Textos más vistos etiquetados como Novela disponibles | pág. 11

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La Letra Escarlata

Nathaniel Hawthorne


Novela


INTRODUCCIÓN

AL presentar en lengua castellana la obra maestra del novelista americano Nataniel Hawthorne, que sin duda es también una de las más notables producciones de la literatura amena de los Estados Unidos, hemos creído conveniente hacerla preceder de la traducción de los párrafos que, á manera de prefacio, aparecen en una de las últimas ediciones de esta novela en su idioma nativo. Como verá el que lo leyere, se dan en dicho trabajo algunos detalles, que no carecen de interés, acerca de la obra y de su autor:—

"LA LETRA ESCARLATA fué la primera producción de gran aliento que escribió Hawthorne después de haberse dado á conocer con sus "Cuentos dos veces referidos;" y también el primero de sus libros que alcanzó popularidad. En el intermedio había publicado "El Sillón del Abuelo," para niños, y "Musgos de una antigua morada;" pero solo después de fijada su residencia en Salem, donde desempeñaba el empleo de Administrador de la Aduana de aquel puerto, fué cuando comenzó á experimentar la sensación, según manifestó él mismo á un amigo suyo, de "que una novela le bullía en el cerebro." Esta novela es la que hoy goza de fama universal y se ofrece á los lectores en el presente volumen. La comenzó á principios del invierno de 1849 á 1850, y la terminó en 3 de Febrero del año últimamente nombrado. Al día siguiente de concluída, escribió á su amigo Horacio Bridge diciéndole:—


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Dominio público
279 págs. / 8 horas, 9 minutos / 2.121 visitas.

Publicado el 24 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Niña de Luzmela

Concha Espina


Novela


PRIMERA PARTE

I

Habíase convertido don Manuel en un soñador quejoso. Hacía tiempo que parecían extinguidas en él aquellas ráfagas de alegría loca que, de tarde en tarde, solían sacudirle, agitando toda la casa.

En tales ocasiones, parecía don Manuel un delirante. Todo su cuerpo se conmovía con el huracán de aquel extraño gozo que le hacía cantar, correr, tocar el piano y reirse a carcajadas. Mirábanle entonces, compadecidos, los criados, y la vieja Rita, haciéndose cruces en un rincón, desgranaba su rosario a toda prisa, murmurando:

—Son los malos…, los malos…; siempre estuvo el mi pobre poseído….

Carmencita seguía los pasos acelerados de su padrino, pálida y silenciosa, prestando un dulce asentimiento a aquella alegría disparatada y sonriendo con mucha tristeza.

En algunas de estas extrañas crisis don Manuel tomaba entre sus manos ardientes la cabeza gentil de la niña y, mirando en éxtasis sus ojos garzos y profundos, le había dicho con fervor:

—Llámame padre…, ¿oyes?… llámame padre.

La niña, trémula, decía que sí.

Y pasado el frenesí de aquellas horas, cuando el caballero, deprimido y amustiado, se hundía en su sillón patriarcal a la vera de la ventana, llamaba a Carmencita, y acariciándole lentamente los cabellos, le decía «a escucho»:

—Llámame padrino, como siempre, ¿sabes?

También la niña respondía que sí.

 

Aquel día don Manuel sentía en el pecho un dolor agudo y persistente, un zumbido penoso en la cabeza…. ¿Iría a morirse ya?

El hidalgo de Luzmela aseguraba que no tenía miedo a la muerte, que habiendo meditado en ella durante muchas horas sombrías de sus jornadas, no había salido de sus fúnebres cavilaciones con horror, sino con la mansa resignación que deben inspirar las tragedias inevitables.


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118 págs. / 3 horas, 27 minutos / 462 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Cádiz

Benito Pérez Galdós


Novela


I

En una mañana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de la Isla, donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo a un aviso tan discreto como breve que cierta dama tuvo la bondad de enviarme. El día era hermoso, claro y alegre cual de Andalucía, y recorrí con otros compañeros, que hacia el mismo punto si no con igual objeto caminaban, el largo istmo que sirve para que el continente no tenga la desdicha de estar separado de Cádiz; examinamos al paso las obras admirables de Torregorda, la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailes y personas graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobre si se percibían claramente o no las posiciones de los franceses al otro lado de la bahía; echamos unas cañas en el figón de Poenco, junto a la Puerta de Tierra, y finalmente, nos separamos en la plaza de San Juan de Dios, para marchar cada cual a su destino. Repito que era en Febrero, y aunque no puedo precisar el día, sí afirmo que corrían los principios de dicho mes, pues aún estaba calentita la famosa respuesta: «La ciudad de Cádiz, fiel a los principios que ha jurado, no reconoce otro rey que al señor D. Femando VII. 6 de Febrero de 1810».

Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de doña Flora, esta me dijo:

—¡Cuán impaciente está la señora condesa, caballerito, y cómo se conoce que se ha distraído usted mirando a las majas que van a alborotar a casa del señor Poenco en Puerta de Tierra!

—Señora—le respondí—juro a usted que fuera de Pepa Hígados, la Churriana, y María de las Nieves, la de Sevilla, no había moza alguna en casa de Poenco. También pongo a Dios por testigo de que no nos detuvimos más que una hora y esto porque no nos llamaran descorteses y malos caballeros.


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245 págs. / 7 horas, 9 minutos / 898 visitas.

Publicado el 21 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Cenizas

Grazia Deledda


Novela


Primera parte

I

Era la víspera de San Juan al anochecer. Olí salió de la caseta de peón caminero, situada á la orilla del camino que va de Nuoro á Mamojada, y marchó campo á través. Tenía unos quince años. Era alta y hermosa, con grandes ojos felinos, glaucos, un poco oblicuos, y boca voluptuosa, cuyo labio inferior, algo hendido en su mitad, parecía formado por dos cerezas. De la cofia encarnada, atada bajo la puntiaguda barbilla, salían dos mechones de negros y relucientes cabellos, ensortijados alrededor de las orejas. Este peinado y lo pintoresco del traje, falda roja y corpiño de brocado terminado por dos puntas recurvadas que sostenían el seno, daban á la chiquilla una gracia oriental. Entre los dedos, llenos de anillitos de metal, llevaba cintas y lazos escarlata, para señalar las flores de San Juan, ó sean matas de gordolobo, tomillo y asfódelo, que, cogidas á la madrugada del día siguiente, servían de medicina y amuletos.

Aun cuando Olí no hubiese señalado las plantas que quería arrancar, no había peligro de que alguien las tocara. Todo el campo, alrededor de la caseta donde vivía con su padre y hermanitos, estaba completamente desierto. Sólo á lo lejos las ruinas de una casa de labranza sobresalían entre un campo de trigo, cual escollo en un verde lago. En la campiña agonizaba la salvaje primavera sarda; se deshojaban las flores del asfódelo, se desgranaban los dorados racimos de la retama; las rosas palidecían en los matorrales, amarilleaba la hierba; un fuerte olor de heno perfumaba la pesada atmósfera.

La vía láctea y los últimos resplandores del horizonte, que parecía una faja de mar lejano, daban á la noche claridad de crepúsculo. Cerca del río, cuyas escasísimas aguas reflejaban las estrellas y el cielo violáceo, encontró Olí á dos de sus hermanitos que cazaban grillos.

—¡Á casa! ¡De prisa!—les dijo con su hermosa voz aún infantil.


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Dominio público
271 págs. / 7 horas, 54 minutos / 76 visitas.

Publicado el 7 de agosto de 2024 por Edu Robsy.

Flor de Mayo

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


I

Al amanecer cesó la lluvia. Los faroles de gas reflejaban sus inquietas luces en los charcos del adoquinado, rojos como regueros de sangre, y la accidentada línea de tejados comenzaba á dibujarse sobre el fondo ceniciento del espacio.

Eran las cinco. Los vigilantes nocturnos descolgaban sus linternas de las esquinas, y golpeando con fuerza los entumecidos pies se alejaban después de saludar con perezoso ¡bòn día! á las parejas de agentes encapuchados que aguardaban el relevo de las siete.

Á lo lejos, agrandados por la sonoridad del amanecer, desgarraban el silencio los silbidos de los primeros trenes que salían de Valencia. En los campanarios, los esquilones llamaban á la misa del alba, unos con una voz cascada de vieja, otros con inocente balbuceo de niño, y repetido de azotea en azotea vibraba el canto del gallo con su estridente entonación de diana guerrera.

En las calles desiertas y mojadas, despertaban extrañas sonoridades los pasos de los primeros transeuntes. Por las puertas cerradas escapábase, al través de las rendijas, la respiración de todo un pueblo en las últimas delicias de un sueño tranquilo.

Aclarábase el espacio lentamente, como si arriba fuesen rasgándose una por una las innumerables gasas tendidas ante la luz. Penetraba en las encrucijadas, hasta en los últimos rincones, una claridad gris y fría, que sacaba de la sombra los pálidos contornos de la ciudad; y como un esfumado paisaje de linterna mágica con el foco de luz fija lentamente en sus perfiles, aparecían las fachadas mojadas por el aguacero, los tejados brillantes como espejos, los aleros destilando las últimas gotas y los árboles de los paseos, desnudos y escuetos como escobas, sacudiendo el invernal ramaje, con el tronco musgoso destilando humedad.


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Dominio público
173 págs. / 5 horas, 3 minutos / 585 visitas.

