Textos mejor valorados etiquetados como Novela | pág. 33

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Primer Amor

Iván Turguéniev


Novela


Los invitados se habían despedido hacía ya largo rato. El reloj acababa de dar las once y media. Sólo nuestro anfitrión, Sergio Nicolaievich y Vladimiro Petrovich permanecían aún en el salón.

Nuestro amigo llamó e hizo retirar los restos de la cena.

—Así que estamos de acuerdo, ¿verdad, señores? —dijo, arrellanándose en un sillón y encendiendo un cigarro—. Cada uno de nosotros ha prometido relatar la historia de su primer amor. Usted empezará, Sergio Nicolaievich.

El interpelado, un hombre bajo, rubio, de rostro abotargado, miró a su anfitrión y después levantó los ojos al techo.

—Yo no he tenido primer amor —declaró, al fin—. Yo empecé directamente por el segundo.

—¿Cómo es eso?

—Simplemente. Tendría a la sazón unos dieciocho años cuando me dio la fantasía de hacerle un poco la corte a una joven, por cierto muy bonita, pero me comporté como si aquello no fuese nuevo para mí; exactamente como lo he hecho posteriormente con otras. Para ser sincero, mi primero —y último— amor, se remonta a la época en que tenía seis años. El objeto de mi pasión era la niñera que cuidaba de mí. Esto queda muy lejos, como pueden ver, y los detalles de nuestras relaciones se han borrado de mi memoria. Por otra parte, aunque los recordara, ¿a quién podrían interesar?

—¿Qué vamos a hacer, entonces? —se lamentó nuestro anfitrión—. Tampoco mi primer amor tiene nada de apasionante. Jamás había amado a nadie antes de conocer a Ana Ivanovna, mi esposa. Todo ocurrió en la forma más natural del mundo: nuestros padres nos prometieron, no tardamos en experimentar una inclinación mutua, y pronto nos casamos. Toda mi historia se compendia en dos palabras. A decir verdad, señores, al poner la cuestión sobre el tapete, yo confiaba en ustedes, jóvenes y solteros...


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74 págs. / 2 horas, 9 minutos / 344 visitas.

Publicado el 26 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Copa Dorada

Henry James


Novela


Libro primero. El Príncipe

Primera parte

Capítulo I

Cuando pensaba en ello, el Príncipe se daba cuenta de que Londres siempre le había gustado. El Príncipe era uno de esos romanos modernos que encuentran junto a las orillas del Támesis una imagen más convincente de la fidelidad del antiguo estado que la que habían dejado junto a las orillas del Tíber. Formado en la leyenda de aquella ciudad a la que el mundo entero rendía tributo, veía en el actual Londres, mucho más que en la contemporánea Roma, la verdadera dimensión del concepto de Estado. Se decía el Príncipe que, si se trataba de una cuestión de Imperium, y si uno quería, como romano, recobrar un poco ese sentido, el lugar al que debía ir era al Puente de Londres y, mejor aún, si era en una hermosa tarde de mayo, al Hyde Park Corner. Sin embargo, a ninguno de estos dos lugares, al parecer centros de su predilección, había guiado sus pasos en el momento en que le encontramos, sino que había ido a parar, lisa y llanamente, a Bond Street, en donde su imaginación, propicia ahora a ejercicios de alcance relativamente corto, le inducía a detenerse de vez en cuando ante los escaparates en los que se exhibían objetos pesados y macizos, en oro y plata, en formas aptas para llevar piedras preciosas o en cuero, hierro, bronce, destinados a cien usos y abusos, tan apretados como si fueran, en su imperial insolencia, el botín de victorias alcanzadas en lejanos pagos. Sin embargo, los movimientos del joven Príncipe en manera alguna revelaban atención, ni siquiera cuando se detenía al vislumbrar algunos rostros que pasaban por la calle junto a él bajo la sombra de grandes sombreros con cintajos, u otros todavía más delicadamente matizados por las tensas sombrillas de seda, sostenidas de manera que quedaban con una intencionada inclinación, casi perversa, en los coches del tipo victoria que esperaban junto a la acera.


