Dulce Nombre
Concha Espina
Novela
PRIMERA PARTE
I. EL MOLINO DEL ANSAR
—Oye, molinero!
Volvióse a escuchar Martín Rostrío.
—¿Qué hay?
—Necesito hablarte.
Como era don Ignacio Malgor el que le llamaba, y con acento un poco extraño, el molinero acabó de erguirse sobre el cimadal.
—Cuando quieras.
—¿Dónde?
—Pues... aquí.
—No vamos a entendernos con este ruido.
Observó Martín un instante al indiano, presintiendo algo insólito en la conferencia. Vigiló con mirada solícita el local, y preguntó:
—¿Es un asunto largo?
—Según...
Una mujer, sosegada y madura, teje su calceta a un extremo del salón, sentada en un celemín puesto del revés. A pocos pasos de ella, una joven, niña por las trazas, endeble y menuda, se apoya en el muro, obstinada en mirar cómo surte la harina amarillenta desde el estrangol hasta el cesto de bañías, hondo y reluciente, a medio colmar.
—Poco tienes que decir, Tomasa—pronuncia la tejedora:
—Poco... ¿y usted?
—Yo, menos, hija; pero... no falta quien platique.
—No.
Se vuelven a un tiempo hacia los dos hombres acodados sobre el derrame de una ventana, en íntima conversación, lo más lejos posible de las muelas.
—Se me hace—insinúa la moza con un gesto elocuente—que están apalabrando a Dulce Nombre.
—Mujer, ¿tan de súpito?
—¡Vaya!
—Pero, ¿de verdad la quiere «éste»?
—Así dicen.
—¿Con buen fin?
—Ya lo veremos.
—¿Y Manuel Jesús?
Se encoge Tomasa de hombros; por su semblante desgraciado y turbio pasa un temblor arisco.
—¡Qué sé yo!
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Publicado el 2 de mayo de 2016 por Edu Robsy.