Textos más cortos etiquetados como Novela disponibles | pág. 10

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En la Sangre

Eugenio Cambaceres


Novela


I

De cabeza grande, de facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior, en la expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una rapacidad de buitre se acusaba

Llevaba un traje raído de pana gris, un sombrero redondo de alas anchas, un aro de oro en la oreja; la doble suela claveteada de sus zapatos marcaba el ritmo de su andar pesado y trabajoso sobre las piedras desiguales de la calle

De vez en cuando, lentamente paseaba la mirada en torno suyo, daba un golpe —uno solo— al llamador de alguna puerta y, encorvado bajo el peso de la carga que soportaban sus hombros: «tachero»... gritaba con voz gangosa, «¿componi calderi, tachi, siñora?

Un momento, alargando el cuello, hundía la vista en el zaguán. Continuaba luego su camino entre ruidos de latón y fierro viejo. Había en su paso una resignación de buey

Alguna mulata zarrapastrosa, desgreñada, solía asomar; lo chistaba, regateaba, porfiaba, «alegaba», acababa por ajustarse con él

Poco a poco, en su lucha tenaz y paciente por vivir, llegó así hasta el extremo Sud de la ciudad penetró a una casa de la calle San Juan entre Bolívar y Defensa

Dos hileras de cuartos de pared de tabla y techo de cinc, semejantes a los nichos de algún inmenso palomar, bordeaban el patio angosto y largo

Acá y allá entre las basuras del suelo, inmundo, ardía el fuego de un brasero, humeaba una olla, chirriaba la grasa de una sartén, mientras bajo el ambiente abrasador de un sol de enero, numerosos grupos de vecinos se formaban, alegres, chacotones los hombres, las mujeres azoradas, cuchicheando

Algo insólito, anormal, parecía alterar la calma, la tranquila animalidad de aquel humano hacinamiento

Sin reparar en los otros, sin hacer alto en nada por su parte, el italiano cabizbajo se dirigía hacia el fondo, cuando una voz interpelándolo

—Va a encontrarse con novedades en su casa, don Esteban


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Dominio público
130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 789 visitas.

Publicado el 12 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Antígona

Roberto Payró


Novela


I. LA BORDADORA

Su belleza era grande, asi como sus ojos negros, llenos de luz; pero nadie hubiera sospechado que bajo esa corteza frájil y hermosa se escondieran un alma varonil y un carácter enérjico.

Aunque hubo un tiempo en que la fortuna sonreía á su familia, ese tiempo habia pasado, como todas las cosas de este mundo, y don Miguel Arelio, su padre, obligado á ganar el sustento por medio del trabajo diario, ocupaba un mal empleo en la Direccion Nacional de Rentas. Sus desdichas no se detenian ahí; Eugenia, la madre querida que la cuidara con tanto esmero en los no lejanos dias de la infancia, herida desde mucho tiempo atrás por una enfermedad incurable, la tísis, iba muriéndose poco á poco, con agonía lenta y dolorosa.

La anciana no abandonaba ya su lecho, y permanecia largas horas adormecida, agobiada por la enfermedad.

Muchas noches pasó Manuela con la vista fija en su madre, escuchando la tos que parecia desgarrarle las entrañas.

Vanos eran todos los remedios; el mal seguía su curso sin que pudieran detenerlo ni los medicamentos, ni los amorosos cuidados de la niña, que no se separaba un solo minuto del lado de la enferma.

Los honorarios de don Miguel eran tan pobres que apenas bastaban para la subsistencia de su familia. Así, las dos piezas ocupadas por ésta en una casa de los confines de la calle Bolívar, estaban tan miserablemente alhajadas que parecían la habitación de la pobreza misma. Sin embargo, el trabajo y la infinita paciencia de Manuela, que trataba de que todo estuviera siempre en órden, parecian llevar á la triste vivienda algo como un rayo de luz.

Nunca desaparecia de su rostro la sonrisa del que espera, y cuando su padre se quejaba de la suerte, tenia tales palabras de ternura y consuelo, que hacia que el buen anciano la tomara en sus brazos, besándola en la frente y derramando una lágrima de agradecimiento.


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Dominio público
130 págs. / 3 horas, 48 minutos / 181 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2019 por Edu Robsy.

La Reina de los Caribes

Emilio Salgari


Novela


Capítulo 1. El Corsario Negro

El mar Caribe, en plena tormenta, mugía furioso lanzando verdaderas montañas de agua contra los muelles de Puerto—Limón y las playas de Nicaragua y de Costa Rica.

El astro del día, rojo como un disco de cobre, sólo proyectaba pálidos rayos.

No llovía; pero las cataratas del cielo no debían de tardar en abrirse.

