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Los Negociantes de la Puerta del Sol

Carmen de Burgos


Novela corta


Miraba con ira aquel sol tan espléndido que iluminaba más de lo que le convenía su traje manchado, los zapatos sin tacones y el sombrero mugriento. Había tenido deseos de que pasasen los días del invierno, que había sufrido, mal abrigado y sintiendo penetrar el agua a través de su calzado, pero ahora echaba de menos la media luz discreta y velada que disimulaba el horror de su indumentaria.

Acostumbrado a concurrir todos los días a aquella acera, punto de cita «de los grandes negociantes», tan ricos de ideas y proyectos como escasos de dinero, no prestaba atención a la multitud que pasaba a su alrededor, ni al aspecto que la Puerta del Sol ofrecía a aquella hora.

Más que el reloj del Ministerio de la Gobernación, marcaba las horas el aspecto de la gran plaza, que de hora en hora ofrecía un cambio notable. Era allí donde en las primeras horas de la mañana se percibía el bostezo de la ciudad que se despertaba y donde poco a poco iba afluyendo la vida toda, como si cada una de las calles que conducen a ella fuesen los grandes ríos que reciben a su paso a todos los tributarios y van a desaguar en ese océano de la Puerta del Sol, siempre revuelto y turbulento.

Aquel barullo parecía que lo tonificaba, que había algo en la corriente de una gran muchedumbre que engendra una especie de energía eléctrica. Había sido siempre la Puerta del Sol el lugar más concurrido de Madrid, al que acudían todos aquellos arrieros y carreteros de las diferentes provincias de España, que entraban por la Puerta de Toledo a vender sus mercancías, cuando aún no había ferrocarriles.


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Dominio público
49 págs. / 1 hora, 27 minutos / 316 visitas.

Publicado el 26 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

¡Pobre Dolores!

Fernán Caballero


Novela corta


Capítulo I

Hay gentes en este mundo que no pueden contar con nada, ni con la casualidad, pues hay existencias sin casualidades.

— Balzac
 

Entre Sanlúcar de Barrameda, que despide al Betis, y la pulida Cádiz, que se abre paso entre las olas, como para ir al encuentro de sus escuadras, en una saliente elevación de terreno, se ha asentado Rota, pueblo que, aunque tranquilo y modesto, es de noble y antiguo origen, como lo atestiguan la historia y su magnífico castillo perteneciente a los duques de Arcos, tan bien conservado y tan cuidado... que han pintado sus rejas de verde: Los seculares cantos sillares que forman los robustos muros del castillo, y el fresco verde casino con que han cubierto sus sólidas rejas, forman no sólo un contraste, sino una disonancia que las personas entendidas y de buen gusto comprenderán mejor de lo que nosotros pudiéramos decir.


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Dominio público
79 págs. / 2 horas, 18 minutos / 162 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2019 por Edu Robsy.

El Cínico

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Entró, tiró al diván el abrigo y el sombrero, y tomó la carta que le presentaba este diplomático hombre de patillas.

—¡Hola, Manuel! ¿Y Ramón?

—Está enfermo.

—¿Enfermo?

—Pero descuide el señor; me ha dicho que vendría usted, como todos los lunes..., y que entra la señora por la fotografía.

Dicho esto, el diplomático hombre de patillas volvió a su tarea de poner la mesa con cubiertos para dos.

Gerardo leyó la breve esquela y marcó un gesto de fastidio.

—Bueno. Ojo al teléfono. Son las doce. Avisará a la media en punto. Dame coñac.

Se sentó y fuéronle servidas, en una mesita de té, la copa y la botella. Estaba de frac y guante blanco el camarero. Él también —y le hizo sonreír la elegancia del buen hombre para andar entre potajes.

Tendió un brazo y cogió un Heraldo, que habría olvidado en el pie del macetón otro cliente. Traía el retrato suyo, y el de la Aragón, y el del fiscal, entre dos columnas de prosa del sumario.

—Ahí hablan de usted y de esa pobre Eugenia —dijo Manuel con sumisa admiración, trasteando con los platos—. ¡Va usted a ser su defensor! ¿La matarán?

