Textos más cortos etiquetados como Novela no disponibles | pág. 6

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El Caballero del León

Chrétien de Troyes


Novela, Novela de Caballerías


Arturo, el noble rey de Bretaña, cuyas proezas son para nosotros ejemplos de valor y cortesía, al llegar la fiesta que llamamos Pentecostés, la celebró con todo el fasto propio de la realeza, reuniendo a su corte en Caraduel, en el país de Gales.

Después del banquete, los caballeros formaron grupos junto con las damas, damiselas o doncellas, según ellas les iban llamando para sentarse a su lado. Unos contaban historias, otras hablaban de Amor, de las angustias y tormentos que causa, y de los deleitosos bienes, de que a menudo gozaron los discípulos de su escuela, cuya regla era a la sazón dulce y buena. Hoy, en cambio, Amor ha perdido muchos de sus fieles, le han abandonado casi todos y con ello se ha envilecido, porque, como los que amaban a la antigua usanza conseguían fama de corteses, valientes, generosos y honorables, en nuestros días, Amor se ha vuelto fingimiento. Los que no sienten nada pretenden estar enamorados, pero es mentira, y al fingir que aman, sin ningún fundamento, convierten al amor en ficticio engaño.

Pero hablemos ahora de los que fueron y dejemos a los que están en vida, porque, a mi parecer, un hombre cortés, aun muerto, vale mucho más que un villano vivo. Por ello me complace contar unos hechos muy dignos de escucharse, que tratan de aquel rey tan ejemplar, que se sigue hablando de él, aquí y más allá de estos reinos. Estoy de acuerdo con los Bretones: su fama permanecerá siempre, y gracias a ella, se seguirá recordando a los nobles caballeros a los que eligió y que se esforzaron con gran honra.

Pero aquel día se sorprendieron mucho al ver que el rey se levantaba muy pronto de la mesa, cosa que pesó a algunos y dio mucho que hablar, pues nunca antes había abandonado tan gran fiesta para retirarse a sus aposentos a dormir o descansar. Pero ocurrió aquel día que le retuvo la reina, y tanto se demoró a su lado, que luego, olvidándose de los demás, se abandonó al sueño.


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132 págs. / 3 horas, 51 minutos / 810 visitas.

Publicado el 7 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Otra Vuelta de Tuerca

Henry James


Novela


La historia nos había mantenido alrededor del fuego lo suficientemente expectantes, pero fuera del innecesario comentario de que era horripilante, como debía serlo por fuerza todo relato que se narrara en vísperas de navidad en una casa antigua, no recuerdo que produjera comentario alguno aparte del que hizo alguien para poner de relieve que era el único caso que conocía en que la visión la hubiese tenido un niño.

Se trataba, debo mencionarlo, de una aparición que tuvo lugar en una casa tan antigua como aquella en que nos reuníamos: una aparición monstruosa a un niño que dormía en una habitación con su madre, a quien despertó aquél presa del terror; pero al despertarla no se desvaneció su miedo, pues también la madre había tenido la misma visión que atemorizó al niño. Aquella observación provocó una respuesta de Douglas —no de inmediato, sino más tarde, en el curso de la velada—, una respuesta que tuvo las interesantes consecuencias que voy a reseñar. Alguien relató luego una historia, no especialmente brillante, que él, según pude darme cuenta, no escuchó. Eso me hizo sospechar que tenía algo que mostrarnos y que lo único que debíamos hacer era esperar. Y, en efecto, esperamos hasta dos noches después; pero ya en esa misma sesión, antes de despedirnos, nos anticipó algo de lo que tenía en la mente.

—Estoy absolutamente de acuerdo en lo tocante al fantasma del que habla Griffin, o lo que haya sido, el cual, por aparecerse primero al niño, muestra una característica especial. Pero no es el primer caso que conozco en que se involucre a un niño. Si el niño produce el efecto de otra vuelta de tuerca, ¿qué me dirían ustedes de dos niños?

