Textos etiquetados como Novela corta | pág. 15

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Ethan Frome

Edith Wharton


Novela corta


Prefacio de la autora

Había tenido ocasión de conocer algo de la vida en un pueblo de Nueva Inglaterra mucho antes de que estableciera mi hogar en el mismo condado que mi imaginario Starkfield; no obstante, durante los años pasados allí, ciertos aspectos llegaron a serme mucho más familiares.

Incluso antes de aquella iniciación definitiva, sin embargo, ya había advertido, con gran disgusto, que la Nueva Inglaterra de las novelas guardaba escaso parecido, si exceptuamos una vaga semejanza botánica y dialectal, con la abrupta y hermosa región que yo había conocido. Incluso la abundante enumeración de helechos, plantas de jardín y laureles silvestres, y la concienzuda reproducción de lo vernáculo me dejaban con la sensación de que los crestones de granito habían sido, en ambos casos, pasados por alto.

Tal impresión es estrictamente personal y si dejo constancia de ella aquí es porque explica mi novela Ethan Frome y para algunos lectores puede también en gran medida justificarla.

En cuanto a los orígenes de la historia, eso es todo. No hay nada más que decir de ella que tenga algún interés, excepto lo que se refiere a su construcción.


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113 págs. / 3 horas, 19 minutos / 99 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Solterona

Edith Wharton


Novela corta


Primera parte

Capítulo 1

En el viejo Nueva York de 1850 despuntaban unas cuantas familias cuyas vidas transcurrían en plácida opulencia. Los Ralston eran una de ellas.

Los enérgicos británicos y los rubicundos y robustos holandeses se habían mezclado entre ellos dando lugar a una sociedad próspera, cauta y, pese a ello, boyante. Hacer las cosas a lo grande había sido la máxima de aquel mundo tan previsor, erigido sobre la fortuna de banqueros, comerciantes de Indias, constructores y navieros.

Aquellas gentes parsimoniosas y bien nutridas, a quienes los europeos tildaban de irritables y dispépticas solo porque los caprichos del clima les habían exonerado de carnes superfluas y afilado los nervios, vivían en una apacible molicie cuya superficie jamás se veía alterada por los sórdidos dramas que eventualmente se escenificaban entre las clases inferiores. Por aquellos días, las almas sensibles eran como teclados mudos sobre los cuales tocaba el destino una melodía inaudible.


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83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 229 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Piedra de Toque

Edith Wharton


Novela corta


Capítulo I

«El profesor Joslin, quien, como nuestros lectores bien saben, acomete la tarea de escribir la biografía de la señora Aubyn, nos pide que expongamos que contraerá una deuda impagable con cualquier amigo de la famosa novelista que pueda proporcionarle información acerca del periodo anterior a su llegada a Inglaterra. La señora Aubyn tenía tan pocos amigos íntimos y, en consecuencia, tan pocos corresponsales que, en el supuesto de que existieran cartas, éstas tendrían un valor muy especial. La dirección del profesor Joslin es: 10, Augusta Gardens, Kensington. Asimismo, nos ruega que digamos que devolverá con prontitud cualquier documento que se le confíe».

Glennard soltó el Spectator y se volvió hacia la chimenea. El club se estaba llenando, pero aún tenía para sí la salita interior y sus ensombrecidas vistas al lluvioso paisaje de la Quinta Avenida. Todo era bastante gris y deprimente, aunque sólo hacía un instante que su aburrimiento se había visto inesperadamente teñido por cierto rencor al pensar que, tal como iban las cosas, puede que incluso tuviera que renunciar al despreciable privilegio de aburrirse entre esas cuatro paredes. No era tanto que el club le importara mucho como que la remota posibilidad de tener que renunciar a él representaba, en aquellos momentos, quizá por su insignificancia y lejanía, el emblema de sus crecientes abnegaciones, de los continuos recortes que iban reduciendo gradualmente su existencia al mero hecho de mantenerse vivo. Dado que resultaban inútiles, tales cambios y privaciones no los podía considerar beneficiosos, y tenía la sensación de que, aunque se deshiciera de inmediato de lo superfluo, eso no implicaba que su despejado horizonte le ofreciera una visión más nítida del único paisaje que merecía su atención. Y es que renunciar a algo para casarse con la mujer amada es más difícil cuando llegamos a dicha conclusión por la fuerza.


