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La Perla Roja

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA PERLA ROJA

1. EL ESPÍA DE LA PENITENCIARÍA

—¡Espía!

—¡Yo espía!

—¡Bandido!

—¡Calla, animal malabar; calla!

—¡Atrévete a negarlo!

—¡Ah! ¿Conque soy espía?

—¡Soplón de los vigilantes! ¡Asesino, por cuya causa, sin que tengamos culpa alguna, nos zurran con el gato de las nueve colas!

—¿Quieres concluir ya?

—¡No; no quiero! Mientras viva no me cansaré de llamarte ¡espía!, ¡espía!, ¡espía!

—¿Es decir, que quieres que te rompa los huesos?

—¡Haz la prueba!

—¿Me provocas porque está de tu lado el hombre blanco? ¡Pues te advierto que a los dos os pongo más blandos que un limón estrujado! ¡Al Tuerto, al más temido luchador de Ceylán, nadie se le ha puesto delante!

—¡Para ti me basto y me sobro yo solo; un malabar no teme a cien cingaleses juntos!

—¡Pero al Tuerto, sí!

—¡Pues yo voy a ser el que te rompa los hocicos y envíe tus dientes a pasear por el bosque! ¡Serás la delicia de las culebras de capucha!

—Malabar, ¿quieres concluir?

—¡No, espía; porque tú eres el espía del baño!

De los labios del cingalés se escapó una blasfemia espantosa.

—¡Maldito sea Buda si no te mato! ¡Esto es demasiado! ¡Basta!

—¡Tú estabas escuchando lo que decíamos!

—¡Mientes!

—¡Y, además, te acercaste a mí y al hombre blanco arrastrándote como una serpiente! Ya sabemos todos que eres el Benjamín de los vigilantes y del comandante, ¡perro cingalés!, y que por eso no has probado la cadena doble.


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308 págs. / 8 horas, 59 minutos / 429 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Horda

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

A las tres de la madrugada comenzaron a llegar los primeros carros de la sierra al fielato de los Cuatro Caminos.

Habían salido a las nueve de Colmenar, con cargamento de cántaros de leche, rodando toda la noche bajo una lluvia glacial que parecía el último adiós del invierno. Los carreteros deseaban llegar a Madrid antes que rompiese el día, para ser los primeros en el aforo. Alineábanse los vehículos, y las bestias recibían inmóviles la lluvia, que goteaba por sus orejas, su cola y los extremos de los arneses. Los conductores refugiábanse en una tabernilla cercana, la única puerta abierta en todo el barrio de los Cuatro Caminos, y aspiraban en su enrarecido ambiente las respiraciones de los parroquianos de la noche anterior. Se quitaban la boina para sacudirla el agua, dejaban en el suelo el barro de sus zapatones claveteados, y sorbiéndose una taza de café con toques de aguardiente, discutían con la tabernera la comida que había de prepararles para las once, cuando emprendiesen el regreso al pueblo.

En el abrevadero cercano al fielato, varias carretas cargadas de troncos aguardaban la llegada del día para entrar en la población. Los boyeros, envueltos en sus mantas, dormían bajo aquéllas, y los bueyes, desuncidos, con el vientre en el suelo y las patas encogidas, rumiaban ante los serones de pasto seco.

Comenzó a despertar la vida en los Cuatro Caminos. Chirriaron varias puertas, marcando al abrirse grandes cuadros de luz rojiza en el barro de la carretera. Una churrería exhaló el punzante hedor del aceite frito. En las tabernas, los mozos, soñolientos, alineaban en una mesa, junto a la entrada, la batería del envenenamiento matinal: frascos cuadrados de aguardiente con hierbas y cachos de limón.


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321 págs. / 9 horas, 23 minutos / 322 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Cómo se Hace una Novela

Miguel de Unamuno


Ensayo, novela


Prólogo

Cuando escribo estas líneas, a fines del mes de mayo de 1927, cerca de mis sesenta y tres, y aquí, en Hendaya, en la frontera misma, en mi nativo país vasco, a la vista tantálica de Fuenterrabía, no puedo recordar sin un escalofrío de congoja aquellas infernales mañanas de mi soledad de París, en el invierno, del verano de 1925, cuando en mi cuartito de la pensión del número 2 de la rue Laperouse me consumía devorándome al escribir el relato que titulé: Cómo se hace una novela. No pienso volver a pasar por experiencia íntima más trágica. Revivíanme para torturarme con la sabrosa tortura —de «dolor sabroso» habló santa Teresa— de la producción desesperada, de la producción que busca salvarnos de la obra, todas las horas que me dieron El sentimiento trágico de la vida. Sobre mí pesaba mi vida toda, que era y es mi muerte. Pesaban sobre mí no sólo mis sesenta años de vida individual física, sino más, mucho más que ellos; pesaban sobre mí siglos de una silenciosa tradición recogidos en el más recóndito rincón de mi alma; pesaban sobre mí inefables recuerdos inconscientes de ultra-cuna. Porque nuestra desesperada esperanza de una vida personal de ultra-tumba se alimenta y medra de esa vaga remembranza de nuestro arraigo en la eternidad de la historia.

