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Zaragoza

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Me parece que fué al anochecer del 18 cuando avistamos á Zaragoza. Entrando por la puerta de Sancho, oímos que daba las diez el reloj de la Torre Nueva. Nuestro estado era excesivamente lastimoso en lo tocante á vestido y alimento, porque las largas jornadas que habíamos hecho desde Lerma por Salas de los Infantes, Cervera, Agreda, Tarazona y Borja, escalando montes, vadeando ríos, franqueando atajos y vericuetos hasta llegar al camino real de Gallur y Alagón, nos dejaron molidos, extenuados y enfermos de fatiga. Con todo, la alegría de vernos libres endulzaba todas nuestras penas.

Eramos cuatro los que habíamos logrado escapar entre Lerma y Cogollos, divorciando nuestras inocentes manos de la cuerda que enlazaba á tantos patriotas. El día de la evasión reuníamos entre los cuatro un capital de once reales; pero después de tres días de marcha, y cuando entramos en la metrópoli aragonesa, hízose un balance y arqueo de la caja social, y nuestras cuentas sólo arrojaron un activo de treinta y un cuartos. Compramos pan junto á la Escuela Pía, y nos lo distribuímos.


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209 págs. / 6 horas, 7 minutos / 652 visitas.

Publicado el 25 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Zadig, ó el Destino

Voltaire


Novela


DEDICATORIA DE ZADIG

A LA SULTANA CHERAAH, POR SADI.

A 18 del mes de Cheval, año 837 de la hegira.

Embeleso de las niñas de los ojos, tormento del corazon, luz del ánimo, no beso yo el polvo de tus piés, porque ó no andas á pié, ó si andas, pisas ó rosas ó tapetes de Iran. Ofrézcote la version de un libro de un sabio de la antigüedad, que siendo tan feliz que nada tenia que hacer, gozó la dicha mayor de divertirse con escribir la historia de Zadig, libro que dice mas de lo que parece. Ruégote que le leas y le aprecies en lo que valiere; pues aunque todavía está tu vida en su primavera, aunque te embisten de rondon los pasatiempos todos, aunque eres hermosa, y tu talento da á tu hermosura mayor realce, aunque te elogian de dia y de noche, motivos concomitantes que son mas que suficientes para que no tengas pizca de sentido comun, con todo eso tienes agudeza, discrecion, y finísimo gusto, y te he oido discurrir con mas tino que ciertos derviches viejos de luenga barba, y gorra piramidal. Eres prudente sin ser desconfiada, piadosa sin flaqueza, benéfica con acierto, amiga de tus amigos, sin colrar enemigos. Nunca cifras en decir pullas el chiste de tus agudezas, ni dices mal de nadie, ni á nadie se le haces, puesto que tan fácil cosa te seria lo uno y lo otro. Tu alma siempre me ha parecido tan perfecta como tu hermosura. Ni te falta cierto caudalejo de filosofía, que me ha persuadido á que te agradaria mas que á otra este escrito de un sabio.


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Dominio público
77 págs. / 2 horas, 16 minutos / 635 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Juanita la Larga

Juan Valera


Novela


I

Cierto amigo mío, diputado novel, cuyo nombre no pongo aquí porque no viene al caso, estaba entusiasmadísimo con su distrito y singularmente con el lugar donde tenía su mayor fuerza, lugar que nosotros designaremos con el nombre de Villalegre. Esta rica, aunque pequeña población de Andalucía, estaba muy floreciente entonces, porque sus fértiles viñedos, que aún no había destruido la filoxera, producían exquisitos vinos, que iban a venderse a Jerez para convenirse en jerezanos.

No era Villalegre la cabeza del partido judicial, ni oficialmente la población más importante del distrito electoral de nuestro amigo; pero cuantos allí tenían voto estaban tan subordinados a un grande elector, que todos votaban unánimes y, según suele decirse, volcaban el puchero en favor de la persona que el gran elector designaba. Ya se comprende que esta unanimidad daba a Villalegre, en todas las elecciones, la más extraordinaria preponderancia.

Agradecido nuestro amigo al cacique de Villalegre, que se llamaba don Andrés Rubio, le ponía por las nubes y nos le citaba como prueba y ejemplo de que la fortuna no es ciega y de que concede su favor a quien es digno de él, pero con cierta limitación, o sea sin salir del círculo en que vive y muestra su valer la persona afortunada.

