Textos más populares este mes etiquetados como Novela corta | pág. 7

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etiqueta: Novela corta


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Piedra de Luna

Vicente Blasco Ibáñez


Novela corta


I

Todos los que van por primera vez a la ciudad de Los Angeles, en California, desean visitar la vecina población de Hollywood.

Existe ésta solamente desde hace unos veinte años, o sea de la época en que el arte cinematográfico, monopolizado por los Estados Unidos, empezó a desarrollarse, hasta el punto de llegar a ser la quinta producción nacional.

Establecidas las grandes casas cinematográficas en Nueva York, tuvieron que luchar con la luz gris y brumosa del invierno a orillas del Hudson, y esto les hizo ir en busca de un país de cielo seco, siempre azul, de sol intenso, de atmósfera clara, acabando por fijarse en California, en el antiguo territorio de las Misiones franciscanas, cerca de la mísera parroquia de Nuestra Señora de los Angeles que fundaron los misioneros españoles, y es, en nuestros días, la famosa ciudad de Los Angeles, estación invernal de multimillonarios.

A varios kilómetros de ella, el insignificante pueblecito de Hollywood ha crecido a su vez, en el transcurso de los últimos años, hasta convertirse en la gran metrópoli de la cinematografía.

Todo su vecindario se compone de actores del llamado «séptimo arte» y de los innumerables auxiliares que necesitan éstos para complemento de su trabajo. Artistas célebres en el mundo entero, que ostentan el título de «estrellas», se confunden con numerosos astros secundarios y una nebulosa inconmensurable de figurantes, escultores, decoradores, inventores de nuevas tramoyas, tallistas, carpinteros y audaces manipuladores de la electricidad. Y como único comercio de la población, tiendas de modistas y de sastres, con grandes escaparates ocupados por maniquíes vestidos y largas filas de sombreros de mujer, establecimientos muy visitados por las figurantas en los días de paga.


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29 págs. / 51 minutos / 71 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

Los Míseros

Carmen de Burgos


Novela corta


I. En la playa

Aquella amplia playa, frente aquella extensión de mar tan grandiosa, parecía profanada con los toldos de lona y los cucuruchos de las tiendas de los bañistas.

No se avenían bien la majestad severa del paisaje y el artificio de los veraneantes. En Figueiras da Fox no había, como en Trouville, ni en las playas de moda de las grandes estaciones, una Naturaleza ya dominada por el espectáculo; la playa de Figueiras, frente á la grandiosidad del Atlántico, es bravía aun en los días serenos, aun con la grandiosidad de la inmensa sábana de agua verde que se extiende bajo el cielo.

En el centro del arenal se habían colocado, sobro los píes derechos, unos toldos de dril, festoneados, bajo los que se colocaban sillas de madera, taburetes y banquetas de todas clases para las bañistas, que se sentaban frente al mar. Algunos de aquellos toldos eran de propiedad particular, y se distinguían por el color de sus festones y por las iniciales, en bayeta roja, verde ó amarilla, que anunciaban el nombre del propietario. Los otros eran públicos, y por la módica cantidad de veinticinco reis se podían ocupar á voluntad.

Detrás de estos toldos estaban las casetas de lona donde se vestían y desnudaban los bañistas para cruzar toda la arena, entre las miradas de los curiosos, hasta llenar á la orilla del agua.

La extensión del mar se perdía á lo lejos, confundiendo su verdor lechoso con el pizarra del cielo; y parecía llegar siempre con coraje á la playa. levantándose en una ola amenazadora, que venía furiosa á quebrarse en el sitio mismo donde estaban los bañistas.

Una multitud abigarrada paseaba por delante de los toldos ó se agrupaba á la orilla del mar para ver á las que se bañaban dar sus saltos, cabriolas y gritos, agarradas al bañero.


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27 págs. / 48 minutos / 108 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