—Sí —respondió Gerardo secamente.

No osó más el camarero interrogarle. Recogió alguna vajilla y se encaminó hacia la puerta. Apenas abierta, con toda la amplitud que las bandejas exigían, volvió a cerrar, porque huían fuera una dama y un señor.

Gerardo había reconocido a su cuñado futuro, «hombre de orden», cuya «corrección» le divertía.

—¡Arsenio, Arsenio! —gritó.

Hízose «el loco» el llamado. Era uno de esos reflexivos y absurdos hipócritas de extraordinaria amenidad, que al propio tiempo que pásanse la vida realizando enormidades y aun jactándose de ellas a pretexto de exculparlas, arden en santa indignación por las ajenas.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 16 minutos / 166 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Viaje Terrible

Roberto Arlt


Novela corta


Dedicatoria

Al doctor Eladio Di Lata, noble amigo de sus enfermos.

I

Cierto astrólogo me dijo una vez que el signo zodiacal que presidía la casa de mi nacimiento indicaba, entre otros accidentes, temerarios peligros en viajes de mar, y yo sonreí con dulzura porque no creía en la influencia de los astros; de manera que al iniciar mi viaje hacia Panamá ni por un momento se me ocurrió que me aguardaban aventuras tan tremendas como las que me permitirían compaginar la presente crónica, que, sumada a los informes telegráficos del corresponsal del Times en Honolulú, constituye una de las más sorprendentísimas historias que la Geología haya podido desear para completar sus estudios sobre las dislocaciones que se producen en el fondo del océano Pacífico.

Tuve el presentimiento de la desgracia el día 23 de setiembre a las 16 horas, momento en que permanecía recostado en la hamaca del primer puente del buque «Blue Star», mirando caer la tarde sobre el puerto de Antofagasta.

Humeaban las chimeneas de la ciudad al borde del desierto, y amarilleaban lentamente las fachadas de las fábricas. El arco del puerto, con sus casas escalonadas en la falda de los cerros, encajonaba calles en pendiente que parecían fundirse en la neblina azul que flotaba en los socavones de la cordillera.

Durante el día había soplado un viento fuerte y el aire estaba cargado del rojizo polvo del desierto. A un costado del puerto, sobre la superficie montuosa de un cerro trepaba la vía de un ferrocarril; de pronto, un convoy de pasajeros, chapadas las ventanillas por el oro del sol, se perdió entre un abultamiento de montañas y no sé por qué el corazón se me encogió dolorosamente. Si en aquel momento hubiera escuchado la voz de mis instintos habría abandonado el «Blue Star», pero poderosas razones me impedían bajar a tierra.


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Dominio público
46 págs. / 1 hora, 21 minutos / 251 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2019 por Edu Robsy.

El Trueno Dorado

Ramón María del Valle-Inclán


Novela corta


I

La Taurina, de Pepe Garabato, fue famosa en los tiempos isabelinos. Era un colmado de estilo andaluz, donde nunca faltaban niñas, guitarra y cante. Aquella noche reunía a lo más florido del trueno madrileño. El Barón de Bonifaz, Gonzalón Torre-Mellada, Perico el Maño y otros perdis llegaban en tropel, después de un escándalo en Los Bufos. Venían huyendo de los guardias, y con alborozada rechifla, estrujándose por la escalera, se acogieron a un reservado de cortinillas verdes. Batiendo palmas pidieron manzanilla a un chaval con jubón y mandil. Entraron dos niñas ceceosas, y a la cola, con la guitarra al brazo, Paco el Feo.

II

Comenzó la juerga. Las niñas batían palmas con estruendo, y el chaval entraba y salía toreando los repelones de Luisa la Malagueña. La daifa, harta de aquel juego saltó sobre la mesa y, haciendo cachizas, comenzó a cimbrearse con un taconeo:

—¡Olé!

