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Los Cien Mil Hijos de San Luis

Benito Pérez Galdós


Novela


Para la composición de este libro cuenta el autor con materiales muy preciosos.

Además de las noticias verbales, que casi son el principal fundamento de la presente obra, posee un manuscrito que le ayudará admirablemente en la narración de la parte o tratado que lleva por título Los cien mil hijos de San Luis. El tal manuscrito es hechura de una señora, por cuya razón bien se comprende que será dos veces interesante, y lo sería más aún si estuviese completo. ¡Lástima grande que la negligencia de los primeros poseedores de él dejara perder una de las partes más curiosas y necesarias que lo componen! Sólo dos fragmentos, sin enlace entre sí, llegaron a nuestras manos. Hemos hecho toda suerte de laboriosas indagaciones para allegar lo que falta, pero inútilmente, lo que en verdad es muy lamentable, porque nos veremos obligados a llenar con relatos de nuestra propia cosecha el gran vacío que entre ambas piezas del manuscrito femenil resulta.

Este tiene la forma de . Su primer fragmento lleva por epígrafe De Madrid a Urgel, y empieza así:

I

En Bayona, donde busqué refugio tranquilo al separarme de mi esposo, conocí al general Eguía. Iba a visitarme con frecuencia, y como era tan indiscreto y vanidoso, me revelaba sus planes de conspiración, regocijándose en mi sorpresa y riendo conmigo del gran chubasco que amenazaba a los francmasones. Por él supe en el verano del 21 que Su Majestad, nuestro católico Rey D. Fernando (Q. D. G.), anhelando deshacerse de los revolucionarios por cualquier medio y a toda costa, tenía dos comisionados en Francia, los cuales eran: l.º El mismo general D. Francisco Eguía, cuya alta misión era promover desde la frontera el levantamiento de partidas realistas.


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181 págs. / 5 horas, 17 minutos / 421 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Niebla

Miguel de Unamuno


Novela


Capítulo 1

Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la mano palma abajo y abierta, y dirigiendo los ojos al cielo quedóse un momento parado en esta actitud estatuaria y augusta. No era que tomaba posesión del mundo exterior, sino era que observaba si llovía. Y al recibir en el dorso de la mano el frescor del lento orvallo frunció el sobrecejo. Y no era tampoco que le molestase la llovizna, sino el tener que abrir el paraguas. ¡Estaba tan elegante, tan esbelto, plegado y dentro de su funda! Un paraguas cerrado es tan elegante como es feo un paraguas abierto.

«Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas —pensó Augusto—; tener que usarlas, el use estropea y hasta destruye toda belleza. La función más noble de los objetos es la de ser contemplados. ¡Qué bella es una naranja antes de comida! Esto cambiará en el cielo cuando todo nuestro oficio se reduzca, o más bien se ensanche a contemplar a Dios y todas las cosas en Él. Aquí, en esta pobre vida, no nos cuidamos sino de servimos de Dios; pretendemos abrirlo, como a un paraguas, para que nos proteja de toda suerte de males.»

Díjose así y se agachó a recogerse los pantalones. Abrió el paraguas por fin y se quedó un momento suspenso y pensando: «y ahora, ¿hacia dónde voy?, ¿tiro a la derecha o a la izquierda?» Porque Augusto no era un caminante, sino un paseante de la vida. «Esperaré a que pase un perro —se dijo— y tomaré la dirección inicial que él tome.»

En esto pasó por la calle no un perro, sino una garrida moza, y tras de sus ojos se fue, como imantado y sin darse de ello cuenta, Augusto.

Y así una calle y otra y otra.


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 18 minutos / 10.125 visitas.

Publicado el 6 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Oro, Seda, Sangre y Sol

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela


Brindis

A Mariano Benlliure, el maestro admirable, el autor de La Estocada de la Tarde y El Coleo, brindo estas páginas de sangre, de oro, de seda y de sol.

Preludio

Una nota de clarín
desgarrada,
penetrante,
rompe el aire con vibrante
puñalada...
Ronco toque de timbal.

Salta el toro
en la arena.
Bufa, ruje...
Roto cruje
un capote de percal.

Acomete
rebramando, arrollando
a caballo y caballero...
Da principio
el primero
espectáculo español...

La hermosa fiesta bravía
de terror y de alegría
de este viejo pueblo fiero...
¡Oro, seda, sangre y sol!


