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etiqueta: Novela corta


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Rosa y Verde

Stendhal


Novela corta


Capítulo I

Fue a finales de 183… cuando el conde von Landek, general de división, regresó a Kœnigsberg, su patria; llevaba años con un empleo en el cuerpo diplomático prusiano. Llegaba en aquellos momentos de París. Era un hombre bastante bonachón que tiempo atrás, en la guerra, había demostrado que era valiente; ahora estaba casi siempre asustado; temía no ser todo lo ocurrente que parece necesario para un cargo de embajador —el señor de Tayllerand echó a perder el oficio— y además creía que resultaba ocurrente si hablaba sin parar. El general von Landek tenía una forma más de destacar, y era el patriotismo; se ponía rojo de ira, por ejemplo, siempre que se topaba con el recuerdo de Jena. Hacía poco, al regresar a Kœnigsberg, dio un rodeo de más de treinta leguas para no pasar por Prenzlow, esa ciudad pequeña en donde un cuerpo de ejército prusiano depuso las armas ante unos cuantos destacamentos del ejército francés allá por la época de Jena.

Para el bueno del general, legítimo poseedor de siete cruces y dos medallas, el amor a la patria no consistía en hacer a Prusia feliz y libre, sino en vengarla por segunda vez de la fatal derrota que ya hemos mencionado.


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90 págs. / 2 horas, 38 minutos / 264 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2018 por Edu Robsy.

¡Pobre Dolores!

Fernán Caballero


Novela corta


Capítulo I

Hay gentes en este mundo que no pueden contar con nada, ni con la casualidad, pues hay existencias sin casualidades.

— Balzac
 

Entre Sanlúcar de Barrameda, que despide al Betis, y la pulida Cádiz, que se abre paso entre las olas, como para ir al encuentro de sus escuadras, en una saliente elevación de terreno, se ha asentado Rota, pueblo que, aunque tranquilo y modesto, es de noble y antiguo origen, como lo atestiguan la historia y su magnífico castillo perteneciente a los duques de Arcos, tan bien conservado y tan cuidado... que han pintado sus rejas de verde: Los seculares cantos sillares que forman los robustos muros del castillo, y el fresco verde casino con que han cubierto sus sólidas rejas, forman no sólo un contraste, sino una disonancia que las personas entendidas y de buen gusto comprenderán mejor de lo que nosotros pudiéramos decir.


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Dominio público
79 págs. / 2 horas, 18 minutos / 156 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Un Servilón y un Liberalito

Fernán Caballero


Novela corta


Prólogo

Sr. D. Fermín de la Puente y Apecechea.

Mi muy respetado y querido amigo: Recibo la grata de Vd. y la novela de Fernán Caballero, titulada Un servilón y un liberalito, acerca de la cual me pregunta Vd. ¿qué me parece? añadiéndome que lo hace con el deliberado propósito de contárselo al público.

No tema Vd. que esta última circunstancia influya para nada en mi respuesta. Fuera de que hace tiempo ambicionaba yo la honra de poner mi nombre entre los admiradores del gran novelista, estoy ya tan acostumbrado a tratar con el público, que a veces cuando le hablo, dudo si hablo conmigo a solas. Además, ¿qué podría yo decirle que él no supiera, en justa alabanza de aquel escritor eminentemente español y cristiano, y de esta obra, que es una de las joyas más preciosas que enriquecen su corona?

Usted sabe que nosotros los aficionados a los libros, escogemos amigos entre los escritores; y yo puedo asegurarle, que apenas comenzó a sonar por España el nombre de Fernán, ya le tuve por mi amigo, y no me cansaba de leer sus obras, y las leía hasta con gratitud, como es natural sentirla hacia el ser benéfico que posee el secreto de adormecer los dolores del alma, y fortalecer en sus abatimientos al espíritu contristado.

