Primera parte. Vísperas setembrinas
¿Qué pasa en Cádiz?
I
Fluctuación en los cambios. La Bolsa en baja. Valores en venta. El
Marqués de Salamanca sonríe entre el humo del veguero. Un Agente de
Cambio se pega un tiro:
—¿Qué pasa en Cádiz?
II
Asmodeo, el brillante cronista, también sufre los rigores del
pánico bursátil: Doña Walda, la lotera, se ha negado a canjearle por
cuños de plata los timbres del franqueo que, a cuenta de atrasos, pudo
sacarle al Administrador de La Época. Asmodeo, tras de
morderse las uñas, resolvió darle un sablazo al Marqués de Salamanca. El
brillante cronista floreaba el junco por la acera, dispuesto, con
filosófico cinismo, a soportar las burletas del opulento personaje, que
solía acompañar sus esplendideces con zumbas de mala sangre.
III
El Marqués de Salamanca, obeso, enlevitado, rubicundo, ojeaba los periódicos entre nubes de tabaco, hundido en un sillón:
—Adelante, simpático Cojuelo.
—¡Querido Marqués!
—¿Viene usted a proponerme algún negocio?
Baló Asmodeo con risa adulona:
—¡No tiene usted capital para asociarse conmigo!
—Usted lo dice en chanza, y yo lo tomo en veras. Ser joven es ser dueño de la lámpara de Aladino.
—¡Usted es el eterno joven!
—Hágamelo usted bueno. ¿Qué malas intenciones le traen?
—Usted lo ha dicho: Proponerle un negocio.
—Será preciso aplazarlo. Ahora tengo una reunión política.
—Mi asunto se trata en dos palabras.
—Las palabras se enredan, como las cerezas.
—Querido Marqués, seré lacónico como un espartano.
—Usted será siempre un ateniense. ¿Qué se cuenta en el ágora de la Puerta del Sol?
—¡Parece que hay marejada!
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