Textos por orden alfabético inverso etiquetados como Novela | pág. 23

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Los Tigres de Mompracem

Emilio Salgari


Novela


Capítulo 1. Los piratas de Mompracem

En la noche del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el mar de la Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo.

Empujadas por un viento irresistible, corrían por el cielo negras masas de nubes que de cuando en cuando dejaban caer furiosos aguaceros, y el bramido de las olas se confundía con el ensordecedor ruido de los truenos.

Ni en las cabañas alineadas al fondo de la bahía, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los barcos anclados al otro lado de la escollera, ni en los bosques se distinguía luz alguna. Sólo en la cima de una roca elevadísima, cortada a pique sobre el mar, brillaban dos ventanas intensamente iluminadas.

¿Quién, a pesar de la tempestad, velaba en la isla de los sanguinarios piratas? En un verdadero laberinto de trincheras hundidas, cerca de las cuales se veían armas quebradas y huesos humanos, se alzaba una amplia y sólida construcción, sobre la cual ondeaba una gran bandera roja con una cabeza de tigre en el centro.

Una de las habitaciones estaba iluminada. En medio de ella había una mesa de ébano con botellas y vasos del cristal más puro; en las esquinas, grandes vitrinas medio rotas, repletas de anillos, brazaletes de oro, medallones, preciosos objetos sagrados, perlas, esmeraldas, rubíes y diamantes que brillaban como soles bajo los rayos de una lámpara dorada que colgaba del techo. En indescriptible confusión, se veían obras de pintores famosos, carabinas indias, sables, cimitarras, puñales y pistolas.


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150 págs. / 4 horas, 22 minutos / 1.110 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Tesoros de Poynton

Henry James


Novela


Prefacio

Fue hace años, me acuerdo, una Nochebuena mientras cenaba yo con unos amigos: en el decurso de la conversación una dama sentada a mi lado realizó una de esas alusiones que siempre he identificado al punto como «gérmenes». El germen, recogido dondequiera, ha sido siempre en mi caso el germen de una «historia», y en su mayoría las historias que han cobrado forma bajo mi mano han brotado de una semilla pequeña y única, una semilla tan menuda y traída por el viento como aquella insinuación casual que para Los tesoros de Poynton dejara caer inintencionadamente mi vecina, una simple partícula flotante en el curso de la charla. Lo que sobre todo retorna a mí al evocar esto es la conciencia de la inveterada menudez, en tales ocasiones felices, de la partícula preciosa… una vez reducida, es decir, a su mera esencia fructífera. He aquí la interesante verdad sobre la insinuación perdida, la palabra errabunda, el vago eco, ante cuyo contacto se estremece la imaginación del novelista como ante el pinchazo de alguna punta afilada: su virtud reside toda en su cualidad de ser como una aguja, la capacidad de penetrar lo más finamente posible. Dicha finura es lo que inocula el virus de la sugerencia, y sobrepasar la dosis mínima echa a perder la operación. Si a uno le dan mínimamente aposta una sugerencia, seguro que habrán de darle demasiada; el tema que uno precisa está en el grano más simple, la pizca de verdad, de belleza, de realidad, apenas visible para el ojo común; ya que, con firmeza lo sostengo, un buen ojo para un tema es todo menos corriente. Es extraña y llamativa, sin lugar a dudas, esa inevitabilidad con que lo que en primer término hay que hacer con la idea comunicada y atrapada es reducir prácticamente a la nada la presentación, ese aire como de mero revoltijo de vida descoyuntado y lacerado, bajo la que hayamos tenido la ventura de encontrárnosla.


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Protegido por copyright
269 págs. / 7 horas, 51 minutos / 71 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Solitarios del Océano

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LOS SOLITARIOS DEL OCÉANO

CAPÍTULO I. LA FURIA HUMANA

Un rugido inmenso, terrible, que parecía salir de las fauces de cien, fieras enfurecidas, brotó como un trueno de la profundidad de la estiba, haciendo huir precipitadamente a las aves marinas que se habían posado sobre los mástiles de la nave.

Al oír aquel rugido, que parecía el anuncio de una tormenta | horrible, más tremenda que las que suelen conmover los mares, los marineros esparcidos por proa y popa interrumpieron las maniobras y se miraron con ojos espantados.

Hasta el capitán, que paseaba por la pasarela, se detuvo bruscamente y una intensa palidez se difundió por su tez, quemada por el sol de los trópicos.

Un joven marinero que se encontraba en el castillo de proa dejó escapar la escota de trinquete y lanzó una rápida mirada sobre el mar.

—¡Los tiburones acuden a devorar otro hombre! —exclamó.

—¡Pues es el décimo!

—¡Eh, bosman! ¡Ya puedes preparar otra hamaca y otra bala de cañón!

