Textos etiquetados como Novela corta | pág. 18

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Cuesta Abajo

Leopoldo Alas "Clarín"


Novela corta


Día 7 de enero de 18...

A las cinco de la tarde Ambrosio Carabín, portero segundo o tercero (no lo sé bien) de esta ilustre escuela literaria, cerraba la gran puerta verde de la fachada oriental, y, después de meterse la llave en el bolsillo, se quedaba contemplando al propietario de la cátedra de Literatura general y española, que bajaba, bien envuelto en su gabán ceniciento, por la calle de Santa Catalina. Carabín, es casi seguro, pensaba a su manera: —¡Y que este insignificante, que ni toga tiene, me obligue a mí, con mis treinta años de servicios, a estar de plantón toda la tarde porque a él se le antoje tener clase a tales horas en vez de madrugar como hacen otros que valen cien veces más, según lo tienen acreditado!

Si el propietario de la cátedra de Literatura general y española hubiera oído este discurso probable de Carabín, se hubiera vuelto a contestarle:

—Amigo Ambrosio, reconozco la justicia de tus quejas; pero si yo madrugara ¡qué sería de mí! Déjame la soledad de mis mañanas en mi lecho si quieres que siga tolerando la vida. Me has llamado insignificante. Ya sé que lo soy. ¿Ves este gabán? Pues así, del mismo color, soy todo yo por dentro: ceniza, gris. Soy un filósofo, Carabín. Tú no sabes lo que es esto: yo tampoco lo sabía hace algún tiempo cuando estudiaba filosofía y no sabía de qué color era yo. Pues sí: soy un filósofo y casi casi un naufragio de poeta (no te rías)... y por eso no puedo, no debo madrugar. En cuanto a que mi cátedra te estorba, te molesta, lo admito: me lo explico. También me estorba, también me molesta a mí. Intriga con el Gobierno para que me paguen sin poner cátedra, y habrás hecho un beneficio al país, a ti mismo y al propietario de esta asignatura, que ni tú, ni yo, ni los estudiantes sabemos para qué sirve.


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Dominio público
58 págs. / 1 hora, 41 minutos / 162 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Nariz de un Notario

Edmond About


Novela corta


DEDICATORIA

A M. ALEJANDRO BIXIO

Permitidme, señor, que encabece este humilde trabajo con el nombre ilustre y querido de un hombre que ha consagrado toda su vida a la causa del progreso; de un padre que ha ofrecido sus dos hijos a la liberación de Italia; de un amigo que se ha apresurado a darme una prueba de simpatía al siguiente día de Gaetana.

E. A.

I. EL ORIENTE Y EL OCCIDENTE SE ACOMETEN: LA SANGRE CORRE YA

Maese Alfredo L'Ambert, antes de recibir el golpe fatal que le obligó a cambiar de narices, era, sin duda alguna, el notario más notable de Francia. En la época aquella contaba treinta y dos años; era de elevada estatura, y poseía unos ojos grandes y rasgados, una frente despejada y olímpica, y su barba y sus cabellos eran de un rubio admirable. Su nariz (la parte más prominente de su cuerpo), se retorcía majestuosa en forma de pico de águila. Aunque alguno no me crea, su nítida corbata blanca le sentaba a maravilla. ¿Era debido esto a que la usaba desde su más tierna infancia, o porque se surtía de ellas en alguna tienda afamada? Yo opino que eran ambas razones a un tiempo.

Una cosa es atarse en torno del cuello un pañuelo de bolsillo blanco, hecho una torcida, y otra muy distinta formar, con arte y perfección, un espléndido nudo de inmaculada batista, cuyas puntas iguales, almidonadas sin exceso, se dirigen simétricamente a derecha e izquierda. Una corbata blanca elegida con acierto y anudada con esmero no es un adorno sin gracia; todas las mujeres os dirán lo mismo que yo. Pero no basta anudársela con maestría y con primor; es preciso, además, saberla llevar; esto es cuestión de práctica. ¿Por qué parecen los obreros tan torpes y desmañados el día que se casan? Porque suelen colocarse para el acto de la boda una corbata blanca sin previa preparación.


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Dominio público
83 págs. / 2 horas, 25 minutos / 65 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Sor Monika

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


Primera parte


Concedo voluntatem!

Esta es una de las naves de Cupido… ¡desplegad más velas! ¡Más! Al ataque… ¡los cañones ante los agujeros! ¡Fuego!

Pistol en Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare
 

La hermana Monika cuenta la vida de su madre y de su padre a las amigas reunidas, pero especialmente a la hermana Annunciata Veronika, excondesa de R.