—Por supuesto —exclamó alguien—, diríamos que dos niños significan dos vueltas. Y también diríamos que nos gustaría saber más sobre ellos.


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132 págs. / 3 horas, 52 minutos / 464 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Caballero de la Carreta

Chrétien de Troyes


Novela, Novela de Caballerías


Ya que mi señora de Champaña quiere que emprenda una narración novelesca, lo intentaré con mucho gusto; como quien es enteramente suyo para cuanto pueda hacer en este mundo. Sin que esto sea un pretexto de adulación. En verdad que algún otro podría hacerlo, quien quisiera halagarla, y decir así —y yo podría confirmarlo— que es la dama que aventaja a todas las de este tiempo; tanto como el céfiro sobrepasa a todos los vientos que soplan en mayo o en abril. ¡Por mi fe, que no soy yo el que desea adular a su dama! ¿Voy a decir: «Tantos carbunclos y jaspes vale un diamante como reinas vale la condesa?» No, en verdad. Nada de eso diré, por más que, a pesar de mi silencio, sea cierto. Sin embargo voy a decir simplemente que en esta obra actúan más sus requerimientos que mi talento y mi esfuerzo.

Empieza Chrétien su libro sobre El Caballero de la Carreta. Temática y sentido se los brinda y ofrece la condesa; y él cuida de exponerlos, que no pone otra cosa más que su trabajo y su atención.

Así que en una fiesta de la Ascensión había reunido el rey Arturo su corte, tan rica y hermosa como le gustaba, tan espléndida como a un rey convenía. Después de la comida quedóse el rey entre sus compañeros. En la sala había muchos nobles barones, y con ellos también estaba la reina. Además había, a lo que me parece, muchas damas bellas y corteses que hablaban con refinamiento la lengua francesa.

En tanto Keu, que había dirigido el servicio de las mesas, comía con los condestables. Mientras Keu estaba sentado ante su comida, he aquí que se presentó un caballero ante la corte, muy pertrechado para el combate, vestido con todas sus armas. El caballero con tales arreos se llegó ante el rey, adonde estaba Arturo sentado entre sus barones, y sin saludarle, así dijo:


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133 págs. / 3 horas, 53 minutos / 253 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

La Bola de Nieve

Alejandro Dumas


Novela


I. Cuarenta grados a la sombra

Como un canto de difuntos de un esplendoroso día de mayo que acaba de borrarse con destino a la eternidad, así se lamentaba la voz triste y sonora del almuédano.

—¡Por Alá! ¡Qué calor hace en Derbent! Sube a la azotea, Kassim, y observa si el sol ya se oculta tras las montañas. ¿Está todo rojo por poniente? ¿Hay alguna nube en el cielo?

—No, tío; hacia el ocaso todo sigue tan azul como los ojos de Kitshina. El sol se acuesta en toda su majestad, como una rosa flamígera incrustada en el pecho del atardecer: ni siquiera su última mirada sobre la tierra dispone de una sutil bruma que traspasar. Ya ha desplegado la noche su abanico de estrellas; ya se ha hecho la oscuridad.

—Sube, sube hasta la azotea, Kassim —exclamó la misma voz—, y fíjate bien, a ver si se desprende el rocío del cuerno de la luna. ¿No se oculta tras el arco iris nocturno, igual que una perla en su irisada concha?

—No, tío; la luna parece flotar en medio de un océano azulado, y baña el mar con lenguas de fuego. Los tejados están tan secos como las estepas del Mogán, y los escorpiones corretean por ellos, tan felices.

—O sea —añadió el viejo, con un suspiro— que mañana hará tanto calor como hoy. Kassim, lo mejor será que tratemos de dormir.

El viejo se durmió y soñó con el dinero que atesoraba. Su sobrina hizo lo propio, pero sus sueños eran los propios de una muchacha de dieciséis años en cualquier lugar del mundo, es decir, tenían más que ver con el amor. Toda la ciudad se entregó al descanso, contemplando en sueños cómo Alejandro Magno construía las murallas que defienden el Cáucaso o forjaba las puertas de hierro de Derbent.

