I. El George and Dragon
El precioso pueblecito de Golden Friars —alzándose al borde del lago,
cercado por un anfiteatro de montañas purpúreas, ricas en matices y
surcadas de elevados barrancos, cuando los altos hastiales y las
estrechas ventanas de sus casas de basalto y el campanario de la vieja
iglesia que aún difunde sus tañidos en la tarde se vuelven plateados
bajo la luz de la luna, y los negros olmos de su alrededor proyectan
sombras inmóviles sobre la yerba del suelo— es una de las visiones más
singulares y hermosas que he contemplado jamás.
Allí se eleva, «como por arte de magia», tan tenue y etéreo que
apenas podría creérsele más consistente que el reflejo de un cuadro en
la bruma de la noche.
Una tranquila noche de verano, brillaba la luna espléndida sobre la fachada del George and Dragon,
el cómodo mesón de Golden Friars, con el ejemplar más solemne de vieja
enseña de mesón, quizá, que queda en Inglaterra. Está de cara al lago;
la carretera que bordea la orilla pasa junto a la escalinata que sube
hasta la puerta del vestíbulo, enfrente de la cual, al otro lado de la
carretera, entre dos grandes postes y enmarcada en una especie de orla
caprichosa de hierro forjado con espléndidos dorados, se balancea la
famosa enseña de San Jorge y el Dragón en suntuosos colores.
En el gran salón del George and Dragon, se encontraban tres o cuatro viejos habitués de tan agradable lugar, descansando un poco después de las fatigas de la jornada.
Dicho salón es una cómoda estancia con paredes revestidas de roble; y
cada vez que el aire es lo bastante frío, en los meses de verano, como
en la presente ocasión, el fuego ayudaba a templarlo. Este fuego, casi
siempre de leña, proyectaba un grato parpadeo sobre los muros y el
techo, sin llegar a calentar el ambiente en exceso.
Información texto 'La Profecía de Cloostedd'