Textos más cortos etiquetados como Novela no disponibles | pág. 11

Mostrando 101 a 110 de 415 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Novela textos no disponibles


910111213

El Eco

Henry James


Novela


I

—Supongo que mi hija estará aquí —dijo el anciano, indicando el camino que llevaba al pequeño salon de lecture. No es que fuese de edad harto avanzada, pero así lo consideraba George Flack y, ciertamente, parecía más viejo de lo que era. George Flack lo había encontrado sentado en el patio del hotel (se sentaba a menudo en el patio del hotel), y, tras acercarse a él con su característica llaneza, le había preguntado por la señorita Francina. El pobre señor Dosson se había aprestado con suma docilidad a atender al joven: levantándose como si fuera la cosa más normal del mundo, se había abierto camino a través del patio para anunciar al personaje en cuestión que tenía visita. Ofrecía un aspecto sumiso, casi servil, mientras en su búsqueda precedía al visitante estirando la cabeza; pero no era propio del señor Flack advertir este tipo de cosas. Aceptaba los buenos oficios del anciano como habría aceptado los de un camarero, sin el menor murmullo de protesta, con el fin de dar a entender que había venido a verle también a él. Un observador de estas dos personas se habría convencido de que la medida en que al señor Dosson se le antojaba natural que alguien quisiera ver a su hija sólo era igualada por la medida en que al joven se le antojaba natural que su padre tuviese que ir a buscarla. A la entrada del salon de lecture había un cortinaje superfluo que el señor Dosson retiró mientras George Flack entraba tras él.


Información texto

Protegido por copyright
174 págs. / 5 horas, 5 minutos / 212 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Napoleón de Notting Hill

Gilbert Keith Chesterton


Novela


No hubo ciudades pequeñas ni aldeas
Ajenas a Dios cuando creó las estrellas.
Así los niños, absortos mirando al cielo,
En un árbol enmarañadas dan con ellas.
Tú viste la tuya desde las lomas de Sussex,
Tu luna de Sussex, inexplorada aún.
Luna de la ciudad fue lo que yo vi,
La farola más grande de Campden Hill.
Igual que el cielo está siempre en casa,
Con su gran gorra azul que bien encaja,
El heroísmo (ten calma, ya
Mis divagaciones a un fin llegan),
Extinguirse no puede
Ni aunque el mundo pase a mejor vida,
Y mientras los siniestros motores girando sigan.
Ahuyenta tus temores, pues, amigo mío.
No quedó aquél en la urna de Nelson
Morada de una Inglaterra inmortal,
Ni en Austerlitz, donde tus jóvenes intrépidos
Se embriagaron de muerte como si fuese vino.
Y cuando los pedantes indicarnos quisieron
Los fríos y mecánicos sucesos venideros,
A oscuras nuestras almas respondieron,
«Tal vez, aunque a lo mejor es distinto».
A lo mejor por estas lejanías,
Por estos páramos desolados,
Oímos tambores en vals de guerra,
O a la muerte vemos con la Libertad bailando.
A lo mejor retumban las barricadas,
Matanza abajo, arriba humo,
O la muerte, el odio y el infierno proclaman
Que algo que amar los hombres han hallado.
Lejos de tus soleadas y altas tierras
Mi sueño tuve: las calles que yo conocía,
Mis calles rectas e iluminadas arremetían
Contra las estrelladas que hacia Dios miran.
Esta leyenda de épicos días
De niño la soñé, y aún la sueño
Bajo el gris torreón del arca de agua
Que las estrellas tocan en Campden Hill.

G. K. C.


Información texto

Protegido por copyright
175 págs. / 5 horas, 6 minutos / 174 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Drama en Livonia

Julio Verne


Novela


I. FRONTERA FRANQUEADA

Aquel hombre estaba solo en la oscuridad de la noche. Caminaba con paso de lobo entre los bloques de hielo almacenados por los fríos de un largo invierno. Su pantalón fuerte, su khalot, especie de caftán rugoso de piel de vaca, su gorra con las orejeras bajas, apenas le defendían del viento. Dolorosas grietas resquebrajaban sus labios y sus manos. Los sabañones mortificaban sus dedos. Andaba a través de la oscuridad profunda, bajo un cielo cubierto de nubes bajas que amenazaban con copiosa nevada, a pesar de que la época en que comienza este relato era los primeros días de abril, si bien a la elevada latitud de 58 grados.

Se obstinaba en seguir andando. Después de una parada, tal vez se viera imposibilitado de continuar su marcha.

Sin embargo, a las once de la noche aquel hombre se detuvo; no porque sus piernas se negasen a seguir, ni porque le faltase el aliento ni sucumbiese al cansancio. Su energía física era tan grande como su energía moral. Con voz fuerte, en la que vibraba un inexplicable acento de patriotismo, exclamó:

—¡Al fin! ¡La frontera! ¡La frontera de Livonia! ¡La frontera de mi país!

Y con profunda mirada abrazó el espacio que se extendía ante él al oeste. Con pie seguro golpeó la blanca superficie del suelo, como para grabar su huella en el término de aquella última jornada.


