Textos más populares esta semana etiquetados como Novela disponibles | pág. 25

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Sin Rumbo

Eugenio Cambaceres


Novela


Primera parte

I

En dos hileras, los animales hacían calle a una mesa llena de lana que varios hombres se ocupaban en atar.

Los vellones, asentados sobre el plato de una enorme balanza que una correa de cuero crudo suspendía del maderamen del techo, eran arrojados después al fondo del galpón y allí estivados en altas pilas semejantes a la falda de una montaña en deshielo.

Las ovejas, brutalmente maneadas de las patas, echadas de costado unas junto a otras, las caras vueltas hacia el lado del corral, entrecerraban los ojos con una expresión inconsciente de cansancio y de dolor, jadeaban sofocadas.

Alrededor, a lo largo de las paredes, en grupos, hombres y mujeres trabajaban agachados.

La vincha, sujetando la cerda negra y dura de los criollos, la alpargata, las bombachas, la boina, el chiripá, el pantalón, la bota de potro, al lado de la zaraza harapienta de las hembras, se veían confundidos en un conjunto mugriento.

En medio del silencio que reinaba, entrecortado a ratos por balidos quejumbrosos o por las compadradas de la chusma que esquilaba, las tijeras sonaban como cuerdas tirantes de violín, cortaban, corrían, se hundían entre el vellón como bichos asustados buscando un escondite y, de trecho en trecho, pellizcando el cuero, lonjas enteras se desprendían pegadas a la lana. Las carnes, cruelmente cortajeadas, se mostraban en heridas anchas, desangrando.

Por tres portones soplaba el viento Norte: era como los tufos abrasados de un fogón:

—¡Remedio! —gritó una voz.

La de un chino fornido, retacón, de pómulos salientes, ojos chicos, sumidos y mirada torva.

Uno de esos tipos gauchos, retobados, falsos como el zorro, bravos como el tigre.


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Dominio público
157 págs. / 4 horas, 35 minutos / 627 visitas.

Publicado el 12 de enero de 2019 por Edu Robsy.

Zaragoza

Benito Pérez Galdós


Novela


I

Me parece que fué al anochecer del 18 cuando avistamos á Zaragoza. Entrando por la puerta de Sancho, oímos que daba las diez el reloj de la Torre Nueva. Nuestro estado era excesivamente lastimoso en lo tocante á vestido y alimento, porque las largas jornadas que habíamos hecho desde Lerma por Salas de los Infantes, Cervera, Agreda, Tarazona y Borja, escalando montes, vadeando ríos, franqueando atajos y vericuetos hasta llegar al camino real de Gallur y Alagón, nos dejaron molidos, extenuados y enfermos de fatiga. Con todo, la alegría de vernos libres endulzaba todas nuestras penas.

Eramos cuatro los que habíamos logrado escapar entre Lerma y Cogollos, divorciando nuestras inocentes manos de la cuerda que enlazaba á tantos patriotas. El día de la evasión reuníamos entre los cuatro un capital de once reales; pero después de tres días de marcha, y cuando entramos en la metrópoli aragonesa, hízose un balance y arqueo de la caja social, y nuestras cuentas sólo arrojaron un activo de treinta y un cuartos. Compramos pan junto á la Escuela Pía, y nos lo distribuímos.


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209 págs. / 6 horas, 7 minutos / 626 visitas.

Publicado el 25 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Muchachos de Jo

Louisa May Alcott


Novela


I. Diez años después

―Jamás hubiera podido creer a quien me pronosticase los cambios ocurridos en este lugar durante los diez últimos años ―dijo Jo a su hermana Meg.

Con orgullo y satisfacción ambas dirigieron una mirada a su alrededor. Luego tomaron asiento en uno de los bancos de la plaza de Plumfield.

―Así es. Son transformaciones debidas al dinero y a los buenos corazones ―respondió Meg―. Tengo la convicción de que el señor Laurence no podía tener mejor monumento que ese colegio, debido a su generosidad. Y mientras esa casa exista perdurará la memoria de tía March.

―¿Recuerdas, Meg? Cuando niñas creíamos en las hadas. Incluso estábamos preparadas para pedirle ―si se nos aparecía una― tres cosas. Las que yo quería pedir las he logrado: dinero, fama y afectos ―dijo Jo, mientras componía su peinado con un gesto que ya de niña le era característico.

