra se habían sembrado bosques de olivos, de naranjos, de limoneros, de palmeras, de claveros, de cocoteros, de canelos, que formaban avenidas impenetrables para los rayos del sol.

Las aguas del Éufrates, elevadas por medio de bombas dentro de cien columnas huecas, llegaban a esos jardines para llenar vastos estanques de mármol y, cayendo luego a otros canales, iban a formar en el parque cascadas de seis mil pies de largo y cien mil surtidores cuya altura apenas podía percibirse, luego volvían al Éufrates, de donde habían partido. Los jardines de Semiramis, que asombraron al Asia varios siglos después, no eran más que una débil imitación de estas antiguas maravillas: porque, en el tiempo de Semiramis, todo comenzaba a degenerarse, tanto entre los hombres como entre las mujeres.


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78 págs. / 2 horas, 17 minutos / 146 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Los Siete Ahorcados

Leónidas Andréiev


Novela corta


Capítulo I. ¡A la una, precisamente, excelencia!

El ministro era un tipo extraordinariamente obeso y propenso a los ataques apopléticos, por lo cual, y para prevenir los peligros de una emoción fuerte, hubieron de emplearse toda clase de precauciones para comunicarle que se iba a atentar contra su vida. Al ver que recibía la noticia con serenidad y hasta sonriente, se le comunicaron los detalles. El crimen se cometería a la siguiente mañana, cuando la víctima se encaminase al Consejo. La policía había descubierto el complot por una delación, y vigilaba noche y día a los conjurados, quienes serían detenidos a la una, hora en que, armados de bombas y pistolas, esperarían al ministro.

— Pero —exclamó éste, sorprendido—, ¿cómo diablos sabían ellos la hora a que yo he de acudir al Consejo, cuando yo mismo la ignoraba hace tres días?

El jefe de la guardia se encogió de hombros.

— Pues ellos, Excelencia, sabían que será a la una, precisamente.

Parecióle bien a Su Excelencia el diligente celo de la policía; luego hizo un gesto de duda, frunció el ceño, y sus labios, carnosos y encendidos, se contrajeron en una mueca que pretendía ser una sonrisa; sin abandonarla, se despidió de los agentes, y para que éstos trabajasen con mayor libertad y desembarazo, decidió pasar la noche fuera de su casa, en otra casa amiga, donde le brindaban hospitalidad. También su esposa y sus hijos fuéronse lejos de aquella mansión en que acechaba el peligro y en donde al día siguiente habían de reunirse los conjurados.

Mientras ardían las lámparas en la morada ajena y los amigos saludaban y sonreían, el ministro experimentaba cierta excitación agradable, como si le hubieran dado ya o le fuesen a otorgar un galardón inesperado.


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83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 268 visitas.

Publicado el 31 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Massimilla Doni

Honoré de Balzac


Novela corta


AL SEÑOR JACQUES STRUNZ

Mi querido Strunz: Pecaría de ingratitud si no ligara vuestro nombre a una de las dos obras que yo no habría podido escribir sin vuestra paciente complacencia y vuestras atenciones. Hallad, pues, aquí, un testimonio de mi agradecida amistad, por el valor con que habéis intentado, acaso sin éxito, iniciarme en las profundidades de la ciencia musical. Mas siempre me habréis enseñado lo que el genio oculta de dificultades y de trabajos en esos poemas que son para nosotros fuente de divinos placeres. Me habéis también procurado más de una vez la pequeña diversión de reír a costa de más de un pretendido experto. Algunos me tachan de ignorancia, sin sospechar, ni los consejos que debo a uno de los mejores críticos musicales, ni vuestra concienzuda asistencia. Acaso haya, sido yo el más infiel de los secretarios. De ser así, ciertamente que me consideraría un traicionero traductor sin saberlo, mas, no obstante, quiero poder preciarme siempre de ser uno de vuestros amigos.

De Balzac.

París, mayo 1839.


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96 págs. / 2 horas, 48 minutos / 94 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Daisy Miller

Henry James


Novela corta


I

En la pequeña ciudad suiza de Vevey hay un hotel extraordinariamente confortable, si bien es verdad que allí casi todos son buenos hoteles, ya que el negocio principal en esta región es el turismo. Muchos viajeros recordarán aún que nuestro hotel se halla situado al borde mismo de un renombrado lago azul, cuya visita es poco menos que obligatoria para todos los turistas. Por las orillas del lago se extiende, además, una ininterrumpida serie de albergues de diversas categorías que van desde el Gran Hotel, de nuevo estilo, fachada revocada de blanco, con un centenar de balcones y una docena de gallardetes flotando en su tejado, hasta la modesta pensión suiza, de típica fachada rústica, de madera, con el nombre escrito en caracteres góticos sobre un rótulo rojo o amarillo, fijado a una valla, y su correspondiente cenador de verano en el ángulo del jardín. Hay, sin embargo, un hotel en Vevey, famoso por su aire de lujo y seriedad, que lo distingue de sus empingorotados vecinos.

