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El Audaz

Benito Pérez Galdós


Novela


Capítulo I. Curioso diálogo entre un fraile y un ateo en el año de 1804

I

El padre Jerónimo de Matamala, uno de los frailes más discretos del convento de franciscanos de Ocaña, hombre de genio festivo y arregladas costumbres, dejó la esculpida y lustrosa silla del coro en el momento en que se acababa el rezo de la tarde, y muy de prisa se dirigió a la portería, donde le aguardaba una persona, que había mostrado grandes deseos de verlo y hablarle.

Poco antes un lego, que desempeñaba en aquella casa oficios nada espirituales, había trabado una viva contienda con el visitante. Empeñábase éste en ver al padre Matamala, contrariando las prescripciones litúrgicas que a aquella hora exigían su presencia en el coro; se esforzaba el lego en probar que tal pretensión era contraria a la letra y espíritu de los sagrados cánones, y oponía la inquebrantable fórmula del terrible non possumos a las súplicas del forastero, el cual, fatigado y con muestras de gran desaliento, se apoyaba en el marco de la puerta. Hablaba con descompuestos ademanes y alterada voz; contestábale el otro con rudeza, orgulloso de ejercer autoridad aunque no pasara de la entrada; y el diálogo iba ya a tomar proporciones de altercado, tal vez la cuestión estaba próxima a descender de las altas regiones de la discusión para expresarse en hechos, cuando apareció fray Jerónimo de Matamala, y abriendo los brazos en presencia del desconocido, exclamó con muestras de alborozo:

—¡Martín, querido Martín, tú por aquí! ¿Cuándo has llegado?... ¿De dónde vienes?

Contestole con frases afectuosas el viajero, y ambos entraron. Al avanzar por el claustro pudo el lego notar que hablaban con mucho calor; que el visitante no había dejado de ser displicente; que continuaba con el mismo aspecto de hastío y desdén, y que el padre Matamala se mostraba en extremo cariñoso y solícito con él.


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Dominio público
383 págs. / 11 horas, 11 minutos / 384 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Lo Prohibido

Benito Pérez Galdós


Novela


Capítulo I

Refiero mi aparición en Madrid, y hablo largamente de mi tío Rafael y de mis primas María Juana, Eloísa y Camila

I

En Septiembre del 80, pocos meses después del fallecimiento de mi padre, resolví apartarme de los negocios, cediéndolos a otra casa extractora de Jerez tan acreditada como la mía; realicé los créditos que pude, arrendé los predios, traspasé las bodegas y sus existencias, y me fui a vivir a Madrid. Mi tío (primo carnal de mi padre) D. Rafael Bueno de Guzmán y Ataide quiso albergarme en su casa; mas yo me resistí a ello por no perder mi independencia. Por fin supe hallar un término de conciliación, combinando mi cómoda libertad con el hospitalario deseo de mi pariente; y alquilando un cuarto próximo a su vivienda, me puse en la situación más propia para estar solo cuando quisiese o gozar del calor de la familia cuando lo hubiese menester. Vivía el buen señor, quiero decir, vivíamos en el barrio que se ha construido donde antes estuvo el Pósito. El cuarto de mi tío era un principal de diez y ocho mil reales, hermoso y alegre, si bien no muy holgado para tanta familia. Yo tomé el bajo, poco menos grande que el principal, pero sobradamente espacioso para mí solo, y lo decoré con lujo y puse en él todas las comodidades a que estaba acostumbrado. Mi fortuna, gracias a Dios, me lo permitía con exceso.


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Dominio público
508 págs. / 14 horas, 49 minutos / 371 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Ángel Guerra

Benito Pérez Galdós


Novela


Primera parte

Capítulo I. Desengañado

I

Precipitemos la narración diciendo que la que abría se llamaba Dulcenombre, y el que entró Ángel Guerra, hombre más bien grueso que flaco, de regular estatura, color cetrino y recia complexión, cara de malas pulgas y... Pero ¿a qué tal prisa? Calma, y dígase ahora tan sólo que Dulcenombre, en cuanto le echó los ojos encima (para que la verdad resplandezca desde el principio, bueno será indicar sin rebozo que era su amante), notó el demudado rostro que aquella mañana se traía, mohín de rabia, mirar atravesado y tempestuoso. Juntos pasaron a la sala, y lo primero que hizo Guerra fue tirar al suelo el ajado sombrero, y mostrar a la joven su mano izquierda mojada de sangre fresca, que por los dedos goteaba.

—Mira como vengo, Dulce... Cosa perdida... ¡Quién se vuelve a fiar de tantísimo cobarde, de tantísimo necio!