Y cierto no robaba mi atención tanto la gala del estilo; sino la nobleza de las ideas y la pureza del sentimiento: no veía yo en el incógnito escritor o escritora a la matrona deslumbrante con riquísimos joyeles, sino a la mujer sencillamente ataviada, que no ha menester otro adorno que su belleza, y en cuya sonrisa se descubre la bondad del alma, y en el mirar de sus ojos un pudor y una inocencia como si fueran del cielo.


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Dominio público
73 págs. / 2 horas, 8 minutos / 143 visitas.

Publicado el 2 de enero de 2019 por Edu Robsy.

La Bohemia Londinense

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


I. Los prolegómenos de una novela de Conan Doyle en el Colonial

Julio Galán Barón estirose los puños, tal vez para resaltar aquella pulsera oriental (pacotilla de Tánger u Orán), recuerdo de su escapatoria al norte de África cuando se sintió —hijo único, rico y mimado— en el caso de olvidar los disgustos (que, afortunadamente para él, no tenía), y dar, de paso, uno a mamá (¡tan buena y abnegada la pobre!) y a papá (que, pese al aire feroz, le adoraba), al fin y al cabo decididos a perdonarle todo con tal de tener al hijo, que era la gran razón de su vida, y aseguró muy serio:

—De la semana que viene no pasa. Embarco en los primeros días, y dentro de un mes me tenéis en el Senegal con mi rifle cazando tigres.

Silvestre Fonseca, mientras se calaba el monóculo, afirmó con entusiasta fervor:

—¡Cuenta conmigo! Ya sabes que esta vez me voy contigo sin falta. Aunque para ello tenga que cargar con el medallón de brillantes de tía Casiana.

Dos o tres de los héroes de la pandilla, en ratos de jolgorio, de buen humor o de pedantesca fanfarronería, se ponían monóculo (que vaya usted a saber de dónde habían sacado), para parodiar al fantasmón del conde, que no era mala persona pero que sabía presumir tomando aires de superioridad impertinente.

Como la envidia le traía a maltraer, Campos de Maldonado, el pseudoliterato fracasado, que, a falta de triunfos propios, había quedado para papeles de Chiuti desempeñados sin la gracia, ligereza, desenfado ni buena voluntad propios del personaje de Zorrilla, sino con una acritud concentrada y agresiva de carabina, ironizó agrio, sin comprensión ni simpatía por las fanfarronadas pueriles:

—Me parece a mí que lo que es tú... Como hagas otro viaje que no sea el que te pague tu padre a Santa Rita, lo más que irás será al Tercio, y para eso te faltan arrestos...


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Dominio público
36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 211 visitas.

Publicado el 16 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Cínico

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Entró, tiró al diván el abrigo y el sombrero, y tomó la carta que le presentaba este diplomático hombre de patillas.

—¡Hola, Manuel! ¿Y Ramón?

—Está enfermo.

—¿Enfermo?

—Pero descuide el señor; me ha dicho que vendría usted, como todos los lunes..., y que entra la señora por la fotografía.

Dicho esto, el diplomático hombre de patillas volvió a su tarea de poner la mesa con cubiertos para dos.

Gerardo leyó la breve esquela y marcó un gesto de fastidio.

—Bueno. Ojo al teléfono. Son las doce. Avisará a la media en punto. Dame coñac.

Se sentó y fuéronle servidas, en una mesita de té, la copa y la botella. Estaba de frac y guante blanco el camarero. Él también —y le hizo sonreír la elegancia del buen hombre para andar entre potajes.

Tendió un brazo y cogió un Heraldo, que habría olvidado en el pie del macetón otro cliente. Traía el retrato suyo, y el de la Aragón, y el del fiscal, entre dos columnas de prosa del sumario.

—Ahí hablan de usted y de esa pobre Eugenia —dijo Manuel con sumisa admiración, trasteando con los platos—. ¡Va usted a ser su defensor! ¿La matarán?

—Sí —respondió Gerardo secamente.

No osó más el camarero interrogarle. Recogió alguna vajilla y se encaminó hacia la puerta. Apenas abierta, con toda la amplitud que las bandejas exigían, volvió a cerrar, porque huían fuera una dama y un señor.