Pocas de vosotras, queridas hermanas, conocéis a mi familia; mi padre, en cambio, era muy bien conocido por sus camaradas, que con él y Laudon habían participado en la Guerra de los Siete Años y habían infligido más de una derrota a Federico el Grande.

En una noble residencia para viudas cerca de Troppau, en uno de los paisajes más agradables del Oppa, pasó mi madre los primeros años de su primavera; y la pasó con aquellos cálidos sentimientos de la existencia que no siempre comienza con el ¡coeur palpite!, pero que acostumbra terminar con el ¡haussez les mains!

Su madre había conocido el mundo y lo había gozado, había dejado en él su temperamento, llevándose su amor a la soledad para la formación de su Louise.

Esta Louise es mi madre. Fue educada sin prejuicios, y sin prejuicios vivió y actuó.

A los más seductores atractivos del cuerpo unía una gracia sin igual, un savoir faire sin reservas ni hipocresía.

El capellán Wohlgemuth, llamado hermano Gerhard, a quien mi madre apreciaba mucho, se encargó, como preceptor, de la formación de la virginal flor. Era un hombre joven y apuesto, de treinta años, y su encantadora discípula necesitaba grandes esfuerzos, por la noche, en su solitaria cama, para que sus dedos calmaran el fuego que la encantadora locuacidad del mentor había encendido en su pecho todavía inmaduro.


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Protegido por copyright
105 págs. / 3 horas, 4 minutos / 175 visitas.

Publicado el 30 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Los Gusanos

Silverio Lanza


Novela corta


Primera parte. De la virtud y de los beneficios que proporciona


No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca ó ya la frente,
silencio avisen ó amenacen miedo.

(Quevedo)
 

No me caso con Petra —dijo Manolo— hasta que yo no tenga una casa mía, para que á mi mujer no la puedan echar de ninguna parte: ni el casero.

Y Manolo, que era mozo de mulas, y ganaba nueve reales diarios, dejó de fumar, de beber vino, de jugar al mus, de ir al baile, y hasta de ir á paseo. Cuando estaba libre, tejía capachos de esparto para los molinos aceiteros, y se los pagaban bien. En un año ahorró setecientos quince reales. No quiso prestarlos á réditos; y cuatro años después, compraba á Crisanto una casita que poseía de ochocientas cincuenta pesetas.

Lo supo el tío Gusano y dijo á Manolo:

—Hombre: ya sé que has fincado. Que sea enhorabuena. Y, ¿a quién le has robado la casa?

—Yo no robo á nadie.

—Parece milagro.

—Abur.

—¿Convidas?

—Ya tiene usted de más con lo que tiene.

—Lo mismo digo.


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Dominio público
38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 201 visitas.

Publicado el 13 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Alas Rotas

Gibran Kahlil Gibran


Novela corta


Prefacio

Tenía yo dieciocho años de edad cuando el amor me abrió los ojos con sus mágicos rayos y tocó mi espíritu por vez primera con sus dedos de hada, y Selma Karamy fue la primera mujer que despertó mi espíritu con su belleza y me llevó al jardín de su hondo afecto, donde los días pasan como sueños y las noches como bodas.

Selma Karamy fue la que me enseñó a rendir culto a la belleza con el ejemplo de su propia hermosura y la que, con su cariño, me reveló el secreto del amor; fue ella la que cantó por vez primera, para mí, la poesía de la vida verdadera.

Todo joven recuerda su primer amor y trata de volver a poseer esa extraña hora, cuyo recuerdo transforma sus más hondos sentimientos y le da tan inefable felicidad, a pesar de toda la amargura de su misterio.

En la vida de todo joven hay una "Selma", que súbitamente se le aparece en la primavera de la vida, que transforma su soledad en momentos felices, y que llena el silencio de sus noches con música.

Por aquella época estaba yo absorto en profundos pensamientos y contemplaciones, y trataba de entender el significado de la naturaleza y la revelación de los libros y de las Escrituras, cuando oí al Amor susurrando en mis oídos a través de los labios de Selma. Mi vida era un estado de coma, vacía como la de Adán en el Paraíso, cuando vi a Selma en pie, ante mí, como una columna. de luz. Era la Eva de mi corazón, que lo llenó de secretos y maravillas, y que me hizo comprender el significado de la vida.


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Protegido por copyright
65 págs. / 1 hora, 54 minutos / 475 visitas.

Publicado el 21 de diciembre de 2017 por Edu Robsy.