La Bruja Lois

Elizabeth Gaskell


Novela corta


I

En el año 1691, Lois Barclay intentaba recuperar el equilibrio en un pequeño desembarcadero de madera, del mismo modo que lo había intentado ocho o nueve semanas antes en la cubierta del balanceante barco que la había llevado de la Vieja a la Nueva Inglaterra. Resultaba tan extraño estar en tierra firme ahora como verse mecida por el mar día y noche no hacía mucho; y la misma tierra ofrecía un aspecto igual de extraño. Los bosques que se veían por todas partes y que, en realidad, no quedaban muy lejos de las casas de madera que formaban la ciudad de Boston, eran de diferentes tonos de verde, y diferentes, también, por la forma del contorno, de los que Lois Barclay conocía bien de su antiguo hogar en el condado de Warwick. Se sentía un poco abatida allí sola, esperando al capitán del Redemption, el amable y rudo veterano que era su único amigo en aquel continente ignoto. Pero el capitán Holdernesse estaba ocupado y tardaría bastante en poder atenderla, al parecer; así que Lois se sentó en un barril de los que había tirados, se cerró más el abrigo gris y se bajó la capucha resguardándose mejor del viento cortante que parecía seguir a quienes había tiranizado en el mar, con obstinado afán de seguir torturándolos en tierra. Lois esperó con paciencia allí sentada, aunque estaba cansada y tiritaba de frío; pues hacía un día crudo para el mes de mayo, y el Redemption, cargado de pertrechos y suministros necesarios y útiles para los colonos puritanos de Nueva Inglaterra, era el primer barco que se había aventurado a cruzar los mares.


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109 págs. / 3 horas, 10 minutos / 710 visitas.

Publicado el 19 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

A Prueba

Felipe Trigo


Novela corta


I

Luis Augusto, sin chaleco aún, contemplaba en la baranda de la cama sus ciento seis corbatas. Dudaba cuál ponerse. Al fin, como en todos sus problemas graves, cerró los ojos, tendió la mano... y vio que había cogido una salmón y gris, a bandas transversales.

¡Bravo! Esto abreviaba —por más que hoy no caracterizasen las prisas su existencia.

Fiel al sistema, fue al armario y volvió a cerrar los ojos para tomar cualquiera de sus treinta (no; treinta y tres, con los tres de Alejandría) alfileres de corbata.

Se lo puso y le acudió a la mente un pensamiento filosófico:

«La abundancia es un castigo».

Cierto.

En corbatas, en zapatos y alfileres, en...

Una noche, en una fiesta madrileña, porque él pudo escoger, habló con diez cocotas, cenó con tres y se quedó con Sarah —¡casi horrible!— Es lo que sucede cuando alguien se ve agobiado de abundancia.

La espantosa indecisión repetíasele a cada instante.

Corriendo en automóvil había pensado algunas veces arrojar al camino sus maletas, y proveerse de un traje único, imitación-perro, o al estilo de los perros. ¡Ah, qué maravilla sus Kaiser, Sultán Stella y Machaquito! ¡Pfsui, aquí!... y voilá despiertos y vestidos a los canes, y siempre prontos a marchar.

Es decir, que Luis Augusto, sportsman por vocación, llegaba a la propia o parecida consecuencia, en cuestión de indumentaria, que los sabios alemanes profesores, vistos por él con el mismo levitón y el mismo panamá por las calles de Berlín y los lagos de Suiza y las pirámides de Egipto. Lógrase, pues, de igual manera, la ciencia de las ciencias, corriendo en Derecho Natural o en automóvil.


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44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 312 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Hacia el Reino de los Sciris

César Vallejo


Novela corta


1. El otro imperialismo

Este rumor lo producía el ejército del príncipe heredero, al entrar a la ciudad, de regreso de su expedición conquistadora a Quito. De las terrazas de Sajsahuamán se veía el desfile de las huestes, a su entrada a la Intipampa, por el ancho camino de la sierra.

A la cabeza venía Huayna Cápac, cuya figura aún adolescente–pues era su primera campaña militar–, aparecía curtida por las intemperies, los calores y fríos del norte. El ejército, mermado por el hielo en el heroico sitio de los chachapoyas, cruzaba las primeras rúas del Cusco, a paso lento, que marcaban los tambores de guerra. Las armas del imperio venían precedidas, aun tiro de honda, por los expertos rumanchas. Flameaba luego el Iris, recamado sobre un pendón de lana y plumas, dardeado por los rayos solares y rematado en un suntupáucar, consistente en una irón de oro. Iban angulosos héroes, triangulados de arrugas,sujeta al hombro la compacta masa de queschuar, mellada y ojosa por los golpes contrarios; honderos enflaquecidos y mustios;consumidos y curvos flecheros de anascas raídas, embrazado el tercio de flechas de metálica punta emponzoñada, el arco de bejuco en descanso al omoplato; lanceros de brazos enormes y colgantes, las celadas de guayacán deshechas en colgajos; hacheros desprovistos de la cuña, cojeando dolorosamente... Al medio iba el apusquepay, un viejo de enorme mentón y ojos serenos, con su turbante amarillo, ceñido por un ruinoso burelete de plumas.