Gerardo había reconocido a su cuñado futuro, «hombre de orden», cuya «corrección» le divertía.

—¡Arsenio, Arsenio! —gritó.

Hízose «el loco» el llamado. Era uno de esos reflexivos y absurdos hipócritas de extraordinaria amenidad, que al propio tiempo que pásanse la vida realizando enormidades y aun jactándose de ellas a pretexto de exculparlas, arden en santa indignación por las ajenas.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 156 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Perseguidor

Carmen de Burgos


Novela corta


I

Aquella Nochebuena traía hacia Matilde todas las nostalgias del recuerdo. No podía sustraerse a la evocación de los aniversarios; tan fuertemente grabados en nosotros. Su espíritu, acostumbrado a pasar con ligereza de una impresión a otra, ávido de sensaciones y de emociones nuevas, parecía complacerse ahora en retrotraerse, hurtarse a lo real, para soñar con aquéllos: «en tal día como hoy», que le traían a la memoria escenas patriarcales de su vida española. Las fiestas de familia del hogar paterno, en una cortijada andaluza donde pasó sus primeros años. Su padre, cazador impenitente, los condenaba a pasar allí diciembre y enero, para gozar la época del celo del macho y cazar las perdices con reclamo.

Veía hacer con pena todos los preparativos para dejar la casa de Córdoba y enterrarse en aquel cortijo de la sierra. Aquellos viajes eran de las impresiones más fuertemente grabadas en su alma, Unos viajes tristes, una caravana que cruzaba los parajes más escuetos y desolados de la sierra, sobre mulos y burros aparejados con aguaderas y silletas, sobre los que iban: ella, su madre y los criados; todos rodeados de bultos de ropa, de provisiones, de objetos que embarazaban más la marcha. Alguna pobre sirviente pasaba todo el camino sin soltar de la mano la jaula del loro o el objeto frágil que se le confiaba. Un viaje de ocho horas, por el campo reseco, desolado, cansados todos, sin hablar unos con otros; los muleros pinchando a las bestias para hacerles andar, sin más descanso que la parada en la venta para darles agua y para comer todos.

Los manjares habían tomado un gusto enmohecido siempre, un gusto a camino; una cosa reseca que le impedía comer los pollos fritos, la tortilla y el jamón como si hubieran perdido su condición apetitosa para hacérsele insoportables; el vino tenía gusto a pez, y el agua de aljibe resultaba amargosa y dura.


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Dominio público
32 págs. / 56 minutos / 255 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

La Gañanía

Joaquín Dicenta


Novela corta


Capítulo I

Es la noche; noche marceña de ventisca que empuja por la atmósfera partículas de la nieve acaperuzada sobre los cabezos serranos. El viento gruñe entre los matorrales. Son gruñidos amenazadores los suyos, como de alimaña salvaje pronta al mordisco y al garrazo. La deshelada hízose torrente, y baja, revolviendo espumas, por las peñas. Romeros y cantuesos llenan el espacio de fragancias. El chaparro se yergue en la obscuridad con atlética rechonchez; la encina abre a las tinieblas sus brazos; en ellos lucen como joyería topaciesca los ojos de los búhos. Lejos aúlla el lobo las canciones de su hambre. Los mastines respóndenlas con su ladrido, escarbando la tierra y sacudiendo las carlancas.

Pájaros de la noche aletean brujescamente bajo el cielo que las nubes entoldan. Abrense éstas de raro en raro, para descubrir cachos azules claveteados con estrellas. A las veces se oye un golpe sordo; ecos suyos vibran por la negrura: es piedra, desprendida de lo alto, que busca fondo en los abismos. Otras veces suena algo así como un quejido: rama es que se desgajó en el amoroso robledal.

Al abrigo de unos peñotes se alzan los chozos pastoriles, afachados con piedras y encubertados con recia trabazón de ramaje.