Sin duda, don Andrés Rubio, si hubiera vivido en Roma en los primeros siglos de la era cristiana, hubiera sido un Marco Aurelio o un Trajano; pero como vivía en Villalegre y en nuestra edad, se contentó y se aquietó con ser el cacique, o más bien el César o el emperador de Villalegre, donde ejercía mero y mixto imperio y donde le acataban todos obedeciéndole gustosos.


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226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 675 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Honorata de Wan Guld

Emilio Salgari


Novela


I. Veracruz

Después de aplacar las exigencias del estómago y de disfrutar algunas horas de descanso, los filibusteros se encaminaron en busca del campamento indio.

Temiendo, sin embargo, que en vez de indios fuesen españoles, Moko, que era el más ágil de todos, se adelantó para explorar los contornos.

La floresta que atravesaba era espesísima y estaba formada por plantas diversas que crecían tan próximas las unas a las otras, que en ocasiones casi imposibilitaban el paso.

Un infinito número de lianas circundaba aquellas plantas, serpenteando por el suelo y enroscándose en torno de los trancos y las ramas de los árboles.

De cuando en cuando, a lo largo de los troncos se veían huir esos reptiles llamados

“iguanas” o lagartos, largos de tres a cinco pies, de piel negruzca con reflejos verdes, que daban asco, y cuya carne, sin embargo, es apreciadísima por los gastrónomos mexicanos y brasileños, que la comparan a la del pollo.

Después de una hora larga de marcha abriéndose paso penosamente por entre aquella maraña de vegetales, los filibusteros se encontraron con Moko.

—¿Has visto a los indios? —preguntó el Corsario.

—Sí —contestó el negro—. Su campamento está ya próximo.

—¿Estás seguro de que son indios?

—Sí, capitán.

—¿Son muchos?

—Acaso unos cincuenta.

—¿Te han visto?

—He hablado con su jefe.

—¿Consiente en darnos hospitalidad?

—Sí, porque sabe que somos enemigos de los españoles y que entre nosotros se encuentra una princesa india.

—¿Has visto caballos en su campamento?

—Una veintena.

—Espero que nos venderán algunos —dijo el Corsario—. ¡Vamos, amigos, y si todo va bien, os prometo llevaros mañana a Veracruz!

Pocos minutos después los filibusteros llegaban al campamento indio.


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Dominio público
151 págs. / 4 horas, 24 minutos / 747 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Misterio de la Vela Doblada

Edgar Wallace


Novela


I

Un descarrilamiento había detenido en Three Bridges al tren que sale de la estación Victoria a las cuatro y quince para Lewes. Aunque Juan Lexman tuvo la suerte de empalmar con el de Beston Tracey, por venir éste retrasado, se había ido ya la camioneta que constituía la única comunicación entre la aldea y el mundo exterior.

—Si puede usted esperar media hora —le dijo el jefe de la estación—, telefonearé al pueblo y haré que Briggs venga a buscarle.

Juan Lexman contempló el húmedo paisaje y se encogió de hombros.

—Iré andando —contestó lacónicamente.

Dejó la maleta al cuidado del jefe de estación, se abotonó el impermeable, subiéndose el cuello hasta la barbilla, y se lanzó resueltamente a la lluvia para recorrer las dos millas que separaban la minúscula estación férrea de la aldea de Little Beston.

La lluvia era incesante y amenazaba continuar toda la noche. Los altos setos que bordeaban el estrecho camino eran otras tantas cascadas frondosas, y el camino mismo estaba a trechos cubierto de un barro en que el viajero se hundía hasta los tobillos. Lexman se detuvo, cobijado bajo un árbol corpulento, para llenar y encender la pipa, y con su hornillo vuelto hacia abajo continuó la marcha. A no haber sido por el agua, que buscaba todas las grietas y encontraba todos los desconchados de su impermeable coraza, habría obtenido un gran placer de aquel paseo.


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Dominio público
170 págs. / 4 horas, 59 minutos / 530 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Vida del Escudero Marcos de Obregón

