Textos mejor valorados etiquetados como Novela | pág. 40

Mostrando 391 a 400 de 975 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Novela


3839404142

Los Majos de Cádiz

Armando Palacio Valdés


Novela


PRÓLOGO. Observaciones acerca de la composición en la novela

I

Para el lector aficionado á razonar el arte y discutir su técnica escribo estas breves líneas. Páselas por alto quien sólo aspire á sentirlo, seguro de que nada perderá en ello: mi simpatía, como la de todo artista, estará siempre con él. Porque sólo una imaginación fresca exenta de conceptos retóricos puede gozar realmente las obras poéticas, respirar con libertad en el mundo de la fantasía. Además, dígase lo que se quiera, á ningún maese Pedro le place mostrar por dentro el retablo de las figuras con sus jarcias y resortes; y si alguna vez lo hace, suele ser apretado por el deseo de defenderse de los pecados que le atribuyen ó de prevenir al público contra los errores de una crítica precipitada ó desleal. No es esto, sin embargo, lo que me impulsa á escribir el presente prólogo, como tampoco me ha movido á escribir el que años ha puse al frente de mi novela La Hermana San Sulpicio. En España, afortunadamente, apenas si existe la crítica, y el autor de novelas goza de aquella paz profunda, de aquella amable serenidad de que gozaron en las primeras edades del mundo Valmiky y Homero para escribir sus inmortales poemas. La única razón que hallo en mi espíritu (aparte de cierta manía didáctica que me ha quedado de los años de adolescencia, cuando con mi dedo infalible señalaba á los autores la ruta que debían seguir) es la contradicción en que me reconozco con los gustos y tendencias que dominan actualmente lo mismo en las artes plásticas que en la poesía. Esta contradicción me atormenta sobremanera, porque me hace dudar de mí mismo. Derramo la vista por Europa y no veo en la pintura y en la poesía más que escenas lúgubres y prosaicas, no escucho sino acentos de muerte. De las estepas de la Rusia llegan delirios místicos que entusiasman al pueblo de Molière, de Rabelais y de Voltaire.


Leer / Descargar texto

Dominio público
219 págs. / 6 horas, 24 minutos / 231 visitas.

Publicado el 24 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

La Calandria

Rafael Delgado


Novela


I

—¡Pobrecita! —exclamaba doña Manuela, bañados en lágrimas los ojos, al apagar, de un soplo, una larga vela de cera, amarillenta y quebrada en tres pedazos, y extinguiendo con las extremidades del índice y pulgar humedecidas en saliva, el humeante pábilo—. ¡Esta noche se nos va! ¡Pero, a Dios gracias, con todos sus auxilios!

—¿Y qué dijo el médico? —preguntó Petrita, la hija de la casera, alargando a su interlocutora otra vela.

—Dijo esta mañana que no tiene cura, y mandó que se dispusiera luego luego para recibir el viático, antes de que le volvieran las bascas. Y ahí me tiene usted, mi alma, subiendo y bajando para arreglarlo todo, en el ínter que su mamá de usted y Paulita la del 6 ponían el altar… ¡estoy rendida! por eso no entré a ver el viático.

—Deje usted, doña Manuelita: si yo también he estado apuradísima, componiendo las botellas de flores y haciendo los moños para las velas, y eso que Tiburcita me prestó los que le sirvieron el año pasado en el altar de Dolores, que si no, no acabo.

—Y está el altar que da gusto verlo; se parece al que ponen en Santa María las hijas de María —dijo, tomando parte en la conversación, una mujer de prominentes caderas y marcado bigote—; como que el padre lo ha estado mirando y remirando, como si dijera: ¡qué lindo está!

—¡Y qué tan a tiempo traje la sobrecama! —repuso doña Manuela—. ¡Con razón me dijo el gordito de La Iberia, cuando saqué el género, que estaba buena hasta para un altar! ¡Ya lo vimos… y está nuevecita!… Ya sirvió en el altar y no he de usarla. Ya lo sabe usted, Petrita: para el viernes de Dolores ahí la tiene. Yo haré los sembraditos y las aguas de color.

—Muchas gracias, Manuelita; la Virgen se lo pagará todo y no olvidará la buena voluntad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
295 págs. / 8 horas, 37 minutos / 499 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Los Parientes Ricos

Rafael Delgado


Novela


I

—Pues bien, esperaremos… —dijo el clérigo, en tono decisivo, dirigiéndose resueltamente a la sala, seguido de don Cosme.