Tan sólo algunos pescadores y algunos soldados de la pequeña guarnición española se habían atrevido a permanecer en la playa.

Un motivo, sin duda muy grave, los obligaba a estar en acecho. Hacía algunas horas que había sido señalada una nave en la línea del horizonte, y por la dirección de su velamen, parecía tener intención de buscar un refugio en la pequeña bahía.

Cualquier nave que viniese de alta mar producía una viva emoción en las poblaciones españolas de las colonias del golfo de México.

Bastaba que se notase algo sospechoso en las maniobras de las naves que arribaban, para que las mujeres y los niños corrieran a encerrarse en sus casas y los hombres se armaran precipitadamente.

Si la bandera era española, la saludaban con estrepitosas vivas, celebrando el raro caso de haber esquivado los cruceros de los corsarios.

Los desmanes y saqueos llevados a cabo por Pedro el Grande, Brazo de Hierro, John Davis, Montbar, el Corsario Negro y sus hermanos el Rojo y el Verde y el Olonés, habían sembrado el pánico en todas las colonias del golfo.

Viendo aparecer aquella nave, los pocos habitantes que se habían detenido en la playa a contemplar la furia del mar habían renunciado a la idea de volver a sus casas, no sabiendo aún si tenían que habérselas con algún velero español o con algún osado filibustero.

Viva inquietud se reflejaba en el rostro de todos, tanto pescadores como soldados.


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131 págs. / 3 horas, 50 minutos / 1.094 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Morriña

Emilia Pardo Bazán


Novela


I

Si el entresuelo que habitan en Madrid doña Aurora Nogueira de Pardiñas y su hijo único Rogelio no es ni de los menos obscuros ni de los más espaciosos, tiene en desquite la ventaja inestimable de encontrarse sito en la calle Ancha de San Bernardo, tan frontero á la Universidad Central, que, hablando en plata, aquello es vivir en la Universidad misma. Encajada la señora dentro de su butaca de gutapercha, en el rincón de la ventana, mientras crece y mengua su labor de calceta sin mirarla una sola vez, sigue los pasos al adorado chiquillo, y en cierto modo, salvando la distancia de la calle y calando el espesor de las paredes, le acompaña hasta el aula misma. Le ve entrar; al salir observa si se detiene en algún grupo, y con quién charla, y cómo se ríe; conoce á todos los camaradas, á los amigotes, á los antipáticos, á los estudiosos, á los holgazanes, á los asiduos, á los que hacen rabona casi siempre. También está familiarizada con las caras de los profesores, y estudia su continente y su modo de responder al saludo de los discípulos, sacando de los signos exteriores importantes consecuencias psicológicas, relacionadas con el problema de los exámenes.—«¡Ay! Allí viene ya el viejiño Contreras, el de Procedimientos. ¡Qué afable!... ¡Qué cara de santo! Anda despacito el pobre... bien se nota que padece reuma articular, como yo. ¡Malpecado! Me es simpático por eso. No, y sobre todo, porque sé que es blando y que le ha de dar á Rogelio un aprobado como una casa. Ahora sale Ruiz del Monte, tan almidonado y tan engreído. Parece todo él hecho de una pieza. ¡Pobres de nos! Con éste no valen empeños, ni influencias, ni... Arre que le han de saber los chicos la asignatura tan bien como él. Pues para eso, que les deje á ellos la cátedra... y la paga. ¡Ay! Ahí tenemos al señor de Lastra. Jorobadito es un poco. ¡Qué gracia, las caricaturas que los muchachos le sacan en clase! Y se pasa de campechano.


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Dominio público
132 págs. / 3 horas, 51 minutos / 296 visitas.

Publicado el 11 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Dueño del Mundo

Julio Verne


Novela


I. Un país consternado

La línea de montañas paralela al litoral americano del Atlántico del Norte, la Virginia, la Pensilvania y el Estado de Nueva York, lleva el doble nombre de montes Alleghanys y de montes Apalaches. Está conformada por dos cadenas distintas: al oeste están los montes Cumberland, y al este las Montañas Azules.

Este sistema orográfico, el más importante de esta parte de la América del Norte, se desarrolla en una longitud de 900 millas aproximadamente, o sea, unos 600 kilómetros; no rebasa 6.000 pies de altura media, y su punto culminante está determinado por el monte Washington.

Esta especie de espinazo, cuyas dos extremidades se sumergen, la una en las aguas del Alabama y la otra en las del Saint Laurent, no solicita especialmente la visita de los alpinistas. Su arista superior no se perfila en las altas zonas de la atmósfera; así es que no ejerce la poderosa atracción de las soberbias cimas del antiguo y del nuevo mundo. Sin embargo, existe un punto en esta cadena al que los turistas no hubiesen podido llegar, pues es por decirlo así, inaccesible.