El espanto dejó sin habla por un momento a la pobre mujer. Creyó que no sólo la mano, sino el brazo entero del hombre amado, se desprendía del cuerpo, cayendo en tierra como trozo de res desprendido de los garfios de una carnicería.

¡Querido, ay —exclamó al fin—, bien te lo dije!... ¡Para qué te metes en esas danzas?

Dejose caer el herido en el sillón más próximo, lanzando de su, boca, como quien escupe fuerte, una blasfemia desvergonzada y sacrílega, y después revolvió sus ojos por todo el ámbito de la estancia, cual si escuchara su propia exclamación repercutiendo en las paredes y en el techo. Mas no era su apóstrofe lo que oía, sino el zumbido de uno de estos abejones que suelen meterse de noche en las casas, y buscando azorados la salida, tropiezan en las paredes, embisten a testarazos los cristales, y nos atormentan con su murmullo grave y monótono, expresión musical del tedio infinito.

—¿Tienes árnica? —dijo Guerra mirándose la ensangrentada, mano.


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Dominio público
790 págs. / 1 día, -1 horas, 2 minutos / 571 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Extraña Confesión

Antón Chéjov


Novela


—¿Cuál es el tema de su obra? —pregunté, con displicencia, al señor elegante, extremadamente ágil y desenvuelto, llamado Iván Kamychov, que necesitado de fondos y declarándose un principiante, me proponía la publicación de un grueso manuscrito.

—¿Qué le puedo decir?… El tema no es nuevo… Amor…, asesinato… Lea, usted verá… Son las memorias de un juez de instrucción. —Sin duda fruncí las cejas, porque Kamychov pestañeó, se estremeció y agregó rápidamente—: Mi relato está en viejo estilo judicial, pero usted encontrará un hecho real…, la verdad… Todo lo que evoco pasó ante mi vista, de pe a pa; fui testigo y hasta participé en el hecho…

—Lo importante no es la verdad, y no es indispensable haber visto un hecho para describirlo. Nuestro público está harto de los Gaboriau y de los Chkliarevski. Harto de asesinatos misteriosos, de hábiles detectives y de jueces sagaces. Es verdad que hay público y público. Hablo del que lee nuestro diario. ¿Cuál es el título de su relato?

—Un drama en la cacería.

—Veamos, no es un título serio… y, en verdad, tengo tantos textos para publicar que me es prácticamente imposible aceptar otros, aunque sean meritorios.

—A pesar de todo, señor, guarde mi manuscrito… Usted dice: «No es serio», pero no puede calificarse así lo que no se ha leído… ¿Ypor qué no quiere usted admitir que hasta los jueces de instrucción sepan escribir seriamente?

Kamychov balbuceaba, hacía girar un lápiz entre sus dedos y se miraba la punta de sus zapatos. Terminó por conmoverme.

—Perfectamente, déjeme su manuscrito. Pero no le prometo leerlo en seguida. Tendrá que esperar…

—¿Mucho tiempo?

—No sé… Vuelva dentro de dos o tres meses…

—¡Oh, cuánto tiempo! Bueno, no me atrevo a insistir…, será como usted quiera.


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161 págs. / 4 horas, 42 minutos / 164 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Historia de mi Vida

Antón Chéjov


Novela


I

El jefe de la oficina me dijo:

—A no ser por lo mucho que estimo a su honorable padre, le habría hecho a usted emprender el vuelo hace tiempo.

Y yo le contesté:

—Me lisonjea en extremo su excelencia al atribuirme la facultad de volar.

Su excelencia gritó, dirigiéndose al secretario:

—¡Llévese usted a ese señor, que me ataca los nervios!

A los dos días me pusieron de patitas en la calle.

Desde que era mozo había yo cambiado ocho veces de empleo. Mi padre, arquitecto del Ayuntamiento, estaba desolado. A pesar de que todas las veces que había yo servido al Estado lo había hecho en distintos ministerios, mis empleos se parecían unos a otros como gotas de agua: mi obligación era permanecer sentado horas y horas ante la mesa-escritorio, escribir, oír observaciones estúpidas o groseras y esperar la cesantía.

Con motivo de la pérdida de mi último destino tuve, como es natural, una explicación enojosa con el autor de mis días. Cuando entré en su despacho, estaba hundido en su profundo sillón y tenía los ojos cerrados.

En su rostro enjuto, de mejillas rasuradas y azules, parecido al de un viejo organista católico, se pintaba la sumisión al destino.

Sin contestar a mi saludo, me dijo:

—Si tu madre, mi querida esposa, viviera todavía, serías para ella origen constante de disgustos y de bochornos. Dios, en su infinita sabiduría, ha cortado el hilo de su existencia para evitarle terribles decepciones.