―También se cumplieron mis peticiones y las de Amy. Sería completa nuestra dicha, como un cuento de hadas, si mamá, John y Beth estuvieran aquí ―la emoción quebró la voz de Meg. ¡Quedaba tan vacío el sitio de la madre!…

Silenciosamente, Jo tomó la mano de Meg y compartió su emoción. Las miradas de ambas hermanas vagaron por el grato y familiar panorama, mientras mentalmente asociaban pensamientos felices y tristes recuerdos.

En efecto, muchos y grandes cambios se habían operado en el pacífico Plumfield hasta convertirlo en un lugar de gran actividad.

La casa de los Bhaer se mostraba más hospitalaria que nunca, exhibiendo sus reformas, su bello jardín y cuidado césped. Ofrecía un aspecto de paz y prosperidad del que careció en otras épocas.


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Dominio público
160 págs. / 4 horas, 41 minutos / 532 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Galera del Bajá

Emilio Salgari


Novela


1. En la galera del Bajá

Mientras el griego se desembarazaba con tanta habilidad de los incautos marineros, Mico proseguía su marcha hacia la galera almirante, con las luces apagadas para eludir que le dispararan desde las naves con alguna culebrina.

A distancia refulgían los faroles de la flota turca, aquellos grandes y magníficos fanales en ocasiones de hasta metro y medio de altura, todos de plata, con excepción de los de la capitana, que eran de oro.

Mico, que como marinero valía tanto como el griego, observó las continuas maniobras de las galeotas, que se cruzaban e iban de un lado a otro de la capitana para protegerla de una improbable sorpresa, e hizo avanzar su embarcación hacia una de ellas. No tardó en oír una voz amenazadora, que gritaba:

—¿Quién vive? Detente o te ametrallamos igual que a un perro cristiano.

—Turco que procede de la ensenada de Capso y trae una carta del sultán —repuso con acento sereno el albanés.

—Aproxima tu chalupa.

El montañés arrió el velamen y con rápida y muy hábil maniobra aproximó su chalupa a babor de la galeota.

—Sube.

Mico amarró el bote a la escalera y subió con agilidad, alcanzando la toldilla, donde apareció ante él un capitán, acompañado por media docena de oficiales. El hombre dejó caer sobre el cuello de Mico una pesada mano con dedos como tenazas y dijo:

—Muestra la carta.

—He de entregarla personalmente en manos del bajá.

—¿Imaginas que voy a ser tan necio que la abra?... El Gran Almirante sería capaz de empalarme y de momento no tengo la menor gana de... Primero me apetece ver la total destrucción de Candía.

Unos marineros habían llevado faroles. Mico sacó la misiva de un bolsillo interior y enseñó al sorprendido capitán los grandes sellos del sultán.


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123 págs. / 3 horas, 36 minutos / 522 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Satiricón

Petronio


Novela


Capítulo I

Tiempo ha que prometí entreteneros con la narración de mis aventuras, y hoy, que estamos oportunamente congregados no sólo para intrincarnos en disertaciones científicas, sino también para distraernos en festivo coloquio y animarnos con fábulas o relatos alegres, voy a cumplir mi promesa. Fabricio Vegento, con su peculiar ingenio, acaba ahora de trazaros un cuadro satírico de los errores de la religión y de los furores proféticos, o los comentarios que los sacerdotes hacen de los misterios que no comprenden.

Pero ¿es acaso menos ridícula la manía de los declamadores, que claman: "He aquí las heridas que recibí por defender las libertades públicas!" "¡He aquí el hueco del ojo que perdí por vosotros!" "¡Dadme un guía que me conduzca con los míos!" "¡Mis rodillas, llenas de cicatrices, no pueden sostener mi cuerpo!". Tanto énfasis sería insoportable si no les abriera el camino de la elocuencia; ahora, esa hinchazón de estilo, ese vano estrépito sentencioso, que a nadie aprovecha, hacen de los jóvenes que debutan en los estrados y de los escolares unos necios con ínfulas de maestros; porque todo lo que ven y aprenden en las Academias no les ofrece imagen alguna de la sociedad. Se les llena la cabeza con el relato de piratas preparando cadenas para los cautivos; de tiranos cuyos bárbaros edictos obligan a los padres a que decapiten sus propios hijos; de respuestas monstruosas del oráculo que piden el sacrificio de tres vírgenes, y a veces más, para librar a la ciudad del flagelo de la peste. Un diluvio de frases comunes, sonoras y de períodos vulgares perfectamente redondeados, que casi hacen estremecer.


