Textos más vistos etiquetados como Novela corta no disponibles | pág. 8

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La Muchacha de los Ojos de Oro

Honoré de Balzac


Novela corta


A Eugène Delacroix, pintor

I. Fisonomías parisinas

Uno de los espectáculos que más espanto puede causar es, sin duda alguna, el aspecto general del vecindario parisino, gente feísima de ver y de color quebrada, gente amarilla y curtida. ¿No es acaso París un campo amplísimo que trastorna continuamente una tempestad de intereses bajo la que gira el torbellino de una cosecha de hombres que la muerte siega con mayor frecuencia que en otros lugares y vuelven a nacer en idéntica estrechez, hombres cuyos rostros enrevesados y tortuosos rezuman por todos los poros el alma, los deseos, los venenos que preñan sus cerebros, no ya rostros, sino máscaras, máscaras de flaqueza, máscaras de fuerza, máscaras de miseria, máscaras de alegría, máscaras de hipocresía, todas ellas exhaustas, todas ellas impregnadas de las marcas indelebles de una anhelante avidez? ¿Qué ansían? ¿Oro o placer?


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89 págs. / 2 horas, 36 minutos / 232 visitas.

Publicado el 15 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Muerte del León

Henry James


Novela corta


I

Supongo que, sencillamente, cambié de opinión, un hecho que debió gestarse cuando el señor Pinhorn me devolvió el manuscrito. El señor Pinhorn era mi «jefe», como se le llamaba en la redacción. A él se le había encomendado la importante misión de sacar adelante el periódico. Éste consistía en una publicación semanal que había sido prácticamente dada por insalvable, cuando él se hizo cargo. El señor Deedy había dejado que se hundiera terriblemente y sólo se mencionaba su nombre en la redacción para relacionarlo con ese delito. En cierto modo y a pesar de mi juventud, yo era una herencia de la época del señor Deedy (propietario del periódico, además de director) y formaba parte de un lote, compuesto principalmente por el local y el mobiliario de la redacción, que la pobre señora Deedy, en medio de la depresión sufrida por la pérdida de su marido, vendió tras aceptar una tasación poco rigurosa. Podía estar seguro de que mi continuidad dependía del hecho de ser barato. Me parecía más bien injusto que se atribuyeran todos los males a mi difunto protector, quien yacía sin que se le rindiera tributo alguno. Sin embargo, ya que tenía que labrarme un porvenir, encontré suficientes motivos para estar satisfecho siendo parte de la redacción. Con todo, era consciente de que podía ser objeto de recelo, al ser producto del antiguo y fracasado sistema. Eso me hacía sentir que debía mostrar el doble de iniciativa y fue también lo que me movió a proponerle al señor Pinhorn que debía ocuparme de Neil Paraday. Recuerdo cómo me miró: primero, como si nunca hubiera oído hablar de ese famoso que, es cierto, en ese momento no se encontraba en lo más alto del panteón. Y, luego, cuando le justifiqué fundadamente mi proposición, demostró muy poca confianza en cuanto al interés de un artículo de ese género.


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49 págs. / 1 hora, 26 minutos / 118 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Paloma

Alejandro Dumas


Novela corta, novela epistolar


Carta primera

5 de mayo de 1637.

Bella paloma de plumaje nacarado, cuello de tornasol y patitas rojas; ya que tu prisión te parece tan cruda que quieres suicidarte dándote en los hierros de tu jaula, te vuelvo la libertad. Pero como sin duda tú no quieres dejarme, sino para buscar una persona a quien aprecies más que a mí, he tenido tentaciones de vengarme de tu ingratitud. Declaro, pues, que he tratado de hacerte pagar con una cautividad eterna el favor que te hice, porque el corazón humano es tan egoísta que no hace nunca nada sin exigir una recompensa, que a veces excede con mucho al beneficio hecho. Vete, pues, gentil mensajera, vete a presentar mis respetos al que o a la que te llama, a pesar de la distancia, y a quien buscas atravesando con los ojos el espacio. Este billete que ato a tu ala es la salvaguarda de tu fidelidad. Adiós, pues, la ventana está abierta y el aire te espera… adiós.

Carta segunda

6 de mayo de 1637.


