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El Rebelde

Robert E. Howard


Novela


I

Era incapaz de no interesarse de buena gana en el partido a pesar de su cínica actitud hacia todas las actividades del colegio. Se sentía incluso algo avergonzado de aquel incontrolable entusiasmo y la mayor parte del tiempo intentaba abstraerse en medio de aquella agitación y considerar tanto a jugadores como a espectadores con la mirada fría del observador indiferente. Pero se daba cuenta de que aquello era imposible, y hacía responsable de ello a su fogoso temperamento celta. En todo caso, fuera cual fuese la competición, no tardaba en tomar partido por uno de los bandos con una parcialidad reconocida, y por eso mismo aullaba como un indio en pie de guerra animando al equipo de Gower-Penn. No se trataba de una vaga y pueril expresión del «espíritu del colegio», se daba cuenta de ello de un modo confuso, y no era tampoco admiración por los jugadores de football, a quienes despreciaba mayoritariamente. Se trataba de la acción, del enfrentamiento, del combate... del choque de los átomos, de la antiquísima lucha por la vida que simbolizaba todos los eones pasados de luchas y guerras encarnizadas. Steve Costigan sentía todo aquello de manera instintiva mientras apretaba los puños y aullaba con todos los demás:

—¡Vamos, muchachos, adelante! —¡Atacad, atacad! Añadiendo su grito muy personal: —¡Sacadles las tripas! ¡Machacad a esos bastardos! ¡Que el resto de los hinchas reclamasen un touchdown no era más que su forma de pedir sangre! Steve Costigan había ocupado su plaza en la tribuna para ver a los hombres golpearse violentamente y sangrar, y lo reconocía con toda franqueza. Desde aquel punto de vista era conscientemente honesto, mientras que los espectadores, hombres


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163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 119 visitas.

Publicado el 16 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Rayo Verde

Julio Verne


Novela


I. El hermano Sam y el hermano Sib

¡Bet!

—¡Beth!

—¡Bess!

—¡Betsey!

—¡Betty!

Todos estos nombres resonaron sucesivamente en el magnífico hall de Helensburgh con arreglo a la costumbre del hermano Sam y del hermano Sib, para llamar así al ama de llaves de la mansión.

Pero en aquel momento los diminutivos familiares del nombre de Elisabeth no lograron que apareciera la buena mujer, tanto como si la hubieran llamado con su nombre entero.

En cambio, el que apareció en la puerta del hall con la gorra en la mano fue el mayordomo Partridge en persona.

Partridge, dirigiéndose a los dos personajes de alegre semblante, sentados en el alféizar de una ventana que hacía tribuna en la fachada de la casa:

—Los señores han llamado a la señora Bess —dijo—, pero la señora Bess no está en casa.

—¿Dónde está, pues, Partridge?

—Ha salido acompañando a la señorita Campbell, que se pasea por el jardín.

Y Partridge se retiró ceremoniosamente, obedeciendo una señal que le hicieron los dos hermanos.

Estos dos hermanos, Sam y Sib —cuyo verdadero nombre de bautismo era Samuel y Sebastián—, tíos de la señorita Campbell, escoceses de pura cepa, escoceses de un antiguo clan de las Tierras Altas, contaban entre los dos la bonita edad de ciento doce años, con una diferencia solo en quince meses entre el mayor Sam y el menor Sib.


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151 págs. / 4 horas, 25 minutos / 161 visitas.

Publicado el 16 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Pueblo Aéreo

Julio Verne


Novela


1. UN VIAJE PELIGROSO.

—¿Y el Congo americano? —inquirió Max Huber—. ¿Acaso no falta agregar un Congo americano?

—¿Para qué, mi querido Max?— le contestó John Cort—. ¿Acaso nos faltan grandes extensiones en los Estados Unidos? ¿Qué necesidad hay de colonizar tierras en otros continentes cuando aún tenemos centenares de miles de kilómetros cuadrados de territorio virgen entre Alaska y Texas?

—¡Pero si las cosas continúan así, las naciones europeas terminarán por repartirse África y nada quedará para tus compatriotas!

—Ni los norteamericanos ni los rusos tienen nada que hacer en el Continente Negro —repuso John Cort con acento terminante.

—¿Pero por qué?

—Porque es inútil fatigarse caminando en busca de lo que se tiene al alcance de la mano…

—¡Bah! Ya verás, querido amigo. El Gobierno Federal de los Estados Unidos reclamará uno de estos días su parte en el postre africano.

