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Los Solitarios del Océano

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LOS SOLITARIOS DEL OCÉANO

CAPÍTULO I. LA FURIA HUMANA

Un rugido inmenso, terrible, que parecía salir de las fauces de cien, fieras enfurecidas, brotó como un trueno de la profundidad de la estiba, haciendo huir precipitadamente a las aves marinas que se habían posado sobre los mástiles de la nave.

Al oír aquel rugido, que parecía el anuncio de una tormenta | horrible, más tremenda que las que suelen conmover los mares, los marineros esparcidos por proa y popa interrumpieron las maniobras y se miraron con ojos espantados.

Hasta el capitán, que paseaba por la pasarela, se detuvo bruscamente y una intensa palidez se difundió por su tez, quemada por el sol de los trópicos.

Un joven marinero que se encontraba en el castillo de proa dejó escapar la escota de trinquete y lanzó una rápida mirada sobre el mar.

—¡Los tiburones acuden a devorar otro hombre! —exclamó.

—¡Pues es el décimo!

—¡Eh, bosman! ¡Ya puedes preparar otra hamaca y otra bala de cañón!

El viejo marinero de encorvadas espaldas, con el pecho desnudo y velludo como el de un mono y el rostro cubierto de pelo casi hasta los ojos, se acercó vivamente a la obra muerta.

—¿Los ves, bosman? —preguntó el joven que había anunciado la presencia de los tigres del mar—. ¡Han olfateado otro muerto!

Tres enormes peces-perros, del género de los charcharias, de cinco a seis metros de largo, sacaban su cabezota monstruosa y enseñaban los dientes triangulares que guarnecían su inmensa boca semicircular.

Sus pequeños ojos, casi redondos, con el iris verde oscuro y la pupila azulada, se fijaban con intensidad en la amura de babor, como si desde allí debiera caer entre sus mandíbulas la presa largo tiempo esperada.

—¡Canallas! —exclamó el viejo, amenazándolos con el puño—. ¡Ya os habéis tragado diez!


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270 págs. / 7 horas, 54 minutos / 466 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Capitán Tormenta

Emilio Salgari


Novela


1. Una partida de dados

—¡Siete!

—¡Cinco!

—¡Cuatro!

—¡He ganado!

—¡Por treinta mil cimitarras turcas! ¡Qué suerte la vuestra, señor Perpignano! En dos noches me habéis ganado ochenta cequíes. ¡Esto no puede seguir! ¡Prefiero una descarga de culebrina, aunque la bala sea disparada por esos perros infieles! ¡Por lo menos, no me martirizarán cuando conquisten Famagusta!

—¡Si la conquistan, capitán Laczinski!

—¿Lo ponéis en duda, señor Perpignano?

—De momento, sí. En tanto que estén a nuestro lado los mercenarios no será conquistada. La República sabe elegir a sus soldados.

—Pero no son polacos.

—¡Capitán, no ofendáis a los soldados dálmatas!

—No pretendo tal cosa. Pero si se encontrasen aquí mis compatriotas…

Murmullos amenazadores, que empezaron a oírse en torno a los dos jugadores, unidos al entrechocar de espadas nerviosamente blandidas, hicieron al capitán Laczinski interrumpir sus palabras.

—¡Oh! —exclamó cambiando el tono de su voz y esbozando una sonrisa—. ¡Ya conocéis, bravos mercenarios, que soy amigo de las bromas! Llevamos ya cuatro meses luchando juntos contra esos perros descreídos, que han jurado agujerearnos el pellejo, y sé lo que valéis. De manera, señor Perpignano, que mientras los turcos nos dejan en paz un rato, continuemos nuestra partida. Aún conservo unos veinte cequíes que están ansiando salirse del bolsillo.

Como para desmentir las palabras del capitán, en aquel instante se oyó el estampido del cañón.

—¡Ah, bandidos! ¡Ni por la noche nos dejan tranquilos! —exclamó el polaco parlanchín—. ¡Bah! ¡Todavía nos darán ocasión de perder o ganar unos cuantos cequíes! ¿No os parece, señor Perpignano?

—A vuestra disposición estoy, capitán.

—¡Tiráis vos!