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750 págs. / 21 horas, 53 minutos / 319 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Las Alas de la Paloma

Henry James


Novela


Volumen I

Libro I

I

Aguardaba, Kate Croy, a que entrara su padre, pero la estaba haciendo esperar sin la menor consideración, y a veces veía, reflejado en el espejo de la chimenea, un rostro decididamente pálido por el enfado que la había llevado casi al punto de marcharse sin verle. No obstante, fue precisamente al llegar a ese punto cuando decidió quedarse; se cambió de sitio y fue del sofá raído hasta el sillón con brillos en la tapicería que sólo con tocarla producía —lo había comprobado— una sensación pegajosa y resbaladiza. Había contemplado las estampas amarillentas de las paredes y la revista solitaria de hacía más de un año, que contribuía, junto con la lamparita de pantalla coloreada y un tapete blanco no demasiado limpio, a exagerar el efecto del mantel púrpura que había sobre la mesa; sobre todo había salido de vez en cuando al balconcillo al que daban acceso dos altas cristaleras. Desde esa perspectiva, aquel callejón vulgar ofrecía un parco consuelo a la salita no menos vulgar; su principal función era recordarle que las estrechas y ennegrecidas fachadas principales, ajustadas a unos esquemas que habrían parecido poca cosa incluso en la parte de atrás de un edificio, constituían la cara pública presagiada por tales intimidades. Uno las intuía en aquel cuarto exactamente igual que intuía otras cien salitas iguales o peores desde la calle. Cada vez que volvía a entrar, cada vez que, llevada por su impaciencia, estaba a punto de marcharse, era para sumirse en un abismo más profundo, mientras saboreaba la vaga e insulsa emanación de las cosas, el fracaso de la fortuna y el honor. En realidad, si seguía esperando era, en cierto sentido, para no añadir, a todas las demás vergüenzas, la vergüenza del miedo, del fracaso individual y personal.


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567 págs. / 16 horas, 33 minutos / 750 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

El Americano

Henry James


Novela


CAPÍTULO I

Un radiante día de mayo, en el año 1868, un caballero se hallaba cómodamente recostado en el gran diván circular que por aquellos tiempos ocupaba la parte central del Salón Carré, en el Museo del Louvre. Esta conveniente otomana ya no está allí, para inmenso desconsuelo de todos los amantes de las bellas artes que tienen las rodillas débiles; pero el caballero en cuestión había tomado serena posesión de su punto más mullido y, con la cabeza inclinada hacia atrás y las piernas estiradas, contemplaba la bella Madonna de la luna, de Murillo, en profundo disfrute de su postura. Se había quitado el sombrero, y a su lado había dejado una pequeña guía roja y unos gemelos. El día era caluroso; la caminata le había sofocado, y se pasaba una y otra vez el pañuelo por la frente con gesto un tanto cansino. Y, sin embargo, evidentemente no se trataba de un hombre a quien la fatiga le fuese familiar; alto, delgado y musculoso, insinuaba esa clase de vigor que suele conocerse como «resistencia». Pero en este día concreto sus esfuerzos habían sido de un tipo inusitado, y a menudo había realizado grandes proezas físicas que le habían dejado menos exhausto que su tranquilo paseo por el Louvre. Había ido en busca de todos los cuadros que venían acompañados de un asterisco en las formidables páginas, de refinada impresión, de su Bädeker; había hecho un sobreesfuerzo de atención y los ojos se le habían ofuscado, y había tomado asiento con una jaqueca estética. Además, no sólo había mirado los cuadros, sino también todas las copias que se desarrollaban en torno a ellos a manos de las innumerables jóvenes de intachable compostura que se dedican, en Francia, a la difusión de las obras maestras; y, a decir verdad, con frecuencia había admirado la copia mucho más que el original.


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433 págs. / 12 horas, 37 minutos / 111 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Las Hojas Caídas

Wilkie Collins


Novela


A Caroline

Por la experiencia habida en la recepción de Las hojas caídas entre los lectores inteligentes, que han seguido la publicación periódica de la novela tanto en Inglaterra como en el extranjero, tengo la satisfacción de saber que el diseño de la obra habla por sí solo, y que la escrupulosa delicadeza del tratamiento empleado en determinadas porciones del relato ha sido apreciada en su justo punto, exactamente del modo que yo podía desear. Al no tener más explicaciones que dar ni (en lo tocante al tema elegido) disculpa alguna que pedir, dejo mi libro sin ninguna alegación más a modo de prefacio, para que aparezca ante el público lector revestido tan sólo por los méritos que pueda tener.

WILKIE COLLINS

Gloucester Place, Londres

1 de julio de 1879

PRÓLOGO

I

Los irresistibles influjos que un buen día han de reinar con supremacía absoluta sobre nuestros pobres corazones, amén de dar forma al breve y triste transcurso de nuestras vidas, a veces provienen de un origen remoto y misterioso, y encuentran el camino inescrutable para llegar a nosotros a través de los corazones y las vidas de algunas personas que nos resultan desconocidas.

