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A Contrapelo

Joris-Karl Huysmans


Novela


Prólogo

A juzgar por los pocos retratos conservados en el Cháteau de Lourps, la familia Floressas des Esseintes había estado formada en otros tiempos por fornidos guerreros de rostros imponentes. Encerrados en viejos marcos que apenas daban cabida a sus anchas espaldas, constituían un espectáculo amedrentador con sus ojos que taladraban, los mostachos de largas guías y los pechos que colmaban las enormes corazas que lucían.

Esos eran los fundadores de la familia; los retratos de sus descendientes faltaban. En verdad, había un claro en este abolengo pictórico, en el cual sólo un lienzo hacía de puente, sólo un rostro unía el pasado con el presente. Era un rostro extraño, taimado, de facciones pálidas y contraídas; los pómulos estaban marcados por acentos rosados de colorete, el cabello estaba aplastado y atado con una sarta de perlas, y el cuello flaco, pintado, salía de los almidonados pliegues de una gorguera.

En ese retrato de uno de los amigos más íntimos del duque d'Epernon y del marqués d'O, ya se evidenciaban los vicios de un linaje menguante y el exceso de linfa en la sangre. Desde entonces, la degeneración de esta antigua casa había seguido, a las claras, un curso regular: paulatinamente los hombres se habían ido; haciendo menos viriles; y con el paso de los últimos doscientos años, como para completar este proceso ruinoso, los des Esseintes habían optado por casarse entre ellos, agotando así el poco de vigor que hubiera podido quedarles.

Ahora, de esta familia que otrora fue tan vasta que ocupaba casi todos los dominios existentes en Île-de-France y la Brie, sólo un descendiente sobrevivía, el duque Jean des Esseintes, frágil joven de treinta años que padecía anemia, muy ojeroso, de mejillas consumidas, ojos fríos de un azul acerado, nariz respingada pero recta, y manos delgadas, transparentes.


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232 págs. / 6 horas, 46 minutos / 1.709 visitas.

Publicado el 13 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tapón de Cristal

Maurice Leblanc


Novela


I. Detenciones

Las dos barcas se balanceaban en la sombra, atadas al pequeño embarcadero que surgía fuera del jardín. Aquí y allá, en medio de la espesa niebla, se divisaban a orillas del lago ventanas iluminadas. Enfrente el casino de Enghien centelleaba de luz, aunque eran los últimos días de septiembre. Entre las nubes aparecían algunas estrellas. Una ligera brisa hinchaba la superficie del agua.

Arsenio Lupin salió del quiosco donde estaba fumando un cigarrillo y, asomándose al extremo del embarcadero:

—Grognard, Le Ballu…, ¿estáis ahí?

Un hombre surgió de cada barca y uno de ellos respondió:

—Sí, jefe.

—Preparaos; oigo el auto, que vuelve con Gilbert y Vaucheray.

Atravesó el jardín, dio la vuelta a una casa en obras cuyos andamios podían distinguirse, y entreabrió con precaución la puerta que daba a la avenida de Ceinture. No se había equivocado: una luz viva brotó de la curva, y se detuvo un gran descapotable, del que saltaron dos hombres que llevaban gorra y gabardina con el cuello levantado.

Eran Gilbert y Vaucheray: Gilbert, un chico de veinte o veintidós años, de cara simpática y paso ágil y enérgico; Vaucheray, más bajo, de pelo entrecano y cara lívida y enfermiza.

—¿Qué? —preguntó Lupin—. ¿Habéis visto al diputado…?

—Sí, jefe —respondió Gilbert—. Lo vimos tomar el tren de París de las siete cuarenta, como ya sabíamos.

—En ese caso, ¿tenemos libertad de acción?

—Total. El chalet Marie-Thérese está a nuestra disposición.

El conductor se había quedado en su asiento, y Lupin le dijo:

—No aparques aquí. Podría llamar la atención. Vuelve a las nueve y media en punto, a tiempo para cargar el coche…, si es que no fracasa la expedición.

—¿Por qué quiere que fracase? —observó Gilbert.


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Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Otra Casa

Henry James


Novela


NOTA AL TEXTO

La otra casa fue publicada por entregas en la Illustrated London News y apareció en forma de libro en 1896 (William Heinemann, Londres). Previamente a su forma novelesca, había sido un guión para una obra de teatro que Henry James pensaba titular The Promise y que, de hecho, desarrollaría luego para la escena, con posterioridad a la novela y con el título de ésta. La presente traducción se basa en el texto de la primera edición.