Si hay un Congo francés, otro belga, y otro alemán, hay un Congo independiente que sólo espera la oportunidad de dejar de serlo. Y a esto cabe agregar la enorme extensión sin explorar que llevamos ya tres meses recorriendo…

—Explorando como curiosos y no como conquistadores, Max.

—La diferencia no es considerable, digno ciudadano de los Estados Unidos —aclaró Max Huber—. Te repito que esta parte de África podría convertirse en una magnífica colonia de la Unión… tiene territorios extraordinariamente fértiles, que esperan tan sólo que se los utilice, bajo la influencia de una irrigación natural de gran generosidad…

—Y un calor igualmente generoso —lo interrumpió John, secándose la transpiración que le bañaba la frente.

—¡Bah! No hagas caso —replicó Max —. Todo es cuestión de aclimatarse. Recién estamos en primavera. Espera que llegue el verano y me dirás.


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109 págs. / 3 horas, 11 minutos / 223 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Protector

Henry James


Novela


PRIMERA PARTE

I

Roger Lawrence había ido a la ciudad con el propósito de llevar a cabo un acto concreto, pero a medida que se acercaba la hora, sentía cómo su fervor se desvanecía súbitamente. En realidad, desde un principio, había sentido poco ese fervor que nace de la esperanza; lo sentía tan poco, que mientras viajaba inmerso en el traqueteo del tren no pudo evitar la sorpresa de verse a sí mismo envuelto en semejante empresa. Sin embargo, a falta de esperanza, podría decirse que le sostenía la desesperación. Fracasaría, estaba seguro, pero debía volver a fracasar antes de descansar. Entretanto, estaba más que impaciente. Por la tarde, después de vagar sin rumbo por las calles durante un par de horas sumido en la fría oscuridad de diciembre, llegó al hotel. Subió a la habitación y se cambió, con un sentimiento de amargura pero a la vez de cierta satisfacción por haber logrado darse el aplomo propio de un apasionado pretendiente. Tenía veintinueve años. Era un hombre sano y fuerte, de buen corazón y un portento al menos, en lo que se refiere al sentido común; su rostro reflejaba juventud, ternura y cordura, pero no muchas más cualidades. Tenía un cutis tan fino que casi resultaba absurdo en un hombre de su edad, un efecto más bien acentuado por una prematura calvicie parcial. Al ser extremadamente miope, inclinaba la cabeza hacia delante; pero como los estetas que han estudiado el pintoresquismo consideran que este rasgo concede un aire de distinción, en este caso Roger podría haberse acogido a dicho beneficio de la duda. Su complexión fuerte y robusta era, en definitiva, uno de sus mejores atributos, si bien, debido a una incurable timidez personal, hacía gala de una enorme torpeza de movimientos. Iba melindrosamente acicalado y era meticuloso y metódico en extremo en sus hábitos, que son los típicos que supuestamente se identifican con la soltería.


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212 págs. / 6 horas, 11 minutos / 209 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Profesor

Charlotte Brontë


Novela


Prefacio

Este pequeño libro se escribió antes que Jane Eyre y Shirley y, sin embargo, no puede pedirse indulgencia para él so pretexto de ser un primer intento. No lo fue, desde luego, pues la pluma que lo escribió había sufrido un desgaste considerable en una práctica de varios años. Cierto es que no había publicado nada antes de empezar El profesor, pero en más de una tosca tentativa, destruida prácticamente al ser terminada, había perdido todo gusto por la narrativa recargada y redundante en favor de una hogareña sencillez. Al mismo tiempo, había adoptado un conjunto de principios sobre la cuestión de los episodios y demás que, en teoría, merecerían la aprobación general, pero cuyos resultados, al ser llevados a la práctica, son a menudo para un autor motivo más de sorpresa que de placer. Me decía que mi héroe debía abrirse camino en la vida tal como había visto que hacían hombres reales, que no debía recibir jamás un solo chelín que no hubiera ganado, que ningún vuelco súbito debía elevarlo de la noche a la mañana en riqueza y posición social, que cualquier pequeño bien que pudiera adquirir debía obtenerlo con el sudor de su frente, que antes de hallar siquiera un cenador en el que sentarse debía ascender al menos hasta la mitad de la Colina de la Dificultad, que jamás habría de casarse con una mujer rica, ni hermosa, ni con una dama de alcurnia. Como hijo de Adán, habría de compartir su destino: trabajo durante toda la vida combinado con una moderada dosis de placer.