Se recogía la falda, enseñando el lazo de las ligas. Era menuda y morocha, el pelo endrino, la lengua de tarabilla y una falsa truculencia, un arrebato sin objeto, en palabras y acciones. Se hacía la loca con una absurda obstinación completamente inconsciente. En aquel alarde de risas, timos manolos y frases toreras advertíase la amanerada repetición de un tema. La otra daifa, fea y fondona, con chuscadas de ley y mirar de fuego, había bailado en tablados andaluces, antes de venir a Madrid, con Frasquito el Ceña, puntillero en la cuadrilla de Cayetano. Asomó cauteloso el Pollo de los Brillantes. Esparcía una ráfaga de cosmético que a las daifas del trato seducía casi al igual que las luces de anillos, cadenas y mancuernas. Susurró en la oreja de Adolfito:

—¡Estate alerta! A Paquiro le han echado el guante los guindas y vendrán a buscaros. Ahora quedan en el Suizo.

Interrogó Bonifaz en el mismo tono:

—Paquiro ¿se ha berreado?


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 238 visitas.

Publicado el 9 de enero de 2020 por Edu Robsy.

El Traje del Fantasma

Roberto Arlt


Novela corta


Inútil ha sido que tratara de explicar las razones por las cuales me encontraba completamente desnudo en la esquina de las calles Florida y Corrientes a las seis de la tarde, con el correspondiente espanto de jovencitas y señoras que a esa hora paseaban por allí. Mi familia, que se apresuró a visitarme en el manicomio donde me internaron, movió dolorosamente la cabeza al escuchar mi justificación, y los periodistas lanzaron a la calle las versiones más antojadizas de semejante aventura.

Si se agrega que frecuentaba mi habitación un marinero, nadie se extrañaría que las malas lenguas supusieron (entre los lógicos agregados de «¡oh, no puedo creerlo!») que yo era un pederasta, es decir, un hombre que se complacía en substituir en su cama a las mujeres por los hombres. Tanto circuló la mala historia, que algunos reporteros caritativos lanzaron desde las páginas de los periódicos amarillos donde se ganan las arvejas, esta declaración:


Gustavo Boer no fue nunca un invertido. Es un loco.
 

Y ¡cuerpo de Cristo!, yo no estoy loco y siempre me han gustado las mujeres. No he estado nunca loco. Declarar loco a un ciudadano porque sale desnudo a la calle es un disparate inaudito. Nuestros antepasados, hombres y mujeres, vagabundearon durante mucho tiempo desnudos, no sólo por las calles, que en esa época no existían, sino también por los bosques y los montes, y a ningún antropólogo se le ha ocurrido tildar a esa buena gente de desequilibrados ni nada por el estilo.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 170 visitas.

Publicado el 18 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Tesoro

Carmen de Burgos


Novela corta


I

Aquella, noche de luna había sabido aprovecharla bien el tío Manolo, para reunir en su era a los vecinos á desperfollar el enorme montón de mazorcas, resecas por el sol, sin que nadie echara de ver el trabajo con la agradable compañía de la gente moza y la salsa de sus historias de viejo marrullero.

En el centro de la empedrada era se apilaban las panochas envueltas en su sayal de estameña por el cual aparecían las hebras de una cabellera seca y marchita. Sobre la pila, una gran espuerta de dar el pienso á las vacas, iba recibiendo á las que eran despojadas de su ropaje por la turba de chiquillos, hombres y mujeres, que sentados sobre las falfollas mullidas y crujientes, rompían con pinchos de madera la tosca envoltura, la seda interior guardada bajo ella, y después de separarlas del tallo con rumor suspirante, las arrojaban al aire, rasgado con sus destellos de luz, para ir á caer en la espuerta, donde al chocar las facetas de los granos de oro, producían chasquidos de besos y risas de colegialas.

Aquel rasgar ropajes y desnudar mazorcas se verificaba entre la alegre charla y algazara de los mozuelos de ambos sexos, que estallaba con la franca alegría engendrada por la proximidad de la carne joven, mientras á un extremo del montón, las gentes formales rodeaban al tío Manolo y oían sus palabras con algo de respetuosa consideración, descuidando un tantico á los muchachos.