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88 págs. / 2 horas, 34 minutos / 84 visitas.

Publicado el 26 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Hija de Erlik Kahn

Robert E. Howard


Novela corta


I

El inglés alto, Pembroke, trazaba signos en el suelo con su cuchillo de caza mientras hablaba con una voz entrecortada que indicaba una contenida agitación:

—No hay ninguna duda, Ormond; ese pico al oeste es el que buscamos. Mira, he dibujado un mapa en el suelo. Esta cruz de aquí representa nuestro campamento, y esta otra el pico. Hemos avanzando lo suficiente hacia el norte. Aquí, debimos desviarnos hacia el oeste…

—¡Silencio! —murmuró Ormond—. Borra el mapa. Aquí está Gordon. Pembroke hizo desaparecer las líneas trazadas en la tierra con un rápido movimiento de la palma de su mano. Se incorporó y arrastró como sin darse cuenta el pie para borrar las últimas líneas que quedaban en el suelo. Él y Ormond reían e intercambiaban naderías cuando se les unió el tercer hombre de la expedición.

* * *

Gordon era más bajo que sus compañeros, pero su físico soportaba fácilmente la comparación con el del rechoncho y macizo Ormond, o el de Pembroke, más fino y estilizado. Era uno de esos raros individuos que son a la vez delgados y poderosos. Su fuerza no daba la impresión de estar retenida y constreñida por su cuerpo, como suele pasar con los hombres fuertes. Se desplazaba con una fácil ligereza que indicaba su fuerza de un modo más sútil que lo que conseguiría con un cuerpo macizo y musculoso.

Iba vestido prácticamente como los dos ingleses, a excepción de un tocado árabe; sin embargo, estaba en perfecta armonía con el decorado que le rodeada, lo que no era su caso. Era un americano, pero parecía formar parte de aquellos altiplanos de relieve accidentado donde los feroces nómadas hacen pastar a sus rebaños de corderos en las laderas del Hindukush. Había seguridad en su mirada tranquila, economía en sus movimientos, cosas que indicaban un cierto parentesco con aquellas desérticas extensiones.


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85 págs. / 2 horas, 30 minutos / 45 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

El Halcón de las Colinas

Robert E. Howard


Novela corta


I

Para alguien que se encontrara en lo más bajo de la garganta, el hombre agarrado al abrupto acantilado habría resultado invisible, disimulado por los salientes rocosos que formaban algo parecido a una serie de peldaños irregulares de piedra si se miraba desde lejos. Igualmente, vista desde lejos, la accidentada pared parecía fácil de trepar; pero entre cada saliente había huecos que producían vértigo… pérfidas extensiones de tierra arcillosa y pendientes abruptas donde los dedos que se aferraban a la rocosa pared y los dedos de los pies que buscaban a tientas dónde meterse, difícilmente encontraban una presa o un apoyo.

Un único paso en falso, un único asidero mal asegurado y el escalador caería hacia atrás para recorrer una caída vertiginosa que le aplastaría en el fondo rocoso del cañón, trescientos pies más abajo. Pero el hombre agarrado al acantilado era Francis Xavier Gordon y su destino no era caer y aplastarse en el fondo de un barranco del Himalaya.

Su ascensión estaba a punto de terminar. El borde del acantilado se encontraba solamente a pocos pies por encima de su cabeza, pero la superficie que le restaba por franquear era la más peligrosa de aquella insensata escalada. Hizo una pausa para limpiarse el sudor que le cegaba los ojos, inspiró profundamente por la nariz y, una vez más, opuso ojo y músculo a la brutal perfidia de la gigantesca barrera mineral. Apagados aullidos subieron desde el fondo de la garganta, vibrantes por el odio y expresando un deseo sanguinario. No miró hacia abajo. Su labio superior se encogió con un silencioso gruñido, como podría bufar una pantera al oír las voces de los cazadores. Eso fue todo.


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75 págs. / 2 horas, 11 minutos / 43 visitas.

