Textos más populares esta semana etiquetados como Novela corta | pág. 21

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etiqueta: Novela corta


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Oros Son Triunfos

José María de Pereda


Novela corta


I

Imagínese el pío lector que la vulgarísima historia que voy a referirle se remonta a los tiempos de Maricastaña, y elija para teatro de los sucesos la capital que más le agrade de las nuestras de segundo orden, con tal de que sea de las más empingorotadas en la estadística de los subsidios industriales y no forme con las últimas en el catálogo de las que más nutren y alimentan el caudaloso mar de las rentas de aduanas; señal infalible de que el vértigo de la ganancia es su vida, y el alma del negocio el negocio de su alma; de que por letras se entiende allí las de cambio; por artes los de cocina; por ciencias la aritmética mercantil, y por «trabajo honroso» pura y exclusivamente el que se emplea, de sol a sol, en sacar el jugo a la matrícula, esa ejecutoria de los pueblos ricos, ora en el sucio Borrador de almacén, ora en el pulcro, terso y espacioso libro Diarios, ora en remover obstáculos de arancel con el santo fin de que pasen, como una seda, torres y montones, por donde el rigor de las leyes no deja libre entrada a un mal garbanzo.

Andaba allí el lujo como Pedro por su casa; y teniendo en todas ellas un culto el lujo de los trapos, era un vicio de los más abominables el lujo del entendimiento.

Disculpábase la pobreza en el negociante desgraciado y hasta en aquéllos que del último concurso de acreedores no habían podido sacar la conciencia tan limpia como el fondo de sus cajas; pero era punto menos que infamante en los que por natural aversión a la ciencia del toma y daca sudaban gotas de sangre por hacer un mendrugo miserable del meollo de su inteligencia consagrada a fútiles asuntos que jamás daban un cañamón de riqueza para basar sobre ella la proporción de un impuesto, ni la de un concierto de arbitrios, o de derecho módico.


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Dominio público
87 págs. / 2 horas, 33 minutos / 111 visitas.

Publicado el 22 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Blasones y Talegas

José María de Pereda


Novela corta


I

De la empingorotada grandeza y el coruscante lustre de sus antepasados, he aquí lo que le restaba, catorce años hace, al señor don Robustiano Tres-Solares y de la Calzada.

Un casaquín de paño verde con botones de terciopelo negro.

Un chaleco de cabra, amarillo.

Un corbatín de armadura.

Dos cadenas de reló con sonajas, sin los relojes.

Un pantalón de paño negro, muy raído.

Un par de medias-botas con la duodécima remonta.

Un sombrero de felpa asaz añejo, y

Un bastón con puño y regatón de plata.

Esto para los días festivos Y grandes solemnidades.

Para los días de labor:

Otro casaquín, incoloro, que soltaba la estopa de los entreforros por todas las costuras y poros de su cuerpo.

Otro corbatín, de terciopelo negro, demasiadamente trasquilado.

Otro chaleco, de mahón, de color de barquillo.

Otro pantalón, «de pulga», con más p asadas que un pasadizo.

Otro sombrero de copa, forrado de hule.

Unas zapatillas de badana; y

Un par de abarcas de hebilla para cuando llovía.

Como ornamentos especiales y prendas de carácter:

Una capa azul, con cuello de piel de nutria y muletillas de algodón; y

Un enorme paraguas de seda encarnada, con empuñadura, contera y argolla de metal amarillo.

Como elementos positivos y sostén de lo que antecede y de algo de lo que seguirá:

Una casa de cuatro aguas con portalada y corral, de la que hablaremos luego más en detalle.

Una faja o cintura de vicios y retorcidos castaños alrededor de la casa.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 110 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Hijo Santo

Gabriel Miró


Novela corta


«...Mas su carne mientras viviere tendrá dolor;
y su alma llorará sobre sí misma».

(Libro de Job, XIV-XXII)

I

—¡Quietud, por Dios! ¡Quietos! No es lícito, en este instante, ni un comentario, ni una palabra... Quietos... quietos.

Y don César, rendido, descansa la frente en sus manos.

Tose ruidosamente un viejo y flaco eclesiástico, de hábito brilloso de saín y gafas muy caídas de recios y empañados cristales. Golpea la tabla con sus fuertes artejos y murmura: —¡Paso!

