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Los Horrores de la Siberia

Emilio Salgari


Novela


Ver una vez es mejor que oír cien veces.

Proverbio japonés.

CAPITULO I. LOS DESTERRADOS

Tobolsk es una de las más importantes y pintorescas ciudades del Obi. Situada cerca de la confluencia del Tobol y del Irtich, afluente del Obi, alzase orgullosa aún sobre la estepa, haciéndose distinguir desde larga distancia por sus altivas cúpulas pintadas de vivos colores, y por su imponente kremlin, rodeado de almenados muros.

Como todas las ciudades asiáticas, se divide en dos partes completamente diferentes: la ciudad alta, protegida por el kremlin, situado al pie de una roca que se levanta un centenar de metros sobre el río, y en la que se agrupan el palacio de los agentes gubernativos, con cuarteles y pabellones para la guarnición y la policía; las prisiones de los desterrados, la catedral y otra iglesia secundaria. La ciudad baja está compuesta de casas de mezquina apariencia, habitadas por la población indígena y tártara; de chozas con tejados, en los que relucen al sol las chillonas tintas de sus pinturas.

Aunque muy antigua, pues fue erigida a raíz de la conquista de la Siberia, su aspecto es absolutamente moderno, distinguiéndose en ella como único monumento de pasadas edades el obelisco levantado en honor de Iermak, valiente atamán de los cosacos del Don, que, al frente de seis mil guerreros, aseguró a la Rusia en la mitad del siglo XVI la posesión de aquellas regiones que se extienden desde los confines de Europa hasta el estrecho de Behring.

Su población, compuesta en una pequeña parte de rusos, dedicados al comercio de pieles, de tártaros y de samoyedos, consta de unas quince mil almas, pero tiende constantemente a disminuir.

De cuando en cuando aumenta en algunos millares el número de sus vecinos; pero tal aumento es de poca duración y nada agradable ni deseado por los habituales habitantes, porque se trata de desterrados.


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158 págs. / 4 horas, 38 minutos / 549 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Horrores de las Filipinas

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LOS MISTERIOS DE THAN-KIU

Donde cae una semilla de placer brotan mil gérmenes de dolor.

SCHILLER

CAPÍTULO I. LOS JURAMENTADOS DE SOLÚ

¡Los moros! ¡Los moros! Este grito retumba como un trueno en las calles de Manila, la opulenta capital de Filipinas.

Una muchedumbre aterrada, pálida, con los ojos desencajados, se precipita como un huracán por el soberbio puente de diez ojos que une la ciudad murada, la ciudad española, con los populosos arrabales de Binondo y Santa Cruz, que forman la ciudad china.

Algunos de los fugitivos, atropellados por los que vienen detrás de ellos, caen al suelo; pero no tardan en levantarse y en emprender de nuevo su desesperada carrera gritando siempre:

—¡Los moros! ¡Los moros!

Hombres, mujeres, niños, españoles, tagalos, chinos, mercaderes, marineros, barqueros del Passig y soldados, todos corren como si los siguiera una manada de fieras sedientas de sangre.

Caen algunas mujeres y niños envueltos por aquella oleada humana; que avanza con ímpetu irresistible. La multitud pasa sobre ellos pisoteándolos; pero ¿quién se preocupa por tan poca cosa en aquellos momentos?

Entra la turba en la ciudad atropellando a centinelas y aduaneros y aullando siempre:

—¡Huid! ¡Sálvese el que pueda! ¡Los moros! ¡Los moros!

Ciérrense estrepitosamente las puertas de las casas; bájense de un golpe los cierres de las tiendas, huyen despavoridos los vendedores de frutas y hortalizas, dejando abandonadas sus mercancías en medio de las calles, fustigan los cocheros a los caballos y salen disparados con sus vehículos, sin mirar si atropellan a alguien.

Abrense algunas ventanas, y salen de ellas miedosas voces que preguntan:

¿Qué pasa?

—¡Vienen de Binondo! —responden algunos fugitivos sin detenerse.

—Pero ¿quiénes?

—¡Los juramentados!