Información texto

Protegido por copyright
175 págs. / 5 horas, 7 minutos / 126 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Fin de las Ataduras

Joseph Conrad


Novela


I

Mucho después de que el vapor Sofala hubiese virado hacia la costa, aquella chata y húmeda línea de tierra seguía pareciendo poco más que una mancha oscura en el lado opuesto de una franja luminosa. Los rayos del sol caían violentamente sobre aquel mar en calma, como si produjesen sobre la superficie reflectante un polvo de estrellas, un vapor de luz cegadora que llegaba a agobiar con aquel brillo tan persistente.

El capitán Whalley no se encontraba contemplando aquel espectáculo. Cuando el serang se acercó hasta el sillón de bambú en el que estaba sentado y que llenaba por completo para informarle de que debía cambiar el rumbo, se levantó al instante y se quedó de pie mirando al frente, mientras la proa del buque iba girando en semicírculo. No dijo ni una sola palabra, ni siquiera para avisar al timonel de que variara el rumbo. Fue el mismo serang, aquel viejo y despierto malayo, quien se aproximó hasta el timonel para darle la orden. A continuación, el capitán Whalley se sentó de nuevo en su sillón del puente con la mirada fija en la cubierta que estaba bajo sus pies.


Información texto

Protegido por copyright
176 págs. / 5 horas, 8 minutos / 99 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2018 por Edu Robsy.

Un Héroe de Nuestro Tiempo

Mijaíl Lérmontov


Novela


Prefacio

En cualquier libro, el prefacio es siempre lo primero y también lo último. O bien sirve de explicación al objetivo de la obra o bien de justificación y respuesta a las críticas. Pero los lectores no suelen ocuparse ni de los presupuestos morales ni de los ataques de la prensa, y en consecuencia no leen los prefacios. Y es una pena que sea así, sobre todo en nuestro país. Nuestro público es aún tan joven e ingenuo que no entiende las fábulas si no se incluye al final una moraleja. No adivina las bromas, no percibe la ironía. En definitiva, está mal educado. Todavía no sabe que en una sociedad como Dios manda y en un libro como Dios manda no hay lugar para las injurias manifiestas; que la instrucción contemporánea ha inventado armas más sutiles, casi invisibles, pero no menos mortíferas, que, bajo el ropaje de la adulación, propina golpes imparables y seguros. Nuestro público se parece a un provinciano que, después de oír la conversación de dos diplomáticos pertenecientes a dos cortes enemigas, se queda convencido de que ambos traicionan a su gobierno en beneficio de la más pura amistad recíproca.

No hace mucho este libro fue recibido con esa desdichada credulidad que algunos lectores, e incluso ciertas revistas, conceden al sentido literal de las palabras. Unos, sin sombra de burla, se sintieron terriblemente ofendidos de que se les presentara como ejemplo de un héroe de nuestro tiempo a un hombre tan inmoral; otros observaron con no poca sutileza que el creador había pintado su propio retrato y el de sus conocidos… ¡Una broma ya muy vieja y desafortunada! Por lo visto, Rusia está constituida de tal modo que cualquier cosa es susceptible de cambio menos esta clase de absurdos. Entre nosotros ni siquiera el más disparatado cuento de hadas escapará a la acusación de representar un atentado y un escarnio contra la persona.


Información texto

Protegido por copyright
179 págs. / 5 horas, 13 minutos / 545 visitas.

Publicado el 12 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

En Vísperas

Iván Turguéniev


Novela


I

En uno de los días más calurosos del verano de 1853, a la sombra de un alto tilo a orillas del río Moskvá, no lejos de Kúntsovo, dos jóvenes estaban tumbados sobre la hierba. El primero aparentaba unos veintitrés años; era alto, muy moreno, tenía la nariz afilada y un poco torcida, la frente alta y unos labios anchos en los que se dibujaba una sonrisa discreta. Tumbado boca arriba, miraba pensativamente a lo lejos, entornando ligeramente sus pequeños ojos grises; el segundo, boca abajo, con su cabeza de pelo rubio y rizado apoyada en ambas manos, miraba también a lo lejos. Era tres años mayor que su compañero, pero parecía mucho más joven; apenas le había salido el bigote y en la barbilla se le arremolinaba una suave pelusilla. Había cierta gracia infantil, cierta elegancia atractiva en los rasgos menudos de su rostro fresco y redondo, en sus ojos dulces y castaños, en sus labios bonitos y protuberantes, en sus manos blancas. Todo en él desprendía la feliz alegría de la salud y de la juventud: la despreocupación, confianza en uno mismo, el capricho y encanto propios de la juventud. Movía los ojos, sonreía y apoyaba la cabeza como los niños que saben que se les está mirando con embeleso. Llevaba un abrigo ancho y blanco parecido a una blusa; un pañuelo azul celeste envolvía su cuello fino y un sombrero arrugado de paja descansaba junto a él sobre la hierba.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 216 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Puerta de las Siete Cerraduras

Edgar Wallace


Novela


I

El último trabajo oficial (según creía él) de Dick Martin era el de encontrar a Lew Pheeney quien se suponía complicado en el robo de la Banca Helborough. Y le halló en un pequeño restaura del Soho, en el preciso momento en que terminaba de tomar café.