El viejo marinero de encorvadas espaldas, con el pecho desnudo y velludo como el de un mono y el rostro cubierto de pelo casi hasta los ojos, se acercó vivamente a la obra muerta.

—¿Los ves, bosman? —preguntó el joven que había anunciado la presencia de los tigres del mar—. ¡Han olfateado otro muerto!

Tres enormes peces-perros, del género de los charcharias, de cinco a seis metros de largo, sacaban su cabezota monstruosa y enseñaban los dientes triangulares que guarnecían su inmensa boca semicircular.

Sus pequeños ojos, casi redondos, con el iris verde oscuro y la pupila azulada, se fijaban con intensidad en la amura de babor, como si desde allí debiera caer entre sus mandíbulas la presa largo tiempo esperada.

—¡Canallas! —exclamó el viejo, amenazándolos con el puño—. ¡Ya os habéis tragado diez!


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270 págs. / 7 horas, 54 minutos / 482 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Siete Locos

Roberto Arlt


Novela


Capítulo primero

La sorpresa

Al abrir la puerta de la gerencia, encristalada de vidrios japoneses, Erdosain quiso retroceder; comprendió que estaba perdido, pero ya era tarde.

Lo esperaban el director, un hombre de baja estatura, morrudo, con cabeza de jabalí, pelo gris cortado a «lo Humberto I», y una mirada implacable filtrándose por sus pupilas grises como las de un pez: Gualdi, el contador, pequeño, flaco, meloso, de ojos escrutadores, y el subgerente, hijo del hombre de cabeza de jabalí, un guapo mozo de treinta años, con el cabello totalmente blanco, cínico en su aspecto, la voz áspera y mirada dura como la de su progenitor. Estos tres personajes, el director inclinado sobre unas planillas, el subgerente recostado en una poltrona con la pierna balanceándose sobre el respaldar, y el señor Gualdi respetuosamente de pie junto al escritorio, no respondieron al saludo de Erdosain. Sólo el subgerente se limitó a levantar la cabeza:

—Tenemos la denuncia de que usted es un estafador, que nos ha robado seiscientos pesos.

—Con siete centavos —agregó el señor Gualdi, a tiempo que pasaba un secante sobre la firma que en una planilla había rubricado el director. Entonces, éste, como haciendo un gran esfuerzo sobre su cuello de toro, alzó la vista. Con los dedos trabados entre los ojales del chaleco, el director proyectaba una mirada sagaz, a través de los párpados entrecerrados, al tiempo que sin rencor examinaba el demacrado semblante de Erdosain, que permanecía impasible.

—¿Por qué anda usted tan mal vestido? —interrogó.

—No gano nada como cobrador.

—¿Y el dinero que nos ha robado?

—Yo no he robado nada. Son mentiras.

—Entonces, ¿está en condiciones de rendir cuentas, usted?

—Si quieren, hoy mismo a mediodía.


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Dominio público
256 págs. / 7 horas, 29 minutos / 778 visitas.

Publicado el 17 de abril de 2020 por Edu Robsy.

Los Reyes Fantasmas

Henry Rider Haggard


Novela


Extracto de una carta

Kraal real, Zululandia, 12 de mayo de 1885

Los zulúes del lugar recuerdan una historia extraña sobre una mujer blanca que encarnó el espíritu de una de sus diosas legendarias, también de tez blanca, en los días de Dingaan. Aseguran que esta joven era extremadamente hermosa y valiente, y que ostentó un gran poder sobre la tierra antes de la batalla de blood river, en la que combatieron contra los emigrantes bóers. Su título era el de inkosazanaye-zulú [princesa del cielo] o, de forma más abreviada, zoola, que significa «cielo».

Al parecer, era la hija de un pionero, un misionero errante, pero el rey, supongo que se referirán a Dingaan, hizo asesinar a sus padres por envidia; ella enloqueció y maldijo a la nación. Los zulúes aún atribuyen la muerte de Dingaan y sus posteriores derrotas y penalidades a esta maldición.

Al final, la vendieron a los brujos del pequeño pueblo, que vive en una foresta recóndita y adora a los árboles, para librarse de la joven y del mal de ojo. Nunca más se oyó hablar de ella, pero, según afirman, persistió su maldición.

Si averiguo algo más acerca de esta curiosa historia te lo haré saber, aunque dudo que eso sea posible. Los cafres se muestran muy renuentes a hablar de esta infortunada a pesar de que han pasado casi quince años desde la muerte de Dingaan, en 1840, y creo que solo me lo revelaron al no ser yo ni militar ni misionero, sino alguien a quien consideran un amigo por haber sanado a muchos de ellos. Al principio, los izinduna fingieron una ignorancia absoluta cuando les pregunté por ella, pero uno de ellos, dada mi insistencia, me dijo: «toda esta historia trae mala suerte y desapareció con Mopo».