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249 págs. / 7 horas, 16 minutos / 533 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Vida del Pícaro Guzmán de Alfarache

Mateo Alemán


Novela


Capítulo 1. En que cuenta quién fue su padre

El deseo que tenía, curioso lector, de contarte mi vida me daba tanta priesa para engolfarte en ella sin prevenir algunas cosas que, como primer principio, es bien dejarlas entendidas —porque siendo esenciales a este discurso también te serán de no pequeño gusto—, que me olvidaba de cerrar un portillo por donde me pudiera entrar acusando cualquier terminista de mal latín, redarguyéndome de pecado, porque no procedí de la difinición a lo difinido, y antes de contarla no dejé dicho quiénes y cuáles fueron mis padres y confuso nacimiento; que en su tanto, si dellos hubiera de escribirse, fuera sin duda más agradable y bien recibida que esta mía. Tomaré por mayor lo más importante, dejando lo que no me es lícito, para que otro haga la baza.


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53 págs. / 1 hora, 34 minutos / 525 visitas.

Publicado el 17 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Resplandor de la Hoguera

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


I

Oíase un lejano cascabeleo que parecía rolar sobre la nieve. Y se acercaba aquel són ligero y alegre. Una voz habló desde el fondo del carro:

—¡Pues no habíamos equivocado el camino!

Y respondió, desabrido, el hombre que iba á pie, al flanco del tiro:

—Todavía no lo sé.

—¡Esas campanillas parecen del correo!

—Todavía no lo sé.

—El correo que anochecido llega á Daoiz.

—Todavía no lo sé.

—Ayer le hemos visto entrar en la plaza.

—Digo que todavía no lo sé.

Para terminar chascó el látigo sobre las orejas de las mulas. Era un viejo encanecido en la vida de contrabandista, silencioso, pequeño y duro. Caminaba á la cabeza del tiro, embozado en la manta y fumando un cigarro de Virginia. Las ruedas se enterraban en la nieve, y las mulas, bajo el restallido del látigo, se tendían con una tristeza resignada y penitente. Aquel camino era una trocha á través de la sierra, entre quebradas y peñascales. Algunas veces el carro se atascaba, y para ayudar á empujarle, salían del interior dos mujeres y un mozo. Allá lejos, por la altura blanca de nieve, apareció un jinete, apenas una sombra negra, que venía trotando. El contrabandista rezongó:

—¡Buen perro cazallo! ¡Jo!… ¡Coronela!… ¡Jo!… ¡Reparada!…

El mozo asomó la cabeza fuera del toldo, que goteaba agua de nieve.

—¿Es el correo?

—Ya puede usted ir solo por las veredas. ¡Jo!… ¡Reparada!…

El mozo saltó á tierra y avizoró el camino:

—¿Por dónde viene?

—Ahora no puede verlo, que baja la cuesta. Solamente el sombrero se le discierne, acullá, al ras de la nieve. Parece un pájaro negro que apeona.

Habló desde el carro una de las mujeres:

—Si fuese el correo nos daría noticias.

El contrabandista humeó su tagarnina:


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Dominio público
82 págs. / 2 horas, 25 minutos / 503 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Gerifaltes de Antaño

Ramón María del Valle-Inclán


Novela


I

Santa Cruz volvió á caer sobre Otaín. Desde los hayedos del monte, bajó como los lobos al ponerse el sol, y corriendo en silencio toda la noche llegó á las puertas de la villa, cuando cantaban los gallos del alba. Llevaba consigo cerca de mil hombres, vendimiadores y pastores, leñadores que van pregonando por los caminos y serradores que trabajan en la orilla de los ríos, carboneros que encienden hogueras en los montes y alfareros que cuecen teja en los pinares, gente sencilla y fiera como una tribu primitiva, cruel con los enemigos y devota del jefe. Aldeanos que sonreían con los ojos llenos de lágrimas oyendo cuentos pueriles de princesas emparedadas, y que degollaban á los enemigos con la alegría santa y bárbara, llena de bailes y de cantos, que tenían los sacrificios sangrientos, ante los altares de piedra, en los cultos antiguos.