Publicado el 19 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Aventuras de Cabeza de Piedra

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LA TRAICIÓN DE DAVIS

—¡Por todos los campanarios de Bretaña! ¡Abajo las armas u os arrojamos al lago, miserables!

—No, maestre «Cabeza de Piedra».

—¡Cómo! ¿No obedecéis? Somos cuatro contra cuatro, y yo solo valgo por dos.

—No nos asustáis; dadnos las dos cartas que habéis recibido del general Washington y del barón sir William McLellan, comandante del buque La Tonante.

—¿De dónde has sacado eso, maestre Davis? —vociferó «Cabeza de Piedra».

—Lo sé; y esas cartas no han de llegar al fuerte de Ticonderoga.

—Te han engañado como a un chino, maestre Davis. Y basta ya, ¡por cien mil cuernos de bisonte! ¡A mí, «Petifoque»; a mí, hessianos! ¡Arrojemos al agua a estos traidores!

—Maestre «Cabeza de Piedra» —dijo Davis—, no os aconsejo empeñar la lucha, porque estáis desarmados; mientras dormíais hemos quitado los pedernales de vuestros mosquetes.

—Entonces, ¿lo que queréis son nuestras vidas?

—No; lo que queremos son esas dos cartas, que debo remitir al general Burgoyne. Entregádnoslas y os dejaremos volver tranquilamente a Nueva York.

—¿Burgoyne? ¿Quién es?

—El nuevo general que ha tomado el mando de las fuerzas que acaudillaba Carleton. Pero hay otra persona más que desea esos documentos.

«Cabeza de Piedra» había empuñado su fusil por el cañón después de asegurarse de que, efectivamente, sus armas de fuego habían sido inutilizadas.

—Sigue, sigue —gritó—, no tenemos prisa; ¿quién es esa otra persona?

—Pues bien, es el marqués de Halifax.

—¿El hermano del barón McLellan?

—El mismo.

«Cabeza de Piedra» dejó escapar un rugido y dio dos pasos adelante, volteando furiosamente el pesado fusil.


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265 págs. / 7 horas, 44 minutos / 689 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Sombrero de Tres Picos

Pedro Antonio de Alarcón


Novela


AL SEÑOR

D. JOSÉ SALVADOR DE SALVADOR

Dedico esta obra.

P. A. de Alarcón.

Julio de 1874.

PREFACIO DEL AUTOR

Pocos españoles, aun contando a los menos sabios y leídos, desconocerán la historieta vulgar que sirve de fundamento a la presente obrilla.

Un zafio pastor de cabras, que nunca había salido de la escondida Cortijada en que nació, fue el primero a quien nosotros se la oímos referir.—Era el tal uno de aquellos rústicos sin ningunas letras, pero naturalmente ladinos y bufones, que tanto papel hacen en nuestra literatura nacional con el dictado de pícaros. Siempre que en la Cortijada había fiesta, con motivo de boda o bautizo, o de solemne visita de los amos, tocábale a él poner los juegos de chasco y pantomima, hacer las payasadas y recitar los romances y relaciones;—y precisamente en una ocasión de éstas hace ya casi toda una vida..., es decir, (hace ya más de treinta y cinco años), tuvo a bien deslumbrar y embelesar cierta noche nuestra inocencia (relativa) con el cuento en verso de El Corregidor y la Molinera, o sea de El Molinero y la Corregidora, que hoy ofrecemos nosotros al público bajo el nombre más trascendental y filosófico (pues así lo requiere la gravedad de estos tiempos) de El Sombrero de tres picos.

Recordamos, por señas, que cuando el pastor nos dio tan buen rato, las muchachas casaderas allí reunidas se pusieron muy coloradas, de donde sus madres dedujeron que la historia era algo verde, por lo cual pusieron ellas al pastor de oro y azul; pero el pobre Repela (así se llamaba el pastor) no se mordió la lengua, y contestó diciendo: que no había por qué escandalizarse de aquel modo, pues nada resultaba de su relación que no supiesen hasta las monjas y hasta las niñas de cuatro años....


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85 págs. / 2 horas, 30 minutos / 1.139 visitas.

Publicado el 26 de abril de 2016 por Edu Robsy.

Paz en la Guerra

Miguel de Unamuno


Novela


I

por los años de cuarenta y tantos una tienducha de las que ocupaban medio portal á lo largo, abriéndose por una compuerta colgada del techo, y que á él se enganchaba una vez abierta; una chocolatería llena de moscas, en que se vendía variedad de géneros, una minita que iba haciendo rico á su dueño, al decir de los vecinos. Era dicho corriente el de que en el fondo de aquellas casas viejas de las siete calles, debajo de los ladrillos tal vez, hubiese saquillos de peluconas, hechas, desde que se fundó la villa mercantil, ochavo á ochavo, con una inquebrantable voluntad de ahorro.