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Protegido por copyright
358 págs. / 10 horas, 27 minutos / 114 visitas.

Publicado el 3 de enero de 2018 por Edu Robsy.

Los Piratas en Cartagena

Soledad Acosta de Samper


Novela


Introducción

La envidia, la emulación y el odio que el gran poderío de España en el nuevo mundo despertó entre las demás naciones europeas, se había traducido por medio de ataques y vías de hecho: cosa natural en un tiempo recién emancipado de la barbarie y que acababa de salir de la época de transición llamada de la Edad Media. Aquellos ataques injustos contra España se pusieron en planta por ciertas asociaciones y compañías de piratas, corsarios, filibusteros, bucaneros y aventureros de diferentes naciones, y particularmente ingleses y franceses, los cuales, con el pretexto de auxiliar a sus gobiernos y reyes —casi continuamente en guerra contra España—, se dieron a robar los tesoros que llevaban de las colonias a la madre patria, cometiendo al mismo tiempo innumerables desafueros y cruelísimas acciones en los puertos hispanoamericanos, como podía temerse de malandrines sin Dios ni ley.

Establecidas aquellas asociaciones de piratas en varias islas de las Antillas, que habían logrado tomar por su cuenta, muy en breve se hicieron poderosos y temibles, y las expediciones que sus jefes enviaban contra la tierra firme causaban el espanto y el terror de los colonos, que jamás podían vivir tranquilos y seguros.

Señalaremos aquí muy de paso los nombres de las expediciones más importantes que atacaron las costas de los territorios que hoy forman la República de Colombia.


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Dominio público
152 págs. / 4 horas, 26 minutos / 136 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2023 por Edu Robsy.

Los Piratas del Golfo

Vicente Riva Palacio


Novela


Primera parte. Juan Morgan

I. Brazo-de-acero

Casi en el corazón de la rica y dilatada isla «Española», florecía a mediados del siglo XVII la pintoresca aldea de San Juan de Goave, célebre entonces por la clase de habitantes que contenía.

La aldea de San Juan tenía el aspecto más encantador, rodeada de jardines, de florestas y de prados, en los que se apacentaban a millares las vacas y los toros salvajes.

Sus habitantes eran en lo general o cazadores o desolladores de bestias, que comerciaban sólo con los cueros y el sebo de los animales, y presentaban la más confusa mezcla de negros y blancos, mulatos y mestizos, españoles y franceses, ingleses e indios; pero todos llevando la misma vida, todos tratándose con la igualdad de los hijos de una misma raza, todos trabajando con afán por hacerse de algunos puñados de dinero, que venían a perder entre la multitud de mujeres prostituidas que allí había, o sobre la carpeta de una mesa de juego, o entre los vapores del aguardiente.

La vida de aquellos colonos era una extraña mezcla de asiduidad en el trabajo y prodigalidad en los vicios, de religiosa honradez en sus contratos y de relajación de costumbres en su vida, de franqueza y fraternidad con los desgraciados, y avidez y codicia en el juego.

Los vicios y las virtudes llevados a la exaltación. Los vicios y las virtudes viviendo en los mismos pechos, realizado el ensueño de la edad de oro en que las ovejas y los lobos dormían bajo la misma sombra, el milano y la paloma descansaban en la misma rama, el tigre y el loro bebían en el mismo arroyo. Todo aquello era sin duda inexplicable para la civilización del siglo XIX, en que apenas el ciudadano pacífico duerme tranquilo, cuando está bajo el mismo techo que el gendarme.


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Dominio público
449 págs. / 13 horas, 6 minutos / 647 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2018 por Edu Robsy.

Los Piratas de las Bermudas

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LA CAZA A LA CORBETA

EL sol iba al ocaso entre grises nubarrones, que, hinchados por el viento de poniente, se habían ido extendiendo poco a poco sobre el Atlántico.

Las olas, que reflejaban los últimos fulgores del día, murmuraban, corriendo libremente la extensión inmensa que existe entre las costas americanas y las cuatrocientas Bermudas, islotes colocados en torno de la Gran Bermuda, que es la única isla habitada de aquel gran montón de tierras perdidas en medio del grande Océano oriental.

Dos naves, cubiertas de velas hasta los topes, avanzaban dulcemente empujadas por las olas, que batiendo contra ellas a babor, alzábanlas con mesurado murmullo, que sonaba cual la gran poesía de los mares.

El viento de lebeche, bastante fresco, hinchaba las telas, silbando entre centenares y centenares de jarcias y cables y poleas.