El ejército entraba a la ciudad, decaído, inválido. Solamente algunos generales, oficiales de la nobleza o veteranos, sonreían al pasar por las calles. Mas, en general, los expedicionarios y hasta el propio príncipe heredero, venían poseídos de honda pesadumbre.


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31 págs. / 55 minutos / 840 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2020 por Edu Robsy.

El Rey Lear, Impresor

Vicente Blasco Ibáñez


Novela corta


I

Todas las tardes a la misma hora sonaba el timbre de la elegante cancela, y el hombre que esperaba en el zaguán decía al presentarse el servidor, unas veces criado gringo, con chaleco de mangas, o puesto ya de frac si la tarde era de recepción; otras, doncella francesa o tudesca, que pronunciaba trabajosamente las palabras españolas:

—Avise a don Martín que aquí está Pepe Terneiro.

Nunca quiso pasar de esta entrada con friso de azulejería y muros de arabéseos multicolores, imitación mediocre de la Alhambra, en pleno Buenos Aires. Su antiguo patrón le había instado muchas veces a que viniese a buscarle en sus habitaciones; pero él temía los encuentros en el interior de aquella casa de un solo piso, vastísima, que se extendía hasta la otra calle paralela, dédalo de corredores, patios y grandes salones, construida sin tener en cuenta el aprovechamiento del terreno, con la amplitud de una época en que los solares alcanzaban escaso precio.

No deseaba ver a las hijas de don Martín, damas elegantes, de cuyas fiestas se ocupaban con entusiasmo los periódicos, y que él había conocido siendo niñas. Le irritaban sus gestos protectores y algo desdeñosos. Era para ellas a modo de un mueble viejo y olvidado que la casualidad colocaba ante sus pasos, como un estorbo.

Venía a esta casa únicamente por su antiguo protector. El resto de la familia no existía para él. Y continuaba en el zaguán entreteniéndose en la contemplación de azulejos y alicatados, recuerdo de la remota patria, lo único que mantenía intacto de los tiempos de don Martín, cuando éste era realmente el amo de la casa.


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Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 65 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.

El Oscuro Dominio

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela corta


He aquí un libro amargo como la hiel, ácido como el zumo de limón. Es un libro abominable y triste. No es inmoral, porque el dolor no es inmoral nunca. Inmorales pueden ser las lecturas livianas que loan el amor y la voluptuosidad, pero jamás los horrendos calvarios de la pasión y el vicio. Este libro es casi tina obra de penitencia y de espiritual maceración; es como esas Santas de la vieja leyenda, todas perfumadas de amor, que para convertir a los pecadores salaces, rasgaban sus vestiduras y mostraban el pecho roído de lepra.

Es el libro del vicio, del pecado y del dolor.

Recemos un Padre Nuestro para que Dios nos libre de caer en la tentación:

«Padre Nuestro que estás en los Cielos...»

I. El puerto de paz

Esas mujeres son como esas últimas rosas del verano, cuya vista causa placer, pero cuyos pétalos están marchitos y cuyo perfume se ha perdido.

Balzac.


—... «Magdalena echó un frasco de bálsamo en la llaga del costado, y las piadosas mujeres pusieron también yerbas en las llagas de las manos y los pies...»—Leía lentamente, puntuando con claridad y marcando los períodos; la voz era grave, cálida, matizada de contenida pasión, y manejada en sordina, era una voz que decía demasiado, que ponía excesivo dolor en las cosas dolorosas y recreábase con ampulosa voluptuosidad en las imágenes brillantes, una voz que, rompiendo el imperativo categórico de la conciencia, obedecía involuntariamente a ignorados resortes.


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 19 minutos / 58 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2024 por Edu Robsy.

Liliana

Henryk Sienkiewicz


Novela corta


Cuando me hallaba en California, fuí una vez con mi gran amigo el capitán R... a visitar a nuestro compatriota G..., que vivía a la sazón en los solitarios montes de Santa Lucía. Como no le encontrásemos en casa, permanecimos cinco días en un agreste desfiladero de montañas, en compañía de un viejo sirviente indio, que en ausencia del dueño quedábase al cuidado de las abejas y de las cabras de Angora. Yo, siguiendo la costumbre del país, me pasaba la mayor parte del día durmiendo, y por la noche, sentado ante la hoguera, alimentada con zarzas y espinos, oía narrar al capitán sus andanzas y aventuras; andanzas y aventuras realmente extraordinarias, como sólo es posible vivirlas en los desiertos americanos.