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119 págs. / 3 horas, 29 minutos / 960 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Sonata de Invierno

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


Como soy muy viejo, he visto morir a todas las mujeres por quienes en otro tiempo suspiré de amor: De una cerré los ojos, de otra tuve una triste carta de despedida, y las demás murieron siendo abuelas, cuando ya me tenían en olvido. Hoy, después de haber despertado amores muy grandes, vivo en la más triste y más adusta soledad del alma, y mis ojos se llenan de lágrimas cuando peino la nieve de mis cabellos. ¡Ay, suspiro recordando que otras veces los halagaron manos principescas! Fué mi paso por la vida como potente florecimiento de todas las pasiones: Uno a uno, mis días se caldeaban en la gran hoguera del amor: Las almas más blancas me dieron entonces su ternura y lloraron mis crueldades y mis desvíos, mientras los dedos pálidos y ardientes deshojaban las margaritas que guardan el secreto de los corazones. Por guardar eternamente un secreto, que yo temblaba de adivinar, buscó la muerte aquella niña a quien lloraré todos los días de mi vejez. ¡Ya habían blanqueado mis cabellos cuando inspiré amor tan funesto!


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 16 minutos / 928 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Corte de los Milagros

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


Libro primero. Aires Nacionales

I

El reinado isabelino fue un albur de espadas: Espadas de sargentos y espadas de generales. Bazas fulleras de sotas y ases.

II

El General Prim caracoleaba su caballo de naipes en todos los baratillos de estampas litográficas: Teatral Santiago Matamoros, atropella infieles tremolando la jaleada enseña de los Castillejos:

—¡Soldados, viva la Reina!

III

Los héroes marciales de la revolución española no mudaron de grito hasta los últimos amenes. Sus laureadas calvas se fruncían de perplejidades con los tropos de la oratoria demagógica. Aquellos milites gloriosos alumbraban en secreto una devota candelilla por la Señora. Ante la retórica de los motines populares, los espadones de la ronca revolucionaria nunca excusaron sus filos para acuchillar descamisados. El Ejército Español jamás ha malogrado ocasión de mostrarse heroico con la turba descalza y pelona que corre tras la charanga.

IV

—¡Pegar fuerte!

La rufa consigna bajaba de las alturas hasta la soldadesca, que relinchaba de gusto porque la orden nunca venía sin el regalo del rancho con chorizo, cafelito, copa y tagarnina. Los edictos militares, con sus bravatas cherinolas proclamadas al son de redoblados tambores, hacían malparir a las viejas. El palo, numen de generales y sargentos, simbolizaba la más oportuna política en las cámaras reales. La Señora encendida de erisipelas, se inflaba con hucheo de paloma:

—¡Pegar fuerte, a ver si se enmiendan!


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Dominio público
249 págs. / 7 horas, 16 minutos / 856 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Hija del Mar

Rosalía de Castro


Novela


A Manuel Murguía

A ti que eres la persona a quien más amo, te dedico este libro, cariñoso recuerdo de algunos días de felicidad que, como yo, querrás recordar siempre. Juzgando tu corazón por el mío, creo que es la mejor ofrenda que puede presentarte tu esposa.

La autora

Prólogo

Antes de escribir la primera página de mi libro, permítase a la mujer disculparse de lo que para muchos será un pecado inmenso e indigno de perdón, una falta de que es preciso que se sincere.

Bien pudiera, en verdad, citar aquí algunos textos de hombres célebres que, como el profundo Malebranche y nuestro sabio y venerado Feijoo, sostuvieron que la mujer era apta para el estudio de las ciencias, de las artes y de la literatura.

Posible me sería añadir que mujeres como madame Roland, cuyo genio fomentó y dirigió la Revolución francesa en sus días de gloria; madame Staël, tan gran política como filósofa y poeta; Rosa Bonheur, la pintora de paisajes sin rival hasta ahora; Jorge Sand, la novelista profunda, la que está llamada a compartir la gloria de Balzac y Walter Scott; Santa Teresa de Jesús, ese espíritu ardiente cuya mirada penetró en los más intrincados laberintos de la teología mística; Safo, Catalina de Rusia, Juana de Arco, María Teresa, y tantas otras, cuyos nombres la historia, no mucho más imparcial que los hombres, registra en sus páginas, protestaron eternamente contra la vulgar idea de que la mujer sólo sirve para las labores domésticas y que aquella que, obedeciendo tal vez a una fuerza irresistible, se aparta de esa vida pacífica y se lanza a las revueltas ondas de los tumultos del mundo, es una mujer digna de la execración general.

No quiero decir que no, porque quizá la que esto escribe es de la misma opinión.


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Dominio público
175 págs. / 5 horas, 6 minutos / 692 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Misterio de la Vela Doblada

Edgar Wallace


Novela


I

Un descarrilamiento había detenido en Three Bridges al tren que sale de la estación Victoria a las cuatro y quince para Lewes. Aunque Juan Lexman tuvo la suerte de empalmar con el de Beston Tracey, por venir éste retrasado, se había ido ya la camioneta que constituía la única comunicación entre la aldea y el mundo exterior.