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282 págs. / 8 horas, 13 minutos / 404 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Proceso

Franz Kafka


Novela


La detención

Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo. La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días a eso de las ocho de la mañana el desayuno a su habitación, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más. Apoyado en la almohada, se quedó mirando a la anciana que vivía frente a su casa y que le observaba con una curiosidad inusitada. Poco después, extrañado y hambriento, tocó el timbre. Nada más hacerlo, se oyó cómo llamaban a la puerta y un hombre al que no había visto nunca entró en su habitación. Era delgado, aunque fuerte de constitución, llevaba un traje negro ajustado, que, como cierta indumentaria de viaje, disponía de varios pliegues, bolsillos, hebillas, botones, y de un cinturón; todo parecía muy práctico, aunque no se supiese muy bien para qué podía servir.

—¿Quién es usted? —preguntó Josef K, y se sentó de inmediato en la cama.

El hombre, sin embargo, ignoró la pregunta, como si se tuviera que aceptar tácitamente su presencia, y se limitó a decir:

—¿Ha llamado?

Anna me tiene que traer el desayuno dijo K, e intentó averiguar en silencio, concentrándose y reflexionando, quién podría ser realmente aquel hombre. Pero éste no se expuso por mucho tiempo a sus miradas, sino que se dirigió a la puerta, la abrió un poco y le dijo a alguien que presumiblemente se hallaba detrás:

Quiere que Anna le traiga el desayuno.

Se escuchó una risa en la habitación contigua, aunque por el tono no se podía decir si la risa provenía de una o de varias personas. Aunque el desconocido no podía haberse enterado de nada que no supiera con anterioridad, le dijo a K con una entonación oficial:

—Es imposible.


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247 págs. / 7 horas, 13 minutos / 727 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Primo Pons

Honoré de Balzac


Novela


I. Una gloriosa ruina del Imperio

Hacia las tres de la tarde de un día del mes de octubre de 1844, un hombre de unos sesenta años, pero a quien todo el mundo hubiese creído mayor, andaba por el bulevar de los Italianos, con la cabeza gacha, los labios sumidos, como un negociante que acaba de hacer un excelente negocio, o como un joven contento de sí mismo saliendo del gabinete de una dama. Ésta es en París la máxima expresión conocida de la satisfacción personal en un hombre. Al divisar de lejos al anciano, las personas que van allí todos los días a sentarse en las sillas, entregadas al placer de analizar a los paseantes, dejaban todas que en su rostro se pintara esta sonrisa tan propia de la gente de París, y que dice tantas cosas irónicas, burlonas o compasivas, pero que para animar la faz de un parisiense, hastiado de todos los espectáculos posibles, exige grandes curiosidades vivientes.

Una frase bastará para comprender el valor arqueológico de aquel infeliz, y la razón de la sonrisa que se repetía como un eco en todos los ojos. Una vez preguntaron a Hyacinthe, un actor célebre por sus ocurrencias, de dónde sacaba aquellos sombreros que hacían desternillar de risa al público. «No los saco de ninguna parte, los guardo», respondió. Pues bien, entre el millón de actores que componen la gran compañía de París, hay Hyacinthes que ignoran que lo son, y que conservan en su atuendo todas las antiguallas del pasado, y que se os aparecen como la personificación de toda una época para provocar vuestra hilaridad cuando os paseáis rumiando algún amargo sinsabor causado por la traición de un ex amigo.


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361 págs. / 10 horas, 32 minutos / 234 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Pretendiente Americano

Mark Twain


Novela


Nota aclaratoria

El coronel Mulberry Sellers, que ahora volvemos a presentar ante el público, es el mismo personaje que apareció hace años con el nombre de Eschol Sellers en la primera edición del relato titulado La época dorada, con el de Beriah Sellers en las subsiguientes ediciones del mismo libro y finalmente con el de Mulberry Sellers en la obra representada por John T. Raymond.

El nombre hubo de ser cambiado de Eschol a Beriah para complacer a un Eschol Sellers que surgió de las vastas profundidades del espacio infinito formulando una protesta respaldada con la amenaza de un pleito por libelo; todo lo cual hizo aconsejable complacerlo, y con ello se esfumó. En la obra, el nombre de Beriah cayó para satisfacer a otro espécimen de la misma raza, y Mulberry fue escogido en la creencia de que los demandantes se habrían cansado y lo dejarían pasar sin más objeciones. Desde entonces ha ocupado su lugar en total armonía, por lo que correremos el riesgo de presentarlo de nuevo, esta vez razonablemente tranquilos bajo el amparo de la Ley de Limitaciones.