Vicente Espinel


Novela


Prólogo del autor

Muchos dias, y algunos meses y años estuve dudoso si echaria en el corro á este pobre Escudero, desnudo de partes y lleno de trabajos, que la confianza y la desconfianza me hacian una muy trabada é interior guerra. La confianza llena de errores, la desconfianza encogida de terrores; aquella muy presuntuosa, y estotra muy abatida; aquella desvaneciendo el celebro, y ésta desjarretando las fuerzas; y así me determiné de poner por medio á la humildad, que no solamente es tan acepta á los ojos de Dios, pero á los de los más ásperos jueces del mundo. Comuniquélas con el Licenciado Tribaldos de Toledo, muy gran poeta latino y español, docto en la lengua griega y latina, y en las ordinarias hombre de consumada verdad; y con el maestro fray Hortensio Félix Paravesin, doctísimo en letras divinas y humanas, muy gran poeta y orador; y alguna parte de ello con el Padre Juan Luis de la Cerda, cuyas letras, virtud y verdad están muy conocidas y loadas; y con el divino ingenio de Lope de Vega, que como él se rindió á sujetar sus versos á mi correccion en su mocedad, yo en mi vejez me rendí á pasar por su censura y parecer; con Domingo Ortiz, secretario del Supremo Consejo de Aragon, hombre de excelente ingenio y notable juicio; con Pedro Mantuano, mozo de mucha virtud, y versado en mucha leccion de autores graves que me pusieron más ánimo que yo tenia; y no sólo me sujeté á su censura, pero á la de todos cuantos encontraren alguna cosa digna de reprehension, suplico me adviertan de ella, que seré humilde en recibilla.


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Dominio público
363 págs. / 10 horas, 36 minutos / 325 visitas.

Publicado el 23 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

Sin Rumbo

Eugenio Cambaceres


Novela


Primera parte

I

En dos hileras, los animales hacían calle a una mesa llena de lana que varios hombres se ocupaban en atar.

Los vellones, asentados sobre el plato de una enorme balanza que una correa de cuero crudo suspendía del maderamen del techo, eran arrojados después al fondo del galpón y allí estivados en altas pilas semejantes a la falda de una montaña en deshielo.

Las ovejas, brutalmente maneadas de las patas, echadas de costado unas junto a otras, las caras vueltas hacia el lado del corral, entrecerraban los ojos con una expresión inconsciente de cansancio y de dolor, jadeaban sofocadas.

Alrededor, a lo largo de las paredes, en grupos, hombres y mujeres trabajaban agachados.

La vincha, sujetando la cerda negra y dura de los criollos, la alpargata, las bombachas, la boina, el chiripá, el pantalón, la bota de potro, al lado de la zaraza harapienta de las hembras, se veían confundidos en un conjunto mugriento.

En medio del silencio que reinaba, entrecortado a ratos por balidos quejumbrosos o por las compadradas de la chusma que esquilaba, las tijeras sonaban como cuerdas tirantes de violín, cortaban, corrían, se hundían entre el vellón como bichos asustados buscando un escondite y, de trecho en trecho, pellizcando el cuero, lonjas enteras se desprendían pegadas a la lana. Las carnes, cruelmente cortajeadas, se mostraban en heridas anchas, desangrando.

Por tres portones soplaba el viento Norte: era como los tufos abrasados de un fogón:

—¡Remedio! —gritó una voz.

La de un chino fornido, retacón, de pómulos salientes, ojos chicos, sumidos y mirada torva.

Uno de esos tipos gauchos, retobados, falsos como el zorro, bravos como el tigre.


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Dominio público
157 págs. / 4 horas, 35 minutos / 643 visitas.

Publicado el 12 de enero de 2019 por Edu Robsy.

La Corte de Carlos IV

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Sin oficio ni beneficio, sin parientes ni habientes, vagaba por Madrid un servidor de ustedes, maldiciendo la hora menguada en que dejó su ciudad natal por esta inhospitalaria Corte, cuando acudió a las páginas del Diario para buscar ocupación honrosa. La imprenta fue mano de santo para la desnudez, hambre, soledad y abatimiento del pobre Gabriel, pues a los tres días de haber entregado a la publicidad en letras de molde las altas cualidades con que se creía favorecido por la Naturaleza le tomó a su servicio una cómica del teatro del Príncipe, llamada Pepita González o la González. Esto pasaba a fines de 1805; pero lo que voy a contar ocurrió dos años después, en 1807, y cuando yo tenía, si mis cuentas son exactas, diez y seis años, lindando ya con los diez y siete.

Después os hablaré de mi ama. Ante todo debo decir que mi trabajo, si no escaso, era divertido y muy propio para adquirir conocimiento del mundo en poco tiempo.

Enumeraré las ocupaciones diurnas y nocturnas en que empleaba con todo el celo posible mis facultades morales y físicas. El servicio de la histrionisa me imponía los siguientes deberes: Ayudar al peinado de mi ama, que se verificaba entre doce y una, bajo los auspicios del maestro Richiardini, artista de Nápoles, a cuyas divinas manos se encomendaban las principales testas de la Corte.