Otro sacerdote jovencito, recién afeitado, polvoreados los hombros de caspa, dice también que pasa.

Don César muestra las cartas al conserje del Círculo y a otro clérigo que miran la partida.

—Mi compromiso era muy grande, ¡señores!

—¡Sí que es verdad! —afirma el conserje.

—¿Se ha fijado, don Ignacio?

Don Ignacio no se había fijado, pero le contesta que sí para que don César no le desmenuce el compromiso. Es que este señor, sabiendo sobradamente que don Ignacio desconoce el tresillo, le hace la glosa y censura de toda jugada.

Estaban en el Círculo Católico, reunión de clérigos y seglares gregarios de Cofradías y Juntas piadosas. Sucedía la partida en un cuartito abrigado con esterones viejos de la Colegiata de San Braulio. Las paredes como los divanes son cenicientos; las sillas, de espadañas. En sala inmediata está el billar de paño remendado. León XIII y Pío X presiden el taquero. Y en la llamada cantina se guardan los tarros de licores de café, menta, curaçao legítimo de Holanda, jarabes; y mediada la tarde —los días horros de ayuno— se sirven panecicos torrados, untados de aceite.

—¡Al fin! ¡Juego! —exclama gozosamente el curita mozo.

—¿Qué juega? —dice don César abriendo los brazos—; me cuidaré de ello; aunque es inverosímil si no lo hace a copas.


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Dominio público
45 págs. / 1 hora, 20 minutos / 107 visitas.

Publicado el 28 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Scudéry

E.T.A. Hoffmann


Novela corta


En la calle de Saint Honoré se levantaba la casita en que vivía Magdalena de Scudéry, conocida por sus versos llenos de donaire y por la consideración que mereció de Luis XIV y de la Maintenon.

Ya avanzada la noche —en el otoño de 1680— se oyeron en la puerta recios y vehementes golpes que resonaron en todo el vestíbulo. Bautista, que en el reducido tren de casa de la señorita ejercía a la vez de cocinero, criado y portero, había ido al campo con permiso de su ama para asistir a la boda de una hermana, de manera que la única que velaba en la casa aquella noche era la Martiniére, la camarera de la señorita. Oyó las repetidas llamadas, y se le ocurrió en seguida que, ausente Bautista, quedaba en la casa con la señorita sin auxilio ninguno. Se agolpaban en su mente los casos de violencia, de asalto de morada, los robos y los homicidios que en aquel entonces sufría París, y dio por cierto que algún grupo de perturbadores, enterados de las circunstancias de la casa, era el que alborotaba y esperaban solamente que la puerta se abriera para llevar a cabo algún intento perverso contra su dueña. Temblorosa, atemorizada y maldiciendo a Bautista, a su hermana y a la boda, se quedó quieta en su habitación, mientras continuaban resonando los golpes dados a la puerta, y en medio de ellos le pareció oír llamar una voz:

—¡Abrid! ¡Os lo pido por Cristo! ¡Abrid!

Con creciente temor se apresuró la Martiniére a coger el candelabro, con la vela encendida y se precipitó al vestíbulo. La voz del que llamaba se hizo más inteligible:

—¡Por el amor de Cristo, abridme!

—Es evidente que un bandolero no habla de este modo —pensó la Martiniére—. Es tal vez una persona que busca refugio en la casa de mi señorita, a quien sabe inclinada a hacer buenas obras. Pero seamos precavidas.


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77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 105 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Compañeros de Viaje

Henry James


Novela corta


La Última Cena de Leonardo en Milán es indiscutiblemente la pintura más impresionante de Italia. Parte de su inmensa solemnidad se debe sin duda a que es una de las primeras grandes obras maestras italianas que salen al paso cuando se desciende desde el norte. Otra fuente secundaria de interés radica en la absoluta perfección de su deterioro. La imaginación experimenta un extraño deleite al cubrir cada uno de sus espacios vacíos, borrando su completa corrupción y reparando en la medida de lo posible su triste desaliño. La mejor prueba de su poderosa fuerza y perfección es el hecho de que, pese a haber perdido tanto, conserve todavía tanta belleza. Una elegancia inextinguible persiste en sus vagos trazos y en sus cicatrices sin cura; aún queda lo suficiente como para que el espectador pueda admirar la insondable sabiduría del artista. El lector recordará que el fresco cubre un muro en el extremo de lo que fue el refectorio de un antiguo monasterio, actualmente disuelto, cuyo recinto está ocupado por un regimiento de caballería. Los caballos piafan y los soldados emiten sus juramentos en los claustros donde una vez resonaron los sobrios pasos de las sandalias monásticas y donde los frailes de voces sumisas se dirigían piadosos saludos.