A eso de la medianoche, todo estaba en calma.


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135 págs. / 3 horas, 57 minutos / 188 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Signo de los Cuatro

Arthur Conan Doyle


Novela


Capítulo I. La ciencia del razonamiento deductivo

Sherlock Holmes cogió el frasco de la esquina de la repisa de la chimenea y sacó la jeringuilla hipodérmica de su elegante estuche de tafilete. Ajustó la delicada aguja con sus largos, blancos y nerviosos dedos y se remangó la manga izquierda de la camisa. Durante unos momentos, sus ojos pensativos se posaron en el fibroso antebrazo y en la muñeca, marcados por las cicatrices de innumerables pinchazos. Por último, clavó la afilada punta, apretó el minúsculo émbolo y se echó hacia atrás, hundiéndose en la butaca tapizada de terciopelo con un largo suspiro de satisfacción.

Yo llevaba muchos meses presenciando esta escena tres veces al día, pero la costumbre no había logrado que mi mente la aceptara. Por el contrario, cada día me irritaba más contemplarla, y todas las noches me remordía la conciencia al pensar que me faltaba valor para protestar. Una y otra vez me hacía el propósito de decir lo que pensaba del asunto, pero había algo en los modales fríos y despreocupados de mi compañero que lo convertía en el último hombre con el que uno querría tomarse algo parecido a una libertad. Su enorme talento, su actitud dominante y la experiencia que yo tenía de sus muchas y extraordinarias cualidades me impedían decidirme a enfrentarme con él.

Sin embargo, aquella tarde, tal vez a causa del beaune que había bebido en la comida, o tal vez por la irritación adicional que me produjo lo descarado de su conducta, sentí de pronto que ya no podía aguantar más.

—¿Qué ha sido hoy? —pregunté—. ¿Morfina o cocaína? Holmes levantó con languidez la mirada del viejo volumen de caracteres góticos que acababa de abrir.

—Cocaína —dijo—, disuelta al siete por ciento. ¿Le apetece probarla?


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135 págs. / 3 horas, 57 minutos / 125 visitas.

Publicado el 26 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Las Aventuras del Capitán Hatteras

Julio Verne


Novela


El Bergantín

Mañana, el bergantín Forward, al mando del capitán K.Z., saldrá de New Princes Docks con destino desconocido. Esta noticia apareció en el Liverpool Herald del 5 de abril de 1860.

Para el puerto más activo de Inglaterra, la salida de un bergantín es un hecho de poca importancia. ¿Quién va a hacerle caso en medio del intenso movimiento de buques de todas dimensiones y nacionalidades?

Sin embargo, el 6 de abril, desde que empezó a amanecer, un gentío llenaba los muelles de New Princes. La numerosa cofradía de los marinos de la ciudad parecía que se hallaba allí en pleno.

Los trabajadores de los muelles de los alrededores habían abandonado sus faenas; los negociantes, sus escritorios, y los mercaderes sus almacenes. No pasaba un momento sin que los omnibuses multicolores que transitaban detrás de la dársena llevaran un nuevo cargamento de curiosos. La ciudad entera quería ver zarpar al Forward.

Este era un bergantín de ciento setenta toneladas, con hélice y una máquina de vapor de ciento veinte caballos de fuerza. Si no ofrecía nada extraordinario a los ojos de los profanos, los marinos veían en él ciertas particularidades que no podía dejar de pasar desapercibidas para hombres de oficio.

Así es que a bordo del Nautilus, anclado a no gran distancia, un grupo de marineros hacía conjeturas sobre el destino del Forward.

Uno de ellos decía:

¿Desde cuándo los buques de vapor van aparejados con tanto velamen?


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136 págs. / 3 horas, 58 minutos / 253 visitas.

