Textos más vistos etiquetados como Novela epistolar

Mostrando 1 a 10 de 16 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Novela epistolar


12

La Incógnita

Benito Pérez Galdós


Novela, Novela epistolar


A D. Equis X, en Orbajosa Madrid, 11 de Noviembre.

Querido Equis: Allá va mi primera carta. La empiezo recordándote la condición sine qua non de mi compromiso epistolar, a saber: que esto no ha de leerlo nadie más que tú. Sólo con la seguridad de que humanos ojos, fuera de los tuyos de ratón, no han de ver el contenido de estas cartas, puedo ser, como me propongo, absolutamente sincero al escribirlas. A cambio de la solemne promesa de tu discreción, nada te ocultaré, ni aun aquello que recelamos confiar verbalmente al amigo más íntimo.

Ya que por tus pecados, de los cuales más vale no hablar, te ves recluido en la estrechez carcelaria de ese lugarón, donde todas las murrias del alma humana tienen su asiento, quiero enviarte la sal de estas cartas para que sazones con ella el pan desabrido de tu destierro forzado o voluntario, que esto es harina de otro costal. En ellas verás personas, sucesos, chismes y trapisondas de esta pícara Corte, cuya confusión y bullicio tanto te agradan, como buen gato madrileño; y la sociedad que has dejado con pena, la vida esta, entretenidísima, variada y estimulante, revivirán en tu espíritu, descritas sin galanura, pero con veracidad, por tu mejor amigo.


Leer / Descargar texto


232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 303 visitas.

Publicado el 5 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Novela de Don Sandalio, Jugador de Ajedrez

Miguel de Unamuno


Novela corta, novela epistolar


Alors une faculté pitoyable se développa dans leur esprit, celle de voir la bêtise et de ne plus la tolérer.

(G. Flaubert, Bouvard et Pécuchet)

Prólogo

No hace mucho recibí carta de un lector para mí desconocido, y luego copia de parte de una correspondencia que tuvo con un amigo suyo y en que éste le contaba el conocimiento que hizo con un Don Sandalio, jugador de ajedrez, y le trazaba la característica del Don Sandalio.

“Sé —me decía mi lector— que anda usted a la busca de argumentos o asuntos para sus novelas o nivolas, y ahí va uno en estos fragmentos de cartas que le envío. Como verá, no he dejado el nombre lugar en que los sucesos narrados se desarrollaron, y en cuanto a la época, bástele saber que fue durante el otoño e invierno de 1910. Ya sé que no es usted de los que se preocupan de situar los hechos en lugar y tiempo, y acaso no le falte razón”.

Poco más me decía, y no quiero decir más a modo de prólogo o aperitivo.

I

31 de agosto de 1910

Ya me tienes aquí, querido Felipe, en este apacible rincón de la costa y al pie de las montañas que se miran en la mar; aquí, donde nadie me conoce ni conozco, gracias a Dios, a nadie. He venido, como sabes, huyendo de la sociedad de los llamados prójimos o semejantes, buscando la compañía de las olas de la mar y de las hojas de los árboles, que pronto rodarán como aquéllas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 587 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2019 por Edu Robsy.

Las Cuitas del Joven Werther

Wolfgang Goethe


Novela, novela epistolar


He reunido con cautela todo lo que he podido acerca del sufrido Werther y aquí se los ofrezco, pues sé que me lo agradecerán; no podrán negar su admiración y simpatía por su espíritu y su carácter, ni dejarán de liberar algunas lágrimas por su triste suerte.

¡Y tú, alma sensible y piadosa, oprimida y afligida por iguales quebrantos, aprende a consolarte en sus padecimientos! Si el destino o tus errores no te permiten tener cerca a un amigo, que este libro pueda suplir su ausencia.

 

Libro Primero

 

4 de mayo de 1771

¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…?

¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí? Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar mi falta; no volveré, como hasta ahora, a exprimir las heces de las amarguras del destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. En verdad tienes mucha razón, querido amigo; los hombres sentirían menos sus trastornos (Dios sabrá por qué lo hizo así) de no ocupar su imaginación con tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males pasados, en vez de en hacer soportable lo presente.


