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Los Pescadores del Trepang

Emilio Salgari


Novela


I. LA COSTA AUSTRALIANA

A principios de abril de 1850 iba costeando la región occidental de la tierra de Carpentaria, perteneciente al continente de Australia, una de las esbeltas naves chinas llamadas juncos. Tienen estos barcos alta arboladura, con grandes velas de estera, y la proa alta y redondeada. Los dos grandes escobenes para las cadenas de las anclas que llevan a proa, y que por las pinturas que los adornan semejan ojos, dan a esas naves aspecto de monstruos marinos. El junco navegaba despacio y con grandes precauciones.

Treinta hombres de cráneos rapados y largas trenzas en la nuca, piel amarilla, ojos oblicuos, medio desnudos varios de ellos y otros vestidos con anchas túnicas y calzones, también anchos, de tela floreada, estaban alineados en la borda de la nave, con las cuerdas de maniobras entre las manos, dispuestos a orientar las velas a la primera orden.

De pie en el castillo de proa un hombre de alta estatura, facciones enérgicas, piel bronceada y vestido a la europea, examinaba atentamente la costa australiana con un poderoso anteojo. Podría tener unos cuarenta años, y parecía ser el comandante de aquella tripulación de chinos. Detrás de él dos jóvenes de diez y seis y veinte años, respectivamente, de piel blanca como la de los europeos, pero no atezada como la que suele distinguir a la gente de mar, parecían esperar con cierta ansiedad el resultado de la minuciosa observación que estaba practicando el del anteojo.

—¿Ves algo? —le preguntó al poco rato el más joven de ellos.

—No, sobrino —contestó éste—. No se ve ni un ser viviente.

—¿Estamos cerca de la bahía?

—La tenemos seis millas delante de nosotros, Hans.

—¿Estás seguro de no engañarte, tío?

—¿Un hombre de mar como yo equivocarse?… Vine aquí el año último a pescar el trepang, y no he olvidado la bahía.


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166 págs. / 4 horas, 50 minutos / 362 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Piratas de las Bermudas

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LA CAZA A LA CORBETA

EL sol iba al ocaso entre grises nubarrones, que, hinchados por el viento de poniente, se habían ido extendiendo poco a poco sobre el Atlántico.

Las olas, que reflejaban los últimos fulgores del día, murmuraban, corriendo libremente la extensión inmensa que existe entre las costas americanas y las cuatrocientas Bermudas, islotes colocados en torno de la Gran Bermuda, que es la única isla habitada de aquel gran montón de tierras perdidas en medio del grande Océano oriental.

Dos naves, cubiertas de velas hasta los topes, avanzaban dulcemente empujadas por las olas, que batiendo contra ellas a babor, alzábanlas con mesurado murmullo, que sonaba cual la gran poesía de los mares.

El viento de lebeche, bastante fresco, hinchaba las telas, silbando entre centenares y centenares de jarcias y cables y poleas.

Una de dichas naves era una espléndida corbeta, larga y sutil, pero de mucho porte, puesto que de sus bordas salían veinticuatro bocas de cañón, mientras que en el puente y en el ancho castillo de popa había dispuestos en barbeta cuatro gruesas piezas de caza.

Estaba, como hemos dicho, cubierta de velas de un extremo a otro. Las mismas bonetas habían sido desplegadas y tendidas las banderas.

La otra era, en cambio, una barca gruesa, ancha, pesada, de aforo muy inferior a la corbeta que la precedía, con poquísimas piezas de artillería colocadas todas en cubierta.

Ambas naves llevaban, sin embargo, un número considerable de tripulantes, cual si fuesen buques de guerra.

En la corbeta, en lo alto del palo mayor, ondeaba una bandera roja, señal de fuego permanente, a cada hora, a cada instante, contra todos y contra todo; en la barca una bandera listada, blanca y azul y sin estrellas, porque los Estados Unidos no se habían coligado todavía, ni tenían fijas las orgullosas estrellas de la confederación.