Publicado el 19 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre que No Era Nadie

Edgar Wallace


Novela


1. Una carta misteriosa

Bien, ¡ya le has cazado! ¿Que piensas de él? Los labios delgados de August Javot esbozaron una cínica sonrisa, mientras contemplaba el espectáculo. La confusión reinaba en el pequeño gabinete; los muebles habían sido arrimados a las paredes, a fin de dejar a los bailarines un poco más de espacio. La mano de un borracho había arrancado un aplique eléctrico de un tabique, y un gran jarrón de lilas blancas había sido roto y arrojado al suelo, donde yacía, formando un montón de trozos de china y flores deshojadas. En un rincón de la estancia lanzaba sus notas mecánicas una pianos, y media docena de parejas se movían al compás de un pasodoble, dando pasos vacilantes entre una babel de risas y chillidos histéricos.

La hermosa muchacha que estaba al lado de August Javot paseó la mirada por la habitación; y detuvo los ojos en un joven enrojecido, que en aquel momento trataba de sostenerse en el aire con las manos apoyadas en la pared, animado por los ensordecedores gritos de otro, que parecía algo más sereno que el acróbata improvisado.

Alma Trebizond levantó ligerísimamente las cejas; y se volvió para mirar a Javot.

—No se puede escoger —dijo con aire de satisfacción—, ¿no le parece? Pero es un baronet del Reino Unido y tiene una renta de cuarenta mil libras al año.

—Y el collar de diamantes de los Tynewood —murmuró Javot—. Será una cosa original verte con cien mil libras en diamantes alrededor de tu lindo cuello, querida.

La muchacha lanzó un largo suspiro, como persona que se ha atrevido a mucho y que ha alcanzado más de lo que esperaba.

—Todo ha ido mejor de lo que yo creía —dijo, y añadió—: He puesto un anuncio en los periódicos.

Javot la miró fijamente. Era un hombre de rostro delgado, anguloso, algo calvo. Sus ojos parecían los de un halcón, cuando se volvió hacia la joven para observarla con seriedad.


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136 págs. / 3 horas, 58 minutos / 177 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Estudio en Escarlata

Arthur Conan Doyle


Novela


Primera parte

(Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Sanidad)

1. Mr. Sherlock Holmes

En el año 1878 obtuve el título de doctor en medicina por la Universidad de Londres, asistiendo después en Netley a los cursos que son de rigor antes de ingresar como médico en el ejército. Concluidos allí mis estudios, fui puntualmente destinado el 5.0 de Fusileros de Northumberland en calidad de médico ayudante. El regimiento se hallaba por entonces estacionado en la India, y antes de que pudiera unirme a él, estalló la segunda guerra de Afganistán. Al desembarcar en Bombay me llegó la noticia de que las tropas a las que estaba agregado habían traspuesto la línea montañosa, muy dentro ya de territorio enemigo. Seguí, sin embargo, camino con muchos otros oficiales en parecida situación a la mía, hasta Candahar, donde sano y salvo, y en compañía por fin del regimiento, me incorporé sin más dilación a mi nuevo servicio.

La campaña trajo a muchos honores, pero a mí sólo desgracias y calamidades. Fui separado de mi brigada e incorporado a las tropas de Berkshire, con las que estuve de servicio durante el desastre de Maiwand. En la susodicha batalla una bala de Jezail me hirió el hombro, haciéndose añicos el hueso y sufriendo algún daño la arteria subclavia. Hubiera caído en manos de los despiadados ghazis a no ser por el valor y lealtad de Murray, mi asistente, quien, tras ponerme de través sobre una caballería, logró alcanzar felizmente las líneas británicas.


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138 págs. / 4 horas, 2 minutos / 357 visitas.

Publicado el 4 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Un Gil Blas en California

Alejandro Dumas


Novela


Tomo I

Introducción

Mi querido editor:

Seguro estoy de qué os sorprenderá grandemente, cuando hayáis leído estas líneas, encontrar a su final la firma de un hombre que, según sabéis, si bien escribe muchos libros, es el menos aficionado a escribir cartas que puede encontrarse en todo el mundo.