La Bruja Lois

Elizabeth Gaskell


Novela corta


I

En el año 1691, Lois Barclay intentaba recuperar el equilibrio en un pequeño desembarcadero de madera, del mismo modo que lo había intentado ocho o nueve semanas antes en la cubierta del balanceante barco que la había llevado de la Vieja a la Nueva Inglaterra. Resultaba tan extraño estar en tierra firme ahora como verse mecida por el mar día y noche no hacía mucho; y la misma tierra ofrecía un aspecto igual de extraño. Los bosques que se veían por todas partes y que, en realidad, no quedaban muy lejos de las casas de madera que formaban la ciudad de Boston, eran de diferentes tonos de verde, y diferentes, también, por la forma del contorno, de los que Lois Barclay conocía bien de su antiguo hogar en el condado de Warwick. Se sentía un poco abatida allí sola, esperando al capitán del Redemption, el amable y rudo veterano que era su único amigo en aquel continente ignoto. Pero el capitán Holdernesse estaba ocupado y tardaría bastante en poder atenderla, al parecer; así que Lois se sentó en un barril de los que había tirados, se cerró más el abrigo gris y se bajó la capucha resguardándose mejor del viento cortante que parecía seguir a quienes había tiranizado en el mar, con obstinado afán de seguir torturándolos en tierra. Lois esperó con paciencia allí sentada, aunque estaba cansada y tiritaba de frío; pues hacía un día crudo para el mes de mayo, y el Redemption, cargado de pertrechos y suministros necesarios y útiles para los colonos puritanos de Nueva Inglaterra, era el primer barco que se había aventurado a cruzar los mares.


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Protegido por copyright
109 págs. / 3 horas, 10 minutos / 643 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Castillo de Otranto

Horace Walpole


Novela corta


Capítulo I

Manfredo, príncipe de Otranto, tenía un hijo y una hija: ésta, una bellísima doncella de dieciocho años, se llamaba Matilda. Conrado, el hijo, tres años menor, era un joven feo, enfermizo y de disposición nada prometedora. Aun así gozaba del favor de su padre, que nunca dio muestras de afecto hacia Matilda.

Manfredo había concertado un matrimonio para su vástago con la hija del marqués de Vicenza, Isabella, la cual ya había sido puesta por sus custodios en manos de Manfredo, a fin de que pudieran celebrarse los esponsales en cuanto el estado de salud de Conrado lo permitiera. La impaciencia de Manfredo por esta ceremonia la advirtieron su familia y sus vecinos. La familia, conociendo bien el carácter severo de su príncipe, no se atrevió a exteriorizar sus reservas ante su precipitación. Hippolita, la esposa, una dama afable, alguna vez se había aventurado a comentar el peligro de casar a su único hijo tan pronto, considerando su corta edad y su pésima salud; pero nunca recibió más respuesta que reflexiones acerca de su propia esterilidad, pues había dado a su esposo un solo heredero. Los arrendatarios y súbditos eran menos cautos en sus palabras: atribuían aquella boda precipitada al temor del príncipe de ver cumplida una antigua profecía según la cual «el castillo y el señorío de Otranto dejarían de pertenecer a la actual familia cuando su auténtico dueño creciera tanto que no pudiera habitarlo». Era difícil atribuir algún sentido a la profecía, y aún resultaba menos fácil concebir que tuviese algo que ver con el matrimonio en cuestión.

Pero tales misterios, o contradicciones, en ningún caso disuaden al vulgo de su opinión.


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Protegido por copyright
108 págs. / 3 horas, 10 minutos / 247 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Terror

Edgar Wallace


Novela corta


Capítulo I

O’Shea estaba más trastornado que nunca, llevando así toda la noche. Zanqueaba arriba y abajo de la herbosa pendiente, murmurando entre dientes, dirigiéndose con las manos a algún invisible auditorio, celebrando con cacareos sus propias y misteriosas ocurrencias…; y de madrugada se había echado sobre el pequeño Lipski, que se había atrevido a encender un cigarrillo con desprecio de las instrucciones, y le había golpeado con salvaje brutalidad, sin que los otros dos hombres hubieran osado intervenir.

Joe Connor estaba tumbado en el suelo, masticando una brizna do hierba y observando con ojos sombríos la inquieta figura. Marks, que estaba junto a él con las piernas cruzadas, observaba también, pero había una torcida sonrisa de desprecio en sus delgados labios.

—Loco como una cabra —comentó Joe Connor en voz baja—. Si despacha esta faena sin hacernos ir a la cárcel para el resto de nuestras vidas, estaremos de suerte.

Soapy Marks se lamió los secos labios.