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Dominio público
161 págs. / 4 horas, 43 minutos / 449 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2016 por Edu Robsy.

Un Drama en el Océano Pacífico

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. ASESINATO MISTERIOSO

—¡Socorro!

—¡Mil bombas! ¿Quién ha caído al agua?

—Nadie, señor Collin —respondió una voz desde la cofa del palo de mesana.

—¿Estoy yo sordo, acaso?

—Habrá sido el timón, que tiene las cadenas enmohecidas. —No es posible, gaviero.

—Entonces habrán sido los tigres, que rugen de un modo capaz de asustar a cualquiera.

—No; te repito que era una voz humana.

—Pues yo no veo nada, señor Collin.

—De eso estoy seguro. Sería preciso tener ojos de gato para distinguir algo en esta oscuridad.

A través del ensordecedor ruido de la tempestad y de los mugidos de las olas, que el viento elevaba a gran altura, se oyó nuevamente un grito que no parecía proceder ni de las fieras de que había hablado el gaviero, ni de los hierros del timón. El segundo Collin, que estaba agarrado a la barra del timón, teniendo los ojos fijos en la brújula, se volvió por segunda vez diciendo:

—Alguien ha caído al mar. ¿No has oído un grito, Jack?

—No —contestó el gaviero.

—¡Pues esta vez no me he engañado!

—Si se hubiera caído algún hombre de la «Nueva Georgia», los que están de cuarto se hubieran dado cuenta en seguida de la desgracia.

—¿Entonces?…

—¿Habrá algún pez de nueva especie por estas aguas?

—No conozco ningún pez del Océano Pacífico que pueda lanzar un grito semejante.

—¿Será un náufrago?

—¿Un náufrago aquí, a doscientas leguas de Nueva Zelanda? ¿Has visto tú por aquí algún buque antes de que se pusiera el sol?

—Ninguno, señor —respondió el gaviero.

—¡Socorro!

—¡Por mil diablos! —exclamó el segundo, mordiéndose los largos y rojizos bigotes que adornaban su rostro, bronceado por los vientos del mar y los calores ecuatoriales—. Un hombre sigue a nuestro buque.


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175 págs. / 5 horas, 6 minutos / 433 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Cerezas del Cementerio

Gabriel Miró


Novela


I. Preséntanse algunas figuras de esta fábula

Desde el primer puente del buque contemplaba Félix la lenta ascensión de la luna, luna enorme, ancha y encendida como el llameante ruedo de un horno. Y miraba con tan devoto recogimiento, que todo lo sentía en un santo remanso de silencio, todo quietecito y maravillado mientras emergía y se alzaba la roja luna. Y cuando ya estuvo alta, dorada, sola en el azul, y en las aguas temblaba gozosamente limpio, nuevo, el oro de su lumbre, aspiró Félix fragancia de mujer en la inmensidad; y luego le distrajo un fino rebullicio de risas. Volviose, y sus ojos recibieron la mirada de dos gentiles viajeras cuyos tules, blancos, levísimos, aleteaban sobre el pálido cielo.

Se saludaron; y pronto mantuvieron muy gustoso coloquio, porque la llaneza de Félix rechazaba el enfado o cortedad que suele haber en toda primera plática de gente desconocida. Cuando se dijeron que iban al mismo punto, Almina, y que en esta misma ciudad moraban, admirose de no conocerlas siendo ellas damas de tan grande opulencia y distinción. Es verdad que él era hombre distraído, retirado de cortesanías y de toda vida comunicativa y elegante.

—Tampoco nosotras —le repuso la que parecía más autorizada por edad, siendo entrambas de peregrina hermosura— sabemos de visitas ni de paseos. Yo nunca salgo, y mi hija sólo algunas veces con su padre.

Y entonces nombró a su esposo: Lambeth; un naviero inglés, hombre rico, enjuto de palabra y de carne, rasurado y altísimo.

Félix lo recordó fácilmente.