—Si puede usted esperar media hora —le dijo el jefe de la estación—, telefonearé al pueblo y haré que Briggs venga a buscarle.

Juan Lexman contempló el húmedo paisaje y se encogió de hombros.

—Iré andando —contestó lacónicamente.

Dejó la maleta al cuidado del jefe de estación, se abotonó el impermeable, subiéndose el cuello hasta la barbilla, y se lanzó resueltamente a la lluvia para recorrer las dos millas que separaban la minúscula estación férrea de la aldea de Little Beston.

La lluvia era incesante y amenazaba continuar toda la noche. Los altos setos que bordeaban el estrecho camino eran otras tantas cascadas frondosas, y el camino mismo estaba a trechos cubierto de un barro en que el viajero se hundía hasta los tobillos. Lexman se detuvo, cobijado bajo un árbol corpulento, para llenar y encender la pipa, y con su hornillo vuelto hacia abajo continuó la marcha. A no haber sido por el agua, que buscaba todas las grietas y encontraba todos los desconchados de su impermeable coraza, habría obtenido un gran placer de aquel paseo.


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Dominio público
170 págs. / 4 horas, 59 minutos / 499 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Emma

Jane Austen


Novela


Capítulo I

Emma Woodhouse, bella, inteligente y rica, con una familia acomodada y un buen carácter, parecía reunir en su persona los mejores dones de la existencia; y había vivido cerca de veintiún años sin que casi nada la afligiera o la enojase.

Era la menor de las dos hijas de un padre muy cariñoso e indulgente y, como consecuencia de la boda de su hermana, desde muy joven había tenido que hacer de ama de casa. Hacía ya demasiado tiempo que su madre había muerto para que ella conservase algo más que un confuso recuerdo de sus caricias, y había ocupado su lugar una institutriz, mujer de gran corazón, que se había hecho querer casi como una madre.

La señorita Taylor había estado dieciséis años con la familia del señor Woodhouse, más como amiga que como institutriz, y muy encariñada con las dos hijas, pero sobre todo con Emma. La intimidad que había entre ellas era más de hermanas que de otra cosa. Aun antes de que la señorita Taylor cesara en sus funciones nominales de institutriz, la blandura de su carácter raras veces le permitía imponer una prohibición; y entonces, que hacía ya tiempo que había desaparecido la sombra de su autoridad, habían seguido viviendo juntas como amigas, muy unidas la una a la otra, y Emma haciendo siempre lo que quería; teniendo en gran estima el criterio de la señorita Taylor, pero rigiéndose fundamentalmente por el suyo propio.

Lo cierto era que los verdaderos peligros de la situación de Emma eran, de una parte, que en todo podía hacer su voluntad, y de otra, que era propensa a tener una idea demasiado buena de sí misma; éstas eran las desventajas que amenazaban mezclarse con sus muchas cualidades. Sin embargo, por el momento el peligro era tan imperceptible que en modo alguno podían considerarse como inconvenientes suyos.


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Dominio público
574 págs. / 16 horas, 45 minutos / 5.236 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Persuasión

Jane Austen


Novela


Capítulo I

El señor de Kellynch Hall en Somersetshire, Sir Walter Elliot, era un hombre que no hallaba entretención en la lectura salvo que se tratase de la Crónica de los baronets. Con ese libro hacía llevaderas sus horas de ocio y se sentía consolado en las de abatimiento. Su alma desbordaba admiración y respeto al detenerse en lo poco que quedaba de los antiguos privilegios, y cualquier sensación desagradable surgida de las trivialidades de la vida doméstica se le convertía en lástima y desprecio. Así, recorría la lista casi interminable de los títulos concedidos en el último siglo, y allí, aunque no le interesaran demasiado las otras páginas, podía leer con ilusión siempre viva su propia historia. La página en la que invariablemente estaba abierto su libro decía:

Elliot, de Kellynch Hall

Walter Elliot, nacido el 1 de marzo de 1760, contrajo matrimonio en 15 de julio de 1784 con Isabel, hija de Jaime Stevenson, hidalgo de South Park, en el condado de Gloucester. De esta señora, fallecida en 1800, tuvo a Isabel, nacida el 1 de junio de 1785; a Ana, nacida el 9 de agosto de 1787; a un hijo nonato, el 5 de noviembre de 1789, y a María, nacida el 20 de noviembre de 1791.