En el lugar descrito, durante el mes de junio, los viajeros norteamericanos son tan numerosos, que bien puede decirse que el hotel se transforma en un balneario norteamericano; hay citas, reuniones, ruidos que evocan una visión, un eco de Newport o de Saratoga. Por todas partes se tropieza con estilizadas jóvenes que caminan apresuradamente, crujen muselinas y sedas, suena por doquier, aun en las mañanas, música de baile, y un rumor de voces se escucha incesantemente.


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70 págs. / 2 horas, 3 minutos / 105 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Alumno

Henry James


Novela corta


I

El pobre joven dudaba y no acababa de decidirse: le suponía un gran esfuerzo abordar el tema económico, hablar de dinero con una persona que sólo hablaba de sentimientos y, por así decirlo, de sentimientos elevados. Sin embargo, no quería despedirse, considerando cerrado su compromiso, sin que se echara una mirada más convencional en esa dirección, pues apenas permitía posibilidad alguna el modo en que planteaba el asunto la afable y corpulenta dama que se hallaba sentada ante él, manoseando unos estropeados guantes de ante con su enjoyada mano regordeta, estrujándolos y deslizándolos al mismo tiempo, y repitiendo una y otra vez toda clase de asuntos, excepto aquello que a él le hubiera gustado escuchar. Le hubiera gustado oír la cifra de su salario; pero justo en el mismo momento en que el joven, con nerviosismo, se disponía a hacer sonar esa nota, regresó el niño —a quien la señora Moreen había enviado fuera de la habitación a buscar su abanico. Volvió sin el abanico, limitándose a decir que no lo encontraba. Mientras soltaba esa cínica confesión, clavó con firmeza la mirada en el candidato a obtener el honor de ocuparse de su educación. Este pensó, con cierta preocupación, que lo primero que tendría que enseñarle a su pupilo sería cómo debía dirigirse a su madre —especialmente que no debía darle una respuesta tan inapropiada como aquélla.

Cuando la señora Moreen utilizó aquel pretexto para deshacerse de la compañía del niño, Pemberton supuso que lo hacía precisamente para abordar el delicado asunto de su remuneración. Pero lo había hecho tan sólo para comentar algunas cosas que a un niño de once años no le convenía escuchar. Elogió a su hijo exageradamente, exceptuando un momento en que bajó la voz hasta convertirla en un susurro, dándose al mismo tiempo golpecitos en la parte izquierda de su tórax:


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61 págs. / 1 hora, 47 minutos / 130 visitas.

Publicado el 5 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Duelo

Antón Chéjov


Novela corta


I

Eran las ocho de la mañana, la hora en que los oficiales, los funcionarios y los forasteros solían bañarse en el mar, después de una noche calurosa y sofocante; luego se dirigían al pabellón a tomarse un café o un té. Iván Andreich Laievski, un joven de veintiocho años, enjuto, rubio, con la gorra del Ministerio de Hacienda y zapatillas, encontró en la playa a muchos conocidos, entre ellos a su amigo el médico militar Samóilenko.

Con su gran cabeza rapada, sin cuello, colorado, narigudo, espesas cejas negras y patillas llenas de canas, gordo, adiposo y, por si eso fuera poco, con ese vozarrón ronco y marcial, el tal Samóilenko causaba una impresión desagradable a cada nuevo recién llegado. A estos se les antojaba un tipo tosco y desabrido, aunque, después de tratarlo dos o tres días, empezaban a encontrar su rostro extremadamente bondadoso, gentil y hasta atractivo. A pesar de su aire desmañado y de su tono poco ceremonioso, era un hombre pacífico, de una bondad desmesurada, afable y servicial. En la ciudad tuteaba a todo el mundo, prestaba dinero a cualquiera, curaba, concertaba voluntades, reconciliaba, organizaba meriendas campestres en las que asaban brochetas de cordero y preparaba una deliciosa sopa de pescado; siempre andaba ocupándose de alguien, pidiendo favores, y nunca le faltaban motivos para estar alegre. Según la opinión general, era un hombre intachable, y sólo se le atribuían dos debilidades: la primera era que se avergonzaba de su bondad y trataba de enmascararla con una mirada severa y una rudeza postiza; la segunda consistía en su manía de que los enfermeros y los soldados le dieran el trato de excelencia, cuando sólo era consejero de Estado.


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129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 718 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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