Vuestra extrañeza cesará, sin embargo, y veréis explicado este fenómeno cuando fijéis la vista en el volumen que acompaña a la carta y que se titula: Un año en las orillas del Sacramento y del San Joaquín.

Pero, —me diréis indudablemente, —¿cómo puede ser que vos, a quien he visto hace ocho días en París, hayáis podido en tan corto espacio de tiempo realizar un viaje a California, permanecer un año en aquellas lejanas comarcas y regresar a Europa?

Tened la bondad de leer, mi querido amigo, y todo lo veréis explicado.

Me conocéis bastante, y sabéis, por consiguiente, que no hay en la tierra un hombre más aventurero y al mismo tiempo más sedentario que yo. Con la misma facilidad abandono a París para emprender un viaje de tres o cuatro mil leguas, que me encierro en mi casa para escribir ciento o ciento cincuenta volúmenes.

Por extraordinario, sin embargo, el 11 de julio último tomé la resolución, algo extraña en mí, lo confieso, de ir a pasar dos o tres días en Enghien. No creáis que me llevaba allí el pensamiento de divertirme, pues semejante idea no había pasado por mi imaginación. Lo que había únicamente era que, deseando consignar en mis memorias un suceso que tuvo lugar en Enghien hace veintidós años, tenía necesidad de visitar, a fin de no incurrir en errores, unos sitios que no había vuelto a ver desde aquella época.


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141 págs. / 4 horas, 7 minutos / 67 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Rudin

Iván Turguéniev


Novela


Lista de personajes

RUDIN, DMITRI NIKOLAICH (Nikolaíevich), nombre familiar: Mitia

LASUNSKAYA, NATALIA ALEXEEVNA (hija de Daria Lasunskaya), nombre familiar: Natasha

LASUNSKAYA, DARIA MIJAILOVNA (madre de Natalia)

LIPINA, ALEXANDRA PÁVLOVNA (hermana de Volíntsev), nombre familiar: Sasha

LEZHNEV, MIJAILO MIJAÍLICH, nombre familiar: Misha

PANDALEVSKI, CONSTANTÍN DIOMÍDICH, en francés, Constantin

PIGASOV, AFRICÁN SEMIÓNICH

VOLÍNTSEV, SERGUÉI PÁVLICH (hermano de Alexandra Lípina), nombre familiar: Seriozha

Capítulo I

Era una tranquila mañana de verano. El sol ya se había elevado bastante en el limpio cielo, pero en los campos todavía brillaba el rocío. Del valle, hasta hace poco dormido, soplaba una olorosa frescura, y en el bosque, todavía húmedo y silencioso, trinaban alegremente los pájaros madrugadores. En la cima de una ladera, cubierta de arriba abajo por el centeno en flor, se vislumbraba un pueblo pequeño. Hacia ese pueblo, por un estrecho camino vecinal, se encaminaba una mujer joven, con un vestido blanco de organdí, un sombrero de paja redondo y una sombrilla en la mano. Un pequeño criado cosaco la seguía de lejos.

La joven andaba sin prisa, como si se deleitara con el paseo. A su alrededor, por el alto y cambiante centeno difuminándose en un rizo, ora verde plateado, ora rojizo, con suave rumor, volaban largas olas. En lo alto, resonaban las alondras. La mujer venía de su hacienda, que quedaba a poco más de una versta del pueblo adonde se dirigía. Se llamaba Alexandra Pávlovna Lípina. Era viuda, sin hijos y bastante rica; vivía con su hermano, el capitán de Caballería, retirado, Serguei Pávlich Volíntsev. Este no estaba casado y administraba los bienes de su hermana.


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141 págs. / 4 horas, 8 minutos / 100 visitas.

Publicado el 29 de abril de 2017 por Edu Robsy.

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