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221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 722 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Falso Brahmán

Emilio Salgari


Novela


1. El asesinato de un ministro

Señor Yáñez, si no me engaño, sufriremos un ataque formidable, espantoso.

—¡Ah, bribón!… ¿Cuándo te decidirás a llamarme alteza? ¿Cuando te haya hecho cortar la punta de la lengua por el verdugo de mi imperio?

—Vos no haréis eso jamás.

—Estoy muy convencido de ello, mi bravo Kammamuri; para ti soy siempre el señor Yáñez o el Tigre blanco; como también Sandokan es para ti siempre el Tigre de la Malasia.

—¡Dos grandes hombres, señor!…

—El diablo te lleve. Algo hemos hecho, ciertamente, en la Malasia y en la India, pero no más de lo que bastó para no dejar que se enmoheciesen nuestras espléndidas carabinas inglesas.

—Nada de eso, alteza…

—Alto allá, Kammamuri; te prohíbo darme ese título mientras no estemos en la Corte; y me parece que ahora, si no estoy ciego, nos hallamos en mitad de una selva magnífica, sin ministros inoportunos ni grandes mariscales de no sé qué título.

—Es una orden que habéis instituido vos, señor Yáñez.

—¡Bien está! Pero mira: a estos de la India es menester darles grandes cargos y títulos rimbombantes. ¡Mariscales de Assam.!… ¡Por Júpiter! Razón tienen para mostrarse soberbios, aunque estoy bien persuadido de que ninguno de esos poltrones que saquean las arcas del Estado se habría atrevido a tomar parte en esta cacería. ¿Conque decías, mi bravo Kammamuri?…

—Que los búfalos se acercan.

—Tienes el oído muy fino.

—Señor, soy de la India y nací cazador.

—Es verdad; mientras que yo soy europeo, hijo de la alegre Portugal y que no tiene…

—Alto ahí, señor. Vos habéis matado más tigres que yo.

—No lo recuerdo —respondió riendo el que se hacía llamar señor Yáñez—. ¿Conque vienen los búfalos?

—Estoy segurísimo.

—¿Y son muchos?


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178 págs. / 5 horas, 12 minutos / 624 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Soberana del Campo de Oro

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA SOBERANA DEL CAMPO DE ORO

CAPÍTULO I. LA SUBASTA DE UNA JOVEN

El viernes 24 mayo de 18…, a las tres de la tarde, en el gran salón del Club Femenino, y bajo la inspección del infrascrito notario, se procederá al sorteo de la lotería organizada por cuenta de miss Annia Clayfert, llamada la Soberana del Campo de Oro, que por su belleza no tiene igual entre todas las jóvenes de San Francisco de California.

Por expreso deseo de miss Annia Clayfert, el favorecido por la suerte podrá renunciar al premio si no fuese de su agrado, recibiendo, en cambio, la suma de veinte mil dólares.

¡El viernes 24 de mayo, a las tres de la tarde, todos al gran salón del Club Femenino, donde miss Annia se presentará al público en todo el esplendor di su radiante belleza!

John Davis,

Notario de San Francisco.
 

Este extraño aviso, fijado en todas las principales fachadas de la reina del Océano Pacífico y en el tronco de los árboles de los jardines públicos, había causado extraordinaria sensación, aun cuando no fuese completamente nuevo el caso de jóvenes casaderas que se pusieran a subasta como un simple objeto del Monte de Piedad.

A decir verdad, semejantes anuncios se han hecho algo raros en aquella grande y populosa ciudad de la Unión Americana del Norte; pero todavía en 1867 eran bastante frecuentes, y muchos matrimonios se efectuaban de este modo.

Sabido es que los americanos no quieren perder el tiempo y que no gustan de la hipocresía inútil. Allí se prefieren los procedimientos rápidos en todos los negocios, incluso en el matrimonio, que para aquellos buenos trabajadores es un negocio como otro cualquiera.