Manuel Machado

La estocada de la tarde

I

El banquero abatió con nueve. María Montaraz se impacientó. ¡Qué animal! ¡La suerte que tenía el tío aquel! Su mano menuda y ágil, libre de la prisión del guante, buceó en el bolsillo de áureas mallas que descansaba sobre su falda. Uno, dos, tres, cinco... ¡Aquí paz, y después, gloria! De las trescientas pesetas que había llevado le quedaban en total cinco duros. ¡Qué nochecita! No acertaba ni una. Además, se le había metido en la cabeza que aquella francesona, con tipo de carabinero, que se le sentó al lado, le traía pato; y para colmo, su otro vecino, un vejete pulcro y atildado que lucía sobre la albura de la pechera impecable una perla tamaña como un garbanzo, no cesaba de darle rodillazos insinuantes, y tenía ya media pierna deshecha.

Vaya, ¡la última jugada! Puso dos duros sobre la mesa y cogió las cartas prestamente antes de que la franchuta, que ya echaba la garra, las trincase.

—¡Ocho!

El banquero volvió a abatir con nueve.


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 206 visitas.

Publicado el 28 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Anillo de Amatista

Anatole France


Novela


I

La señora de Bergeret abandonó el hogar conyugal, conforme lo había decidido, y se retiró a casa de su madre, la señora viuda de Pouilly.

A última hora suponía ya más grato no marcharse, y a poquito que la instaran hubiera consentido en olvidar el pasado para seguir haciendo vida común con el señor Bergeret, su marido, quien ya solamente le inspiraba cierto desprecio por ser un marido burlado.

Estaba dispuesta a perdonar; pero no se lo permitía la estimación inflexible de que la sociedad la rodeaba. La señora de Dellion la hizo saber que juzgarían desfavorablemente una debilidad semejante; los salones de la capital mostráronse unánimes en este punto, y entre los tenderos también hubo una sola opinión: la señora de Bergeret debía retirarse a vivir con su familia. De este modo se interesaban por su virtud y al mismo tiempo se libraban de una persona indiscreta, grosera y comprometedora, cuya vulgaridad era reconocida hasta entre los más vulgares, y que molestaba mucho a todos. La hicieron comprender que su inmediata separación era un gesto gallardo.

—Hija mía, la admiro a usted —decía desde el fondo de su butaca la señora Dutilleul, viuda imperecedera de cuatro maridos, mujer terrible de la cual se había sospechado todo menos que hubiese amado, y que, sin embargo, era muy estimada.


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 20 minutos / 414 visitas.

Publicado el 25 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Lucio Tréllez

José Ortega Munilla


Novela


I

Entró Lucio en la estancia, y dejó su sombrero sobre la mesa de reluciente caoba, cargada de jarroncillos blancos y cajas de dulces, vacías. Quitose los guantes, y arrojolos dentro del sombrero. Después pasó su mano, huesuda y grande, por el negro cabello y por la frente, en que brillaba el sudor, y entonces se acercó a la ventana. Estaba allí aquella muchachuela cuya cabeza, bañada por la luz de la luna, tenía extraña belleza, reflejándose suavemente la plateada luz del astro sobre sus sienes morenas, y en su cabello negro, un poco alborotado y rizoso. Sus codos se apoyaban en el alfeizar, y sus manos, pequeñas y delgaditas, sostenían el rostro, en actitud de meditación profunda.

—Luciana —dijo, con voz seca y vibrante, el joven— ¿y madre? ¿Cómo se encuentra?

—¡Ah! ¿Viniste ya? —contestó ella, volviéndose—. Está divinamente. La acosté a las nueve, la di su chocolate, y que quieras que no quieras, se lo tomó... Ahora duerme que es un gusto el mirarla... Ven y la verás... ¡Qué sueño más tranquilo! Mira, chico, parece que no, y la envidio ese sueño. Respira pausadamente y no hace aquellos gestos horribles que otras noches me llenaban de miedo.

—¿Y padre? —preguntó Lucio, dejándose caer en una silla de las cuatro o cinco que, arrimadas a la pared, constituían, con la mesa, todo el mueblaje del reducido cuartito.

—Se fue a las ocho y media a su café del Siglo.

Oyose entonces un cascabeleo acompasado, y luego se oyeron además unos menudos pasos, como si anduviese por allí una persona muy chiquita. Era una persona chiquita, sí; era Esmeralda, la apoplética y achacosa perra de aguas, que venía con gran retraso a ver a su amo y señor.

—¡Toma, Esmeralda! —dijo en voz baja Luciana, llamando a la perra—. ¡Como entres en la alcoba, te voy a dar un buen par de azotes! ¡Diablo de animalito!... ¡Siéntate aquí!