Calló un instante y añadió:

—Dime, desgraciado, ¿qué voy a hacer contigo?


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Dominio público
118 págs. / 3 horas, 27 minutos / 415 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Guatimozín: Último Emperador de Méjico

Gertrudis Gómez de Avellaneda


Novela


Parte primera

I. Hernán Cortés y Moctezuma

La muerte de Maximiano I colocaba en la frente de Carlos V la corona imperial de la Alemania, y mientras el nuevo César recibía el cetro en Aquisgrán, y la España, presa de la codicia y la arbitrariedad de algunos flamencos, ardía en intestinas disensiones, el genio osado y sagaz de Hernán Cortés, ensanchando los límites de los ya vastos dominios de aquel monarca, lanzábase a sujetar a su trono el inmenso continente de las Indias occidentales.

En vano Diego Velázquez, arrepentido de haberle entregado el mando del ejército, temeroso de su osadía y envidioso de su fortuna, quisiera detenerle en su rápida y victoriosa carrera; en vano también habían conspirado sordamente contra él enemigos subalternos.

Verificando política y oportunamente en Veracruz la dimisión del cargo conferido y revocado por Diego Velázquez, había conseguido el astuto caudillo asegurarse el mando que anhelaba y en el cual se sostuviera hasta entonces con mas osadía que derecho.

Un ayuntamiento creado por él le había nuevamente revestido de la autoridad que fingiera deponer, y coronada por el éxito su sagacidad, inspiró mayor confianza a su ambición.


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Dominio público
411 págs. / 11 horas, 59 minutos / 289 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Martín Rivas

Alberto Blest Gana


Novela


Al Señor Don Manuel Antonio Matta

Mi querido Manuel:

Por más de un titulo te corresponde la dedicatoria de esta novela: ella ha visto la luz pública en las columnas de un periódico fundado por tus esfuerzas y dirigido por tu decisión y constancia a la propagación y defensa de los principios liberales; su protagonista ofrece el tipo, digno de imitarse, de los que consagran un culto inalterable a las nobles virtudes del corazón, y, finalmente, mi amistad quiere aprovechar esta ocasión de darte un testimonio de que al cariño nacido en la infancia se une ahora el profundo aprecio que inspiran la hidalguía y el patriotismo puestos al servicio de una buena causa con entero desinterés.

Recibe, pues, esta dedicatoria como una prenda de la amistad sincera y del aprecio distinguido que te profesa tu afectísimo

ALBERTO BLEST GANA

1

A principios del mes de julio de 1850 atravesaba la puerta de calle de una hermosa casa de Santiago un joven de veintidós a veintitrés años.

Su traje y sus maneras estaban muy distantes de asemejarse a las maneras y al traje de nuestros elegantes de la capital. Todo en aquel joven revelaba al provinciano que viene por primera vez a Santiago. Sus pantalones negros, embotinados por medio de anchas trabillas de becerro, a la usanza de los años de 1842 y 43; su levita de mangas cortas y angostas; su chaleco de raso negro con largos picos abiertos, formando un ángulo agudo, cuya bisectriz era la línea que marca la tapa del pantalón; su sombrero de extraña forma y sus botines abrochados sobre los tobillos por medio de cordones negros componían un traje que recordaba antiguas modas, que sólo los provincianos hacen ver de tiempo en tiempo, por las calles de la capital.


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Dominio público
430 págs. / 12 horas, 33 minutos / 637 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Sónnica la Cortesana

Vicente Blasco Ibáñez


Novela


Al lector

Esta obra la escribí en 1901, para completar con ella la serie de mis novelas que tienen por escenario la tierra valenciana.

Había publicado ya Arroz y tartana, Flor de Mayo, La barraca y Entre naranjos, que son la novela de la vida en la ciudad, de la vida en el mar, de la vida en la huerta y de la vida en los naranjales. Tenía entonces el proyecto de escribir Cañas y barro, y para ello estudiaba la existencia de los habitantes del lago de la Albufera. Pero antes de producir esta última obra sentí la imperiosa necesidad de resucitar el episodio más heroico de la historia de Valencia, sumiéndome para ello en el pasado, hasta llegar a los primeros albores de la vida nacional. Y abandonando la novela de costumbres contemporáneas, la descripción de lo que podía ver directamente con mis ojos, produje una obra de reconstrucción arqueológica más o menos fiel, una novela de remotas evocaciones.

Con esto realicé un deseo de mi adolescencia, cuando empezaba a sentir las primeras tentaciones de la creación novelesca.

