Textos más vistos etiquetados como Novela disponibles | pág. 12

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Bug-Jargal

Victor Hugo


Novela


Prólogos

Primera edición

Enero de 1826


El episodio que vais a leer, cuyo fondo está tomado de la rebelión de los esclavos de Santo Domingo en 1791, tiene cierto aire de circunstancia que hubiese bastado para que el autor no pudiera publicarlo. Sin embargo, habiendo sido ya impreso y distribuído un corto número de ejemplares de un bosquejo de este opúsculo en 1820, en una época en que la política del día se ocupaba muy poco de Haití, es evidente que si el asunto que trata ha tomado luego mayor interés, el autor no tiene la culpa. Los acontecimientos se han conciliado con el libro y no el libro con los acontecimientos.

Sea como sea, el autor no pensaba sacar esta obra de la penumbra en que estaba como sepultada; pero al saber que un librero de la capital se proponía reimprimir su anónimo boceto, se ha creído en la obligación de evitar esta reimpresión poniendo él mismo al día su trabajo revisado y en cierto modo rehecho, precaución que ahorra una molestia a su amor propio de autor, y al susodicho librero una mala especulación.

Habiendo sabido varias personas distinguidas que, ya como colonos, ya como funcionarios, estuvieron interesadas en los disturbios de Santo Domingo, la próxima publicación de este episodio, han tenido gusto en prestar espontáneamente al autor materiales tanto más preciosos cuanto que en su mayoría son inéditos. El autor les atestigua aquí su agradecimiento. Tales documentos le han sido de gran utilidad para rectificar lo que el relato del capitán d’Auverney presentaba de incompleto en lo que se refiere al color local y de falso en lo relativo a la verdad histórica.


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Dominio público
178 págs. / 5 horas, 13 minutos / 357 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Dentro del Cercado

Gabriel Miró


Novela


Primera parte

I

Laura y la vieja Martina suspiraron, alzando los ojos y el corazón al Señor. La enferma las había mirado y sonreído. Sus secas manos asían crispadamente el embozo de las ropas; los párpados y ojeras se le habían ennegrecido tanto, que parecía mirar con las órbitas vacías. Pero, estaba mejor; lo decía sonriendo.

Laura puso el azulado fanal al vaso de la lucerna; envolviose en su manto de lana, cándido y dócil como hecho de un solo copo inmenso y esponjoso; y, acercando la butaca, reclinó su dorada cabeza en las mismas almohadas de la madre.

Todo el celeste claror de la pequeña lámpara, que ardía dulce y divina como una estrella, cayó encima de la gentil mujer. Descaecida por las vigilias y ansiedades, blanca y abandonada en el ancho asiento, su cuerpo aparecía delgado, largo y rendido, de virgen mística después de un éxtasis ferviente y trabajoso. Pero, al levantarse para mirar y cuidar a la postrada, aquella mujer tan lacia y pálida, se transfiguraba mostrándose castamente la firme y bella modelación de su carne.

Venciendo su grosura y cansancio salió Martina, apresurada y gozosa; y golpeó y removió al criado de don Luis, que dormía en el viejo sofá de una solana, cerrada con vidrieras.

Despertose sobresaltado el mozo, preguntando:

—¿Ya ha muerto?

Martina lo maldijo enfurecidamente.

—¡La señora no ha muerto ni morirá! La señora habla y duerme, y está mejor...

—Entonces se muere, y pronto...

Y tornó a cabecear este buen nombre que venteaba la desventura.

Martina abrió la ventana. Había luna grande, dorada y vieja, mordida en su corva orilla por la voraz fantasma de la noche. Los campos desoladores, eriazos con rodales y hondos de retamas y ortigas, emergían débilmente de la negrura untados de una lumbrecita lunar de tristeza de cirios.


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Dominio público
81 págs. / 2 horas, 22 minutos / 118 visitas.

Publicado el 25 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Equipaje del Rey

Benito Pérez Galdós


Novela


I

El 17 de Marzo de 1813 salieron de palacio algunos coches, seguidos de numerosa escolta, y bajando por Caballerizas a la puerta de San Vicente, tomaron el camino de la puerta de Hierro.

—Su Majestad intrusa va al Pardo —dijo don Lino Paniagua en uno de los corrillos que se formaron al pasar los carruajes y la tropa.

—Todavía no es el tiempo de la bellota, señores —repuso otro, que se preciaba de no abrir la boca sin regalar al mundo alguna frutecilla picante y sabrosa del árbol de su ingenio.

