Amparo (Memorias de un Loco)
Manuel Fernández y González
Novela
Epílogo
He pasado de los treinta años, funesta edad de tristes desengaños, que dijo Espronceda.
Me he arrancado mi primera cana.
La experiencia se ha encargado de arrancarme una a una todas mis ilusiones, o por mejor decir de secar todas mis creencias.
Hoy sólo tengo dos:
Creo en un Dios incomprensible.
Creo que la vida es un sueño
La primera verdad la ha dicho la Biblia.
La segunda la ha dicho Calderón.
Si alguien dijo la primera antes que la Biblia;
Si alguien dijo la segunda antes que Calderón, quede sentado que yo no conozco fuera de aquel admirable libro y de aquel admirable poeta, al o a los que haya o hayan dicho aquellas dos verdades.
Lo que yo sé decir, por experiencia propia, es que nadie cree las verdades hasta que se las hace conocer la experiencia.
La experiencia, en general, tiene una manera muy dura de dar a conocer las verdades.
Si se nos permite que supongamos que la vida es un camino sobre el cual marchamos con los ojos vendados, se nos permitirá también suponer que la experiencia es un poste colocado en medio de nuestro camino, hacia el que marchamos a ciegas, y contra el cual nos rompemos las narices.
Pero en cambio, y por mucho que el golpe nos haya dolido, encontramos una verdad que no conocíamos;
El reverso de una medalla;
La antítesis de una bella idea;
El interior de un sepulcro blanqueado;
Sarcasmo y podredumbre.
De lo que se deduce que: costándonos el conocimiento de cada verdad una contusión, y siendo infinitas las verdades que nos obligan a descubrir las ilusiones que debemos a nuestro amor propio, un hombre no puede llegar a tener experiencia, sin encontrarse completamente descoyuntado.
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Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.