A la hora en que la calle se animaba, á eso del medio día, solíase ver al chocolatero de codos en el mostrador, y en mangas de camisa, que hacían resaltar una carota afeitada, colorada y satisfecha.

Pedro Antonio Iturriondo había nacido con la Constitución, el año doce. Fueron sus primeros de aldea, de lentas horas muertas á la sombra de los castaños y nogales ó al cuidado de la vaca, y cuando de muy joven fué llevado á Bilbao á aprender el manejo del majadero bajo la inspección de un tío materno, era un trabajador serio y tímido. Por haber aprendido su oficio durante aquel decenio patriarcal debido á los cien mil hijos de San Luís, el absolutismo simbolizó para él una juventud calmosa, pasada á la penumbra del obrador los días laborables, y en el baile de la campa de Albia los festivos. De haber oído hablar á su tío de realistas y constitucionales, de apostólicos y masones, de la regencia de Urgel y del ominoso trienio del 20 al 23 que obligara al pueblo, harto de libertad según el tío, á pedir inquisición y cadenas, sacó Pedro Antonio lo poco que sabía de la nación en que la suerte le puso, y él se dejaba vivir.


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Dominio público
314 págs. / 9 horas, 10 minutos / 192 visitas.

Publicado el 11 de octubre de 2023 por Edu Robsy.

Tirano Banderas

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


Prólogo

I

Filomeno Cuevas, criollo ranchero, había dispuesto para aquella noche armar a sus peonadas con los fusiles ocultos en un manigual, y las glebas de indios, en difusas líneas, avanzaban por los esteros de Ticomaipú. Luna clara, nocturnos horizontes profundos de susurros y ecos.

II

Saliendo a Jarote Quemado con una tropilla de mayorales, arrendó su montura el patrón, y a la luz de una linterna pasó lista:

—Manuel Romero.

—¡Presente!

—Acércate. No más que recomendarte precaución con ponerte briago. La primera campanada de las doce será la señal. Llevas sobre ti la responsabilidad de muchas vidas, y no te digo más. Dame la mano.

—Mi jefesito, en estas bolucas somos baqueanos.

El patrón repasó el listín:

—Benito San Juan.

—¡Presente!

—¿Chino Viejo te habrá puesto al tanto de tu consigna?

—Chino Viejo no más me ha significado meterme con alguna caballada por los rumbos de la feria y tirarlo todo patas al aire. Soltar algún balazo y no dejar títere sano. La consigna no aparenta mayores dificultades.

—¡A las doce!

—Con la primera campanada. Me acantonaré bajo el reloj de Catedral.

—Hay que proceder de matute y hasta lo último aparentar ser pacíficos feriantes.

—Eso seremos.

—A cumplir bien. Dame la mano.

Y puesto el papel en el cono luminoso de la linterna, aplicó los ojos el patrón:

—Atilio Palmieri.

—¡Presente!

Atilio Palmieri era primo de la niña ranchera: Rubio, chaparro, petulante. El ranchero se tiraba de las barbas caprinas:

—Atilio, tengo para ti una misión muy comprometida.

—Te lo agradezco, pariente.


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Dominio público
159 págs. / 4 horas, 39 minutos / 1.451 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Tristana

Benito Pérez Galdós


Novela


I

En el populoso barrio de Chamberí, más cerca del Depósito de Aguas que de Cuatro Caminos, vivía, no ha muchos años, un hidalgo de buena estampa y nombre peregrino; no aposentado en casa solariega, pues por allí no las hubo nunca, sino en plebeyo cuarto de alquiler de los baratitos, con ruidoso vecindario de taberna, merendero, cabrería y estrecho patio interior de habitaciones numeradas. La primera vez que tuve conocimiento de tal personaje y pude observar su catadura militar de antiguo cuño, algo así como una reminiscencia pictórica de los tercios viejos de Flandes, dijéronme que se llamaba don Lope de Sosa, nombre que trasciende al polvo de los teatros o a romance de los que traen los librillos de retórica; y, en efecto, nombrábanle así algunos amigos maleantes; pero él respondía por don Lope Garrido. Andando el tiempo, supe que la partida de bautismo rezaba don Juan López Garrido, resultando que aquel sonoro don Lope era composición del caballero, como un precioso afeite aplicado a embellecer la personalidad; y tan bien caía en su cara enjuta, de líneas firmes y nobles, tan buen acomodo hacía el nombre con la espigada tiesura del cuerpo, con la nariz de caballete, con su despejada frente y sus ojos vivísimos, con el mostacho entrecano y la perilla corta, tiesa y provocativa, que el sujeto no se podía llamar de otra manera. O había que matarle o decirle don Lope.


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166 págs. / 4 horas, 51 minutos / 1.703 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

910111213