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Dominio público
40 págs. / 1 hora, 11 minutos / 101 visitas.

Publicado el 31 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

Suum Cuique

José María de Pereda


Novela corta


I

Don Silvestre Seturas tenía cuarenta años de edad, plus minusve, y era todo lo alto, robusto, curtido y cerrado de barba que puede ser un mayorazgo montañés que no ha salido nunca de su aldea natal más allá de un radio de tres leguas, cabalgando en el clásico cuartago, al consabido trote cochinero, como dicen por acá, ó al paso de la madre, expresándonos según los cultos castellanos … de Becerril de Campos.

El mayorazgo de don Silvestre se componía de la casa solariega con portalada y escudo de una hacienda, cerrada sobre sí, de setenta y cinco carros de tierra, mitad labrantío, mitad prado con algunos frutales, al saliente de la casa; de diez cabezas de ganado al pesebre, y de algunos prados y heredades, sitos en diferentes llosas del lugar, y cuarenta ó cincuenta reses de varias clases, en aparcería; todo lo cual venía á proporcionarle una renta anual de dos mil quinientos á tres mil reales, si no abundaban mucho las celliscas, ó no se desarrollaban en la cabaña la papera ó el coscojo; pues en los años de estas calamidades, lejos de percibir un real de sus colonos, tenía que adelantarles, para siembras y labores, sus pocas economías, si había de recaudar en lo sucesivo algunos maravedís. Todo esto tenía don Silvestre; y digo mal: tenía también un pleito que le consumía la mitad de sus rentas, hubiera ó no celliscas, paperas ó coscojo; pues el abogado trabajaba á subio, y en sus minutas no cabía más enfermedad que la polilla, la cual evitaba perfectamente renovándolas con frecuencia y poniéndolas bajo el amparo de los haberes de su defendido.


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Dominio público
71 págs. / 2 horas, 4 minutos / 70 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Gurí

Javier de Viana


Novela corta


Para Adolfo González Hackenbruch

I

En un día de gran sol—de ese gran sol de Enero que dora los pajonales y reverbera sobre la gramilla amarillenta de las lomas caldeadas y agrietadas por el estío—Juan Francisco Rosa viajaba á caballo y solo por el tortuoso y mal diseñado camino que conduce del pueblecillo de Lascano á la villa de Treinta y Tres. Al trote, lentamente, balanceando las piernas, flojas las bridas, echado á los ojos el ala del chambergo, perezoso, indolente, avanzaba por la orilla del camino, rehuyendo la costra dura, evitando la polvareda. De lo alto, el sol, de un color oro muerto, dejaba caer una lluvia fina, continua, siempre igual, de rayos ardientes y penetrantes, un interminable beso, tranquilo y casto, á la esposa fecundada. Y la tierra, agrietada, amarillenta, doliente por las torturas de la maternidad, parecía sonreír, apacible y dulce, al recibir la abrasada caricia vivificante.

Bañado en sudor, estirado el cuello, las orejas gachas, el alazán trotaba moviendo rítmicamente sus delgados remos nerviosos. De tiempo en tiempo el jinete levantaba la cabeza, tendía la vista, escudriñando las dilatadas cuchillas, donde solía verse el blanco edificio de una Estancia, rodeado de álamos, mimbres ó eucaliptos, ó el pequeño rancho, aplastado y negro, de algún gaucho pobre. Unos cerca otros lejos, él los distinguía sin largo examen y se decía mentalmente el nombre del propietario, agregando una palabra ó una frase breve, que en cierto modo definía al aludido: "Peña, el gallego pulpero; Medeiros, un brasileño rico, ladrón de ovejas; el pardo Anselmo; don Brígido, que tenía vacas como baba'e loco; más allá, el canario Rivero, el de las hijas lindas y los perros bravos..." Y así, evocando recuerdos dispersos, el paisanito continuaba, tranquilo, indiferente, á trote lento, sobre las lomas solitarias.


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Dominio público
76 págs. / 2 horas, 14 minutos / 80 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

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