Al que leyere
Dado que has de leer estas páginas, acaso para ti esté de más la
advertencia; para los que no leen, pero malician, no hay
advertencia que baste. Con todo eso, quiero declarar en la primera
página que esta novela no tiene clave, ni secreto, ni retrata a
persona alta ni baja de este mundo, ni se inspira en hechos
verdaderos antiguos o contemporáneos. Es inventada de cabo a rabo;
se refiere en parte a comarcas imaginarias, y si encerrase alguna
enseñanza (no me atrevo a afirmar que la encierre), será porque no
hay ficción que no se parezca de cerca o de lejos a la verdad,
aunque muna pueda igualarla en interés.
Parte 1
¡Salud, Macbeth! Tú serás
rey.
(Shakespeare)
Capítulo 1. Los enviados
La campanilla de la puerta repicó de un modo tan respetuoso y
delicado, que parecía un homenaje al dueño de la casa; y el criado,
al abrir la mampara de cristal, mostró sorpresa —sorpresa discreta,
de servidor inteligente— al oír que preguntaban:
—¿Es buena hora para que Su Alteza se digne recibirnos?
El que formulaba la pregunta era un señor mayor, de noble
continente, vestido con exquisita pulcritud, algo a lo joven; el
movimiento que hizo al alzar un tanto el reluciente sombrero
pronunciando las palabras Su Alteza, descubrió una
faz de cutis rosado y fino como el de una señorita, y cercada por
hermosa cabellera blanca peinada en trova, terminando el rostro una
barba puntiaguda no menos suave y argentina que el cabello. Detrás
de esta simpática figura asomaba otra bien diferente: la de un
hombre como de treinta años, moreno, rebajuelo, grueso ya,
afeitado, de ojos sagaces y ardientes y dentadura brillante, de
traje desaliñado, de mal cortada ropa, sin guantes, y mostrando
unas uñas reñidas con el cepillo y el pulidor.
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