Una de dichas naves era una espléndida corbeta, larga y sutil, pero de mucho porte, puesto que de sus bordas salían veinticuatro bocas de cañón, mientras que en el puente y en el ancho castillo de popa había dispuestos en barbeta cuatro gruesas piezas de caza.

Estaba, como hemos dicho, cubierta de velas de un extremo a otro. Las mismas bonetas habían sido desplegadas y tendidas las banderas.

La otra era, en cambio, una barca gruesa, ancha, pesada, de aforo muy inferior a la corbeta que la precedía, con poquísimas piezas de artillería colocadas todas en cubierta.

Ambas naves llevaban, sin embargo, un número considerable de tripulantes, cual si fuesen buques de guerra.

En la corbeta, en lo alto del palo mayor, ondeaba una bandera roja, señal de fuego permanente, a cada hora, a cada instante, contra todos y contra todo; en la barca una bandera listada, blanca y azul y sin estrellas, porque los Estados Unidos no se habían coligado todavía, ni tenían fijas las orgullosas estrellas de la confederación.


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221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 749 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Pescadores del Trepang

Emilio Salgari


Novela


I. LA COSTA AUSTRALIANA

A principios de abril de 1850 iba costeando la región occidental de la tierra de Carpentaria, perteneciente al continente de Australia, una de las esbeltas naves chinas llamadas juncos. Tienen estos barcos alta arboladura, con grandes velas de estera, y la proa alta y redondeada. Los dos grandes escobenes para las cadenas de las anclas que llevan a proa, y que por las pinturas que los adornan semejan ojos, dan a esas naves aspecto de monstruos marinos. El junco navegaba despacio y con grandes precauciones.

Treinta hombres de cráneos rapados y largas trenzas en la nuca, piel amarilla, ojos oblicuos, medio desnudos varios de ellos y otros vestidos con anchas túnicas y calzones, también anchos, de tela floreada, estaban alineados en la borda de la nave, con las cuerdas de maniobras entre las manos, dispuestos a orientar las velas a la primera orden.

De pie en el castillo de proa un hombre de alta estatura, facciones enérgicas, piel bronceada y vestido a la europea, examinaba atentamente la costa australiana con un poderoso anteojo. Podría tener unos cuarenta años, y parecía ser el comandante de aquella tripulación de chinos. Detrás de él dos jóvenes de diez y seis y veinte años, respectivamente, de piel blanca como la de los europeos, pero no atezada como la que suele distinguir a la gente de mar, parecían esperar con cierta ansiedad el resultado de la minuciosa observación que estaba practicando el del anteojo.

—¿Ves algo? —le preguntó al poco rato el más joven de ellos.

—No, sobrino —contestó éste—. No se ve ni un ser viviente.

—¿Estamos cerca de la bahía?

—La tenemos seis millas delante de nosotros, Hans.

—¿Estás seguro de no engañarte, tío?

—¿Un hombre de mar como yo equivocarse?… Vine aquí el año último a pescar el trepang, y no he olvidado la bahía.


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166 págs. / 4 horas, 50 minutos / 368 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Pescadores de Ballenas

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. EL CACHALOTE

Durante la noche del 24 de agosto de 1864, un buque navegaba en alta mar con todas las velas desplegadas, cruzando ciento treinta millas al sur de las islas Aleutianas, prolongado archipiélago que se extiende frontero al mar de Behring, entre las costas de América y de Asia.

Era el barco magnífico velero de unas cuatrocientas veinte toneladas, aparejado de fragata, con la proa cortada casi en ángulo recto, y provisto de un sólido espolón de acero, bien ancho, de banda a banda, y éstas perfectamente defendidas con planchas de cobre de un considerable espesor. La arboladura alta, con grandísimo desarrollo de velas, casi despejada la cubierta, como un salón, limpia, lustrosa, sin que sobresalieran de ella castillos ni puentes. En la popa llevaba el barco escritos con doradas letras estos dos nombres: Danebrog-Aalborg.

En la gavia más alta podía distinguirse a dos hombres aferrados al palo, sosteniéndose con una mano metida entre las cuerdas de los rizos y ligeramente inclinados hacia delante sus atléticos cuerpos.

Estaban en observación, con la mirada fija en la oscuridad del mar, cuyas olas venían a estrellarse con ronco rumor contra los costados del buque.

Uno de aquellos hombres podría tener hasta cuarenta años; era de baja estatura, pero de fuerte complexión, ancho de espaldas y robustísimo de miembros, de cutis un tanto trigueño, pelo y barba rubios, ojos azules muy oscuros, y nariz algo encamada, sin duda por el abuso continuado de las bebidas alcohólicas.

En el momento que comienza nuestra narración, hallábase aquel hombre explorando atentamente la inmensa extensión del mar con un anteojo de larga vista.


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225 págs. / 6 horas, 35 minutos / 440 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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