Tal era el párrafo original salido de manos del impresor; pero Sir Walter lo había mejorado, añadiendo, para información propia y de su familia, las siguientes palabras después de la fecha del natalicio de María: «Casada el 16 de diciembre de 1810 con Carlos, hijo y heredero de Carlos Musgrove, hidalgo de Uppercross, en el condado de Somerset». Apuntó también con el mayor cuidado el día y el mes en que perdiera a su esposa.


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Dominio público
246 págs. / 7 horas, 10 minutos / 7.297 visitas.

Publicado el 8 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Luchana

Benito Pérez Galdós


Novela


I

«En mi carta de ayer —decía la señora incógnita con fecha 14 de Agosto— te referí que nuestro buen Hillo me mandó recado al mediodía, recomendándome que no saliese a paseo por el pueblo, ni aun por los jardines, porque corrían voces de que los soldados y clases del Cuarto de la Guardia, los de la Real Provincial y los granaderos de a caballo, andaban soliviantados, y se temía que nos dieran un día de jarana, cuando no de luto y desórdenes sangrientos. Naturalmente, hice todo lo contrario de lo que nuestro sabio Mentor con notoria prudencia me aconsejaba: salí de paseo con dos amigos, señora y caballero, prolongándose la caminata más que de costumbre, y no exagero si te digo que anduvimos cerca de un cuarto de legua por el camino de Balsaín; luego atravesamos todo el pueblo, llegando hasta más allá del Pajarón, y nos volvimos a casita con un si es no es de desconsuelo, pues no vimos turbas sediciosas, ni soldadesca desenfrenada, ni cosa alguna fuera de lo vulgar y corriente. El drama callejero, género histórico en España, que deseábamos ver no sin sobresalto en nuestra viva curiosidad, permanecía entre bastidores, en ensayo tal vez. Sus autores, temerosos de una silba, no se atrevían a mandar alzar el telón.

»Por mi parte, te aseguro que no sentía miedo; mis acompañantes sí: sólo con la idea de que la revolución anunciada no pasase de comedia, se atrevían a presenciarla. Y comedia tenía que ser en la presunción de todos, pues de los jefes, del Comandante general del Real Sitio, Conde de San Román, nada debía temerse, conocida de todo el mundo su adhesión a la Reina y a Istúriz; de los jefes tampoco, que eran lo mejor de cada casa. Las clases y tropa no son capaces de escribir por sí solas una página de la Historia de España, y el día en que la escribieran, ¡ay!, veríamos, a más de la mala gramática de hoy, una ortografía detestable.


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Dominio público
296 págs. / 8 horas, 39 minutos / 327 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La de los Tristes Destinos

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Madrid, 1866.— Mañana de Julio seca y luminosa. Amanecer displicente, malhumorado, como el de los que madrugan sin haber dormido...

Entonces, como ahora, el sol hacía su presentación por el campo desolado de Abroñigal, y sus primeros rayos pasaban con movimiento de guadaña, rapando los árboles del Retiro, después los tejados de la Villa Coronada... de abrojos. Cinco de aquellos rayos primeros, enfilando oblicuamente los cinco huecos de la Puerta de Alcalá como espadas llameantes, iluminaron a trechos la vulgar fachada del cuartel de Ingenieros y las cabezas de un pelotón desgarrado de plebe que se movía en la calle alta de Alcalá, llamada también del Pósito. Tan pronto el vago gentío se abalanzaba con impulso de curiosidad hacia el cuartel; tan pronto reculaba hasta dar con la verja del Retiro, empujado por la policía y algunos civiles de a caballo... El buen pueblo de Madrid quería ver, poniendo en ello todo su gusto y su compasión, a los sargentos de San Gil (22 de Junio) sentenciados a muerte por el Consejo de Guerra. La primera tanda de aquellos tristes mártires sin gloria se componía de diez y seis nombres, que fueron brevemente despachados de Consejo, Sentencia y Capilla en el cuartel de Ingenieros, y en la mañana de referencia salían ya para el lugar donde habían de morir a tiros; heroica medicina contra las enfermedades del Principio de Autoridad, que por aquellos días y en otros muchos días de la historia patria padecía crónicos achaques y terribles accesos agudos... Pues los pobres salieron de dos en dos, y conforme traspasaban la puerta eran metidos en simones. Tranquilamente desfilaban estos uno tras otro, como si llevaran convidados a una fiesta. Y verdaderamente convidados eran a morir... y en lugar próximo a la Plaza de Toros, centro de todo bullicio y alegría.


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Dominio público
277 págs. / 8 horas, 5 minutos / 486 visitas.

Publicado el 17 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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