Señor Ernest Feydeau
Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme
acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que
yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder
describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los
palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los
muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó
una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela
mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de
un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.
Th. G
Prólogo
—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el
valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de
porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con
un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de
sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la
que hubiesen llenado de agua.
—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.
—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni
por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni
por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su
misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus
pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.
—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará
en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de
Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.
Información texto 'La Novela de la Momia'