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233 págs. / 6 horas, 47 minutos / 143 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Ocho Primos

Louisa May Alcott


Novela


Dedicatoria

A los muchos chicos y chicas
cuyas cartas ha sido imposible contestar dedica este libro como ofrenda de paz

su amiga

L. M. Alcott.

I. Dos niñas

COMPLETAMENTE sola, Rosa estaba sentada en una de las salas más grandes y bonitas de su casa, con el pañuelo en la mano, listo para recoger su primera lágrima, pues cavilaba en sus tribulaciones y el llanto era inevitable. Se había encerrado en este cuarto por considerarlo sitio adecuado para sentirse miserable; pues era oscuro y silencioso, estaba lleno de muebles antiguos y cortinados sombríos y de sus paredes pendían retratos de venerables caballeros de peluca, damas de austeras narices, tocadas con gorros pesadotes y niños que llevaban chaquetas colimochas y vestiditos cortos de talle. Era un lugar excelente para sentir dolor; y la lluvia primaveral intermitente que golpeaba los cristales de las ventanas parecía decir entre sollozos: «¡Llora, llora! Estoy contigo».

Rosa tenía su buen motivo para sentirse triste, pues era huérfana de madre, y últimamente había perdido al padre también, con lo cual no le quedó más hogar que éste de sus tías abuelas. Hacía sólo una semana que estaba con ellas, y aunque las viejecitas queridas se esforzaron todo lo posible por hacer que viviese contenta, no lograron mucho éxito que digamos, ya que era muy distinta a cuantos niños conocían, y experimentaron casi la misma sensación que si estuviesen al cuidado de una mariposa abatida.


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238 págs. / 6 horas, 56 minutos / 373 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Golem

Gustav Meyrink


Novela


Sueño

La luz de la luna cae al pie de mi cama y se queda allí como una piedra grande, lisa y blanca.

Cuando la luna llena empieza a encogerse y su lado derecho se carcome — como una cara que se acerca a la vejez, mostrando primero las arrugas en una mejilla y perfilándose después — a esa hora de la noche, se apodera de mí una inquietud sombría y angustiosa.

No estoy dormido ni despierto, y, en el ensueño, se mezclan en mi alma lo vivido con lo leído y oído, como corrientes de distinto brillo y color que confluyeran. Antes de acostarme había leído la vida de Buddha Gotama e incesantemente volvían a repetirse en mi mente, de mil formas, estas frases:

«Una corneja voló hacia una piedra que parecía un trozo de grasa y pensó:

quizás haya aquí un buen bocado. Pero como la corneja no encontró nada apetitoso, se alejó. Del mismo modo que la corneja que se había acercado a la piedra, abandonamos — nosotros, los seguidores — al asceta Gotama, cuando hemos perdido placer en él.»

Y la imagen de la piedra que parece un pedazo de grasa crece monstruosamente en mi mente:

Camino por el lecho seco de un río y recojo guijarros lisos.

De color gris — azulado, cubiertos de polvo brillante, sobre los que pienso y recapacito y con los que, sin embargo, no sé qué hacer — y después otros negros con manchas amarillas de azufre, como petrificados intentos de un niño por imitar unas salamandras toscamente moteadas.

Y quiero arrojar estos guijarros lejos de mí, pero una y otra vez se me caen de las manos, y no puedo apartarlos de mi vista.

Aparecen a mi alrededor todas las piedras que han jugado un papel en mi vida.

Algunas se esfuerzan desmesuradamente por surgir de la tierra a la luz — como grandes cangrejos de color pizarra, subiendo con la marea,empeñados en atraer mi mirada hacia ellos y decirme cosas de importancia infinita.


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 279 visitas.

Publicado el 26 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Caballero de Harmental

Alejandro Dumas


Novela


I. EL CAPITÁN ROQUEFINNETTE

Cierto día de Cuaresma, el 22 de marzo del año de gracia de 1718, un joven caballero de arrogante apariencia, de unos veintiséis o veintiocho años de edad, se encontraba hacia las ocho de la mañana en el extremo del Pont Neuf que desemboca en el muelle de L’École, montado en un bonito caballo español.

Después de media hora de espera, durante la que estuvo interrogando con la mirada el reloj de la Samaritaine, sus ojos se posaron con satisfacción en un individuo que venía de la plaza Dauphine.

Era éste un mocetón de un metro ochenta de estatura, vestido mitad burgués, mitad militar. Iba armado con una larga espada puesta en su vaina, y tocado con un sombrero que en otro tiempo debió de llevar el adorno de una pluma y de un galón, y que sin duda, en recuerdo de su pasada belleza, su dueño llevaba inclinado sobre la oreja izquierda. Había en su figura, en su andar, en su porte, en todo su aspecto, tal aire de insolente indiferencia, que al verle el caballero no pudo contener una sonrisa, mientras murmuraba entre dientes:

—¡He aquí lo que busco!

El joven arrogante se dirigió al desconocido, quien viendo que el otro se le aproximaba, se detuvo frente a la Samaritaine, adelantó su pie derecho y llevó sus manos, una a la espada y la otra al bigote.

Como el hombre había previsto, el joven señor frenó su caballo frente a él, y saludándole dijo:

—Creo adivinar en vuestro aire y en vuestra presencia que sois gentilhombre, ¿me equivoco?

