Al lector
Lector amigo: Si eres hombre corrido y poco
asustadizo, conocedor de las miserias humanas y amante de la verdad,
aunque esta amargue, éntrate sin miedo por las páginas de este libro;
que no encontrarás en ellas nada que te sea desconocido o se te haga
molesto. Mas si eres alma pía y asombradiza; si no has salido de esos
limbos del entendimiento que engendra, no tanto la inocencia del corazón
como la falta de experiencia; si la desnudez de la verdad te
escandaliza o hiere tu amor propio su rudeza, detente entonces y no
pases adelante sin escuchar primero lo que debo decirte. Porque témome
mucho, lector amigo, que, de ser esto así y si no te mueven mis razones,
te espera más de un sobresalto entre las páginas de este libro. Yo dejé
correr en él la pluma con entera independencia, rechazando con horror,
al trazar mi pintura, esa teoría perversa que ensancha el criterio de
moralidad hasta desbordar las pasiones, ocultando de manera más o menos
solapada la pérfida idea de hacer pasar por lícito todo lo que es
agradable; mas confiésote de igual modo que, si no con espanto, con
grave fastidio al menos, y hasta con cierta ira literaria,
rechacé también aquel otro extremo contrario, propio de algunas
conciencias timoratas que se empeñan en ver un peligro en dondequiera
que aparece algo que deleita. Porque juzgo que, por sobra de valor,
yerran los primeros, en no ver abismos donde puede haber flores; y tengo
para mí que, por hartura de miedo, yerran también los segundos, en no
concebir una flor sin que oculte detrás un precipicio.
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