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Dominio público
182 págs. / 5 horas, 20 minutos / 115 visitas.

Publicado el 22 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Águilas de la Estepa

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo 1. Un Suplicio Espantoso

—¡A él, sartos!… ¡Ahí está!…

Alaridos ensordecedores respondieron a este grito y una ola humana se derramó por las angostas callejuelas de la aldea flanqueadas por pequeñas casas de adobe, de color gris y miserable aspecto, como todas las habitadas por los turcomanos no nómades de la gran estepa turana.

—¡Deténganlo con una bala en el cráneo!

—¡Maten a ese perro!… ¡Fuego!. . .

Una voz autoritaria que no admitía réplica dominó todo ese alboroto.

—¡Guay de quien dispare!!… Cien "thomanes" al que me lo traiga vivo!

El que había pronunciado estas palabras era un soberbio tipo de anciano, mayor de sesenta años, de aspecto rudo y robusto, anchas espaldas, brazos musculosos y bronceada piel que los vientos punzantes y los rayos ardientes del sol de la estepa habían vuelto áspera. Sus ojos negros y brillantes, la nariz como pico de loro y una larga barba blanca le cubría hasta la mitad del pecho. Por las prendas que vestía se notaba en seguida que pertenecía a una clase elevada: su amplio turbante era de abigarrada seda entretejida con hilos de oro; la casaca de paño fino con alamares de plata y las botas, de punto muy levantada, de marroquí rojo. Empuñaba un auténtico sable de Damasco, una de esas famosas hojas que se fabricaban antiguamente en la célebre ciudad y que parecían estar formadas por sutilísimas láminas de acero superpuestas para que fueran flexibles hasta la empuñadura.

A la orden del anciano todos los hombres que lo rodeaban bajaron los fusiles y pistolas y echaron mano de sus "cangiares", arma muy parecida al "yatagán" de los turcos, para proseguir su furiosa carrera a los gritos de:

—¡Atrápenlo!… ¡Rápido!

—¡No hay que dejarlo escapar!

—¡Cien "thomanes" a ganar!…


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183 págs. / 5 horas, 21 minutos / 476 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Alegría del Capitán Ribot

Armando Palacio Valdés


Novela


I

En Málaga no los guisan mal; en Vigo, todavia mejor; en Bilbao los he comido en más de una ocasión primorosamente aliñados. Pero nada tienen que ver estos ni otros que me han servido en los diferentes puntos donde suelo hacer escala con los que guisa una señora Ramona en cierta tienda de vinos y comidas llamada El Cometa, situada en el muelle de Gijón. Por eso cuando esta inteligentísima mujer averigua que el Urano ha entrado en el puerto, ya está preparando sus cacerolas para recibirme. Suelo ir solo por la noche, como un ser egoísta y voluptuoso que soy; me ponen la mesa en un rincón de la trastienda, y allí, a mis anchas, gozo placeres inefables y he pillado más de una indigestión.

Arribé el 9 de febrero, a las once de la mañana, y, como siempre, comí poco, preparándome con saludable abstinencia para la solemnidad de la noche. Dios no lo quiso. Poco antes de sonar la hora, un bárbaro marinero, al trasladar un farol, lo rompió, cayó la mecha encendida sobre una pipa de petróleo, se prendió fuego, acudimos a atajarlo, y con no poco trabajo, arrojando al agua esa y otras pipas, lo conseguimos. Se quemó la caseta del piloto, mucha jarcia y una parte de la obra muerta. En fin, la avería nos tuvo afanosos y en pie casi toda la noche. Y este fué el motivo de que no fuese a comer el plato de callos de la señora Ramona, como tuve a bien comunicárselo por medio del grumete, advirtiéndole al mismo tiempo que me aguardara sin falta aquella misma noche.


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Dominio público
184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 278 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

Fría Venganza

Manel Martin's


Novela


No es más ciego quien no ve, que quien que se empeña en no mirar.

Prologo

La historia empieza en el año dos mil siete, cuando el presidente del gobierno se percató, que la economía del país podía estallar en cualquier momento y empezó a sacar leyes que se pondrían en funcionamiento, entre el dos mil once y dos mil trece.

Zapatero venció en las elecciones del año siguiente, e intentó tapar el desaguisado del que había sido indiscutiblemente culpable, por no poner freno a la construcción, pero sobre todo al querer ocultar la burbuja inmobiliaria. Sé que muchos (interesados) achacan la crisis a las inversiones bancarias, pero eso solo atañía a los inversores. En fin dar explicaciones podría ocupar más sitio que este relato y mover un sinfín de discusiones, según el color del interlocutor.