Leer / Descargar texto

Dominio público
134 págs. / 3 horas, 55 minutos / 1.007 visitas.

Publicado el 3 de junio de 2016 por Edu Robsy.

De Sobremesa

José Asunción Silva


Novela, novela epistolar


Recogida por la pantalla de gasa y encajes, la claridad tibia de la lámpara caía en círculo sobre el terciopelo carmesí de la carpeta, y al iluminar de lleno tres tazas de China, doradas en el fondo por un resto de café espeso, y un frasco de cristal tallado, lleno de licor transparente entre el cual brillaban partículas de oro, dejaba ahogado en una penumbra de sombría púrpura, producida por el tono de la alfombra, los tapices y las colgaduras, el resto de la estancia silenciosa. En el fondo de ella, atenuada por diminutas pantallas de rojiza gasa, luchaba con la semioscuridad circunvencina, la luz de las bujías del piano, en cuyo teclado abierto oponía su blancura brillante el marfil al negro mate del ébano.

Sobre el rojo de la pared, cubierta con opaco tapiz de lana, brillaban las cinceladuras de los puños y el acero terso de las hojas de dos espadas cruzadas en panoplia sobre una rodela, y destacándose del fondo oscuro del lienzo, limitado por el oro de un marco florentino, sonreía con expresión bonachona, la cabeza de un burgomaestre flamenco, copiada de Rembrandt.

El humo de dos cigarrillos, cuyas puntas de fuego ardían en la penumbra, ondeaba en sutiles espirales azulosas en el círculo de luz de la lámpara y el olor enervante y dulce del tabaco opiado de Oriente, se fundía con el del cuero de Rusia en que estaba forrado el mobiliario.


Leer / Descargar texto

Dominio público
205 págs. / 5 horas, 59 minutos / 250 visitas.

Publicado el 8 de junio de 2020 por Edu Robsy.

La Ciudad de los Tísicos

Abraham Valdelomar


Novela corta, novela epistolar


I

El perfume

El recuerdo de aquella mujer está íntimamente ligado a esta historia. Era una de esas mujeres que sólo se encuentran una vez en la vida, que dejan tras de sí un agradable recuerdo y una misteriosa esperanza. Ésta parecía un dibujo de Gosé. Gosé es el caricaturista, como Boldini y La Gándara son los pintores de las grandes mujeres. No importa de dónde sean. Ellos son franceses en la forma, en el color, en la línea. Y Gosé es el único caricaturista de las mujeres; las niñas de Tourain son muy «bonitas», las de Fabiano, muy francesas, las de Gerbault, muy grotescas. Caran D’Ache pintaba a las oficinistas, Roubille pintaba a las descocadas y Sem a las célebres. Gosé, más filósofo o más frívolo —la frivolidad es una filosofía—, pintaba simplemente a las mujeres.

Ésta, la de mi historia, era uno de sus dibujos. Parecía una estampa litografiada en Múnich. Aquella esbeltez de talle, el cuello noble, rosado, surgiendo sobre el seno y bajo el cuello rubio y la elegantísima severidad de su vestido. La tarde lluviosa en que la vi, llevaba un traje ceñido de terciopelo negro, con dos rosas rojas en el pecho y otras dos en el sombrero negro de pieles. Parecía una silueta en tinta china brillante; tinta de los dragones de Hokusai y de las acuarelas de Utamaro. Una elegancia de terciopelo negro y rojo, porque su cara de piel de melocotón maduro no mostraba los ojos —¿negros, azules, ópalos?—, los ojos se perdían bajo el ala curva del sombrero. Pero la boca, la fresca boca, era de aquellas que no han nacido para la palabra sino para el gesto.


Leer / Descargar texto

Dominio público
54 págs. / 1 hora, 35 minutos / 424 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2021 por Edu Robsy.

La Estafeta Romántica

Benito Pérez Galdós


Novela, novela epistolar


I

De Doña María Tirgo a Doña Juana Teresa

En La Guardia, a 20 de febrero de 1837.