Ir a la calle del Desengaño en busca del Blanco de perla, del Elixir de Circasia, de la Pomada a la Sultana, o de los Polvos a la Marechala, drogas muy ponderadas que vendía un monsieur Gastan, el cual recibiera el secreto de confeccionarlas del propio alquimista de María Antonieta.


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Dominio público
222 págs. / 6 horas, 30 minutos / 1.113 visitas.

Publicado el 5 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

Entre Naranjos

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


PRIMERA PARTE

I

—Los amigos te esperan en el casino. Sólo te han visto un momento esta mañana: querrán oírte; que les cuentes algo de Madrid.

Y doña Bernarda fijaba en el joven diputado una mirada profunda y escudriñadora de madre severa que recordaba a Rafael sus inquietudes de la niñez.

—¿Vas directamente al Casino?...—añadió.—Ahora mismo irá Andrés.

Saludó Rafael a su madre y a don Andrés, que aún quedaban a la mesa saboreando el café, y salió del comedor.

Al verse en la ancha escalera de mármol rojo, envuelto en el silencio de aquel caserón vetusto y señorial, experimentó el bienestar voluptuoso del que entra en un baño tras un penoso viaje.

Después de su llegada, del ruidoso recibimiento en la estación, de los vítores y música hasta ensordecer, apretones de manos aquí, empellones allá, y una continua presión de más de mil cuerpos que se arremolinaban en las calles de Alcira para verle de cerca, era el primer momento en que se contemplaba solo, dueño de sí mismo, pudiendo andar o detenerse a voluntad, sin precisión de sonreír automáticamente y de acoger con cariñosas demostraciones a gentes cuyas caras apenas reconocía.

¿Qué bien respiraba descendiendo por la silenciosa escalera, resonante con el eco de sus pasos! ¡Qué grande y hermoso le parecía el patio con sus cajones pintados de verde, en los que crecían los plátanos de anchas y lustrosas hojas! Allí habían pasado los mejores años de su niñez. Los chicuelos que entonces le espiaban desde el gran portalón, esperando una oportunidad para jugar con el hijo del poderoso don Ramón Brull, eran los mismos que dos horas antes marchaban agitando sus fuertes brazos de hortelanos, desde la estación a la casa, dando vivas al diputado, al ilustre hijo de Alcira.


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Dominio público
260 págs. / 7 horas, 35 minutos / 766 visitas.

Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.

El Olmo del Paseo

Anatole France


Novela


I

El salón gris perla, donde recibía las visitas el cardenal-arzobispo, estaba guarnecido con maderas talladas, y fue decorado en tiempo de Luis XV. Descansaban sobre los ángulos de la cornisa figuras de mujer entre varios trofeos. El espejo de la chimenea, rajado transversalmente, se hallaba cubierto, en su parte baja, por un terciopelo carmesí, sobre el que realzaba su blancura nivea una imagen de Nuestra Señora de Lourdes con su lucido manto azul. Suspendidos en las paredes veíanse retratos en colores de Pío IX y León XIII, bordados y esmaltes devotos en marcos de peluche grosella, recuerdos vaticanos o de piadosas damas. Había sobre las consolas, doradas, modelos en yeso de iglesias góticas o romanas; el cardenal-arzobispo era muy aficionado a las obras de arquitectura; se hubiera pasado la vida construyendo edificios. Del florón central colgaba una lucerna merovingia, cuyo dibujo era obra del señor Quatreberbe, arquitecto diocesano y caballero de la Orden de San Gregorio.

Monseñor, junto a la chimenea, recogiéndose la sotana para calentarse, dictaba una pastoral, mientras el padre Goulet su vicario, escribía sobre una mesa grande con incrustaciones de concha y de latón, al pie de un crucifijo de marfil: «Para que nada pueda turbar ni arrebatarnos los goces del Carmelo…».

Monseñor dictaba maquinalmente, sin mística unción. Hombre de menguada estatura, erguía su cabezota y su rostro envejecido; sus facciones eran vulgares, ordinarias; pero se advertía en ellas cierto imperio, una especie de superioridad, seguramente adquirida por el ansia y la costumbre de ser obedecido.

—«… los goces del Carmelo…». Continúe usted expresando sentimientos de concordia, respeto, cordura y sumisión a los poderes que rigen… Amóldese al espíritu, que ya conoce, de otras pastorales mías.


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Dominio público
151 págs. / 4 horas, 24 minutos / 407 visitas.

Publicado el 26 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

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