Afectuosamente dedicado a
Holman Hunt
Antes de la historia. La educación de la señorita Westerfield
1. El juicio
Los caballeros del jurado se retiraron a deliberar.
Su Presidente se distinguía de todos ellos por ser el más brillante y
el más elocuente, siendo por ello una persona muy respetada entre sus
colegas. Por una vez, puede decirse que el hombre adecuado estaba en el
cargo adecuado.
De los once hombres del jurado, cuatro tenían personalidades muy superficiales. Eran estos:
El Hambriento, que exigía constantemente que le trajeran la cena.
El Despistado, que hacía dibujos en su cuaderno de notas.
El Nervioso, que no se alteraba por nada.
Y el Callado, que era quien finalmente decidía el veredicto.
De los otros siete miembros del jurado, uno era un Soñoliento bajito
que jamás solía causar problemas; otro era un Inválido con muy mal humor
que siempre hacía su trabajo a regañadientes, y cinco pertenecían a esa
especie mayoritaria y feliz de la población que se deja gobernar con
docilidad: de lo que no sabe, no opina.
Cuando el Presidente se sentó a la cabecera de la mesa, y sus colegas
a ambos lados, el silencio cayó sobre ese jurado masculino.
(Circunstancia que normalmente no se da en las reuniones de mujeres). La
clase de silencio que se produce cuando nadie se atreve a hablar en
primer lugar.
Cuando sucedía esto, era obligación del Presidente hacer con sus
cofrades deliberadores lo que acostumbramos a hacer cuando se nos para
el reloj: darle cuerda al jurado, y ponerlo a trabajar.
—Caballeros. ¿Se han formado ya una opinión definitiva sobre el caso?
Algunos contestaron que sí y otros que no. El pequeño Soñoliento no dijo nada. El Inválido malhumorado exclamó:
—¡Vamos allá!
Información texto 'La Reina del Mal'