Publicado el 1 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Los Buitres de Wahpeton

Robert E. Howard


Novela corta


I. Disparos en la oscuridad

Las desnudas paredes de madera del saloon Golden Eagle, vibraban aún con los ecos metálicos de las armas que habían hendido la repentina oscuridad con rojas llamaradas. Mas solo un nervioso pateo de pies calzados con botas de piel sonaba en el silencio tenso que siguió a las detonaciones. De súbito, en un rincón de la estancia, un fósforo fue rascado sobre el cuero y un parpadeo amarillo brotó, poniendo blanco sobre negro una mano temblorosa y un pálido rostro. Un instante después, una lámpara de aceite con la chimenea rota iluminó el local, añadiendo tensos rostros barbudos al contrastado relieve. La gran lámpara que colgaba del techo era una destrozada ruina; el queroseno goteaba sobre el suelo, formando un charco de grasa junto a una mancha aún más sombría y espeluznante.

Dos figuras ocupaban el centro de la sala bajo la lámpara rota. Una yacía boca abajo, con los brazos inmóviles extendiendo unas manos vacías. La otra pugnaba por incorporarse, parpadeando y boqueando estúpidamente como un hombre con la mente nublada por el alcohol. Su brazo derecho colgaba flácidamente al costado; una pistola de cañón largo temblaba entre sus dedos.


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Protegido por copyright
101 págs. / 2 horas, 58 minutos / 34 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Ajuste de Cuentas en Boot Hill

Robert E. Howard


Novela corta


I. Los Laramies cabalgan de nuevo

Cinco hombres cabalgaban por el serpenteante camino que conducía a San León; uno de los jinetes, con voz ronca y monótona, canturreaba:

«Al alborear la aurora de un día de mayo
Brady llegó en el tren de la mañana.
Brady llegó con el Lucero del Alba.
¡Y le disparó al señor Duncan detrás de la barra!»
 

—¡Basta! ¡Cállate de una vez! —fue el más joven de los jinetes quien protestó así. Un muchacho flaco con el pelo como la estopa, un toque de palidez bajo su tez bronceada y brasas ardiendo en sus ojos rebeldes.

El hombre más grande y corpulento de los cinco sonrió ampliamente.

—Bucky está nervioso —burlóse con malicia—. No quieres convertirte en un vulgar forajido como nosotros, ¿no es así, Bucky?

El más joven clavó en él una mirada fulminante.

—¡Que se te llene el gaznate de llagas por lo que has dicho, Jim! —gruñó.

—Te revuelves como un gato montés —respondió tranquilamente Jim el grande—. Pensé que no seríamos capaces de ponerte sobre tu caballo asilvestrado para dirigirnos a San León sin golpearte antes en la cabeza. La única ocasión en que se hace patente tu sangre Laramie, Bucky, es cuando manejas esos endiablados puños tuyos.


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Protegido por copyright
74 págs. / 2 horas, 10 minutos / 148 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Sombra del Buitre

Robert E. Howard


Novela corta


Capítulo 1

—¿Han sido esos perros convenientemente vestidos y cebados?

—Sí, Protector de los Creyentes.

—Pues que los traigan y que se arrastren ante la presencia.

Y fue de aquel modo como los embajadores, pálidos tras los muchos meses de prisión, fueron conducidos ante el trono de Solimán el Magnífico, sultán de Turquía, y el monarca más poderoso en un tiempo de monarcas poderosos. Bajo el gran domo púrpura de la sala real brillaba el trono ante el que temblaba el mundo entero… revestido de oro y con perlas incrustadas. La fortuna en gemas de un emperador adornaba el palio de seda del que colgaba una red de perlas brillantes rematada con un festón de esmeraldas. Aquellas joyas formaban como un halo de gloria por encima de la cabeza de Solimán. Sin embargo, el esplendor del trono palidecía ante la presencia de la centelleante silueta que en él se sentaba, ataviada de pedrerías y con un turbante cuajado de diamantes y rematado con una pluma de garza. Sus nueve visires se encontraban cerca del trono, en actitud humilde. Los soldados de la guardia imperial se alineaban ante el estrado… Solaks con armadura, plumas negras, blancas y escarlatas ondeando por encima de los dorados cascos.