¡Qué mañanas aquellas de mi soledad parisiense! Después de haber leído, según costumbre, un capítulo del Nuevo Testamento, el que me tocara en turno, me ponía a aguardar y no sólo a aguardar sino a esperar, la correspondencia de mi casa y de mi patria y luego de recibida, después del desencanto, me ponía a devorar el bochorno de mi pobre España estupidizada bajo la más cobarde, la más soez y la más incivil tiranía.


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Dominio público
88 págs. / 2 horas, 35 minutos / 1.917 visitas.

Publicado el 12 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Cárcel de Amor

Diego de San Pedro


Novela


Comienza la obra

Después de hecha la guerra del año pasado, viniendo a tener el invierno a mi pobre reposo, pasando una mañana, cuando ya el sol quería esclarecer la tierra, por unos valles hondos y oscuros que se hacen en la Sierra Morena, vi salir a mi encuentro, por entre unos robredales donde mi camino se hacía, un caballero así feroz de presencia como espantoso de vista, cubierto todo de cabello a manera de salvaje. Llevaba en la mano izquierda un escudo de acero muy fuerte, y en la derecha una imagen femenil entallada en una piedra muy clara, la cual era de tan extrema hermosura que me turbaba la vista. Salían de ella diversos rayos de fuego que llevaba encendido el cuerpo de un hombre que el caballero forzadamente llevaba tras sí. El cual con un lastimado gemido de rato en rato decía: «En mi fe, se sufre todo». Y como emparejó conmigo, díjome con mortal angustia: «Caminante, por Dios te pido que me sigas y me ayudes en tan gran cuita». Yo, que en aquella sazón tenía más causa para temer que razón para responder, puestos los ojos en la extraña visión, estuve quedo, trastornando en el corazón diversas consideraciones: dejar el camino que llevaba parecíame desvarío, no hacer el ruego de aquel que así padecía figurábaseme inhumanidad, en seguirle había peligro, y en dejarle, flaqueza. Con la turbación, no sabía escoger lo mejor. Pero ya que el espanto dejó mi alteración en algún sosiego, vi cuánto era más obligado a la virtud que a la vida, y empachado de mí mismo por la duda en que estuve, seguí la vía de aquel que quiso ayudarse de mí. Y como apresuré mi andar, sin mucha tardanza alcancé a él y al que la fuerza le hacía, y así seguimos todos tres por unas partes no menos trabajosas de andar que solas de placer y de gente. Y como el ruego del forzado fue causa que lo siguiese, para cometer al que lo llevaba faltábame aparejo y para rogarle merecimiento, de manera que me fallecía consejo.


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77 págs. / 2 horas, 15 minutos / 362 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Baza de Espadas

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


Primera parte. Vísperas setembrinas

¿Qué pasa en Cádiz?

I

Fluctuación en los cambios. La Bolsa en baja. Valores en venta. El Marqués de Salamanca sonríe entre el humo del veguero. Un Agente de Cambio se pega un tiro:

—¿Qué pasa en Cádiz?

II

Asmodeo, el brillante cronista, también sufre los rigores del pánico bursátil: Doña Walda, la lotera, se ha negado a canjearle por cuños de plata los timbres del franqueo que, a cuenta de atrasos, pudo sacarle al Administrador de La Época. Asmodeo, tras de morderse las uñas, resolvió darle un sablazo al Marqués de Salamanca. El brillante cronista floreaba el junco por la acera, dispuesto, con filosófico cinismo, a soportar las burletas del opulento personaje, que solía acompañar sus esplendideces con zumbas de mala sangre.

III

El Marqués de Salamanca, obeso, enlevitado, rubicundo, ojeaba los periódicos entre nubes de tabaco, hundido en un sillón:

—Adelante, simpático Cojuelo.

—¡Querido Marqués!

—¿Viene usted a proponerme algún negocio?

Baló Asmodeo con risa adulona:

—¡No tiene usted capital para asociarse conmigo!

—Usted lo dice en chanza, y yo lo tomo en veras. Ser joven es ser dueño de la lámpara de Aladino.

—¡Usted es el eterno joven!

—Hágamelo usted bueno. ¿Qué malas intenciones le traen?

—Usted lo ha dicho: Proponerle un negocio.

—Será preciso aplazarlo. Ahora tengo una reunión política.

—Mi asunto se trata en dos palabras.