Siendo estudiante, en vez de entrar en la Universidad huía de ella las más de las mañanas para vagar por los campos o por la orilla mediterránea, encontrando a esto mayor seducción que al conocimiento de las verdades muchas veces discutibles del Derecho. Al caminar por los senderos de la huerta valenciana se ve siempre en el horizonte, por encima de las arboledas, una colina roja que es la estribación más avanzada de la sierra de Espadán, el último peldaño de las montañas que se escalonan en descenso hasta el mar. Sobre su cumbre, como amarillentas y sutiles pinceladas, se columbran los muros de un vasto castillo. Allí está Sagunto.


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Dominio público
271 págs. / 7 horas, 55 minutos / 457 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

El Forastero Misterioso

Mark Twain


Novela


Capítulo I

Fue el año 1590. Invierno. Austria quedaba muy lejos del mundo y dormía; para Austria era todavía el Medioevo, y prometía seguir siéndolo siempre. Ciertas personas retrocedían incluso siglos y siglos, asegurando que en el reloj de la inteligencia y del espíritu se hallaba Austria todavía en la Edad de la Fe. Pero lo decían como un elogio, no como un menosprecio, y en este sentido lo tomaban los demás, sintiéndose muy orgullosos del mismo. Lo recuerdo perfectamente, a pesar de que yo solo era un muchacho, y recuerdo también el placer que me producía.

Sí, Austria quedaba lejos del mundo y dormía; y nuestra aldea se hallaba en el centro mismo de aquel sueño, puesto que caía en el centro mismo de Austria. Vivía adormilada y pacífica en el hondo recato de una soledad montañosa y boscosa, a la que nunca, o muy rara vez, llegaban noticias del mundo a perturbar sus sueños, y vivía infinitamente satisfecha. Delante de la aldea se deslizaba un río tranquilo, en cuya superficie se dibujaban las nubes y los reflejos de los pontones arrastrados por la corriente y las lanchas que transportaban piedra; detrás de la aldea se alzaba una ladera llena de arbolado, hasta el pie mismo de un altísimo precipicio; en lo alto del precipicio se alzaba ceñudo un enorme castillo, con su larga hilera de torres y de baluartes revestidos de hiedras; al otro lado del río, a una legua hacia la izquierda, se extendía una ondulante confusión de colinas revestidas de bosque, y rasgadas por serpenteantes cañadas en las que jamás penetraba el sol; hacia la derecha, el terreno estaba cortado a pico sobre el río, y entre ese precipicio y las colinas de que acabamos de hablar, se extendía en la lejanía una llanura moteada de casitas pequeñas que se arrebujaban entre huertos y árboles umbrosos.


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129 págs. / 3 horas, 47 minutos / 266 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Germana

Edmond About


Novela


I. EL AGUINALDO DE LA DUQUESA

Hacia la mitad de la calle de la Universidad, entre los números 51 y 57, se ven cuatro hoteles que pueden citarse entre los más lindos de París. El primero pertenece al señor Pozzo di Borgo, el segundo al conde Mailly, el tercero al duque de Choiseul y el último, que hace esquina a la calle Bellechasse, al barón de Sanglié.

El aspecto de este edificio es noble. La puerta cochera da entrada a un patio de honor cuidadosamente enarenado y tapizado de parras centenarias. El pabellón del portero está a la izquierda, envuelto entre el follaje espeso de la hiedra, donde los gorriones y los huéspedes de la garita parlotean al unísono. En el fondo del patio, a la derecha, una amplia escalinata resguardada por una marquesina, conduce al vestíbulo y a la gran escalera.

La planta baja y el primer piso están ocupados por el barón únicamente, que disfruta sin compartirlo con nadie un vasto jardín, limitado por otros jardines, y poblado de urracas, mirlos y ardillas que van y vienen de ése a los otros en completa libertad, como si se tratara de habitantes de un bosque y no de ciudadanos de París.

Las armas de los Sanglié, pintadas en negro, se descubren en todas las paredes del vestíbulo. Son un jabalí de oro en un campo de gules. El escudo tiene por soporte dos lebreles, y está rematado con el penacho de barón con esta leyenda: Sang lié au Roy.

Como media docena de lebreles vivos, agrupados según su capricho, se aburren al pie de la escalera, mordisquean las verónicas floridas en los vasos del Japón o se tienden sobre la alfombra alargando la cabeza serpentina. Los lacayos, sentados en banquetas de Beauvais, cruzan solemnemente los brazos, como conviene a los criados de buena casa.


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217 págs. / 6 horas, 20 minutos / 129 visitas.

Publicado el 6 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

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