Mientras gastaba su primera chaqueta y jugaba sus primeras partidas de bolos el joven cuya atribulada trayectoria nos proponemos aquí seguir, un terrible infortunio doméstico que sobrevino en el hogar de unos desconocidos estaba destinado, sin embargo, a surtir un definitivo efecto sobre su propia felicidad y a modelar a conciencia el posterior transcurso de su vida.


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467 págs. / 13 horas, 38 minutos / 88 visitas.

Publicado el 1 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Barnaby Rudge

Charles Dickens


Novela


Prefacio a la edición de 1849

Tras haber expresado el ya fallecido señor Waterton, hace algún tiempo, que los cuervos se estaban extinguiendo poco a poco en Inglaterra, le ofrecí las siguientes palabras acerca de mi experiencia con esas aves.

El cuervo de esta historia esta concebido a partir de dos grandes originales de los que fui, en distintos momentos, orgulloso propietario. El primero estaba en la flor de la juventud cuando fue descubierto en un modesto retiro de Londres por un amigo mío, que me lo dio. Tuvo desde el principio, como dice sir Hugh Evans de Anne Page, «buenas dotes» que mejoró por medio del estudio y la atención de manera ejemplar. Dormía en un establo —generalmente encima de un caballo— y tenía atemorizado a un perro ladrador gracias a su sobrenatural sagacidad; era conocido por poder, gracias a la superioridad de su genio, llevarse la comida del perro ante sus narices con total tranquilidad. Estaba adquiriendo rápidamente conocimientos y virtudes cuando, en una mala hora, su establo fue pintado. Observó a los pintores con atención, vio que manejaban con cuidado la pintura, e inmediatamente deseó poseerla. Cuando se fueron a comer, se comió toda la que habían dejado allí, una libra o dos de plomo blanco, y su juvenil indiscreción le llevó a la muerte.


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798 págs. / 1 día, -1 horas, 16 minutos / 162 visitas.

Publicado el 7 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Salambó

Gustave Flaubert


Novela


I. El festín

La escena es en Megara, arrabal de Cartago, y en los jardines de Amílcar.

Los soldados que este había capitaneado en Sicilia celebraban con un gran banquete el aniversario de la batalla de Eryx. Ausente el jefe, los numerosos soldados comían y bebían a sus anchas.

Los capitanes, calzados con coturnos de bronce, se habían situado en el camino del centro, bajo un velo de púrpura con franjas de oro que se extendía desde la pared de las cuadras hasta la primera azotea del palacio. La soldadesca se desparramaba bajo los árboles, desde los que se veían una porción de edificios de techo plano, lagares, graneros, almacenes, panaderías y arsenales; un patio para los elefantes, fosos para las bestias feroces y una prisión para los esclavos.

Las cocinas hallábanse rodeadas de higueras; un bosque de sicomoros se extendía hasta unos manchones verdes, en los que las granadas resplandecían entre los copos blancos de los algodoneros. Viñas cargadas de racimos trepaban hasta el ramaje de los pinos; un campo de rosas florecía bajo los plátanos; en el césped, de trecho en trecho, se balanceaban las azucenas; una arena negra, mezclada con polvo de coral, cubría los senderos, y en medio, la avenida de los cipreses formaba de un extremo a otro como una doble columnata de obeliscos verdes.


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Dominio público
299 págs. / 8 horas, 43 minutos / 573 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Educación Sentimental

Gustave Flaubert


Novela


Primera parte

Capítulo I

Hacia las seis de la mañana del 15 de septiembre de 1840, próximo a zarpar, el Ville de Montereau despedía grandes torbellinos de humo delante del muelle de Saint-Bernard.

La gente llegaba sin aliento; las barricas, los cables, los cestos de ropa blanca dificultaban la circulación; los marineros no contestaban a nadie; tropezaban unas con otras las personas; los bultos subían por entre los dos tambores, y el bullicio se absorbía en el ruido del vapor, que, escapándose por las tapaderas de hierro de las chimeneas, todo lo envolvía en una nube blanquecina, mientras la campana sonaba avante sin cesar.

Por fin, el barco arrancó, y las dos orillas, pobladas de tiendas, de canteros y de fábricas, desfilaron como dos anchas cintas que se desenrollan.