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59 págs. / 1 hora, 44 minutos / 103 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Daisy Miller

Henry James


Novela corta


I

En la pequeña ciudad suiza de Vevey hay un hotel extraordinariamente confortable, si bien es verdad que allí casi todos son buenos hoteles, ya que el negocio principal en esta región es el turismo. Muchos viajeros recordarán aún que nuestro hotel se halla situado al borde mismo de un renombrado lago azul, cuya visita es poco menos que obligatoria para todos los turistas. Por las orillas del lago se extiende, además, una ininterrumpida serie de albergues de diversas categorías que van desde el Gran Hotel, de nuevo estilo, fachada revocada de blanco, con un centenar de balcones y una docena de gallardetes flotando en su tejado, hasta la modesta pensión suiza, de típica fachada rústica, de madera, con el nombre escrito en caracteres góticos sobre un rótulo rojo o amarillo, fijado a una valla, y su correspondiente cenador de verano en el ángulo del jardín. Hay, sin embargo, un hotel en Vevey, famoso por su aire de lujo y seriedad, que lo distingue de sus empingorotados vecinos.

En el lugar descrito, durante el mes de junio, los viajeros norteamericanos son tan numerosos, que bien puede decirse que el hotel se transforma en un balneario norteamericano; hay citas, reuniones, ruidos que evocan una visión, un eco de Newport o de Saratoga. Por todas partes se tropieza con estilizadas jóvenes que caminan apresuradamente, crujen muselinas y sedas, suena por doquier, aun en las mañanas, música de baile, y un rumor de voces se escucha incesantemente.


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70 págs. / 2 horas, 3 minutos / 102 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de mi Amigo

Gabriel Miró


Novela corta


A la memoria del maestro Lorenzo Casanova


«Mis ojos han desfallecido de miseria.
Pobre soy yo y en trabajos desde mi juventud».

(Libro de los Salmos, LXXXVII)

I. Su infancia

Mi madre fue lavandera; mi padre, albañil. Tuve una hermanita que se llamaba Lucía. La vida de esta hermana puedo decir que se redujo al espanto de su muerte... Mi padre había salido a la faena; mi madre, a lavar en una acequia muy honda que pasaba cerca de nuestra casa. Lucita quedó a mi cuidado. Tenía yo diez años; ella no llegaba a tres; ¡qué digo tres: ni dos y medio! Jugamos con un gato largo y flaco, de piel de conejo de patio, manso, paciente por comodidad y egoísmo; cuando lo tomábamos guardaba sus viejas uñas y se fingía dormido. Después, jugamos a tiendas; es decir, era yo solo quien hacía de mercader y de criada que compraba azafrán, perejil, arroz, pimiento molido, cebollas, lentejas (fíjese en la humildad de nuestro comercio; y es que copiábamos en bromas las veras de lo que mercaba nuestra madre). Y Lucía, sentadita, con los ojos muy anchos... ¿Usted ha observado cómo miran los hermanitos a los hermanos grandes? ¡Qué admiración tan tierna y verdadera tienen esos ojos! Pues Lucita contemplaba mis manos y mi boca porque yo remedaba la voz, las falacias, los ademanes del abacero y la charla gritadora de las mujeres de su parroquia. Siendo tan chiquitina, demostraba saber su debilidad y menoría. Le pasmaba mi destreza para hacer cucuruchos de periódicos, y más que todo admiraba mi peso de cortezas de naranja... Pero también nos cansamos de las riendas. Entonces le dije si quería pan, porque yo tenía hambre. Busqué en la alacena. Y el pan era duro.

—Lo torraremos, ¿verdad? —le propuse—, y yo seré un hornero que cocería el pan que tú trajeses al horno, ¿quieres?