Uno y otro entraron en el saloncito, y después de dejar en una silla próxima a la puerta capas y sombreros, se instalaron cómodamente en el estrado.

La criada, una muchacha de buen hablar, limpia, fresca y sonrosada, un si es no es modosita, saludó con ademán modesto y cortés, y se volvió al jardinito enflorecido con las mil rosas de una primavera fecunda y siempre pródiga.

—Dejemos en paz a los señores —díjose Filomena— que, a juzgar por su llaneza, serán acaso, amigos, si no es que parientes, de los amos.

El clérigo y su compañero, repantigados en las mecedoras, no decían palabra, y se entretenían silenciosamente en examinar el recinto.

—¡Calor insufrible! —dijo el canónigo, secándose la frente y el cuello con amplio pañuelo de hierbas—. ¡Calor —repitió— como no había vuelto a sentir desde que salí de Tixtla hace más de veinte años!

—¡No sé —exclamó su amojamado interlocutor— cómo pueden vivir las gentes en esta ciudad, donde cuando no llueve agua, llueve fuego!…


Leer / Descargar texto

Dominio público
353 págs. / 10 horas, 18 minutos / 451 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Hija del Mar

Rosalía de Castro


Novela


A Manuel Murguía

A ti que eres la persona a quien más amo, te dedico este libro, cariñoso recuerdo de algunos días de felicidad que, como yo, querrás recordar siempre. Juzgando tu corazón por el mío, creo que es la mejor ofrenda que puede presentarte tu esposa.

La autora

Prólogo

Antes de escribir la primera página de mi libro, permítase a la mujer disculparse de lo que para muchos será un pecado inmenso e indigno de perdón, una falta de que es preciso que se sincere.

Bien pudiera, en verdad, citar aquí algunos textos de hombres célebres que, como el profundo Malebranche y nuestro sabio y venerado Feijoo, sostuvieron que la mujer era apta para el estudio de las ciencias, de las artes y de la literatura.

Posible me sería añadir que mujeres como madame Roland, cuyo genio fomentó y dirigió la Revolución francesa en sus días de gloria; madame Staël, tan gran política como filósofa y poeta; Rosa Bonheur, la pintora de paisajes sin rival hasta ahora; Jorge Sand, la novelista profunda, la que está llamada a compartir la gloria de Balzac y Walter Scott; Santa Teresa de Jesús, ese espíritu ardiente cuya mirada penetró en los más intrincados laberintos de la teología mística; Safo, Catalina de Rusia, Juana de Arco, María Teresa, y tantas otras, cuyos nombres la historia, no mucho más imparcial que los hombres, registra en sus páginas, protestaron eternamente contra la vulgar idea de que la mujer sólo sirve para las labores domésticas y que aquella que, obedeciendo tal vez a una fuerza irresistible, se aparta de esa vida pacífica y se lanza a las revueltas ondas de los tumultos del mundo, es una mujer digna de la execración general.

No quiero decir que no, porque quizá la que esto escribe es de la misma opinión.


Leer / Descargar texto

Dominio público
175 págs. / 5 horas, 6 minutos / 724 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre del Antifaz Blanco

Edgar Wallace


Novela


Capitulo I

Miguel Quigley poseía conocimientos profesionales de mucho valor acerca del mundo del hampa, por sus relaciones con topistas, timadores, profesionales de la falsificación, artistas de la estafa, cuenteros del tío, manipuladores del sobre, descuideros y carteristas. Sin embargo, Máscara Blanca era para él una incógnita. No era de extrañar, porque nadie le conocía, de modo que Miguel se reservaba para más adelante el placer de trabar relación con él. Pronto o tarde cometería alguna equivocación y daría pábulo a las actividades del reportero.

Miguel se trataba con casi todo el mundo en Scotland Yard, tuteándose con los principales comisarios. Había realizado excursiones dominicales con Dumont, el verdugo, cuidándole durante sus ataques de delírium tremens. La habitación de Miguel estaba decorada con fotografías que ostentaban firmas de expríncipes, campeones de pesos pesados y damas destacadas en la vida de sociedad. Podía anticipar como se conduciría una persona normal o un individuo desordenado en cualquier circunstancia concreta. Pero su experiencia personal le había fallado lastimosamente en el caso de Janice Harman. Aunque podía citar algunos precedentes.

El que una joven con tres mil libras de renta anual y sin ninguna clase de compromisos de familia (puesto que era huérfana) aspirase a desempeñar alguna actividad útil en la vida, decidiéndose por el cargo de enfermera en una clínica de un barrio del este de Londres, le resultaba perfectamente comprensible; no era la primera joven que había emprendido ese camino, llevada de sus sentimientos humanitarios, y la única diferencia que observaba en Janice era que no se había cansado, como casi todas, de su filantropía.


