I. Jean Muir
—¿Ha venido?
—No, mamá, aún no ha venido.
—Desearía que todo hubiera acabado. Pensar en ello me inquieta y al
mismo tiempo me provoca cierta emoción. Bella, acércame un cojín para
la espalda.
La malhumorada señora Coventry se acomodó en un sillón con un
suspiro que denotaba nerviosismo y cierto aire de mártir, mientras su
hermosa hija revoloteaba a su lado con afectuosa solicitud.
—¿De quién están hablando, Lucía? —preguntó el joven lánguido que
permanecía cerca de su prima repantigado en otro sillón. Ésta se inclinó
sobre su obra de tapicería con una amable sonrisa esbozada en su
rostro, que, por lo general, se mostraba altivo.
—De la nueva institutriz, la señorita Muir. ¿Qué quieres que te cuente sobre ella?
—Nada, gracias. Siento una gran aversión por todas esas mujeres. A
veces doy gracias a Dios por tener sólo una hermana, de que ella sea la
madre de un niño mimado y de haberme librado durante tanto tiempo de la
tortura de tener una institutriz.
—¿Y ahora cómo lo soportarás? —quiso saber Lucía.
—Ausentándome mientras ella esté en casa.
—No, no lo harás. Eres demasiado indolente para eso, Gerald
—interrumpió un hombre más joven y energético que jugueteaba con sus
perros desde el descansillo.
—Le daré tres días de gracia, y si ella aguanta, no me molestaré en
salir; pero si es una pesada, y estoy seguro de que lo será, me
marcharé lejos para no verla.
—Jovencitos, os ruego que no habléis en términos tan deprimentes.
Me angustia la llegada de una desconocida tanto o más que a vosotros,
pero no debemos descuidar la educación de Bella. Así que me he armado de
valor para soportar a esta mujer, y Lucía, muy amablemente, se ha
ofrecido para ocuparse de ella a partir de mañana.
Información texto 'Detrás de la Máscara'