Pero nuestra historia poco tiene que ver con la política y si con los tiempos y problemas, a los que tuvieron que hacer frente muchas empresas a consecuencia de la crisis.

Nuestra narración no es totalmente como la relato, ni por supuesto los protagonistas pero si muy parecida, solo he añadido un poco de imaginación propia y espero que con ella disfruten ustedes.


El autor

Fría venganza

El día era caluroso en la hermosa isla de Mallorca, el mes de junio imponía su ley debido al ambiente húmedo por la proximidad del mar, la ropa se pegaba al cuerpo con el sudor. Era natural por esas fechas, el verano irrumpía con fuerza.


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Licencia limitada
184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 61 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2022 por Edu Robsy.

Plick y Plock

Eugène Sue


Novela


Prefacio

15 enero 1831.

A través de la profunda concentración que cautiva todos los intereses en un orden de ideas graves y elevadas, el autor de estos relatos espera deslizarse inadvertido entre el mundo literario. Después, habiéndose asignado fecha y lugar, como tantas honradas gentes a las que se encuentra, pasadas nuestras largas tormentas sociales, colocadas muy alto en la opinión de un gran número, aspira a colocarse, como ellas, en una decente reputación negativa, nublada al silencio de la crítica y a la oportunidad de los grandes acontecimientos, tan favorable a los espíritus mezquinos.

Porque la carrera de esos veteranos de que hablamos ha sido plena, entera, honrada, gracias a su ancianidad que en la literatura prueba el mérito, casi lo mismo que un costurón prueba el valor.

El tranquilo porvenir, la dulce y perezosa quietud de esos gruesos canónigos de la literatura, han engolosinado de tal modo al autor de este libro, que se apresura a inscribirse como profeso, en su orden, estimando que las mismas circunstancias llevarán sin duda un día a los mismos resultados.

Un certificado de vida literaria es, pues, toda la ambición del autor.

Dicho esto, continuemos.

Antes de Cooper, hubiera tenido, quizá, la audacia de intentar interesar al público francés en las costumbres, en los caracteres que no despiertan en él ninguna simpatía. Ignorante, además, de las costumbres marítimas, le sería verdaderamente imposible apreciar la exactitud de los cuadros que se desarrollaran ante sus ojos.


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Dominio público
185 págs. / 5 horas, 23 minutos / 84 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Caída de un Imperio

Emilio Salgari


Novela


I. La traicion de los «Rajaputras»

En el Assam, como en tantas otras partes de la India, abundan entre las selvas pagodas que hace siglos abandonaron sus sacerdotes por causas desconocidas.

Y hay una, especialmente, que envuelven hoy los árboles por todas partes, que bien poco hubiera tenido que envidiar a la de Madura, una de las más magníficas que hay en la India y que dicen que ha costado veintidós años de trabajo. Es la de Kalikó, que por sus dimensiones enormes, por la magnificencia de sus esculturas, por la altura de sus techos hubiese podido eclipsar hasta a la famosa de Benarés.

En otro tiempo debieron de concurrir a ella numerosas peregrinaciones; después, tal vez por la guerra, los bandidos estranguladores, los que no guardaban consideración ni siquiera a los sacerdotes, suprimieron sus fiestas sagradas y la invadieron las plantas parásitas, que son los peores enemigos de los monumentos indios. Las rótenas, los bejucos, interminables, treparon enroscándose por sus majestuosas columnas, se apretaron alrededor de las enormes figuras de animales, las más veces elefantes de piedra de tamaño gigantesco, intercalados con las más extrañas representaciones de Visnú, y surgieron luego pujantes, creciendo con ímpetu hasta llegar a los altísimos piramidales, envolviéndolo, cubriéndolo, arrollándolo todo.

La vegetación exuberante de la India destruye de un modo espantoso e indescriptible.

Si se abandona por una causa cualquiera un terreno bien cultivado, al cabo de un mes no hay ya casi ni rastro de él: lo ha invadido la maleza y lo ha hecho desaparecer.

¿Abandonan una ciudad sus habitantes después de sufrir un asalto? Al punto aparecen las malas hierbas para atacarla a su vez y cubren y agrietan lentamente casas, templos, plazas, monumentos, baluartes y fortalezas.


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185 págs. / 5 horas, 24 minutos / 793 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

1819202122