Libro I: Edison
I. Menlo Park
Parecía el jardín una bella hembra tendida, que dormitara
voluptuosamente, cerrados los párpados a los cielos abiertos. Las
praderas del azul celeste se hermanaban en un círculo amojonado por las
flores de luz. Los iris y las gemas de rocío pendientes de las hojas
cerúleas, eran estrellas pestañeantes que abrasaban el ámbito nocturno.
GILES FLETCHER
A veinticinco leguas de Nueva-York, en el
núcleo de un haz de hilos eléctricos, surge una casa envuelta por
meditabundos jardines solitarios. Mira la fachada, la uniformidad del
césped, rota por las avenidas enarenadas que llevan a un pabellón
aislado. Es el número 1 de Menlo-Park. Allí vive Tomás Alva Edison, el
hombre que ha hecho cautivo al eco.
Tiene éste unos cuarenta y dos años. Su fisonomía recordaba, hace
poco aún, la de un francés ilustre: Gustavo Doré. Era el rostro del
artista traducido en un rostro de sabio. ¡Aptitudes análogas,
aplicaciones diferentes! ¿A qué edad se parecieron del todo? Quizás
nunca. Las fotografías de ambos, fundidas en el estereoscopio,
despiertan la impresión de que ciertas efigies de razas superiores no se
realizan más que en cierto cuño de fisonomías perdidas en la Humanidad.
Confrontado con las viejas estampas, el rostro de Edison ofrece la
viva reproducción de la siracusana medalla de Arquímedes. A las cinco de
una tarde de estos últimos otoños, el maravilloso inventor, el mago del
oído, (casi sordo, como un Beethoven de la ciencia, que ha sabido
crearse el minúsculo instrumento que, no sólo acaba con la sordera, sino
que desnuda y agudiza el sentido auditivo), el gran Edison estaba solo
en lo hondo de su laboratorio personal, allí, en el pabellón arrancado
del castillo.
Información texto 'La Eva Futura'