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Protegido por copyright
56 págs. / 1 hora, 39 minutos / 182 visitas.

Publicado el 9 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Dubrovsky

Aleksandr Pushkin


Novela corta


Libro primero

I

Hace algunos años vivía en una de sus haciendas un señor ruso a la antigua usanza, Kirila Petróvich Troyekúrov. Su riqueza, su rancio abolengo y sus amistades le daban gran peso en las provincias donde se hallaban sus posesiones. Los vecinos se complacían en satisfacer sus menores caprichos; los funcionarios de la provincia temblaban al oír su nombre; Kirila Petróvich recibía las muestras de servilismo como un tributo que se le debía; su casa siempre estaba llena de invitados dispuestos a amenizar el ocio del gran señor, compartiendo sus ruidosas y a veces desenfrenadas diversiones. Nadie se atrevía a rechazar una invitación de Troyekúrov o a no comparecer en los días señalados, con los debidos respetos, en el pueblo de Pokróvskoye. En su vida doméstica Kirila Petróvich mostraba todos los vicios de un hombre inculto. Siempre consentido por su entorno, estaba acostumbrado a dar rienda suelta a todos los impulsos de su violento carácter y a todas las ocurrencias de su inteligencia bastante limitada. Pese a la extraordinaria fuerza de su constitución física, un par de veces por semana sufría los efectos de su glotonería y todas las tardes solía estar borracho. En una de las dependencias de su casa vivían dieciséis doncellas dedicadas a las labores propias de su sexo. Las ventanas de la vivienda estaban protegidas por una reja de madera; las puertas se cerraban con candados y las llaves las guardaba Kirila Petróvich. Las jóvenes reclusas bajaban a horas fijas al jardín y paseaban vigiladas por dos viejas. De vez en cuando Kirila Petróvich casaba a alguna de ellas, sustituyéndola por otra. Trataba a los campesinos y a los criados de manera severa y arbitraria; a pesar de ello le eran fieles: estaban orgullosos de la riqueza y la fama de su señor y a su vez se permitían muchas cosas con sus vecinos, confiando en la poderosa protección de Troyekúrov.


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82 págs. / 2 horas, 24 minutos / 97 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Los Tres Sorianitos

José Ortega Munilla


Novela corta


1. El padre acababa de ausentarse

En cierta aldehuela de tierra soriana, que no figura en los mapas, y creo que se denomina Pareduelas—Albas, ocurrió en la tarde del día 11 de enero de 18… un suceso que no conmovió ciertamente a Europa, ni dio trabajo a los informadores de la prensa. Sin embargo, él fue tan interesante, que sirve de tema al presente relato.

Vivía allí la familia de Dióscoro Cerdera, compuesta del padre, cuyo nombre queda anotado, y de tres hijos, que se llamaban Próspero, Generoso y Basilio: el mayor de 14 años y el menor de 9.

Dióscoro era labrador de un pedacito de tierra, en el que se criaban la planta del lino, cebada y trigo. Poseía un par de docenas de ovejas y, en lo alto de los riscos, un centenar de pinos, que él cuidaba, como los padres, y ya los derribaba a golpe de hacha, para venderlos, ya replantaba del piñón o del resalvo, según las épocas del año y las ocasiones. Y del escaso fruto de haber tan ruin, vivían Dióscoro y su prole.

Hubieran sido todos dichosos, sino se proyectara en el hogar la sombra de la muerta, de Aquilina, la esposa de Dióscoro, la madre de Próspero, Generoso y Basilio. Cuando la buena mujer resolvió partir en el viaje eterno, dejó la casa en la tristura. El dolor común del padre y de los muchachos llevaba trazas de acabar con todos ellos, porque Aquilina había llenado de tal suerte sus obligaciones de esposa y de madre cristiana, que donde quiera hallaban los tristes huella imborrable.

Si removían los lienzos curados que Aquilina tejió con sus propios dedos, y que dejó en el arca de haya, al traer y llevar de las sábanas, resurgía la figura de la matrona.

Si Próspero iba a la algora en busca de alguna herramienta de trabajo, parecíale al mocito que su madre le acompañaba.


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 7 minutos / 123 visitas.

Publicado el 24 de junio de 2018 por Edu Robsy.

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