Pero aunque hasta entonces hubiese sido desdeñado por los ascensionistas, el Great― Eyry no iba a tardar en provocar la atención y aún la intranquilidad públicas, por razones muy particulares, que debo dar a conocer en los comienzos de esta historia.


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Dominio público
132 págs. / 3 horas, 52 minutos / 2.045 visitas.

Publicado el 29 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El León de Damasco

Emilio Salgari


Novela


1. Cristianos pescando sanguijuelas

Cuando la expedición descendió de la cumbre sobre la cual estaba el castillo y alcanzaron las ondulantes llanuras en las que sólo crecían palmeras e higos chumbos, el sol se encontraba ya muy alto en el horizonte.

Incluso aquella zona del territorio, a distancia de Famagusta, presentaba huellas del paso de los turcos, que no dejaban en torno sino ruinas y cadáveres.

Las granjas, tiempo atrás florecientes, se encontraban derruidas; restaba de ellas, como máximo, algún trozo ahumado de pared o un tejado que se sostenía por un milagro de equilibrio, y de vez en cuando se observaban parcelas de terreno cultivado y viñedos devastados.

El capitán turco parecía no advertirlo. Pero sí se daban cuenta de ello los cristianos y en especial el tío Stake. El buen hombre no dejaba de mascullar, sin inquietarse porque pudieran oírle.

—¡Bandidos! ¡Lo han destruido todo, personas y casas! ¿Cuándo llegará para esos criminales la hora del castigo? ¡La República veneciana no dejará impunes estos crímenes! ¡Si así fuese, me convertiría ahora mismo en turco!

Al cabo de media hora de avanzar a todo galope, la expedición desembocó en una especie de plazoleta donde se veían estanques cubiertos de hojas y tallos putrefactos, que descubrían la presencia de la fiebre, escondida entre las descompuestas raíces y el fango del fondo.

A la orilla de uno de ellos, unos cuantos hombres medio desnudos, provistos de largas pértigas, se dedicaban a remover el agua pantanosa.

—Éstos son los primeros pescadores, señor —anunció el turco, haciendo detener su montura.

—¿Son los cautivos de Nicosia? —inquirió la duquesa, intentando ocultar la angustia que la dominaba.


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133 págs. / 3 horas, 53 minutos / 804 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Jeroglífico

Edgar Wallace


Novela


I. LA CASA DE LOMBARD STREET

El señor William Spedding de la razón social "Spedding, Mortimer y Larach, Notarios", adquirió el terreno en la forma habitual. La propiedad fue puesta en venta a la muerte de una vieja dama que vivía en Market Harborough (que nada tiene que ver con este relato) y subastóse de una manera completamente normal.

El señor William Spedding adquirió la casa por ciento seis mil libras esterlinas, suma lo bastante elevada para despertar el interés de todos los periódicos de la noche y un gran número de los diarios de la mañana siguiente.

A fin de ser todo lo meticuloso que el caso requiere, añadiré qué los planos para la erección de un nuevo edificio en aquel lugar fueron presentados a la oficina investigadora de la city. El arquitecto que los examinó mostróse un poco sorprendido por la disposición interior del nuevo edificio pero como se hallaba conforme con todas las disposiciones que regían la. Erección de casas en la city de Londres, y ninguna falta podía encontrarse en su aspecto exterior (su fachada había sido tan artísticamente trazada que uno hubiera podido pasar doce veces en un día ante ella sin observar nada extraordinario en aquella construcción), ni en su sistema de entrada de aire y luz, el hombre se encogió de hombros y dio el visto bueno.

Lo que no comprendo, señor Spedding, —dijo apoyando un dedo sobre el plano, —es cómo su cliente piensa conservar el debido aislamiento. Hay un vestíbulo y un gran hall. ¿Dónde están las oficinas privadas, qué significa esa enorme caja de caudales en medio del hall y dónde se sentaran los empleados? Porque supongo que tendrá empleados, ¿no? ¡Pero si no van a tener ni un minuto de paz!

El señor Spedding sonrió comprensivamente.

— ¿Y los sótanos? Creo que para esto hacen falta sótanos.


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Dominio público
133 págs. / 3 horas, 53 minutos / 413 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Sochantre de mi Pueblo

Ginés Alberola


Novela


I

Limpia como los chorros del agua y madrugadora como las alondras del campo, Isabel, de antiguo había puesto singular empeño en que la escuela regentada por su padre apareciese a diario, desde el amanecer, con el bruñido brillo que los almireces, velones, calderas, sartenes, perolas, ollas, platos, aparecían colocados por los testeros de la cocina y sobre el pretil de la chimenea, en la parte de casa reservada a la familia.