—¡Demonios, no! Estoy convencido de que mi aire y mi aspecto hablan por mí, y si queréis darme el tratamiento que me corresponde llamadme capitán.

—Encantado de que seáis hombre de armas, señor; tengo la certeza de que sois incapaz de dejar en un apuro a un caballero.

El capitán preguntó:

—¿Con quién tengo el honor de hablar, y qué puedo hacer por vos?


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239 págs. / 6 horas, 58 minutos / 114 visitas.

Publicado el 12 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Manuscrito Encontrado en Zaragoza

Jan Potocki


Novela


ADVERTENCIA

Cuando era oficial en el ejército francés, participé en el sitio de Zaragoza. Algunos días después que se tomara la ciudad, como avanzara hasta un lugar un poco retirado, observé una casita bastante bien construida. Creí, al principio, que aún no había sido visitada por ningún francés. Tuve la curiosidad de entrar. Llamé a la puerta, pero vi que no estaba cerrada. Empujé la puerta, entré, di voces, busqué: no encontré a nadie. Me pareció que habían sacado de la casa todo aquello que tuviera algún valor; en las mesas y en los muebles sólo quedaban objetos sin importancia. Advertí de pronto, amontonados en el suelo, en un rincón, varios cuadernos. Se me ocurrió mirarlos: era un manuscrito en español, lengua que conozco poco, pero no tan poco, sin embargo, para no comprender que aquel libro podía divertirme: trataba de bandidos, de aparecidos, de cabalistas, y nada más adecuado que la lectura de una novela extravagante para distraerme de las fatigas de la campaña. Persuadido de que el libro no volvería ya a su legítimo propietario, no vacilé en quedarme con él.


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242 págs. / 7 horas, 4 minutos / 379 visitas.

Publicado el 15 de diciembre de 2018 por Edu Robsy.

Silas Marner

George Eliot


Novela


I

En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, tenían sus pequeñas ruecas de encina lustrada, a veces se veía, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres pálidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parecían ser los últimos vestigios de una raza desheredada.

El perro del pastor ladraba furioso cuando uno de esos hombres de fisonomía extraña aparecía en las alturas, y su fisonomía extraña se destacaba negra sobre el cielo, en el ocaso breve del sol de invierno; porque, ¿a qué perro no incomoda una persona encorvada bajo el peso de un fardo? Y aquellos hombres pálidos rara vez salían de su aldea sin aquella carga misteriosa.

El propio pastor, bien que tuviera buenas razones para creer que la bolsa sólo contenía hilo de lino, si no largas piezas de lienzo tejidas con ese hilo, no estaba muy seguro de que aquel oficio de tejedor, por indispensable que fuera, pudiera ejercerse sin el auxilio del espíritu maligno.

En aquella época remota, la superstición acompañaba a todo individuo o a todo hecho un tanto extraño. Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera periódica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador.

Nadie sabía dónde vivían aquellos hombres errantes, ni de quién descendían; y, ¿cómo podría decirse quiénes eran, a menos de conocer a alguien que supiera quiénes eran su padre y su madre?


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243 págs. / 7 horas, 6 minutos / 131 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2016 por Juan Carlos Vinent Mercadal.

La Esfera y la Cruz

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. Discusión un poco en el aire

La nave voladora del profesor Lucifer silbaba atravesando las nubes como dardo de plata; su quilla, de límpido acero, fulgía en la oquedad azul oscuro de la tarde. Que la nave se hallaba a gran altura sobre la tierra es poco decir; a sus dos ocupantes les parecía estar a gran altura sobre las estrellas. El profesor mismo había inventado la máquina de volar, y casi todos los objetos de su equipo. Cada herramienta, cada aparato tenía, por tanto, la apariencia fantástica y atormentada propia de los milagros de la ciencia. Porque el mundo de la ciencia y la evolución es mucho más engañoso, innominado y de ensueño que el mundo de la poesía o la religión; pues en éste, imágenes e ideas permanecen eternamente las mismas, en tanto que la idea toda de evolución funde los seres unos con otros, como sucede en las pesadillas.

Todos los instrumentos del profesor Lucifer eran los antiguos instrumentos humanos llevados a la locura, desenvueltos en formas desconocidas, olvidados de su origen, olvidados de su nombre. Aquella cosa que parecía una llave enorme con tres ruedas, era, en realidad, un revólver, patentado, y muy mortífero. Aquel objeto que parecía hecho con dos sacacorchos enrevesados, era, en realidad, la llave. La cosa que hubiera podido confundirse con un triciclo volcado patas arriba era el instrumento, de imponderable importancia, a que servía de llave el sacacorchos. Todas estas cosas, como digo, las había inventado el profesor; había inventado todo lo que llevaba la nave voladora, con excepción acaso de su misma persona. El profesor había nacido demasiado tarde para que pudiese descubrirla realmente, pero creía, al menos, haberla mejorado bastante.


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244 págs. / 7 horas, 7 minutos / 675 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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