Quinientos infantes habían quedado guarneciendo la villa, cuando con un revuelo de gerifaltes, cayó sobre ella la partida del Cura. Dos escuadras de cien hombres entraron delante dando gritos, una por el camino del río, y otra por la Calle del Mercado. Quemaban las puertas de las casas, apaleaban á los viejos y hacían correr á las mujeres con los niños en brazos. Los soldados republicanos, sorprendidos en los alojamientos, salían despavoridos, restregándose los ojos. Sostuvieron algún tiroteo en las calles inmediatas á un convento, convertido en fuerte cuando ganó la villa á los carlistas Don Enrique España. Retrocedían sin orden, revueltos con los voluntarios, que cargaban á la bayoneta. El Cura, con el resto de su gente, guardaba todas las salidas de Otaín. Pero como las cornetas republicanas tocaban retirada en lo alto del fuerte, comprendió que la guarnición se encerraba entre aquellos muros, y entró por la villa á sangre y fuego. Sobre su cabeza se abrían las ventanas y clamaban muchas voces:


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Dominio público
79 págs. / 2 horas, 18 minutos / 489 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Águilas de la Estepa

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo 1. Un Suplicio Espantoso

—¡A él, sartos!… ¡Ahí está!…

Alaridos ensordecedores respondieron a este grito y una ola humana se derramó por las angostas callejuelas de la aldea flanqueadas por pequeñas casas de adobe, de color gris y miserable aspecto, como todas las habitadas por los turcomanos no nómades de la gran estepa turana.

—¡Deténganlo con una bala en el cráneo!

—¡Maten a ese perro!… ¡Fuego!. . .

Una voz autoritaria que no admitía réplica dominó todo ese alboroto.

—¡Guay de quien dispare!!… Cien "thomanes" al que me lo traiga vivo!

El que había pronunciado estas palabras era un soberbio tipo de anciano, mayor de sesenta años, de aspecto rudo y robusto, anchas espaldas, brazos musculosos y bronceada piel que los vientos punzantes y los rayos ardientes del sol de la estepa habían vuelto áspera. Sus ojos negros y brillantes, la nariz como pico de loro y una larga barba blanca le cubría hasta la mitad del pecho. Por las prendas que vestía se notaba en seguida que pertenecía a una clase elevada: su amplio turbante era de abigarrada seda entretejida con hilos de oro; la casaca de paño fino con alamares de plata y las botas, de punto muy levantada, de marroquí rojo. Empuñaba un auténtico sable de Damasco, una de esas famosas hojas que se fabricaban antiguamente en la célebre ciudad y que parecían estar formadas por sutilísimas láminas de acero superpuestas para que fueran flexibles hasta la empuñadura.

A la orden del anciano todos los hombres que lo rodeaban bajaron los fusiles y pistolas y echaron mano de sus "cangiares", arma muy parecida al "yatagán" de los turcos, para proseguir su furiosa carrera a los gritos de:

—¡Atrápenlo!… ¡Rápido!

—¡No hay que dejarlo escapar!

—¡Cien "thomanes" a ganar!…


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183 págs. / 5 horas, 21 minutos / 482 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Gerona

Benito Pérez Galdós


Novela


En el invierno de 1809 a 1810 las cosas de España no podían andar peor. Lo de menos era que nos derrotaran en Ocaña a los cuatro meses de la casi indecisa victoria de Talavera: aún había algo más desastroso y lamentable, y era la tormenta de malas pasiones que bramaba en torno a la Junta central. Sucedía en Sevilla una cosa que no sorprenderá a mis lectores, si, como creo, son españoles, y es que allí todos querían mandar. Esto es achaque antiguo, y no sé qué tiene para la gente de este siglo el tal mando, que trastorna las cabezas más sólidas, da prestigio a los tontos, arrogancia a los débiles, al modesto audacia y al honrado desvergüenza. Pero sea lo que quiera, ello es que entonces andaban a la greña, sin atender al formidable enemigo que por todas partes nos cercaba.


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195 págs. / 5 horas, 42 minutos / 481 visitas.

Publicado el 9 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Montaña de Luz

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO 1

Una muy calurosa tarde de julio de 1843, un elefante de estatura gigantesca, trepaba fatigosamente los últimos escalones del altiplano de Pannah, uno de los más salvajes y al mismo tiempo más pintorescos de la India central.

Como todos los paquidermos indostánicos, que solamente pueden mantener los potentados, llevaba sobre su dorso una rica gualdrapa azul, con bordes rojos, largos colgantes en las enormes orejas, una placa de metal dorado protegiéndole la frente, y anchas cinchas destinadas a sostener el hauda, esa especie de casilla que puede contener unas seis personas cómodamente ubicadas.