Amiga y señora: Por la tuya del 7, que me trajo el seminarista de Tarazona, he comprendido que la mía del día de la Candelaria no llegó a tus manos, o que anda por esos caminos atontada y perezosa; que esto suele acontecer a todo papel que al correo se fía, a quien ahora damos un nombre que le cae muy bien: la mala. Repito en esta, asegurada por la mano de unos ribereños que llevan trigo, lo que te dije en la que se atascó en esos baches, y le añado novedades que han de causarte admiración, como a mí, sin que aún podamos afirmar si serán adversas o favorables a nuestro asunto.

Salvo los alifafes con que nos obsequia la edad a José María y a mí, todos acá disfrutamos de salud corporal gracias a Dios; pero a los dos viejos no deja de visitarnos la tristeza, ni hallamos fácil consuelo al término desairado de aquellos planes que eran nuestra ilusión. Las niñas están que da gozo verlas, sanas y alegres, como si nada hubiera pasado; Demetria, inalterable en sus hábitos de mayorazga y gobernadora de hacienda; Gracia, juguetona y risueña los más de los días; los menos, caída y quejumbrosa.


Leer / Descargar texto

Dominio público
210 págs. / 6 horas, 8 minutos / 335 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

De París a Cádiz

Alejandro Dumas


Novela, Novela epistolar


I

Bayona, noche del 5 de octubre.

Madame,

En el momento de mi partida me hizo usted prometer que le escribiría, no una carta sino tres o cuatro volúmenes de cartas. Tenía razón. Ya conocía el ardor con que me entrego a las grandes cosas, mi tendencia a olvidar las pequeñas, mi gusto por dar, y que no me gusta dar a cambio de poco. Lo prometí; y ya lo ve, al llegar a Bayona empiezo a cumplir mi promesa.

No me hago el modesto, Madame, y no disimulo que las cartas que le envío serán impresas. Confieso además, con la impertinente ingenuidad que, según sea el carácter de quienes me rodean, me hace tan buenos amigos de los unos y tan fervientes enemigos de los otros; confieso, decía, que las escribo con esa convicción; pero esté tranquila, tal convicción no cambiará en nada la forma de mis epístolas. El público, desde que entré en relación con él hace ya quince años, siempre ha querido acompañarme por las diversas sendas que he recorrido y en ocasiones trazado, en medio de ese vasto laberinto de la literatura, desierto siempre árido para unos, eterna selva virgen para los otros. También esta vez, así lo espero, el público me acompañará con su habitual benevolencia por el camino familiar y caprichoso al cual lo llamo a seguirme, y en el que retozaré por primera vez. Por lo demás, nada perderá por ello el público: un viaje como éste que emprendo, sin itinerario trazado, sin ningún plan a seguir, un viaje sometido, en España, a las exigencias de las rutas y, en Argelia, al capricho de los vientos; un viaje semejante se encontrará maravillosamente a gusto en la libertad epistolar, una libertad casi ilimitada, que permite descender a los detalles más vulgares y alcanzar los temas más elevados.


Información texto

Protegido por copyright
492 págs. / 14 horas, 22 minutos / 378 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Morbo

José María de Acosta


Novela, novela epistolar


Prólogo

Andábame, cierta ociosa tarde, dedicado a la busca y caza de cualquier volumen de valía, en miserable baratillo de libros de viejo, cuando, revolviendo empolvadas revistas, del año de la nanita a no dudar, apiladas en un óstugo poco visible, mis manos tropezaron con dos libretas atadas juntamente por tosco bramante. Ostentaba la una tapas de hule negro y estaba forrada la otra con risueña cretona de llamativos colorines, entre los que predominaba el tono rosa.

Quitéles la atadura y vi, sorprendido, que eran dos manuscritos, de letra varonil el de cubierta de hule y escrito con caracteres femeninos él forrado de cretona. Los hojeé y pude cerciórame que contenían las dianas confesiones de dos corazones que, aunque distanciados por hados adversos, latieron próximos.

No necesité más para entregar al modesto librero las dos pesetillas que me exigió por la venta y marché a mi casa, con mi hallazgo bajo el brazo, más contento que unas pascuas.