Mark Twain

Hartford, 1891

El tiempo en este libro

El tiempo no aparece en este libro. Ésta es una tentativa de novela sin tiempo. Y, como primera tentativa de esta especie en la literatura de ficción, el fracaso es una posibilidad; pero a alguna persona endiabladamente atrevida le pareció apropiado intentarlo, y el autor estuvo en plena sintonía con ella.

A menudo, un lector ha tratado de leer un relato y no ha sido capaz de hacerlo debido a las trabajosas descripciones del tiempo. Nada interrumpe más la tarea del autor que tener que detenerse cada pocas páginas para ocuparse del tiempo. Por tanto, es un hecho palmario que las persistentes intrusiones del tiempo son perjudiciales tanto para el lector como para el autor.


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196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 139 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

El Pirata

Joseph Conrad


Novela


A G. Jean Aubry en prueba de amistad este relato de los últimos días de un Hermano de la Costa francés.

Capítulo 1

Después de entrar, al amanecer, en la dársena interior del puerto de Tolón, y una vez que intercambió a voz en grito unos saludos con uno de los botes de ronda de la flota, que le dirigió hasta el punto de anclaje, el artillero mayor Peyrol largó el ancla del arruinado buque a su cargo entre el arsenal y la ciudad, en plena perspectiva del muelle principal. El curso de su vida, que a cualquier persona le hubiera parecido llena de incidentes maravillosos (sólo que a él jamás le maravillaron), le había hecho tan reservado que ni siquiera dejó escapar un suspiro de alivio ante el estruendo de la cadena. Y, sin embargo, así concluían seis esforzados meses de errática travesía a bordo de un casco averiado, cargado de valiosa mercadería, casi siempre escaso de comida, siempre a la espera de los cruceros ingleses, una o dos veces al borde del naufragio y más de una al filo del abordaje. Pero en cuanto a este último, el viejo Peyrol había decidido al respecto, y desde el primer momento, hacer saltar su valiosa carga por los aires, sin que tal decisión representara para él perturbación alguna de su espíritu, forjado bajo el sol de los mares de la India en desaforados litigios con gentes de su ralea por un pequeño botín que se desvanecía tan pronto se cobraba, o, más aún, por la simple supervivencia, casi igualmente incierta en sus altibajos, a lo largo de los cincuenta y ocho ajetreados años que ahora contaba.


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273 págs. / 7 horas, 58 minutos / 207 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Pirata

Walter Scott


Novela


INTRODUCCIÓN

Como el autor de esta obra adquirió cuantas noticias e informes en ella consigna, a bordo de una embarcación, puede dar principio a este prefacio con las mismas palabras con que empieza el cuento del Viejo marino; “Una vez, había allí un barco...”

Los comisarios encargados del servicio de los faros del Norte lo invitaron a que los acompañara desde el verano al otoño de 1814. Con el fin de inspeccionar aquellos edificios, tan útiles desde el punto de vista político como desde el humanitario, confiados a su dirección, proponíanse dichos señores recorrer las costas de Escocia, atravesando cuantos grupos de islas la rodean.

Las funciones de los comisarios eran gratuitas, y disponían, para efectuar su servicio, de un yate perfectamente armado y pertrechado.

El jerife de cada uno de los condados de Escocia, bañados por el mar, ocupaba, de oficio, un lugar en el barco de los comisarios, y el autor de esta novela acompañó la expedición en calidad de huésped, habiendo tenido la suerte de que el notable ingeniero Roberto Stevenson, le ayudara con sus consejos y experiencia.

El placer de visitar lugares que despertaran la curiosidad agregábase al asunto principal del viaje: el cabo agreste o el formidable escollo que es necesario señalar con un fanal, no se encuentran, de ordinario, a grandes distancias de los magníficos espectáculos que ofrecen las rocas, cavernas y arrecifes. No teníamos tiempo limitado, y, como la mayoría de los navegantes de agua dulce, podíamos hacer con frecuencia que el mal viento nos fuese favorable, dejándonos conducir por la brisa, para volver a algún lugar curioso que ya habíamos visitado.


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459 págs. / 13 horas, 24 minutos / 191 visitas.

Publicado el 14 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

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