—¿Qué ocurre? —preguntó Lew en tono despreocupado, mientras cogía el sombrero.

—El inspector quiere hablar contigo acerca del asunto Helborough—respondió Dick.

Lew arrugó las narices en expresivo gesto de satisfacción.

—¡El asunto Helborough! —exclamó desdeñosamente—. No me ocupo de los negocios de Banca. Creía que lo sabía usted. ¿Qué hace usted aún la Policía, mister Martin? Me han dicho que tiene usted dinero y que se separa del servicio.

—En efecto; tú eres mi último trabajo.

—Pues en este último salto, ha caído usted, demasiado mal. ¡He combinado cuarenta y cinco coartadas! ¿Le sorprendo; mister Martin? Ya sabe usted que no doy golpes de Banco. Mi especialidad son las cerraduras.

—¿Qué hacías el martes a las diez de la noche?

—Si se lo dijese a usted, creería que le estaba mintiendo.

—Vamos a verlo —insistió Dick, clavándole la mirada centelleante de sus ojos azules.

Lew tardó un momento en hablar. Calculaba los peligros de ser demasiado franco. Pero, una vez resuelto, terminó por decir la verdad.

—Esa noche y en esa hora realicé un trabajo particular. Un trabajo del que no quiero decir nada. Un poco sucio, pero en el fondo honrado.

—¿Y te pagaron bien? —preguntó Dick sonriente e incrédulo.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 240 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 291 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Escuela de Robinsones

Julio Verne


Novela


1

En que el lector hallara, si lo desea, ocasión de comprar una isla en el Océano Pacífico

«¡Se vende isla al contado, sin gastos, al último y mejor postor!», repetía una y otra vez, sin tomar aliento, Dean Felporg, comisario tasador de la subasta en que se debatían las condiciones de esta venta singular.

«¡Isla en venta, isla en venta!», repetía con voz más y más sonora el pregonero Gingrass, que iba y venía por entre una multitud en verdad excitadísima.

Multitud, efectivamente, que se apretaba en la vasta sala del hotel de ventas del número 10 de la calle Sacramento. Allí había no sólo cierto número de americanos de los estados de California, Oregon y Utah, sino también algunos de esos franceses que forman una buena sexta parte de la población, mejicanos envueltos en su sarape, chinos con sus túnicas de largas mangas, zapatos en punta y gorro cónico, canacos de Oceanía e incluso pies-negros, vientres abultados, o cabezas-planas procedentes de las riberas del río Trinidad.

Nos apresuramos a decir que la escena tenía lugar en la capital del estado californiano, en San Francisco, pero no en la época en que la explotación de nuevos placeres atraía a los buscadores de oro de ambos mundos, de 1849 a 1852. San Francisco ya no era lo que había sido al principio, un caravasar, un desembarcadero, una posada en que se detenían por una noche los atareados que se apresuraban hacia los terrenos auríferos de la vertiente occidental de la Sierra Nevada. ¡No!


Información texto

Protegido por copyright
183 págs. / 5 horas, 21 minutos / 160 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Pequeños Burgueses

Honoré de Balzac


Novela


La calle del Torniquete de San Juan, cuya descripción pudo parecer fatigante en su tiempo —al principio del estudio titulado Una familia doble (ver las Escenas de la vida privada)—, ese ingenuo detalle del viejo París, sólo tiene hoy esa existencia tipográfica. Para construir la Casa Ayuntamiento tal como se encuentra hoy se destruyó todo un barrio.

En 1830, los transeúntes podían aún ver el torniquete pintado en la muestra de un vinatero; pero esa casa fue derruida más tarde. Recordar este servicio no significa anunciar otro del mismo género. ¡Desgraciadamente el viejo París desaparece con espantosa rapidez! Aquí y allá quedarán, ora un tipo de casa medieval, como la que fue descrita al comienzo de El gato que juega a la pelota, y de la que hoy subsisten uno o dos ejemplares; ora la casa que habitaba el juez Popinot, en la calle Fouarre, espécimen de la vieja burguesía. Aquí los restos de la casa de Fulbert; allá las orillas del Sena, construidas bajo Carlos IX. Nueva Old mortality, ¿por qué no ha de salvar el historiador de la sociedad francesa estas curiosas expresiones del pasado, imitando al viejo de Walter Scott, que reparaba las tumbas? Ciertamente, de diez años a esta parte, los gritos de la literatura no han sido vanos: el arte comienza a cubrir con sus flores las innobles fachadas de esas que llaman en París maisons de produit, y a las que Victor Hugo compara burlonamente con cómodas.


Información texto

Protegido por copyright
183 págs. / 5 horas, 21 minutos / 198 visitas.

Publicado el 15 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

910111213