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306 págs. / 8 horas, 56 minutos / 545 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Flor de las Perlas

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. FLOR DE LAS PERLAS

CAPÍTULO I. EL NAUFRAGIO DE LA CAÑONERA

—¿Es verdad, pues?

—No se habla de otra cosa en Binondo.

—¿Y las autoridades españolas?

—Confirman la noticia.

—¿Todos perdidos?

—¡Quién sabe!

—¿Pero Romero… el comandante… la Perla?… —Se ignora si perecieron o se salvaron.

—Habla bajo.

—¿Está despierto la pobre Than-Kiu?…

—Pocos minutos ha, no se había dormido todavía.

¿Qué dirá cuando sepa la terrible noticia?

—No hace falta comunicársela, Pram-Li; podría morir; está aún débil por la pérdida de sangre. ¡Qué golpe!… ¡Hang-Tu y Romero a la vez!… valiera haber muerto con su hermano.

—¿Eh?… ¡Quién sabe! El amor más ardiente se trueca a veces en odio implacable… ¿Acaso el mar no la ha vengado de la felicidad de la mujer blanca?

—Than-Kiu no sabe odiar, y además… amaba demasiado a Romero, y creo que, mientras conserve un átomo de vida, acariciará el hermoso sueño de su alma juvenil.

—¿Habla siempre de Romero?

—Siempre, Pram-Li. Hasta de noche sueña con él, llamándole con voces tan lastimeras que me desgarra el alma.

—¿Y no lanza imprecaciones contra la joven blanca?

—Nunca una palabra de cólera o desdén salió de labios de la pobre Than-Kiu contra la Perla de Manila. Cree en la fatalidad y culpa sólo al destino de la terrible catástrofe que la ha herido.

—Y el destino la vengó, Sheu-Kin; el mar se ha tragado, indudablemente, a Teresita y a su padre.

—Acaso sí; y quizá también a Romero.

—¿Ha venido el médico?

—Si, Pram-Li.

—¿Y qué ha dicho?

—Que Than-Kiu está ya curada y puede abandonar el lecho del dolor. La herida está bien cicatrizada.

—¿Qué va a hacer?


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277 págs. / 8 horas, 6 minutos / 424 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Favorita del Mahdi

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA FAVORITA DEL MAHDI

Siempre es más bello lo que produce la Naturaleza, que lo que finge el arte.

ERASMO

CAPÍTULO I. EL NOVIO DE ELENKA

Era la tarde del 4 de septiembre de 1883. El sol ecuatorial, completamente rojo, descendía rápidamente hacia las áridas y escarpadas montañas de Mántara, iluminando apenas los grandes bosques de palmeras y tamarindos y las cónicas cabañas de Machmudiech, mísera aldea sudanesa, situada en la margen derecha del majestuoso Bahr-el-Abiad, o Nilo Blanco, a menos de cuarenta millas al sur de Jartum.

De varias partes del horizonte acudían manadas de hermosos antílopes y de chacales, que venían a apagar su sed en las poéticas orillas del río; en el aire batían sus alas con atrevimiento bandadas de flamencos de rojas plumas y alas llameantes en sus extremos, de ibis sagrados que descendían sobre las redondeadas y flotantes hojas del loto, e hileras de grandes pelícanos, que se ocultaban entre los cañaverales, cogiendo peces.

Por el muelle y por las callejuelas de la aldea negros, árabes y turcos iban y venían con gran estrépito; los unos ocupados en descargar camellos y asnos, los otros conduciendo a los abrevaderos manadas de bueyes, de jaspeada piel, y camellos, y otros aun sacando las barcas a tierra firme y desmontándolas. Por todas partes se oían canciones monótonas, acompañadas de música de tambores, que repetía el eco del bosque; salmodias de versículos del Corán, mugidos de animales, batir de remos, llamadas, saludos, y, dominando estos rumores, la voz nasal del muecín, que, desde lo alto del esbelto minarete, con la cara vuelta hacia La Meca, gritaba:

—La Allah ila Allah (No hay más dios que Alá).