La escuela, como el hospital, como la cárcel, como el cementerio, como todos los establecimientos públicos por las regiones meridionales, carece en absoluto no ya de esplendor, sino hasta de condiciones higiénicas. Se cuidan más los ediles, con su alcalde a la cabeza, en las horas del reparto territorial de favorecer los intereses propios que los del amigo; y mas los intereses del amigo que los del pueblo. Se atiende allí con mayor solicitud a los gastos de cualquier fiesta religiosa que a los gastos de cualquier mejora pública.

Pocos espectáculos tan tristes como los ofrecidos por los ayuntamientos de los pueblos, aun en sus mis solemnes sesiones. No se discute allí por el bien común, sino por el medro y la granjería particular. No libran los ediles unos con otros altas polémicas que tengan por fin mejorar el estado de una población más o menos populosa, pero al fin y al cabo de una población entera, se pelean como lobeznos hambrientos por repartirse el botín municipal. Los nombramientos de este alguacil, de aquel sereno, de tal escribiente, de cual sepulturero, interesan más, mucho más que el medio y manera de allegar recursos para cosa tan innecesaria, a su juicio, como un establecimiento de educación intelectual.


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Dominio público
134 págs. / 3 horas, 55 minutos / 81 visitas.

Publicado el 7 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Las Cuitas del Joven Werther

Wolfgang Goethe


Novela, novela epistolar


He reunido con cautela todo lo que he podido acerca del sufrido Werther y aquí se los ofrezco, pues sé que me lo agradecerán; no podrán negar su admiración y simpatía por su espíritu y su carácter, ni dejarán de liberar algunas lágrimas por su triste suerte.

¡Y tú, alma sensible y piadosa, oprimida y afligida por iguales quebrantos, aprende a consolarte en sus padecimientos! Si el destino o tus errores no te permiten tener cerca a un amigo, que este libro pueda suplir su ausencia.

 

Libro Primero

 

4 de mayo de 1771

¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…?

¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí? Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar mi falta; no volveré, como hasta ahora, a exprimir las heces de las amarguras del destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. En verdad tienes mucha razón, querido amigo; los hombres sentirían menos sus trastornos (Dios sabrá por qué lo hizo así) de no ocupar su imaginación con tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males pasados, en vez de en hacer soportable lo presente.


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Dominio público
134 págs. / 3 horas, 55 minutos / 943 visitas.

Publicado el 3 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Manuel Lozada, el Tigre de Alica

Ireneo Paz Flores


Novela


I. Indios Garroteros

—¡Atención, muchachos! —dijo el que hacía de jefe de la gavilla a los ocho hombres que le rodeaban, sentados sobre la yerba a la orilla del río de Santiago—. Allí viene ya Pascual y parece que trae algo para nosotros.

Todos miraron en la dirección que el que había hablado les indicaba, viendo efectivamente aparecer sobre la colina un grupo de seis hombres conduciendo en el centro de ellos a otro decentemente vestido, mientras que uno de los mismos bandoleros traía de la brida su caballo, del que lo habían hecho desmontarse, según la costumbre.

Cuando este último grupo llegó adonde estaba el primero, todos se levantaron, y el que hacía de jefe se adelantó a examinar al prisionero.

Después que lo hubo contemplado un poco, dijo con aire despreciativo:

—Lo que es éste no nos ha de traer gran cosa.

—No traigo nada, en efecto —contestó el preso—, pues sólo venía con el fin de hablar al jefe de estos hombres, como lo he manifestado a los que me salieron en el camino.

—Sí —dijo Pascual—, luego que nos vio, se dirigió a nosotros, y dijo: «Vengo a hacer un trato con el jefe de ustedes, ¿dónde puedo encontrarlo?». Nosotros le dijimos que aquí, pues que al cabo si trae intenciones, podemos matarlo.

—¿Y dinero? ¿Y alhajas? —preguntó el jefecillo.

—No traje nada, ignorando en qué manos caería, y viniendo expresamente a hablar con el jefe de la partida para proponerle un negocio.

El indito, jefe de los ladrones, se quedó mirando otra vez fijamente a su interlocutor, y luego le dijo:

—¿Un negocio? Dígamelo pues.

—Desearía que nadie pudiera oírnos.

El capitán, que era muy desconfiado, hizo que se le registrara escrupulosamente por si tenía oculta alguna arma, empuñó por su parte una daga y le dijo:

—Véngase para acá.


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Dominio público
135 págs. / 3 horas, 56 minutos / 174 visitas.

Publicado el 6 de abril de 2018 por Edu Robsy.

89101112