Los gañanes duermen dentro de ellos, sobre incurtidas pieles, haciendo de los zurrones cabezal y de las mantas cobertura. A su alcance, pronta contra el embite de las fieras —sean ellas hombres o lobos— está la cayada, endurecida al fuego, hecha lanza por el regatón.

Los apriscos se tienden cerca de los chozos. En torno a ellos van y vienen los canes, venteando el tufo del lobo con sus narizotas de par en par abiertas.


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Dominio público
30 págs. / 52 minutos / 101 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Teresa la Limeña

Soledad Acosta de Samper


Novela corta


I

¡Divina maga de la memoria,
tu plañidera, sublime voz
dentro de mi alma la triste historia
de mi pasado resucitó!…

N.P. LLONA (poeta colombiano)

Un ancho balcón daba casi inmediatamente sobre la pedregosa playa de Chorrillos, en donde las olas del mar venían a morir con dulce murmullo, mientras que más lejos se estrellaban ruidosamente contra murallones y fuertes estacadas.

Empezaba a caer el sol y la rada resplandecía con la luz de arreboles nacarados, que iluminaban brillantemente a los que paseaban por las orillas del mar. Bellas mujeres arrastraban sus largos ropajes, y elegantes petimetres pasaban en grupos mirando a las bañadoras, que jugaban y reían entre el agua, ataviadas con sus extraños vestidos de género oscuro y sus sombrerillos de paja. Se oían de tiempo en tiempo gritos apagados por la distancia, cuando se estrellaban las espumosas olas cerca de alguna tímida bañadora: y este ruido lo interrumpían risas lejanas y el constante ladrido de un perrillo que jugaba con un niño en el malecón. A lo lejos los lobos marinos o bufeos levantaban sus negras cabezas por entre las ondas del mar, y tal cual pájaro chillaba volando hacia la orilla.

Los cristales de las casas resplandecían con mil colores diversos, cuyo brillo fue disminuyendo a medida que moría la luz del sol.

Poco a poco los bañadores se hicieron más escasos en el sitio predilecto, aumentándose los grupos en los bancos del malecón, donde aguardaban la banda de música que debía tocar allí a esa hora.


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Dominio público
142 págs. / 4 horas, 9 minutos / 136 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Cristianos y Moriscos

Serafín Estébanez Calderón


Novela corta


Capítulo I

Otros declararon a sus naturales las cosas extrañas y peregrinas por interpretación, y perpetuaron las propias para un claro ejemplar en la memoria de las letras, dando a cada cual su medida como jueces de la fama y testigos de la verdad.
Luis del Marmol.

Fresca y apacible tarde del otoño hacía, y como domingo alegre después de vísperas, por gustoso recreo se derramaban allá en los ruedos y ejidos del lugar los habitantes rústicos de cierta aldea, cuyo nombre, si no lo apuntamos ahora, es por hacer poco al propósito de la historia que vamos relatando. Baste sólo decir que el tal lugar estaba en lo más bien asentado de la Andalucía, para saber que era rico, y que no distando sino poco trecho de la ciudad de Ronda, disfrutaba del sitio más pintoresco y de más rústica perspectiva que pueden antojarse a los ojos que se aficionan de las escenas de riscos, fuentes y frescuras.

Aquellas buenas gentes, digo, unas subían a las más altas crestas de los montes, para divertir los ojos en la sosegada llanura del mar, que allá al lejos se parecía; otras se entraban por entre las arboledas y frutales de tanto huerto y jardín como cercaban la aldea, y aquí o allá grupos de mancebos granados o muchachos de corta edad se entretenían en jugar al mallo y en tirar la barra, o en soltar al aire pintadas pandorgas con la mayor alegría del mundo.

Entretanto, ciertas personas más graves y de mayor autoridad, como desdeñándose de participar de aquellos entretenimientos, o comunicarse con tales gentes, buscaban separadamente su recreación, paseándose por cierta senda muy sombreada de árboles y apacible por todo extremo.


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Dominio público
60 págs. / 1 hora, 45 minutos / 96 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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