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80 págs. / 2 horas, 20 minutos / 132 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Piedra de Toque

Edith Wharton


Novela corta


Capítulo I

«El profesor Joslin, quien, como nuestros lectores bien saben, acomete la tarea de escribir la biografía de la señora Aubyn, nos pide que expongamos que contraerá una deuda impagable con cualquier amigo de la famosa novelista que pueda proporcionarle información acerca del periodo anterior a su llegada a Inglaterra. La señora Aubyn tenía tan pocos amigos íntimos y, en consecuencia, tan pocos corresponsales que, en el supuesto de que existieran cartas, éstas tendrían un valor muy especial. La dirección del profesor Joslin es: 10, Augusta Gardens, Kensington. Asimismo, nos ruega que digamos que devolverá con prontitud cualquier documento que se le confíe».

Glennard soltó el Spectator y se volvió hacia la chimenea. El club se estaba llenando, pero aún tenía para sí la salita interior y sus ensombrecidas vistas al lluvioso paisaje de la Quinta Avenida. Todo era bastante gris y deprimente, aunque sólo hacía un instante que su aburrimiento se había visto inesperadamente teñido por cierto rencor al pensar que, tal como iban las cosas, puede que incluso tuviera que renunciar al despreciable privilegio de aburrirse entre esas cuatro paredes. No era tanto que el club le importara mucho como que la remota posibilidad de tener que renunciar a él representaba, en aquellos momentos, quizá por su insignificancia y lejanía, el emblema de sus crecientes abnegaciones, de los continuos recortes que iban reduciendo gradualmente su existencia al mero hecho de mantenerse vivo. Dado que resultaban inútiles, tales cambios y privaciones no los podía considerar beneficiosos, y tenía la sensación de que, aunque se deshiciera de inmediato de lo superfluo, eso no implicaba que su despejado horizonte le ofreciera una visión más nítida del único paisaje que merecía su atención. Y es que renunciar a algo para casarse con la mujer amada es más difícil cuando llegamos a dicha conclusión por la fuerza.


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88 págs. / 2 horas, 34 minutos / 84 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Lady Barberina

Henry James


Novela corta


1

Es bien sabido que existen pocas vistas en el mundo más grandiosas que las avenidas principales de Hyde Park en una bonita tarde de junio. En eso se encontraban completamente de acuerdo dos personas que, un hermoso día de comienzos de ese mes, hace ahora cuatro años, se habían situado bajo los grandes árboles en un par de sillas de hierro (esas grandes con brazos por las que, si no me equivoco, hay que pagar dos peniques) y permanecían allí sentados, dejando a su espalda la lenta procesión del Drive y volviendo el rostro hacia el Row, que estaba mucho más animado. Estaban perdidos entre la multitud de observadores, y pertenecían, al menos aparentemente, a esa clase de personas que, donde quiera que se hallen, tienden a encontrarse más entre los observadores que entre los observados. Eran tranquilos, sencillos, de edad avanzada y de aspecto neutro; resultaban agradables a todo aquel al que no le pasaran completamente desapercibidos. Y sin embargo, de entre toda aquella brillante concurrencia, es en ellos, por oscuros que parezcan, en quienes vamos a fijar nuestra atención. Le ruego al lector que tenga un poco de confianza; no que realice excesivas concesiones. En el rostro de nuestros amigos había algo que indicaba que estaban envejeciendo juntos, y que gustaban de su mutua compañía lo bastante para no poner objeciones. El lector habrá adivinado que eran marido y mujer; y puede que también, al mismo tiempo, haya adivinado que pertenecían a esa nacionalidad que tanto abunda en Hyde Park en el apogeo de la temporada. Eran extraños familiares, por decirlo de alguna manera; y personas que resultaran tan enteradas y al mismo tiempo tan alejadas, solo podían ser americanas. Naturalmente, esta reflexión uno solo podía hacerla al cabo de un rato, pues hay que admitir que ostentaban escasos signos patrióticos.


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115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 76 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Las Bodas de Yolanda

Hermann Sudermann


Novela corta


I

Estar de pie ahí, ante la tumba abierta todavía de un viejo camarada, es horrible, señores, les aseguro... simplemente horrible. Los pies se hunden en la tierra recién removida, uno se retuerce el bigote con expresión idiota y al mismo tiempo, querría aullar de pena.

Todo, pues, había concluido... nada había que hacer ya... Su muerte nos arrebata un verdadero genio en el arte de inventar grogs, ponches y cherry gobblers, fríos o calientes. Cuando uno se paseaba con él por el campo, les aseguro, señores, con sólo ver su manera de sorber el aire, se podía estar seguro de que acababa de tener una inspiración. Al sentir el aroma de una maleza cualquiera, había adivinado en qué clase de vino habría que ponerla en infusión para conseguir una bebida excelente, extra fina...