Leer / Descargar texto

Dominio público
228 págs. / 6 horas, 39 minutos / 316 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Rostro de la Noche

Edgar Wallace


Novela


I. El hombre del sur

La niebla, que más tarde había de descender sobre Londres borrando todos los contornos, era todavía una gris y sombría amenaza. La luz se había extinguido en el cielo, y los faroles del alumbrado público proyectaban una mancha oscura cuando el hombre del Sur llegó a Portman Square. A pesar de la crudeza del frío, no usaba abrigo ninguno; su camisa era de cuello abierto. Pasó a lo largo, mirando sobre las puertas, y, de pronto, se detuvo frente al núm. 551, examinando las ventanas. La comisura de su espantosa boca se animó con una sardónica sonrisa.

El alcohol exalta todas las pasiones. Transforma el hombre más débil de sus semejantes en un agrio reñidor. Pero en el hombre que alberga un hondo agravio produce la roja neblina que exalta el homicidio. Y Laker tenía ambas cosas: el agravio y el motivo de exaltación.

Ya enseñaría él a este viejo diablo que no podía robar a los hombres impunemente. El sórdido avaro que vivía con el riesgo de que sus ganancias fueran secuestradas. Aquí estaba Laker, casi sin blanca, después de un largo y penoso viaje y con el recuerdo de la visita secreta que sufrió en la Ciudad del Cabo, cuando su vivienda fue registrada por la policía. Una vida de perro era su vida actual. ¿Por qué el viejo Malpas, que no tenía antes medios de existencia, había de vivir en el lujo, mientras su mejor agente vivía duramente? Laker pensaba así cuando estaba borracho.

Éste era el personaje que podía verse paseando frente a la puerta del número 551 de Portman Square. Su largo rostro afeitado, la cicatriz de una cuchillada que cruzaba su mejilla hasta el extremo del mentón, la frente, pequeña, cubierta por unas greñas lacias, y su deplorable indumento, daban la impresión de una abyecta pobreza.


Leer / Descargar texto

Dominio público
298 págs. / 8 horas, 42 minutos / 380 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Puerta de las Siete Cerraduras

Edgar Wallace


Novela


I

El último trabajo oficial (según creía él) de Dick Martin era el de encontrar a Lew Pheeney quien se suponía complicado en el robo de la Banca Helborough. Y le halló en un pequeño restaura del Soho, en el preciso momento en que terminaba de tomar café.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lew en tono despreocupado, mientras cogía el sombrero.

—El inspector quiere hablar contigo acerca del asunto Helborough—respondió Dick.

Lew arrugó las narices en expresivo gesto de satisfacción.

—¡El asunto Helborough! —exclamó desdeñosamente—. No me ocupo de los negocios de Banca. Creía que lo sabía usted. ¿Qué hace usted aún la Policía, mister Martin? Me han dicho que tiene usted dinero y que se separa del servicio.

—En efecto; tú eres mi último trabajo.

—Pues en este último salto, ha caído usted, demasiado mal. ¡He combinado cuarenta y cinco coartadas! ¿Le sorprendo; mister Martin? Ya sabe usted que no doy golpes de Banco. Mi especialidad son las cerraduras.

—¿Qué hacías el martes a las diez de la noche?

—Si se lo dijese a usted, creería que le estaba mintiendo.

—Vamos a verlo —insistió Dick, clavándole la mirada centelleante de sus ojos azules.

Lew tardó un momento en hablar. Calculaba los peligros de ser demasiado franco. Pero, una vez resuelto, terminó por decir la verdad.

—Esa noche y en esa hora realicé un trabajo particular. Un trabajo del que no quiero decir nada. Un poco sucio, pero en el fondo honrado.

—¿Y te pagaron bien? —preguntó Dick sonriente e incrédulo.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 232 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre que No Era Nadie

Edgar Wallace


Novela


1. Una carta misteriosa

Bien, ¡ya le has cazado! ¿Que piensas de él? Los labios delgados de August Javot esbozaron una cínica sonrisa, mientras contemplaba el espectáculo. La confusión reinaba en el pequeño gabinete; los muebles habían sido arrimados a las paredes, a fin de dejar a los bailarines un poco más de espacio. La mano de un borracho había arrancado un aplique eléctrico de un tabique, y un gran jarrón de lilas blancas había sido roto y arrojado al suelo, donde yacía, formando un montón de trozos de china y flores deshojadas. En un rincón de la estancia lanzaba sus notas mecánicas una pianos, y media docena de parejas se movían al compás de un pasodoble, dando pasos vacilantes entre una babel de risas y chillidos histéricos.