—Su Majestad se ha convencido de que no engordará en España, y por ese camino adelante no parará hasta Francia —indicó un tercero, hombre forzudo y ordinario que respondía al nombre de Mauro Requejo.

—¡A Francia! Todas las mañanas nos saluda la gente con el estribillo de que se marchan los franceses aburridos y cansados, y por las noches nos acostamos con la certidumbre de que los franceses no se aburren, ni se cansan, ni tampoco se van.


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Dominio público
194 págs. / 5 horas, 40 minutos / 399 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Hijo del Corsario Rojo

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo I. La Marquesa de Montelimar

—¡El señor conde de Miranda!

Este nombre, pronunciado en alta voz por un esclavo galoneado, vestido de seda azul con grandes flores amarillas, y de piel negra como el carbón, produjo impresión profunda entre los innumerables invitados que llenaban las magníficas estancias de la marquesa de Montelimar, la bella, celebrada por todos los aventureros y por todos los oficiales de mar y de tierra de Santo Domingo.

El baile, animadísimo hasta aquel momento, interrumpióse de pronto, porque caballeros y damas precipitáronse casi hacia la puerta del salón grande, como atraídos por irresistible curiosidad de ver de cerca a aquel conde, que según decían había hecho volver la cabeza a mucha gente en las pocas horas que se dejó ver en las calles de la capital de Santo Domingo.

Apenas el criado negro levantó la rica cortina de damasco con ancha franja de oro, apareció el personaje anunciado.

Era un arrogante joven de veintiocho a treinta años, de estatura más bien alta, continente elegantísimo, que denunciaba al gran señor, ojos negros y ardientes, bigotes negros rizados hacia arriba, y piel blanquísima, cosa bastante extraña en un comandante de fragata, acostumbrado a navegar bajo el sol abrasador del Golfo de México.

Aquel extraño e interesante personaje, tal vez por capricho, iba vestido todo de seda roja.

Roja era la casaca, rojos los alamares, rojos los calzones, rojo el amplio fieltro, adornado con larga pluma, y también los encajes, los guantes y aun las altas botas de campaña; ¿qué más? Hasta la vaina de la espada era de cuero rojo.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.543 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Juguete Rabioso

Roberto Arlt


Novela


Parte 1. Los ladrones

Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia.

Decoraban el frente del cuchitril las policromas carátulas de los cuadernillos que narraban las aventuras de Montbars el Pirata y de Wenongo el Mohicano. Nosotros los muchachos al salir de la escuela nos deleitábamos observando los cromos que colgaban en la puerta, descoloridos por el sol.

A veces entrábamos a comprarle medio paquete de cigarrillos Barrilete, y el hombre renegaba de tener que dejar el banquillo para mercar con nosotros.

Era cargado de espaldas, carisumido y barbudo,y por añadidura algo cojo, una cojera extraña, el pie redondo como el casco de una mula con el talón vuelto hacia afuera.

Cada vez que le veía recordaba este proverbio, que mi madre acostumbraba a decir: "Guárdate de los señalados de Dios."

Solía echar algunos parrafitos conmigo, y en tanto escogía un descalabrado botín entre el revoltijo de hormas y rollos de cuero, me iniciaba con amarguras de fracasado en el conocimiento de los bandidos más famosos en las tierras de España, o me hacía la apología de un parroquiano rumboso a quien lustraba el calzado y que le favorecía con veinte centavos de propina.

Como era codicioso sonreía al evocar al cliente, y la sórdida sonrisa que no acertaba a hincharle los carrillos arrugábale el labio sobre sus negruzcos dientes.

Cobróme simpatía a pesar de ser un cascarrabias y por algunos cinco centavos de interés me alquilaba sus libracos adquiridos en largas suscripciones.

Así, entregándome la historia de la vida de Diego Corrientes, decía: —Ezte chaval, hijo… ¡qué chaval!… era ma lindo que una rroza y lo mataron lo miguelete…


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Dominio público
128 págs. / 3 horas, 44 minutos / 1.422 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Loco Estero

Alberto Blest Gana


Novela


Recuerdos de la niñez

A mi distinguido amigo
DON FEDERICO SANTA MARÍA
en testimonio de alto aprecio y de cordial amistad.


Alberto Blest Gana

París, octubre de 1909.