Tres hombres montaban al coloso; primero su cornac, o sea conductor, que se mantenía a caballo sobre el robusto pescuezo del animal, con las piernas ocultas bajo las gigantescas orejas, empuñando un pequeño arpón con punta de acero; más atrás, en el interior del hauda, viajaban los pasajeros, que por sus ropas parecían pertenecer a una elevada casta.

Mientras el primero desafiaba los rayos solares sin preocuparse casi, los otros dos estaban cómodamente ubicados en sendos cojines de seda dentro dé la especie de torrecilla, cubierta por arriba con un toldillo de percal azul y dorado.

El mayor de los dos hombres era un hermoso representante de la raza indostánica, de unos cuarenta años, alto, delgado y de anchos hombros.

Vestía un amplio doote de seda amarilla con adornos rojos, que caía en amplios pliegues, ajustándose en torno a su cintura por medio de una faja roja recamada en oro, y tenía la cabeza envuelta en un pañuelo.


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177 págs. / 5 horas, 10 minutos / 460 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Amistad Funesta

José Martí


Novela


Capítulo I

Una frondosa magnolia, podada por el jardinero de la casa con manos demasiado académicas, cubría aquel domingo por la mañana con su sombra a los familiares de la casa de Lucía Jerez. Las grandes flores blancas de la magnolia, plenamente abiertas en sus ramas de hojas delgadas y puntiagudas, no parecían, bajo aquel cielo claro y en el patio de aquella casa amable, las flores del árbol, sino las del día, ¡esas flores inmensas e inmaculadas, que se imaginan cuando se ama mucho! El alma humana tiene una gran necesidad de blancura. Desde que lo blanco se oscurece, la desdicha empieza. La práctica y conciencia de todas las virtudes, la posesión de las mejores cualidades, la arrogancia de los más nobles sacrificios, no bastan a consolar el alma de un solo extravío.

Eran hermosas de ver, en aquel domingo, en el cielo fulgente, la luz azul, y por entre los corredores de columnas de mármol, la magnolia elegante, entre las ramas verdes, las grandes flores blancas y en sus mecedoras de mimbre, adornadas con lazos de cinta, aquellas tres amigas, en sus vestidos de mayo: Adela, delgada y locuaz, con un ramo de rosas Jacqueminot al lado izquierdo de su traje de seda crema; Ana, ya próxima a morir, prendida sobre el corazón enfermo, en su vestido de muselina blanca, una flor azul sujeta con unas hebras de trigo; y Lucía, robusta y profunda, que no llevaba flores en su vestido de seda carmesí, «porque no se conocía aun en los jardines la flor que a ella le gustaba: ¡la flor negra!».


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113 págs. / 3 horas, 18 minutos / 456 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Sónnica la Cortesana

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


Al lector

Esta obra la escribí en 1901, para completar con ella la serie de mis novelas que tienen por escenario la tierra valenciana.

Había publicado ya Arroz y tartana, Flor de Mayo, La barraca y Entre naranjos, que son la novela de la vida en la ciudad, de la vida en el mar, de la vida en la huerta y de la vida en los naranjales. Tenía entonces el proyecto de escribir Cañas y barro, y para ello estudiaba la existencia de los habitantes del lago de la Albufera. Pero antes de producir esta última obra sentí la imperiosa necesidad de resucitar el episodio más heroico de la historia de Valencia, sumiéndome para ello en el pasado, hasta llegar a los primeros albores de la vida nacional. Y abandonando la novela de costumbres contemporáneas, la descripción de lo que podía ver directamente con mis ojos, produje una obra de reconstrucción arqueológica más o menos fiel, una novela de remotas evocaciones.

Con esto realicé un deseo de mi adolescencia, cuando empezaba a sentir las primeras tentaciones de la creación novelesca.

Siendo estudiante, en vez de entrar en la Universidad huía de ella las más de las mañanas para vagar por los campos o por la orilla mediterránea, encontrando a esto mayor seducción que al conocimiento de las verdades muchas veces discutibles del Derecho. Al caminar por los senderos de la huerta valenciana se ve siempre en el horizonte, por encima de las arboledas, una colina roja que es la estribación más avanzada de la sierra de Espadán, el último peldaño de las montañas que se escalonan en descenso hasta el mar. Sobre su cumbre, como amarillentas y sutiles pinceladas, se columbran los muros de un vasto castillo. Allí está Sagunto.


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Dominio público
271 págs. / 7 horas, 55 minutos / 456 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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