...Ya tarde, después de la comida, hicieron los tres un apartado grupo; y se asomaron a la noche para verse caminar sobre las aguas de luna. La noche era inmensa, clara, de paz santísima, de inocencia de creación reciente...

—¡Da lástima tener que encerrarnos! —dijo la esposa del naviero.


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Dominio público
167 págs. / 4 horas, 52 minutos / 403 visitas.

Publicado el 20 de julio de 2020 por Edu Robsy.

El Saludo de las Brujas

Emilia Pardo Bazán


Novela


Al que leyere

Dado que has de leer estas páginas, acaso para ti esté de más la advertencia; para los que no leen, pero malician, no hay advertencia que baste. Con todo eso, quiero declarar en la primera página que esta novela no tiene clave, ni secreto, ni retrata a persona alta ni baja de este mundo, ni se inspira en hechos verdaderos antiguos o contemporáneos. Es inventada de cabo a rabo; se refiere en parte a comarcas imaginarias, y si encerrase alguna enseñanza (no me atrevo a afirmar que la encierre), será porque no hay ficción que no se parezca de cerca o de lejos a la verdad, aunque muna pueda igualarla en interés.

Parte 1

¡Salud, Macbeth! Tú serás rey.

(Shakespeare)

Capítulo 1. Los enviados

La campanilla de la puerta repicó de un modo tan respetuoso y delicado, que parecía un homenaje al dueño de la casa; y el criado, al abrir la mampara de cristal, mostró sorpresa —sorpresa discreta, de servidor inteligente— al oír que preguntaban:

—¿Es buena hora para que Su Alteza se digne recibirnos?

El que formulaba la pregunta era un señor mayor, de noble continente, vestido con exquisita pulcritud, algo a lo joven; el movimiento que hizo al alzar un tanto el reluciente sombrero pronunciando las palabras Su Alteza, descubrió una faz de cutis rosado y fino como el de una señorita, y cercada por hermosa cabellera blanca peinada en trova, terminando el rostro una barba puntiaguda no menos suave y argentina que el cabello. Detrás de esta simpática figura asomaba otra bien diferente: la de un hombre como de treinta años, moreno, rebajuelo, grueso ya, afeitado, de ojos sagaces y ardientes y dentadura brillante, de traje desaliñado, de mal cortada ropa, sin guantes, y mostrando unas uñas reñidas con el cepillo y el pulidor.


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Dominio público
195 págs. / 5 horas, 41 minutos / 377 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Hombre del Hotel Carlton

Edgar Wallace


Novela


I

Hubo un hombre llamado Harry Stone, conocido también por Harry el Valet, que fue un detective hasta que le desenmascararon, lo que sucedió a los tres meses aproximadamente de haber entrado en el C. I. D. del Departamento de Policía de Rodesia. Pudo ser procesado; pero en esa época esta sección especial de la Policía no tenía ningún deseo de hacer pública la falta de honradez de sus agentes; así que cuando una noche se marchó por el correo de Capetown no se molestaron en hacerle volver.

Harry se dirigió hacia el Sur, llevándose cerca de trescientas libras esterlinas ilícitamente ganadas, con la esperanza de encontrar a Lew Daney, que era un buen compañero y un gran artista, aunque poco afortunado.

Pero Lew se había marchado hacía mucho tiempo, y precisamente estaba en aquellos momentos organizando y llevando a cabo una serie de correrías más pintorescas y mucho mejor preparadas que su intento contra el National Bank de Johannesburg.

Harry volvió a Rodesia por la ruta de Beira, atravesando el Massi-Kassi hasta Salisbury, lo cual fue su desgracia, porque el capitán Timothy Jordán, jefe del C. I. D. de la Policía de Rodesia, le hizo el honor de visitarle personalmente en el hotel.

—Está usted inscrito como Harrison, pero su nombre es Stone. Y a propósito: ¿cómo está su amigo Lew Daney?

—No sé lo que quiere usted decir —dijo Harry el Valet.

—Sea como sea —contestó Tim, sonriendo—, el tren para territorio portugués sale dentro de dos horas. ¡Tómelo!

Harry no discutió. Estaba desconcertado, porque nunca se había tropezado con Tiger, Tim Jordán, aunque había oído hablar de este activo joven y sabía de memoria las hazañas que de él se referían.


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Dominio público
204 págs. / 5 horas, 58 minutos / 360 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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