1

Aquel día, bien que no era fiesta, los dos chicuelos vestían el traje de los domingos. Sentados a la mesa con estudiada compostura, sin hacer gran caso de la conversación de las personas grandes que ocupaban la testera, sus miradas se dirigían furtivas a las golosinas y a las frutas distribuidas en cestas y azafates sobre el mantel, con aire de extraordinario gaudeamus. Pero a pesar de la ansiosa distracción en que aquel espectáculo los mantenía, ni uno ni otro dejaban de sentir sobre ellos, como se siente el fuego de un rayo de sol sobre el rostro, el reflejo autoritario de los ojos paternos, que los requería a estar atentos a lo que hablaban sus mayores.

Más osado que el primogénito, el menor de los chicos extendió con disimulo una mano hacia un canastillo de fresas, primicia de la estación, que, entrelazadas con flores, lo fascinaban con su rosada frescura.

–Javier, no toques las frutillas, hijito –le ordenó, desde la opuesta extremidad, la voz de la madre, con dulzura.

–Si vuelves a desmandarte, no irás esta tarde a la Cañada –amenazó la voz del padre, con severidad.

Javier bajó la frente, fingiendo contricción, pero sus ojuelos pardos formulaban al mismo tiempo la protesta muda de su altiva voluntad.

–Ya ves que Guillén se está quieto –agregó la madre, para suavizar la aspereza de la conminación paternal.

Con el elogio de la madre, un vivo tinte de carmín coloreó el rostro del mayor de los niños. El, más bien que su hermano, parecía el delincuente. La mirada de sus grandes ojos azules daba a su fisonomía la seriedad casi tímida de los precoces soñadores.

Una voz de los grandes invocó indulgencia para Javier:


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Dominio público
321 págs. / 9 horas, 22 minutos / 236 visitas.

Publicado el 12 de abril de 2022 por Edu Robsy.

Ganarás el Pan...

Pedro Mata y Domínguez


Novela


I

Los grandes focos eléctricos del teatro Real despedían torrentes de luz sobre las aceras mojadas. Vendedoras de flores y periódicos, curiosos, desocupados y mendigos se atropellaban en la puerta permitiendo a duras penas la entrada del público. Los coches al pasar acortaban un momento su marcha; algunos se detenían para que las personas que los ocupaban se apeasen, y partían de nuevo veloces, quebrando en fragmentos el cristal de los charcos que la lluvia dejó en el arroyo.

En el salón se extendía, compacta, como un solo conjunto, la alegre muchedumbre. Las lámparas eléctricas arrancaban de ella matices vivísimos, tintes de iris; centelleo de escamas al reflejarse sobre los suaves terciopelos, las brillantes sedas, los satinados rasos y los mantones de Manila que, como frescas manchas de paleta, se destacaban del monótono negro de los fracs.

Un movimiento continuo, una agitación incesante, extendíase por todo el salón. Oleadas de gente en corrientes diversas iban y venían de un extremo a otro. Voces, gritos, canciones, chistes y carcajadas. Formábanse corrillos, rinconcitos de intimidad en los que se hablaba en voz baja, cuchicheando, produciendo un ruido semejante al de los gorriones al nacer el día. Arriba, en los palcos, las máscaras se abanicaban lánguidamente contemplando con indiferencia las apreturas de la muchedumbre. Casi todas charlaban y reían. Las menos, con los codos apoyados sobre el terciopelo de las balaustradas, seguían con interés las oscilaciones del salón, mostrando la satinada blancura de su garganta y el brillo de sus ojos más negros todavía que los negros antifaces. Cruzaban de un extremo a otro como raudas saetas frases y serpentinas, y en brillante lluvia caían de los palcos policromos confetti y escalas argentinas de carcajadas.


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Dominio público
213 págs. / 6 horas, 13 minutos / 18 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2024 por Edu Robsy.

Insolación

Emilia Pardo Bazán


Novela


Capítulo 1

A José Lázaro Galdiano
en prenda de amistad

La Autora

La primer señal por donde Asís Taboada se hizo cargo de que había salido de los limbos del sueño, fue un dolor como si le barrenasen las sienes de parte a parte con un barreno finísimo; luego le pareció que las raíces del pelo se le convertían en millares de puntas de aguja y se le clavaban en el cráneo. También notó que la boca estaba pegajosita, amarga y seca; la lengua, hecha un pedazo de esparto; las mejillas ardían; latían desaforadamente las arterias; y el cuerpo declaraba a gritos que, si era ya hora muy razonable de saltar de cama, no estaba él para valentías tales.

Suspiró la señora; dio una vuelta, convenciéndose de que tenía molidísimos los huesos; alcanzó el cordón de la campanilla, y tiró con garbo. Entró la doncella, pisando quedo, y entreabrió las maderas del cuarto—tocador. Una flecha de luz se coló en la alcoba, y Asís exclamó con voz ronca y debilitada:

—Menos abierto… Muy poco… Así.