Un joven de dieciocho años, de pelo largo, que llevaba un álbum debajo del brazo, estaba inmóvil cerca del timón. A través de la bruma contemplaba campanarios y edificios, cuyo nombre ignoraba; después abrazó en una última ojeada la isla de Saint-Louis, la Cité, Notre-Dame, y muy pronto, al desaparecer París, lanzó un suspiro prolongado.

Frédéric Moreau, que acababa de recibir el título de bachiller, regresaba a Nogent-sur-Seine, donde debía languidecer durante dos meses antes de ir a cursar derecho. Su madre, con la suma indispensable, le había enviado al Havre a ver a un hermano suyo, del cual esperaba que fuese heredero su hijo; volvió de allí la víspera, y lamentaba no poder permanecer en la capital, siguiendo, para llegar a su provincia, el camino más largo.


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460 págs. / 13 horas, 26 minutos / 635 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Último Mohicano

James Fenimore Cooper


Novela


Introducción

Los lugares geográficos donde transcurre este relato, deberían proveer de la necesaria información al lector. Sin embargo, ante tal profusión de nombres, razas y tribus, conviene dar algunas explicaciones.

Se cree que los aborígenes de América proceden de Asia. Hay hechos que lo corroboran. Cree el autor que el color del indio le es peculiar, y mientras sus pómulos muestran un notable indicio de origen tártaro, con sus ojos no sucede lo mismo. El clima puede haber ejercido gran influencia en el color, pero es difícil explicar cómo hubiera podido producirse la fundamental diferencia de los ojos.

La fantasía imaginativa del indio es oriental. Saca sus metáforas de las nubes, de las estaciones, de los pájaros, de los animales y del mundo vegetal. Su lenguaje posee tal riqueza, que expresa una frase con una sola palabra, y mediante una sola sílaba altera el sentido de toda una oración. Da diferentes significados por medio de las más simples inflexiones de la voz.

Los filólogos han dicho que entre todas las numerosas tribus que ocupan el territorio que constituye hoy los Estados Unidos no hay más de dos o tres lenguas. Atribuyen a los dialectos y a la corrupción del idioma la dificultad que tienen las tribus para entenderse entre sí. De aquí han surgido el gran obstáculo que existe para conocer su historia y gran parte de la incertidumbre acerca de sus tradiciones.

En gran medida, los hombres blancos han contribuido a que sean tan oscuras las tradiciones de los aborígenes.

En estas páginas, los lenni-lenapes, lenapes, delawares y los mohicanos designan a un mismo pueblo o a tribus del mismo tronco.


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97 págs. / 2 horas, 50 minutos / 414 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Corsario Rojo

James Fenimore Cooper


Novela


Dedicatoria

A
W. B. SHUBRICK,
ESQUIRE DE LA MARINA DE LOS ESTADOS UNIDOS
le dedico este esbozo imperfecto y rápidamente trazado de algunas escenas de nuestra profesión.

Mi querido Shubrick, cuento más con su benevolencia que con el éxito de la realización.
Tal como es, sin embargo, este libro le es ofrecido como una nueva prueba de la estima y de la amistad sincera del autor.

Prólogo

El autor ya creyó necesario, en otra ocasión, hacer notar que al describir estas escenas de la vida marítima, no ha tenido en cuenta muy rigurosamente el orden cronológico de los perfeccionamientos que se han introducido en el arte de navegar. Pero piensa que no se hallará en esta obra ningún anacronismo demasiado importante. No obstante si algún crítico marino de mirada penetrante descubre un cabo extraviado en una falsa polea, o un término alterado de forma tal que cambie la verdadera ortografía, se le recuerda que la caridad le obliga a no atribuirlo a la ignorancia, tratándose de un compañero. No hay que olvidar que existen proporcionalmente menos hombres de mar que hombres de tierra dedicados tanto a la parte mecánica como a la espiritual de la composición de un libro, lo que es suficiente para explicar las numerosas imperfecciones que obstaculizan la armonía perfecta de las diversas partes de la literatura. En su tiempo oportuno, sin duda, se hallará el remedio a este mal deplorable, y entonces el mundo podrá esperar ver más conjuntadas las diferentes ramas de la profesión. No existirá una verdadera edad de oro para la literatura hasta que los libros sean tan correctos en su tipografía como el diario de un barco, y el sentido tan preciso como un watch-bill.

En cuanto al artículo menos importante, del que el autor hubiera podido sacar mejor partido en esta obra, no ha tenido la intención de ser muy comunicativo a este respecto.


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367 págs. / 10 horas, 43 minutos / 250 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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