Aquellas horas se nos esfumaban como por ensalmo. Las noches eran noches verdaderamente californianas: silenciosas, cálidas, estrelladas. Al resplandor de la hoguera, que de vez en cuando chisporroteaba, divisábase la enorme —pero bella y noble— silueta del veterano gastador, que, alzando la mirada hacia la bóveda celeste, iba evocando en su memoria los pasados acontecimientos y nombres y semblantes queridos, cuyo recuerdo cubría su frente de suave melancolía. Una de aquellas narraciones es la que voy a relatar ahora, tal como la oí de labios del capitán, esperando que ha de cautivar la atención del lector como cautivó en aquel tiempo la mía.


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Dominio público
78 págs. / 2 horas, 17 minutos / 21 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

Torquemada en la Hoguera

Benito Pérez Galdós


Novela corta


I

Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumió en llamas; que a unos les traspasó los hígados con un hierro candente; a otros les puso en cazuela bien mechados, y a los demás los achicharró por partes, a fuego lento, con rebuscada y metódica saña. Voy a contar cómo vino el fiero sayón a ser víctima; cómo los odios que provocó se le volvieron lástima, y las nubes de maldiciones arrojaron sobre él lluvia de piedad; caso patético, caso muy ejemplar, señores, digno de contarse para enseñanza de todos, aviso de condenados y escarmiento de inquisidores.

Mis amigos conocen ya, por lo que de él se me antojó referirles, a D. Francisco Torquemada, a quien algunos historiadores inéditos de estos tiempos llaman Torquemada el Peor. ¡Ay de mis buenos lectores si conocen al implacable fogonero de vidas y haciendas por tratos de otra clase, no tan sin malicia, no tan desinteresados como estas inocentes relaciones entre narrador y lector! Porque si han tenido algo que ver con él en cosa de más cuenta; si le han ido a pedir socorro en las pataletas de la agonía pecuniaria, más les valiera encomendarse a Dios y dejarse morir. Es Torquemada el habilitado de aquel infierno en que fenecen desnudos y fritos los deudores; hombres de más necesidades que posibles; empleados con más hijos que sueldo; otros ávidos de la nómina tras larga cesantía; militares trasladados de residencia, con familión y suegra por añadidura; personajes de flaco espíritu, poseedores de un buen destino, pero con la carcoma de una mujercita que da tés y empeña el verbo para comprar las pastas; viudas lloronas que cobran el Montepío civil o militar y se ven en mil apuros; sujetos diversos que no aciertan a resolver el problema aritmético en que se funda la existencia social, y otros muy perdidos, muy faltones, muy destornillados de cabeza o rasos de moral, tramposos y embusteros.


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71 págs. / 2 horas, 4 minutos / 605 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Media Noche

Ramón María del Valle-Inclán


Novela corta


Breve noticia

Era mi propósito condensar en un libro los varios y diversos lances de un día de guerra en Francia. Acontece que, al escribir de la guerra, el narrador que antes fué testigo, da a los sucesos un enlace cronológico puramente accidental, nacido de la humana y geométrica limitación que nos veda ser a la vez en varias partes. Y como quiera que para recorrer este enorme frente de batalla, que desde los montes alsacianos baja a la costa del mar, son muchas las jornadas, el narrador ajusta la guerra y sus accidentes a la medida de su caminar: Las batallas comienzan cuando sus ojos llegan a mirarlas: El terrible rumor de la guerra se apaga cuando se aleja de los parajes trágicos, y vuelve cuando se acerca a ellos. Todos los relatos están limitados por la posición geométrica del narrador. Pero aquel que pudiese ser a la vez en diversos lugares, como los teósofos dicen de algunos fakires, y las gentes novelescas de Cagliostro, que, desterrado de París, salió a la misma hora por todas las puertas de la ciudad, de cierto tendría de la guerra una visión, una emoción y una concepción en todo distinta de la que puede tener el mísero testigo, sujeto a las leyes geométricas de la materia corporal y mortal. Entre uno y otro modo habría la misma diferencia que media entre la visión del soldado que se bate sumido en la trinchera, y la del general que sigue los accidentes de la batalla encorvado sobre el plano. Esta intuición taumatúrgica de los parajes y los sucesos, esta comprensión que parece fuera del espacio y del tiempo, no es sin embargo ajena a la literatura, y aun puede asegurarse que es la engendradora de los viejos poemas primitivos, vasos religiosos donde dispersas voces y dispersos relatos se han juntado, al cabo de los siglos, en un relato máximo, cifra de todos, en una visión suprema, casi infinita, de infinitos ojos que cierran el círculo.


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Dominio público
37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 343 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

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