—Las palabras se enredan, como las cerezas.

—Querido Marqués, seré lacónico como un espartano.

—Usted será siempre un ateniense. ¿Qué se cuenta en el ágora de la Puerta del Sol?

—¡Parece que hay marejada!


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Dominio público
169 págs. / 4 horas, 56 minutos / 472 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

Años y Leguas

Gabriel Miró


Novela


Dedicatoria

Sigüenza se ve como espectáculo de sus ojos, siempre a la misma distancia siendo él. Está visualmente rodeado de las cosas y comprendido en ellas. Es menos o más que su propósito y que su pensamiento. Se sentirá a sí mismo como si fuese otro, y ese otro es Sigüenza hasta sin querer. Sean estas páginas suyas para el amigo de Sigüenza, más Sigüenza y más él.

La llegada

Camino de su heredad de alquiler, se le aparece a Sigüenza el recuerdo de una rinconada de Madrid. Las ciudades grandes, ruidosas y duras, todavía tienen alguna parcela con quietud suya, con tiempo suyo acostado bajo unas tapias de jardines. Asoma el fragmento de un árbol inmóvil participando de la arquitectura de una casona viejecita.

Por allí se internaba muchas veces Sigüenza. La rinconada le dio su goce a costa del cansancio de la ciudad. Allí se escaparía cuando quisiera, llenándose el corazón y los ojos de todo aquello, como si se llenara, de prisa, los bolsillos.

Promesa de provincia; es decir, de infancia. Detrás de un cantón surge el horizonte de tierra labradora: follajes opulentos de la Casa Real; nieblas del río; senderitos que se tuercen y suben, y se apartan de Madrid, anda que andarás...

...Y al volver la memoria, le parecía a Sigüenza que volviese con recelo sus ojos a muchas leguas de distancia. Porque, ahora, desde la verdad rural, aquel sitio apacible, de consolación, no era sino el principio de la ciudad, un embuste de calma.

Iba Sigüenza montado en un jumento, porque así recorrió, hacía mucho tiempo, sus campos natales. Estaba muy gozoso, como entonces; no había más remedio, para guardarse fidelidad a sí mismo, al que era hacía veinte años. Y se inclinaba tocando la piel tibia y sudada de la cabalgadura, y se miró en sus ojos, gordos, dorados y dulces como dos frutos.


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Dominio público
202 págs. / 5 horas, 53 minutos / 317 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2020 por Edu Robsy.

Agua de Nieve

Concha Espina


Novela


A ISABEL CARRANCEJA

Amiga y señora: Recibid con buen semblante esta novela, nacida en noble cuna, pues se escribió en vuestra casa al amparo de generosa hospitalidad. Si la dulzura del asilo que me disteis y la grandeza de esas marinas y paisajes montañeses no fueron parte á producir obra más bella, cúlpese á mi pobre ingenio, harto ruin, que no supo recoger de tantas hermosuras sino vedijas de niebla, pedazos de hielo y salitres de la mar. Pero la lumbre de vuestro corazón, al reflejarse en estas páginas, habrá de encenderlas con suavísimos resplandores, como sol de Mayo, alegría del agua y de la nieve...

Concha Espina


LIBRO PRIMERO. LA VIAJERA RUBIA


I

en el lazareto de san simón.—regina de alcántara.—el espejo turbio.—los misterios de una noche de mayo.—la felicidad descalza.

Tocó el bote dulcemente en la tierra, tierra frondosa y húmeda que emergía de las aguas como un jirón de los blandos vergeles submarinos. Regina de Alcántara, moza elegante y gentilísima, de ojos negros y cabellos rubios, desembarcó de un salto, rápida y leve, sin advertir que un pasajero le tendía, solícito, la mano. Dió la muchacha algunos pasos por la costa, con visible emoción, y, de pronto, hincándose de rodillas, hundió en la hierba fragante el demudado rostro. Acarició la mullida tierra con un largo beso y levantóse después; miró en torno suyo algo confusa, y como el mismo pasajero se acercara á decirla:—¿Llora usted?—ella, riendo, contestó:—No lloro... Es que la pradera me ha mojado con sus lágrimas... Esta tierra mía del Norte siempre está llorando...


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243 págs. / 7 horas, 5 minutos / 870 visitas.

Publicado el 2 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

A Flor de Piel

Antonio de Hoyos y Vinent


Novela


Épigraphe pour un lyre condamné

Lecteur paisible et bucolique,
sobre et naïf homme de bien,
jette ce livre saturnien,
orgiaque et mélancolique.

Si tu n'as fait ta rhétorique
chez Satan, le rusé doyen,
jette! tu n'y comprendrais rien
ou tu me croirais hystérique.