Ya en mi despacho, leí reposadamente ambos cuadernos y comprendí que, mal o bien, con ellos podía formarse una novela, sin más trabajo que entremezclar las anotaciones de uno y otro Diario para que apareciesen por rigoroso orden cronológico. Así corno así, las dos Memorias se complementaban y esclarecían.

Puse manos a la tarea, que quedó reducida a una labor de ordenación y copia, y juzgando inútil la indicación en cada apuntamiento de si procedía de la libreta de él o de la de ella, ya que por su redacción o contexto el lector menos avisado habría de deducirlo, no me cuidé de consignar esta procedencia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
231 págs. / 6 horas, 44 minutos / 99 visitas.

Publicado el 4 de julio de 2021 por Edu Robsy.

Pobre Gente

Fiódor Mijáilovich Dostoyevski


Novela, Novela epistolar


Primera parte

Mi inestimable Varvara Aleksiéyevna

Mi inestimable Varvara Aleksiéyevna:

¡Ayer me sentí yo feliz, extraordinariamente feliz, como no es posible serlo más! ¡Con que por lo menos una vez en la vida usted, tan terca, me ha hecho caso! ¡Al despertarme, ya oscurecido, a eso de las ocho (ya sabe usted, amiga mía, que, terminando mi trabajo en la oficina, de vuelta a casa, me gusta echar una siestecita de una o dos horas), encendí la luz, y ya había colocado bien mis papeles y sólo me faltaba aguzar mi pluma, cuando, de pronto, se me ocurre alzar la vista, y he aquí que…, lo que le digo, que me empieza a dar saltos el corazón! ¡Ya habrá usted adivinado lo que ocurría! Pues que un piquito del visillo de su ventana estaba levantado y prendido en una maceta de balsamina, exactamente como yo otras veces hube de indicarle. Así que me pareció como si contemplara su adorado rostro asomado un instante a la ventana y que también usted me miraba desde su gabinetito, que usted también pensaba en mí. Y ¡cuánta pena me dio, palomita mía, el no poder distinguir bien su encantador semblante! ¡Hubo un tiempo en que también yo tenía buena vista, hija mía! ¡Los años no proporcionan ningún contento, amor mío! ¡Ahora suele ocurrirme que me baila todo delante de los ojos! En cuanto escribo un ratito, ya amanezco al día siguiente con los ojos ribeteados y lacrimosos, hasta el punto de darme vergüenza que me vea nadie. Pero en espíritu veía yo muy bien, hija mía, su amable y afectuosa sonrisa, y en mi corazón experimentaba sensación idéntica que en aquel tiempo, cuando la besé aquella vez, Várinka. ¿Lo recuerda usted aún, mi ángel? ¿Sabe usted, palomita mía, que me parece verla en este instante amenazándome con el dedo? ¿Será verdad, mala? La primera vez que vuelva a escribirme, me lo ha de decir sin remisión y con detalles.


Información texto

Protegido por copyright
193 págs. / 5 horas, 38 minutos / 386 visitas.

Publicado el 31 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Las Hijas del Fuego

Gérard de Nerval


Novela epistolar


A Alexandre Dumas

Le dedico este libro, mi querido maestro, como dediqué Lorely a Jules Janin. Le debía un agradecimiento tanto como a usted. Hace algunos años, me creyeron muerto y él escribió mi biografía. Hace algunos días, me creyeron loco y usted consagró algunas de sus líneas más encantadoras al epitafio de mi inteligencia. Es mucha la gloria que se me depara como adelanto de herencia. ¿Cómo me atrevería, en vida mía, a llevar en la frente esas brillantes coronas? Debo ostentar un aire modesto y rogar al público que descuente mucho de tantos elogios otorgados a mis cenizas, o al vago contenido de esa botella que fui a buscar a la luna imitando a Astolfo, y que hice entrar, espero, en la sede habitual del pensamiento.

Pero, ahora que ya no estoy encima del hipogrifo y que a los ojos de los mortales he recobrado eso que llaman vulgarmente la razón, — razonemos.

He aquí un fragmento de lo que escribía usted sobre mí el 10 de diciembre pasado:


Información texto

Protegido por copyright
159 págs. / 4 horas, 39 minutos / 639 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

12