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Dominio público
63 págs. / 1 hora, 50 minutos / 102 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Banco de la Desolación

Henry James


Novela corta


I

En su opinión, a lo largo de su última y desagradable charla, ella le había transmitido prácticamente la insinuación, la espantosa, brutal y vulgar amenaza, aunque, a pesar del valor y la confianza que le quedaban —confianza en lo que alegremente él hubiera llamado con un poco más de agresividad la fuerza de su posición—, había juzgado mejor no tomarlo en cuenta. Pero ahora no se trataba de no entender o de fingir que no entendía; las amenazadoras y repulsivas palabras que despiadadamente salían de sus labios, eran como dedos de una mano que ella se metiera en el bolsillo con el fin de extraer el monstruoso objeto que mejor sirviera para —¿cómo podría definirlo?— una declaración de guerra.

—Si dentro de tres días no he recibido una respuesta distinta por su parte, pondré el asunto en manos de mi abogado, a quien, por si le interesa saberlo, ya he visto. Presentaré una denuncia por «incumplimiento de promesa matrimonial» contra usted, Herbert Dodd, tan cierto como que me llamo Kate Cookham.


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Protegido por copyright
65 págs. / 1 hora, 54 minutos / 100 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Ethan Frome

Edith Wharton


Novela corta


Prefacio de la autora

Había tenido ocasión de conocer algo de la vida en un pueblo de Nueva Inglaterra mucho antes de que estableciera mi hogar en el mismo condado que mi imaginario Starkfield; no obstante, durante los años pasados allí, ciertos aspectos llegaron a serme mucho más familiares.

Incluso antes de aquella iniciación definitiva, sin embargo, ya había advertido, con gran disgusto, que la Nueva Inglaterra de las novelas guardaba escaso parecido, si exceptuamos una vaga semejanza botánica y dialectal, con la abrupta y hermosa región que yo había conocido. Incluso la abundante enumeración de helechos, plantas de jardín y laureles silvestres, y la concienzuda reproducción de lo vernáculo me dejaban con la sensación de que los crestones de granito habían sido, en ambos casos, pasados por alto.

Tal impresión es estrictamente personal y si dejo constancia de ella aquí es porque explica mi novela Ethan Frome y para algunos lectores puede también en gran medida justificarla.

En cuanto a los orígenes de la historia, eso es todo. No hay nada más que decir de ella que tenga algún interés, excepto lo que se refiere a su construcción.


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Protegido por copyright
113 págs. / 3 horas, 19 minutos / 99 visitas.

Publicado el 27 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

La Gañanía

Joaquín Dicenta


Novela corta


Capítulo I

Es la noche; noche marceña de ventisca que empuja por la atmósfera partículas de la nieve acaperuzada sobre los cabezos serranos. El viento gruñe entre los matorrales. Son gruñidos amenazadores los suyos, como de alimaña salvaje pronta al mordisco y al garrazo. La deshelada hízose torrente, y baja, revolviendo espumas, por las peñas. Romeros y cantuesos llenan el espacio de fragancias. El chaparro se yergue en la obscuridad con atlética rechonchez; la encina abre a las tinieblas sus brazos; en ellos lucen como joyería topaciesca los ojos de los búhos. Lejos aúlla el lobo las canciones de su hambre. Los mastines respóndenlas con su ladrido, escarbando la tierra y sacudiendo las carlancas.

Pájaros de la noche aletean brujescamente bajo el cielo que las nubes entoldan. Abrense éstas de raro en raro, para descubrir cachos azules claveteados con estrellas. A las veces se oye un golpe sordo; ecos suyos vibran por la negrura: es piedra, desprendida de lo alto, que busca fondo en los abismos. Otras veces suena algo así como un quejido: rama es que se desgajó en el amoroso robledal.

Al abrigo de unos peñotes se alzan los chozos pastoriles, afachados con piedras y encubertados con recia trabazón de ramaje.

Los gañanes duermen dentro de ellos, sobre incurtidas pieles, haciendo de los zurrones cabezal y de las mantas cobertura. A su alcance, pronta contra el embite de las fieras —sean ellas hombres o lobos— está la cayada, endurecida al fuego, hecha lanza por el regatón.

Los apriscos se tienden cerca de los chozos. En torno a ellos van y vienen los canes, venteando el tufo del lobo con sus narizotas de par en par abiertas.


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30 págs. / 52 minutos / 99 visitas.

Publicado el 22 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

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