Para Adelina del Carril;
Tres veces este libro ha caído de mis manos, encontrando el sostén de las tuyas.
Sola, has opuesto fe a mis dudas.
Hoy que corre su destino, lo amparo en tu cariño.
R. G.
Diciembre 28, 1916. Buenos Aires
Ante todo quisiera personalizar mis sensaciones, como si fuera mi viaje un punto de partida hacia algo definido.
Las cosas se inscribirán en mí según mi idiosincrasia y me interesa
tanto observarme, que quiero, a diario, fijar mi modo de reaccionar ante
los incidentes nuevos.
Voy al Perú para internarme hacia los restos de la civilización
preincásica. No sé empero si desembarcaré en Mollendo, en el Callao o en
Trujillo.
Pequeño descubridor de mis propias impresiones, llevo como bagaje
moral mi gran curiosidad, como fortuna la cantidad suficiente para
viajar cinco meses y como carga personal, indispensable, mis baúles y mi
libreta de enrolamiento.
Basta por hoy.
Diciembre 31. F. C. P.
8 a. m.— Instalado en el tren con premura. (Un tren largo aquí y que
nada será perdido en la pampa, dentro de poco). Buenos Aires, Mendoza,
Santiago, cordillera inclusive, con derroche de cumbres, laderas y demás
componentes obligatorios.
Va a hacer mucho calor y tierra de esa que ha poco aventaban cascos de caballos indios.
Entretanto cruzan por andenes y pasadizos algunos remolinos de
provincianos: héroes que vuelven de haber conquistado la capital.
Arrinconarse y mirarlos con el merecido respeto. Sombreros grises,
martingalas, guantes color patito, tez mate y pelo lacio.
Sube a mi vagón una pareja que he encontrado en la agencia donde compré mi boleto.
Recuerdo que en aquella ocasión miré a la mujer, como se mira una
belleza de cinematógrafo a cuya patria no se irá. Ahora, la coincidencia
de nuestro encuentro me parece significativa.
Me pregunto: ¿es un peligro?
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