Mais si, sans se laisser charmer,
Ton æil sait, plonger dans les gouffres,
Lis-moi pour apprendre à m'aimer;

Ame curieuse qui gouffres
Et vas cherchant ton paradis,
Plains-moi!… Sinon, je te maudis!

CHARLES BAUDELAIRE

Parte 1. Libro primero

Capítulo 1

Hay un trágico cotidiano que es mucho más real, mucho más
profundo y mucho más conforme con nuestro ser verdadero
que el trágico de las grandes aventuras.

MAETERLINCK


Tus lunares van a ser causa
que me echen a mí de esta casa.
Que me echen a mí de esta casa.

… Y Lucerito Soler, grácil y vibradora, se marcó un tango con toda la sal de la tierra de María Santísima y toda la voluptuosa, languidez de las danzas moras, haciendo destacarse lujuriantes las divinas formas de su cuerpo bajo el vergel florido de un mantón de Manila de largos flecos. Un brazo en alto, sosteniendo sobre los bandós de pelo negro, brillante y azulado, que recortaban la pura frente de helénico entrecejo, el redondo sombrero de color tabaco, y el otro un poco echado hacia atrás, dibujando armoniosa curva que remataba castañeteante la fina mano de corte aristocrático, mareaba con los piececitos de niña los compases del baile, mientras sus ojos, inmensos, misteriosos, nostálgicos, indefinibles, languidecían henchidos de picardías y deseos, y sus dientes, blancos y menudos, mordían ansiosamente la fruta prohibida de sus labios rojos, en vago prometer de voluptuosidades.


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197 págs. / 5 horas, 45 minutos / 932 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Niño y Grande

Gabriel Miró


Novela


«L'amour est la seule passion qui se paye d'une monnaie qu'elle fabrique elle-même».

(Stendhal, Fragments divers, CXLV)

I. La hermana de Bellver

I. Mis padres. Mi abuela

Era mi padre de los Hernando de la Mancha, linaje de labradores ricos y temerosos de Dios. Muy joven pasó a la comarca de Murcia, y allí prendose de la mujer que había de ser mi madre, que era de casa rancia y empobrecida.

Pusiéronme de nombre Antonio, pero no parece sino que la Humanidad celebró concilio cuando vine al mundo para llamarme Antón. Ilustran, también, mi cédula de nacimiento los nombres de Sebastián y Macario: aquél, para complacencia de mi padrino, Sebastián Reyes, mercader de cerdos y ovejas; y el último, porque nací el día de San Macario, pero Macario de enero, pues se sabe de otro varón Macario, santo igualmente, que la Iglesia celebra el 1.º de abril. Estos conocimientos hagiológicos se los debo a una abuela mía, que me guió y educó con grandísimo celo de piedad. Debo a la misma señora las peregrinas noticias de que nací moreno como el pan de las familias pobres; que apenas me acristianaron volviose mi carne de baza en blanca, encendida y rubia como una candela, y que lloré mis primeras lágrimas al declinar el sol, cuando su redondo filo de fuego parecía rajar la torre de una aldea lejana. Por eso, por la incertidumbre de la hora —según me dijo—, tengo distinta tonalidad en la parda color de mis pupilas, y los lóbulos de mis orejas están algo separados de los maxilares.


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Dominio público
79 págs. / 2 horas, 19 minutos / 143 visitas.

Publicado el 27 de julio de 2020 por Edu Robsy.

La Tribuna

Emilia Pardo Bazán


Novela


Prólogo

Lector indulgente: No quiero perder la buena costumbre de empezar mis novelas hablando contigo breves palabras. Más que nunca debo mantenerla hoy, porque acerca de La Tribuna tengo varias advertencias que hacerte, y así caminarán juntos en este prólogo el gusto y la necesidad.

Si bien La Tribuna es en el fondo un estudio de costumbres locales, el andar injeridos en su trama sucesos políticos tan recientes como la Revolución de Setiembre de 1868, me impulsó a situarla en lugares que pertenecen a aquella geografía moral de que habla el autor de las Escenas montañesas, y que todo novelista, chico o grande, tiene el indiscutible derecho de forjarse para su uso particular. Quien desee conocer el plano de Marineda, búsquelo en el atlas de mapas y planos privados, donde se colecciona, no sólo el de Orbajosa, Villabermeja y Coteruco, sino el de las ciudades de R***, de L*** y de X***, que abundan en las novelas románticas. Este privilegio concedido al novelista de crearse un mundo suyo propio, permite más libre inventiva y no se opone a que los elementos todos del microcosmos estén tomados, como es debido, de la realidad. Tal fue el procedimiento que empleé en La Tribuna, y lo considero suficiente—si el ingenio me ayudase—para alcanzar la verosimilitud artística, el vigor analítico que infunde vida a una obra.


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207 págs. / 6 horas, 2 minutos / 526 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

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