—Mohamed rasul Allah (Mahoma es su enviado).


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352 págs. / 10 horas, 16 minutos / 374 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Hijos del Aire

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte. Los hijos del aire

I. La fiesta de las linternas

Pekín, la inmensa capital del más poblado imperio del mundo que, como Roma, se levanta como un desafío al tiempo, se sumergía poco a poco en las tinieblas.

Las enormes cúpulas azuladas por los reflejos dorados de los gigantescos templos budistas; los mil detalles de porcelana del templo del espíritu marino que comprende las tres encarnaciones del filósofo Lao Tsé; los blancos mármoles del templo del cielo; las verdes tejas del templo de la filosofía; la inmensa selva de agujas y de antenas que sostienen monstruosos dragones dorados; las puntas arqueadas del metal dorado de las torres, de los bastiones, de las murallas enormes de la ciudad prohibida, desaparecían entre la bruma del atardecer. Sin embargo, el fragor que repercutía por todas las esquinas de la monstruosa ciudad, aquel fragor sordo y prolongado producido por el movimiento de tres millones de habitantes, por el ruido de miríadas de carros, pequeños y grandes, y por el galope de caballos, aquella noche parecía no querer cesar, a pesar del proverbio chino que dice: «la noche está hecha para dormir».

Contrariamente a la costumbre de los flemáticos chinos, parecía aumentar de un modo ensordecedor.

En las torres, en las terrazas, en los patios, en los jardines, en las plazas, en las calles y callejuelas más lejanas, perdidos en los confines de la inmensa capital, resonaban el gong y los tam-tam, retumbaban los caracoles marinos con roncos sonidos, tronaban los petardos, estallaban las bombas, silbaban cohetes y chirriaban las ruedas, echando al aire infinidad de chispas.

Caía la noche, pero Pekín se enardecía cubriéndose de luz.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 687 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Cazadora de Cabelleras

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. CACERÍA DE BISONTES

—¡Diablo!

—¿Qué te pasa, John?

—¿No percibís un olor especial, Harris?

—Yo, no.

—¿Y tú, Jorge?

—Tampoco.

—¿Es que no tenéis olfato?

—Tal vez —respondió el joven a quien llamaban Harris.

—¡Es inconcebible! Verdad que hace treinta años que yo recorro las praderas; pero ustedes hace ya doce y debían tener casi tanta práctica como yo.

—Once nada más, John; porque yo tengo cuarenta y un años y mi hermano Jorge treinta y nueve.

—Y yo casi sesenta.

—Lo que no os impide parecer todavía un jovenzuelo.

—Déjate de bromas, y procura aspirar fuerte, a ver si perciben algún olor especial.

—Por más que venteo, no huelo nada.

—¡Parece Imposible!

Una voz nasal, y que estropeaba lastimosamente el lenguaje de las praderas, se oyó en aquel momento.

—Mister John, yo no ser venido aquí para escuchar tonterías. Yo querer cazar bisontes, y no importarme si vuestros amigos ser viejos o jóvenes. Deseo ver bisontes con largas cuernas.

—Tened un poco de paciencia, milord —respondió John—. Veréis bisontes, y junto a ellos, a los pieles rojas, que se darán por muy contentos si os arrancan la cabellera y logran hacer un tótem con vuestra barba.

—¡Tótem! ¿Qué cosa ser «tótem», mister?

—Una especie de bandera.

—¡Oh, no! ¡Mi barba no servir para bandera! ¡No tener los colores del pabellón inglés!

—Más vale así; pero ¡atención! —dijo de pronto John en tono imperioso.

Los cuatro jinetes hicieron detenerse a sus caballos.

John, el jefe de aquel pequeño grupo de cazadores, era un verdadero hércules, macizo como un bisonte, y que llevaba el peso sus sesenta años con la desenvoltura de un hombre de treinta.