—Es más listo cuando está loco. —Hablaba con el refinado deje que da la cultura. Algunos decían que Soapy había estudiado para cura antes que el deseo de un modo de vivir más fácil e ilícito hiciera de él uno de los más hábiles (y posiblemente el más peligroso) delincuentes de Inglaterra—. La locura, mi querido compañero, no implica estupidez. ¿No puedes hacer que el tipo ese deje de gimotear?

Joe Connor no se levantó. Volvió los ojos en la dirección de la postrada figura de Lipski, que se quejaba y maldecía entre sollozos.

—Se le pasará —dijo con indiferencia—. Cuanto más le zurra O'Shea, más lo respeta.

Reptando, se acercó algo más a su confederado.


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Protegido por copyright
85 págs. / 2 horas, 29 minutos / 113 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Historia de un Amor Turbio

Horacio Quiroga


Novela corta


I

Una mañana de abril, Luis Rohán se detuvo en Florida y Bartolomé Mitre. La noche anterior había vuelto a Buenos Aires, después de año y medio de ausencia. Sentía así mayor el disgusto del aire maloliente, de la escoba matinal sacudiendo en las narices, del vaho pesadísimo de los sótanos de confitería. El bello día hacíale echar de menos su vida de allá. La mañana era admirable, con una de esas temperaturas de otoño que, sobrado frescas para una larga estación a la sombra, piden el sol durante dos cuadras nada más. La angosta franja de cielo recuadrada en lo alto, evocábale la inmensidad de sus mañanas de campo, sus tempranas recorridas de monte, donde no se oían ruidos sino roces, en el aire húmedo y picante de hongos y troncos carcomidos.

De pronto sintióse cogido del brazo.

—¡Hola, Rohán! ¿De dónde diablos sale? Hace más de ocho años que no lo veo… Ocho, no; cuatro o cinco, qué sé yo… ¿De dónde sale?

Quien le detenía era un muchacho de antes, asombrosamente gordo y de frente estrechísima, al cual lo ligaba tanta amistad como la que tuviera con el cartero; pero siendo el muchacho de carácter alegre, creíase obligado a apretarle el brazo, lleno de afectuosa sorpresa.

—Del campo —repuso Rohán—. Hace cinco años que estoy allá…

—¿En la Pampa, no? No sé quién me dijo…

—No, en San Luis… ¿Y usted?

—Bien. Es decir, regular… Cada vez más flaco —agregó riéndose, como se ríe un gordo que sabe bien que habla en broma de la flacura—. Pero usted, —prosiguió— cuénteme: ¿qué hace allá? ¿Una estancia, no? No sé quién me dijo… ¡También! ¡Sólo a usted se le ocurre irse a vivir al campo! Usted fue siempre raro, es cierto… ¿A qué usted mismo trabaja?

—A veces.

—¿Y sabe arar?

—Un poco.

—¿Y usted mismo ara?

—A veces…

—¡Qué notable!… ¿Y para qué?


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 9 minutos / 1.095 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Ruinas

Rosalía de Castro


Novela corta


No voy a hablar de las ruinas de Roma, que no he visto, y que quisiera ver, ni de las de Pompeya, o Herculano, con que he soñado muchas veces, vengándose así mi imaginación de la mala suerte, que no me ha permitido contemplarlas realmente.

Pero aunque así no fuera, ¿qué iría yo a decir sobre esos antiguos y majestuosos restos, después que nos los han descrito con el lenguaje de la más bella poesía tantos genios ilustres?

También existen ruinas vivientes, que arrastran en pos de sí un mundo de gloriosos y tristes recuerdos y que aparecen tan aisladas en medio de los hombres nuevos como si bogasen sobre las olas misteriosas de mares desconocidos o habitasen en medio de los yermos de la Tebaida.

Respirando una atmósfera propia que parece rodearles, como una muralla impenetrable a los ojos profanos, habitan un mundo ignorado de todos, y mientras las modernas gentes se ríen de su apariencia carcomida y haraposa, y de aquellos usos ya perdidos que ellas guardan cuidadosamente como un precioso tesoro; mientras las personas sensatas y cuerdas murmuran, sin duda con intención moralizadora, de las rarezas y excentricidades de esos entes que viene a mezclarse entre ellas como una tela sucia entre sus ropas domingueras, esas pobres ruinas vivientes siguen imperturbables su marcha por el derrotero de la vida, dejando, aun después que se han extinguido, un eterno recuerdo que, si bien hace asomar comúnmente una sonrisa a los labios, conserva en el fondo algo que conmueve dolorosamente el corazón. Yo voy a hablar de alguna de estas ruinas.


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Dominio público
66 págs. / 1 hora, 55 minutos / 367 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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