—¿Cómo le va, señorita? —preguntó muy solícita la Ángela (por mal nombre Diabla)—. ¿Se encuentra algo más aliviada ahora?

—Sí, hija… , pero se me abre la cabeza en dos.

—¡Ay! ¿Tenemos la maldita de la jaquecona?

—Clavada… A ver si me traes una taza de tila…

—¿Muy cargada, señorita?

—Regular…

—Voy volando.

Un cuarto de hora duró el vuelo de la Diabla. Su ama, vuelta de cara a la pared, subía las sábanas hasta cubrirse la cara con ellas, sin más objeto que sentir el fresco de la batista en aquellas mejillas y frente que estaban echando lumbre.

De tiempo en tiempo, se percibía un gemido sordo.


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139 págs. / 4 horas, 4 minutos / 901 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

La Barraca

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


AL LECTOR

He contado en el prólogo de mi libro En el país del Arte (Tres meses en Italia) cómo á mediados de 1895 tuve que huir de Valencia, después de una manifestación contra la guerra colonial, que degeneró en movimiento sedicioso, dando origen á un choque de los manifestantes con la fuerza pública.

Perseguido por la autoridad militar como presunto autor de este suceso, viví escondido algunos días, cambiando varias veces de refugio, mientras mis amigos me preparaban el embarque secreto en un vapor que iba á zarpar para Italia.

Uno de mis alojamientos fué en los altos de un despacho de vinos situado cerca del puerto, propiedad de un joven republicano, que vivía con su madre. Durante cuatro días permanecí metido en un entresuelo de techo bajo, sin poder asomarme á las ventanas que daban á la calle, por ser ésta de gran tránsito y andar la policía y la Guardia civil buscándome en la ciudad y sus alrededores.

Obligado á permanecer en una habitación interior, completamente solo, leí todos los libros que poseía el tabernero, los cuales no eran muchos ni dignos de interés. Luego, para distraerme, quise escri bir, y tuve que emplear los escasos medios que el dueño de la casa pudo poner á mi disposición: una botellita de tinta violeta á guisa de tintero, un portapluma rojo, como los que se usan en las escuelas, y tres cuadernillos de papel de cartas rayado de azul.


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Dominio público
170 págs. / 4 horas, 58 minutos / 1.881 visitas.

Publicado el 20 de abril de 2016 por Edu Robsy.

La Calandria

Rafael Delgado


Novela


I

—¡Pobrecita! —exclamaba doña Manuela, bañados en lágrimas los ojos, al apagar, de un soplo, una larga vela de cera, amarillenta y quebrada en tres pedazos, y extinguiendo con las extremidades del índice y pulgar humedecidas en saliva, el humeante pábilo—. ¡Esta noche se nos va! ¡Pero, a Dios gracias, con todos sus auxilios!

—¿Y qué dijo el médico? —preguntó Petrita, la hija de la casera, alargando a su interlocutora otra vela.

—Dijo esta mañana que no tiene cura, y mandó que se dispusiera luego luego para recibir el viático, antes de que le volvieran las bascas. Y ahí me tiene usted, mi alma, subiendo y bajando para arreglarlo todo, en el ínter que su mamá de usted y Paulita la del 6 ponían el altar… ¡estoy rendida! por eso no entré a ver el viático.

—Deje usted, doña Manuelita: si yo también he estado apuradísima, componiendo las botellas de flores y haciendo los moños para las velas, y eso que Tiburcita me prestó los que le sirvieron el año pasado en el altar de Dolores, que si no, no acabo.

—Y está el altar que da gusto verlo; se parece al que ponen en Santa María las hijas de María —dijo, tomando parte en la conversación, una mujer de prominentes caderas y marcado bigote—; como que el padre lo ha estado mirando y remirando, como si dijera: ¡qué lindo está!

—¡Y qué tan a tiempo traje la sobrecama! —repuso doña Manuela—. ¡Con razón me dijo el gordito de La Iberia, cuando saqué el género, que estaba buena hasta para un altar! ¡Ya lo vimos… y está nuevecita!… Ya sirvió en el altar y no he de usarla. Ya lo sabe usted, Petrita: para el viernes de Dolores ahí la tiene. Yo haré los sembraditos y las aguas de color.

—Muchas gracias, Manuelita; la Virgen se lo pagará todo y no olvidará la buena voluntad.


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Dominio público
295 págs. / 8 horas, 37 minutos / 460 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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