La hermosa muchacha que estaba al lado de August Javot paseó la mirada por la habitación; y detuvo los ojos en un joven enrojecido, que en aquel momento trataba de sostenerse en el aire con las manos apoyadas en la pared, animado por los ensordecedores gritos de otro, que parecía algo más sereno que el acróbata improvisado.

Alma Trebizond levantó ligerísimamente las cejas; y se volvió para mirar a Javot.

—No se puede escoger —dijo con aire de satisfacción—, ¿no le parece? Pero es un baronet del Reino Unido y tiene una renta de cuarenta mil libras al año.

—Y el collar de diamantes de los Tynewood —murmuró Javot—. Será una cosa original verte con cien mil libras en diamantes alrededor de tu lindo cuello, querida.

La muchacha lanzó un largo suspiro, como persona que se ha atrevido a mucho y que ha alcanzado más de lo que esperaba.

—Todo ha ido mejor de lo que yo creía —dijo, y añadió—: He puesto un anuncio en los periódicos.

Javot la miró fijamente. Era un hombre de rostro delgado, anguloso, algo calvo. Sus ojos parecían los de un halcón, cuando se volvió hacia la joven para observarla con seriedad.


Información texto

Protegido por copyright
136 págs. / 3 horas, 58 minutos / 175 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Madriguera del Gusano Blanco

Bram Stoker


Novela


Dedicatoria

A mi amiga Berta Nicoll
con afectuosa estima.

I. La llegada de Adam Santon

Adam Salton pasó casualmente por el Empire Club de Sydney y se encontró con una carta de su tío abuelo. Poco menos de un año antes había tenido noticias del anciano caballero, Richard Salton, revelándole su parentesco y asegurándole que no había podido escribirle más pronto a causa de sus enormes dificultades en dar con el paradero de su sobrino nieto. Adam quedó muy complacido y respondió cordialmente; a menudo había oído a su padre hablar de la rama más antigua de la familia con quienes él y los suyos habían perdido el contacto hacía mucho tiempo. Había comenzado una interesante correspondencia. Adam abrió apresuradamente la carta que acababa de llegar, que contenía una amable invitación para instalarse en Lesser Hill con su tío abuelo tanto tiempo como le fuera posible.


Información texto

Protegido por copyright
172 págs. / 5 horas, 2 minutos / 216 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Secreto del Alfiler

Edgar Wallace


Novela


1

El restaurante de Yeh Ling se encontraba justo entre el silencio de la Reed Street y la luminosa calle donde hay los teatros. Pasaba gradualmente desde aquellas casas honradas, aunque lóbregas, donde innumerables modistas y dentistas tenían sus placas en la puerta y sus obradores y consultorios en los diversos pisos, hasta el salvaje bullicio de Bennet Street, calificación que, aplicada por lo común con tanta ligereza, estaba plenamente justificada en este caso, puesto que en Bennet Street se gritaba a todas horas del día y se gritaba durante la noche en tono aún más agudo. La calzada era un patio de recreo para la grey infantil de aquel prolífico vecindario, y un ring en el que se ventilaban a pecho descubierto toda clase de disputas entre hombres, mientras en torno a ellos chillaban mujeres desmelenadas que alentaban a los combatientes o expresaban su propia zozobra.

El restaurante de Yeh Ling había tenido sus inicios en la parte menestral de la calle, especializándose en extraños platos chinos. Gradualmente, se había ido acercando a «Las Luces», al adquirir su fundador, aquel oriental de apariencia triste, uno tras otro, los edificios que mediaban, hasta que de pronto llegó a la calle principal, y su fachada adquirió entonces un aspecto de opulenta seriedad. Mejoró el servicio con un chef francés y un cuerpo de camareros italianos, bajo las órdenes del popular Signor Maciduino, el más amable de los maîtres d’hôtel.

Por sus brillantes tejas, al edificio se le llamó «Golden Roof». Bajo aquellas tejas se instaló un artesonado de palisandro, con suaves luces. Había un ascensor dorado para subir al primero y segundo piso, donde había los comedores reservados, con cristales esmerilados y diáfanos cortinajes. Yeh Ling pensaba que todo aquello resultaba demasiado respetable, pero el jefe se mantenía en su criterio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
208 págs. / 6 horas, 4 minutos / 432 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

3839404142