¡Y qué entretenido era! Nos veíamos todas las noches, desde hacía años, fuera que él viniera a mi casa en Ilgenstein, o que yo me trasladase a caballo a Döbeln; y nunca me había parecido largo el tiempo que con él pasaba.

Tenía una manía, sin embargo, una idea fija: el casamiento... Para mí, se entiende; porque él...

—¡Gran Dios!—decía;—no espero sino que esta bendita agua se me meta en el corazón, y entonces... reviento.

Y eso había sucedido precisamente... el hombre había reventado... Ahí estaba, tendido a mis pies, en el gran cajón blasonado; me parecía que tenía que golpear la tapa y llamarlo: «¡He, Pütz! basta de farsas! ¡sal de ahí, que tenemos que hacer nuestro piqué!»

No se rían señores... el hábito es la más exigente de las pasiones, y ustedes no saben a cuántos hace morir todos los años la pérdida de sus costumbres: «no hay poema, no hay canción que las celebre», diré, como mi amigo Uhland.


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51 págs. / 1 hora, 29 minutos / 54 visitas.

Publicado el 14 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Los Buitres de Wahpeton

Robert E. Howard


Novela corta


I. Disparos en la oscuridad

Las desnudas paredes de madera del saloon Golden Eagle, vibraban aún con los ecos metálicos de las armas que habían hendido la repentina oscuridad con rojas llamaradas. Mas solo un nervioso pateo de pies calzados con botas de piel sonaba en el silencio tenso que siguió a las detonaciones. De súbito, en un rincón de la estancia, un fósforo fue rascado sobre el cuero y un parpadeo amarillo brotó, poniendo blanco sobre negro una mano temblorosa y un pálido rostro. Un instante después, una lámpara de aceite con la chimenea rota iluminó el local, añadiendo tensos rostros barbudos al contrastado relieve. La gran lámpara que colgaba del techo era una destrozada ruina; el queroseno goteaba sobre el suelo, formando un charco de grasa junto a una mancha aún más sombría y espeluznante.

Dos figuras ocupaban el centro de la sala bajo la lámpara rota. Una yacía boca abajo, con los brazos inmóviles extendiendo unas manos vacías. La otra pugnaba por incorporarse, parpadeando y boqueando estúpidamente como un hombre con la mente nublada por el alcohol. Su brazo derecho colgaba flácidamente al costado; una pistola de cañón largo temblaba entre sus dedos.


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101 págs. / 2 horas, 58 minutos / 37 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Exhombres

Máximo Gorki


Novela corta


I

La calle del Arrabal consta de dos hileras de casuchas de un solo piso, muy pegadas las unas a las otras, decrépitas, con las paredes vencidas y las ventanas desvencijadas. Los tejados hundidos de las viviendas maltratadas por el paso del tiempo, remendados con tablones de tilo, están cubiertos de musgo; sobre ellos se alzan en algunos sitios unas altas pértigas con jaulas para los estorninos. Les da sombra el verdor polvoriento del saúco y de los sauces encorvados: triste flora de las afueras de las ciudades, habitadas por los más miserables.

Los gastados cristales, verdosos y turbios, de las ventanas de las casas intercambian sus miradas de cobardes rateros. Por mitad de la calle desciende un reguero zigzagueante, que va sorteando los profundos baches cavados por las lluvias. Aquí y allá se ven montones de cascajo y toda clase de residuos, cubiertos de hierbajos: igual pueden ser los restos que los comienzos de una de esas construcciones que acometen sin éxito los vecinos en su lucha contra los torrentes que bajan impetuosos de la ciudad cada vez que llueve. Arriba, en lo alto de la colina, las mansiones de piedra se ocultan entre la vegetación exuberante de los frondosos jardines, los campanarios de las iglesias se elevan orgullosos hacia el azul, sus cruces doradas relumbran al sol.

Cuando llueve, la ciudad vierte en el Arrabal todas sus inmundicias; en tiempos de sequía, lo inunda de polvo. Y todas estas casuchas deformes también parecen desterradas de allí, de los barrios altos, barridas por un poderoso brazo como si no fueran más que basura.

