Libro primero. La siembra
Capítulo I. Las únicas cosas necesarias
—Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos
muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida sólo son
necesarias las realidades.
No planteéis otra cosa y arrancad de raíz todo lo demás. Las
inteligencias de los animales racionales se moldean únicamente a base de
realidades; todo lo que no sea esto no les servirá jamás de nada. De
acuerdo con esta norma educo yo a mis hijos, y de acuerdo con esta norma
hago educar a estos muchachos. ¡Ateneos a las realidades, caballero!
La escena tenía lugar en la sala abovedada, lisa, desnuda y monótona
de una escuela, y el índice, rígido, del que hablaba, ponía énfasis en
sus advertencias, subrayando cada frase con una línea trazada sobre la
manga del maestro. Contribuía a aumentar el énfasis la frente del
orador, perpendicular como un muro; servían a este muro de base las
cejas, en tanto que los ojos hallaban cómodo refugio en dos oscuras
cuevas del sótano sobre el que el muro proyectaba sus sombras.
Contribuía a aumentar el énfasis la boca del orador, rasgada, de labios
finos, apretada. Contribuía a aumentar el énfasis la voz del orador,
inflexible, seca, dictatorial. Contribuía a aumentar el énfasis el
cabello, erizado en los bordes de la ancha calva, como bosque de abetos
que resguardase del viento su brillante superficie, llena de verrugas,
parecidas a la costra de una tarta de ciruelas, que daban la impresión
de que las realidades almacenadas en su interior no tenían cabida
suficiente. La apostura rígida, la americana rígida, las piernas
rígidas, los hombros rígidos…, hasta su misma corbata, habituada a
agarrarle por el cuello con un apretón descompuesto, lo mismo que una
realidad brutal, todo contribuía a aumentar el énfasis.
—En la vida, caballero, lo único que necesitamos son realidades, ¡nada más que realidades!
Información texto 'Tiempos Difíciles'