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199 págs. / 5 horas, 48 minutos / 493 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro del Presidente del Paraguay

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO PRIMERO. UNA NAVE MISTERIOSA

La noche del día 22 de enero de 1869 un buque de vapor de un porte de 450 a 500 toneladas, con arboladura de goleta y que parecía haber surgido repentinamente del mar, ejecutaba extrañas maniobras cambiando de rumbo cada doscientos o trescientos metros, a distancia de cerca de cuarenta kilómetros de la amplia desembocadura del Río de la Plata en América del Sur.

Su esbelta silueta, su proa provista de espolón, sus numerosas troneras que parecían destinadas a bocas de cañón o por lo menos a cañones de ametralladoras, su velocidad muy superior a la de los buques mercantes, y, sobre todo, sus ochenta hombres quo en aquel momento ocupaban la toldilla, todos armados con fusiles, y su cañón grueso, montado en una torreta blindada que se levantaba delante del árbol de trinquete, le daban a conocer a primera vista, como uno de aquellos barcos llamados cruceros poderosos auxiliares de los buques acorazados.

Ni en el mastelero del mayor, ni en la verga de la randa, ni en el asta dé popa, llevaba bandera alguna que pudiese indicar a qué nación pertenecía, y aunque la noche fuese oscura como la recámara de un cañón y navegase por parajes bastante frecuentados, donde una colisión podía de un momento a otro echarlo a pique, no llevaba ninguna de las luces prescritas por los reglamentos marítimos.

Extrañas conversaciones se cruzaban en lengua española entre los marineros, especialmente entre aquellos que vigilaban a proa, bastante lejos de los oficiales que estaban de pie en el puente de mando, ocupados en escudriñar el mar con poderosos anteojos.

—Dime, Pedro —decía un mozalbete que masticaba con visible satisfacción un gran pedazo de cigarra, volviéndose hacia un contramaestre que estaba apoyado en una pequeña ametralladora tapada con una funda de tela embreada—, ¿se atraca o seguimos navegando?


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 618 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Horrores de las Filipinas

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LOS MISTERIOS DE THAN-KIU

Donde cae una semilla de placer brotan mil gérmenes de dolor.

SCHILLER

CAPÍTULO I. LOS JURAMENTADOS DE SOLÚ

¡Los moros! ¡Los moros! Este grito retumba como un trueno en las calles de Manila, la opulenta capital de Filipinas.

Una muchedumbre aterrada, pálida, con los ojos desencajados, se precipita como un huracán por el soberbio puente de diez ojos que une la ciudad murada, la ciudad española, con los populosos arrabales de Binondo y Santa Cruz, que forman la ciudad china.

Algunos de los fugitivos, atropellados por los que vienen detrás de ellos, caen al suelo; pero no tardan en levantarse y en emprender de nuevo su desesperada carrera gritando siempre:

—¡Los moros! ¡Los moros!

Hombres, mujeres, niños, españoles, tagalos, chinos, mercaderes, marineros, barqueros del Passig y soldados, todos corren como si los siguiera una manada de fieras sedientas de sangre.

Caen algunas mujeres y niños envueltos por aquella oleada humana; que avanza con ímpetu irresistible. La multitud pasa sobre ellos pisoteándolos; pero ¿quién se preocupa por tan poca cosa en aquellos momentos?

Entra la turba en la ciudad atropellando a centinelas y aduaneros y aullando siempre:

—¡Huid! ¡Sálvese el que pueda! ¡Los moros! ¡Los moros!

Ciérrense estrepitosamente las puertas de las casas; bájense de un golpe los cierres de las tiendas, huyen despavoridos los vendedores de frutas y hortalizas, dejando abandonadas sus mercancías en medio de las calles, fustigan los cocheros a los caballos y salen disparados con sus vehículos, sin mirar si atropellan a alguien.

Abrense algunas ventanas, y salen de ellas miedosas voces que preguntan:

¿Qué pasa?

—¡Vienen de Binondo! —responden algunos fugitivos sin detenerse.

—Pero ¿quiénes?

—¡Los juramentados!


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249 págs. / 7 horas, 16 minutos / 533 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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