Aplastadas contra el suelo, medio podridas, enfermizas, pintadas por el sol, el polvo y la lluvia de ese color gris desvaído que adquiere la madera envejecida, han ido cubriendo la ladera.


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79 págs. / 2 horas, 18 minutos / 162 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Los Matrimonios

Henry James


Novela corta


Capítulo 1

—¿Por qué no se quedan un ratito más? —Preguntó la anfitriona mientras sujetaba la mano de la muchacha y sonreía.

—Es absurdo marcharse tan pronto.—Mrs Churchley inclinó la cabeza hacia un lado con apariencia refinada; blandía sobre su cara, de un modo vagamente protector, un enorme abanico de plumas rojas. Para Adela Chart, todo en la constitución de su anfitriona era enorme. Tenía los ojos grandes, los dientes grandes, los hombros grandes, las manos grandes, los anillos y pulseras grandes, las joyas grandes de todo tipo y en gran cantidad. La cola de su vestido carmesí era más larga que cualquier otra; su casa era enorme; su salón, especialmente ahora que los invitados se habían marchado, parecía inmenso, y ofrecía a los ojos de la chica una colección de los más grandes sofás, sillas, cuadros, espejos y relojes que jamás hubiese visto. ¿Sería igualmente enorme la fortuna de Mrs Churchley, para justificar tanta inmensidad? Al respecto nada sabía Adela, pero decidió, mientras devolvía dulcemente la sonrisa a la anfitriona, que debía averiguarlo. Mrs Churchley tenía al menos un gran carruaje tirado por los más altos caballos, y en el Rotten Row se dejaba ver encaramada a lomos de un vigoroso cazador. Ella misma era alta y abundante, aunque no exactamente gorda; tenía los huesos grandes, las pantorrillas largas y la voz estridente y apremiante como la campana de un barco de vapor. Mientras hablaba con Adela, parecía esconderse con cierta timidez del Coronel Chart tras el amplio abanico de avestruz. Pero el Coronel Chart no era un hombre al que se pudiera ignorar o evitar.

—Claro, la gente debe pasar a otros asuntos —dijo el Coronel.— Supongo que hay muchas cosas por ahí esta noche.

—¿Y dónde va usted? —preguntó Mrs Churchley, dejando caer el abanico y posando su brillante y dura mirada sobre el Coronel.


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87 págs. / 2 horas, 33 minutos / 57 visitas.

Publicado el 6 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Los Papeles de Aspen

Henry James


Novela corta


I

Había llegado yo a tener confianza con la señora Prest; en realidad, bien poco habría avanzado yo sin ella, pues la idea fructífera, en todo el asunto, cayó de sus amistosos labios. Fue ella quien inventó el atajo, quien cortó el nudo gordiano. No se supone que sea propio de la naturaleza de las mujeres el elevarse, por lo general, al punto de vista más amplio y más liberal, quiero decir, en un proyecto práctico; pero algunas veces me ha impresionado que lancen con singular serenidad una idea atrevida, a la que no se habría elevado ningún hombre. «Sencillamente, pídales que le acepten a usted en plan de huésped.» No creo que yo, sin ayuda, me habría elevado a eso. Yo andaba dando vueltas al asunto, tratando de ser ingenioso, preguntándome por qué combinación de artes podría llegar a trabar conocimiento, cuando ella ofreció esta feliz sugerencia de que el modo de llegar a ser un conocido era primero llegar a ser un residente. Su conocimiento efectivo de las señoritas Bordereau era apenas mayor que el mío, y, de hecho, yo había traído conmigo de Inglaterra algunos datos concretos que eran nuevos para ella. Ese apellido se había enredado hacía mucho tiempo con uno de los más grandes apellidos del siglo, y ahora vivían en Venecia en la oscuridad, con medios muy reducidos, sin ser visitadas, inabordables, en un destartalado palacio viejo de un canal a trasmano: ésa era la sustancia de la impresión que mi amiga tenía de ellas. Ella misma llevaba quince años establecida en Venecia y había hecho mucho bien allí, pero el círculo de su benevolencia no incluía a las dos americanas, hurañas, misteriosas, y, no sé por qué, se suponía que no muy respetables (se creía que en su largo exilio habían perdido toda cualidad nacional, además de que, como implicaba su apellido, tenían alguna vena francesa en su origen); personas que no pedían favores ni deseaban atención.


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119 págs. / 3 horas, 28 minutos / 93 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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